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Sergio Rodríguez Gelfenstein
¿Qué hará Marcos Rubio? 

31/12/2021

TOM ENGELHARDT
Mi año 2021 y mi bienvenida al 2022

Tom Engelhardt, TomDispatch.com, 23/12/2021
Traducido del inglés por
Sinfo Fernández, Tlaxcala

 A medida que va terminando el año 2021, con independencia de que la pandemia que ha arrasado el mundo haya empezado por un murciélago o no, creo que es seguro decir que todos somos mucho más murciélagos ahora de lo que éramos cuando empezó.


Al menos en mi vecindario, a medida que este año llega a su fin, esa vieja frase del Llanero Solitario, “¿Quién era ese hombre enmascarado?”, vuelve a aplicarse a casi todo el mundo. De hecho, a medida que aumentan los casos de delta en la ciudad de Nueva York, y ómicron entra en escena de forma sorprendente, se ha restablecido el uso de mascarillas en el interior de mi propio edificio de apartamentos -desde los pasillos hasta los ascensores y la lavandería- (aunque no he dejado de llevarlas) y también se está restableciendo el mandato de las mascarillas si te mueves por la ciudad.

Así ha sido el año, pero lamentablemente, como sabemos, no en todas partes en este país nuestro, demasiado desenmascarado, no vacunado, conflictivo, conspirador, enervado y perturbado. Un año de enfermedad, muerte, luto y caos político cada vez mayor a una escala sorprendente, aunque no sin precedentes, amenaza el sistema estadounidense tal y como lo hemos conocido. Mientras tanto, un nuevo tipo de clima amenaza al mundo tal y como lo hemos conocido.

¿Feliz año nuevo? No estoy nada seguro de ello.

Es cierto que mi mujer y yo estamos vacunados y reforzados. Y, sin embargo, como mayores de 65 años, seguimos siendo objetivos de primera clase de la covid, que viven el final del segundo año de una pandemia que ha sido desastrosa para los estadounidenses de nuestra edad en un país que ha experimentado su propio tipo de devastación, no solo médica sino también política.

Mientras tanto, la vida continúa a su extraña manera. Es esa época en la que se envían fotos de familia a los amigos. Pero a medida que el año 2021 llega a su fin, incluso la foto familiar de Navidad ha adquirido un inquietante significado después de Kyle Rittenhouse. Me refiero, por supuesto, a la “foto de familia” que tuiteó el representante republicano de Kentucky Thomas Massie (quien, en abril, presentó un proyecto de ley en el Congreso para permitir que los jóvenes de 18 a 20 años compraran armas de fuego). Él, su mujer y sus hijos, con un árbol de Navidad de fondo, están todos armados con una ametralladora o un rifle semiautomático de estilo militar bajo el mensaje “¡Feliz Navidad! P.S.: Santa, por favor, trae la munición”. En otras palabras, piensen en ello como una nueva definición tanto de los “regalos” como de la presencia navideña.


Esto, por cierto, ocurrió apenas unos días después de la matanza de cuatro estudiantes adolescentes en un instituto de Michigan a manos de un joven perturbado de 15 años al que sus padres habían regalado una pistola semiautomática. Y para que no piensen que el tuit estacional del congresista Massie fue un hecho aislado y no una señal del mundo en el que vivimos cada vez más, consideren la foto que la representante republicana de Colorado, Lauren Boebert, tuiteó poco después con sus cuatro hijos, aún más jóvenes, posando a su alrededor, también con el telón de fondo de un árbol de Navidad, armados hasta los dientes con un armamento similar.

En ese alegre contexto estacional y en el país que deja al resto del mundo por los suelos cuando se trata de una ciudadanía armada, tómense un momento para considerar una encuesta reciente que muestra que el 30% de los republicanos, el 11% de los demócratas y el 17% de los independientes están de acuerdo con esta afirmación: “Debido a que las cosas se han salido tanto de madre, los verdaderos patriotas estadounidenses podrían tener que recurrir a la violencia para salvar  nuestro país”.

