Reinaldo Spitaletta, El Espectador, 28/12/2021
A Lola Vélez (María Dolores Vélez Sierra), que de joven era rubia y espigada, por su belleza sin par y sin mediar ningún concurso la coronaron reina los conductores de Bello, pueblo natal de la muchacha librepensadora que se convertiría en una pintora excepcional de Antioquia. A la señorita Lola, dilecta discípula del muralista mexicano Diego Rivera, como también lo había sido de los maestros Pedro Nel Gómez y Rafael Sáenz, le armaron un escándalo los pacatos godos bellanitas cuando pintó una sensual chica de aquel pueblo de obreros y la bautizó como la Tongolele bellanita.
Lola Vélez, que cuando estudiaba becada en México, no solo aprendía de técnicas del mural, la acuarela y preparación de lienzos, sino que participaba en deliciosas bohemias con Frida Kahlo y Chavela Vargas, tenía una afinidad amorosa con los obreros de Fabricato, a muchos de los cuales les enseñó a apreciar la pintura.
Bello, denominada Ciudad de Artistas, vivió tiempos de pavor cuando el narcotraficante Pablo Escobar formó allí su principal “ejército privado” con la temible banda criminal La Ramada, en la década de los 80 (la década del terror la denominó una investigación del Centro de Historia de Bello), digo que esta población tuvo en medio de sus desdichas sociales a Lola Vélez como un símbolo cultural de alta sensibilidad y paradigma de creación artística.
Cuando murió la destacada pintora, en el miércoles santo de 2005, se creyó que a su casona, un bien de interés cultural, la erigirían como un museo, un centro de actividades artísticas y educativas. No ocurrió así. Bello ha tenido en su historia una camada de administradores corruptos, bandidescos y politiqueros, que la han convertido en una ciudad de miedo, con presencias indeseables de organizaciones criminales y otras desgracias.
La talentosa señorita Lola, que en la historia del arte en Antioquia es una figura cumbre, como también lo fueron Débora Arango, Jesusita Vallejo, Dora Ramírez, María Villa, entre otras pintoras, ha sido aporreada en su memoria y legado. Ya su casona había sufrido los primeros embates del cacicazgo de politicastros bellanitas, cuando, en los 70, derribaron parte de la misma para un “ensanche”. Tras la muerte de la artista, y cuando maestros, fundaciones, organizaciones sociales, acciones comunales, historiadores, poetas, músicos, brujos y hasta médiums clamaban porque la casa se transformara en museo, la municipalidad hizo caso omiso a todas las peticiones y hoy ya no existe.
Lola Vélez nunca apeló al desechable y facilongo expediente del escándalo para hacerse publicidades frívolas, ni permitió que los diversos poderes la hicieran caer en espejismos comercialoides. Era una artista a cabalidad, consecuente con su pensamiento de mujer libérrima, promotora de los derechos de los trabajadores y de los creadores. Una pintora de paisajes y flores, de arcángeles y pájaros, de mujeres del pueblo y obreras.
“En Bello, a sus administradores, nunca les ha interesado el municipio sino para tramitar su vientre y su vanidad. Si a alguno de los políticos se les preguntara por la calidad de la pintura de Lola Vélez y quién fue ella, sé que callarán, no saben su aporte”, dijo el escritor Víctor Bustamante, un guardián del patrimonio, en su denuncia sobre la destrucción de la casa de la pintora.
Lola Vélez ha muerto por segunda vez. Y en esta nueva ocasión ha sido un asesinato del patrimonio cultural cometido por los ignaros gobernantes de una ciudad que ha sufrido los tradicionales embates de la corruptela y las perversas administraciones de vándalos. La historia no los absolverá.
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