Todo esto, ojo, en medio de lo que antaño se habría considerado una charla extraña sobre unas elecciones robadas (al menos dos tercios de los republicanos piensan que lo fueron); la planificación de golpes de Estado, pasados y futuros; y las legislaturas estatales controladas por los republicanos trabajando visiblemente para alterar el sistema electoral (tanto quién puede votar como quién puede contar y juzgar ese voto) para asegurar sus propias victorias futuras. Estamos hablando del robo demasiado literal de las elecciones venideras y potencialmente del propio futuro. Y no, ninguno de los que lean esto se escandalizará por nada de esto o por el surgimiento de un Partido Republicano “Alto al Robo”, que tiene toda la intención de dar un nuevo significado al robo en este país. ¿Por qué iban a escandalizarse? A estas alturas, es la urdimbre de nuestras vidas estadounidenses.

Y sí, a mis 77 años, me puse la vacuna de refuerzo de Pfizer en octubre, y no, en todos estos cuidadosos meses, no me he contagiado de covid-19 en ninguna de sus variantes (todavía), gracias a Dios, ni se me ha muerto un amigo por ello, aunque tengo dos amigos con casos horribles de covid persistente. Aun así, mirando hacia atrás en 2021, en que tuve más suerte que muchos estadounidenses de mi edad, me encuentro con que tengo un millón -¡y anoten ese número, por favor!- de cosas que decir sobre este año pasado tan desastroso, en un momento en el que los estadounidenses se han visto envueltos en una pandemia de guerras sin vacunas para ninguna de ellas y de quema de combustibles fósiles sin vacuna (inmediata) para ello tampoco.

Ni siquiera intentaría resumir este extraño año nuestro. Aquí, sin embargo, van cuatro (millones) de mis propias conclusiones de 2021, un clásico año infernal que, si no hubiera algo peor en el horizonte, podría olvidarse rápidamente. Pero con el afán de no deprimirles del todo, antes de que las malas noticias se acumulen, permítanme empezar con una historia optimista, ¡una buena noticia!


 Omar Al Abdallat

1.     Iraq

Sí, es cierto que, según el proyecto Costs of War, cerca de un millón de personas han muerto violentamente en los diversos conflictos iniciados gracias a la “guerra contra el terror” -o, más bien, guerra de terror- de este país después del 11-S en Afganistán, Iraq y otros lugares del Gran Oriente Medio y partes de África. Sin embargo, a pesar de lo que muchos escritores de TomDispatch (y un servidor) esperaban, al terminar el año 2021 la guerra de Estados Unidos en Iraq también ha llegado a su fin. El 9 de diciembre, el presidente Joe Biden y el primer ministro iraquí Mustafa al-Kadhimi llegaron a un acuerdo al respecto. Posteriormente, el Pentágono anunció que, casi dos décadas después de que este país invadiera y ocupara tan desastrosamente Iraq (¡Misión no cumplida!), lanzando el proceso que creó el Estado Islámico, o ISIS, la “misión de combate” estadounidense allí ha terminado oficialmente. ¡Hasta la vista! ¡Adiós! ¡Adiós!

Después de todo este tiempo, ¿no es un regalo increíble? Oh, un momento, alguien me está susurrando algo al oído.  ¡Uyyy!, déjenme añadir una pequeña nota a pie de página a lo anterior. Lo último que quiero hacer es estropear su nuevo estado de ánimo, pero las 2.500 tropas de “combate” estadounidenses en Iraq no van en realidad a abandonar el país, al parecer ni una sola. Sin embargo, a partir de ahora, su “misión” no se denominará “de combate” sino “de asesoramiento, asistencia y capacitación”. Ah, y esos aproximadamente 900 soldados estadounidenses en Siria (¿sabían siquiera que seguían allí?) tampoco se van a ir, evidentemente, a ninguna parte, aunque nadie se molesta en anunciar nada sobre ellos. (¿Por qué molestarse? Al fin y al cabo, se trata de la vieja caótica Siria).

Como decía un titular del New York Times, sin rodeos, “Estados Unidos anuncia el fin de la misión de combate en Iraq, pero las tropas no se irán”. ¡Ahí está! Casi 20 años después de la desastrosa invasión estadounidense que creó tanto caos, muerte y destrucción aún en curso, todo ha terminado menos la salida y, ojo, por poner las cosas en perspectiva, esa es la buena noticia en 2021.

 

MORO

2.   Afganistán

Bien, veinte años después de invadir Afganistán, el ejército de Estados Unidos ha abandonado realmente ese país. Al hacerlo, sufrió una sombría y caótica derrota de primer orden. Mientras tanto, el enemigo al que había combatido allí todos esos años, los talibanes, se apoderaron de Kabul y de un país sumido en la más absoluta devastación y desesperación. Cuando se marcharon en agosto, las fuerzas estadounidenses ofrecieron un último beso de despedida demasiado simbólico -es decir, completamente errado-: un ataque con misiles Hellfire contra un supuesto agente del ISIS-K (el Estado Islámico de Afganistán) que en realidad mató a diez afganos inocentes, entre ellos siete niños. Fue un resumen simbólicamente catastrófico de los años estadounidenses allí -¿recuerdan todas esas fiestas de bodas masacradas?-, por lo cual el ejército estadounidense decidió recientemente no castigar a ninguno de los miembros de su personal implicados. ¡El cielo no lo permita! En este tipo de situaciones, no puede estar más claro, incluso veinte años después, que no hay que echar culpas ni repartir responsabilidades. Ese mortífero ataque con drones fue, como dijo el inspector general de la Fuerza Aérea, “un error honesto”.

Y esa fue la buena noticia por lo que respecta a Afganistán. El país que Estados Unidos dejó en manos de los talibanes después de todas esas décadas en las que supuestamente levantó una democracia afgana y un ejército afgano, al tiempo que construía carreteras a ninguna parte y gasolineras en medio de ninguna parte (por un importe de al menos 146.000 millones de dólares), es ahora una zona de desastre casi inimaginable. Apenas hay un gobierno sin acceso a financiación (la mayor parte congelada por Estados Unidos), una grave sequía inducida por el cambio climático, cada vez menos puestos de trabajo, brotes de enfermedades cada vez más virulentos y cada vez menos alimentos, y eso es decir poco. Se calcula que, si el mundo no hace nada más, al menos un millón de niños afganos podrían morir de hambre este invierno y otros millones de afganos podrían morir de inanición y de una combinación de enfermedades tan descabellada que resulta casi inimaginable. Como informó The Guardian:


“Hay seis brotes simultáneos de enfermedades: cólera, un brote masivo de sarampión, poliomielitis, malaria y dengue, y eso se suma a la pandemia de coronavirus... Mientras las familias luchan por poner alimentos nutritivos en la mesa y los sistemas de salud se ven aún más presionados, millones de niños afganos corren el riesgo de morir de hambre”.

Piensen en eso (y en muchas otras cosas más) como el peaje de una desastrosa guerra de EE. UU. lanzada en respuesta a la muerte de 3.000 estadounidenses a manos de 19 secuestradores de Al Qaida, en su mayoría saudíes. En otras palabras, nuestro país ha dado a los afganos su propio 11 de septiembre, 12 de septiembre, 13 de septiembre, y así hasta un futuro lejano. Desde el momento en que los primeros aviones estadounidenses empezaron a bombardear allí en octubre de 2001 hasta ese último disparo de fuego infernal contra esos siete niños en Kabul, la guerra de Afganistán ha sido una pesadilla. Ahora que las tropas estadounidenses (y los diplomáticos) se han ido, nuestro país simplemente la ha arrojado al montón de basura de la historia, sin que nadie, por supuesto, sea responsable de esas últimas muertes, del desastre dejado atrás o de cualquiera de las carnicerías que seguramente seguirán.

En el peor de los casos, todo fue un error honesto, ¿no? Si no lo creen, hagan que el inspector general lo investigue por Vds. Mientras tanto, como el 2021 termina, sigamos adelante y dejemos que esos niños afganos se mueran de hambre. Han pasado casi tres meses desde que “nuestra” guerra finalmente terminó y ¿de qué podríamos ser responsables allí ahora? Hoy en día ya es responsabilidad de los talibanes, ¿no?

andy warhole..

Hassan Bleibel

3.   Covid

O piénsenlo así: los atentados del 11-S llevaron a la administración del presidente George W. Bush a lanzar un devastador conjunto de conflictos, algunos todavía en curso, cuyo crescendo podría ser un millón o más de niños afganos muertos. Pero esto es lo extraño: cuando una pandemia devastadora llegó al país más rico del planeta, nos mostramos notablemente incapaces de organizar con éxito una Guerra contra la covid  y, en cambio, entramos en guerra entre nosotros por ella. (Por ejemplo, al menos el 60% de los republicanos sigue estando en contra de los mandatos de mascarillas en los espacios públicos).

Las encuestas mostraban que el 90% de los estadounidenses aprobaban que atacáramos Afganistán después del 11-S. Sin embargo, sería difícil encontrar una encuesta en la que el 90% de los estadounidenses estuvieran de acuerdo en casi nada cuando se trata de la covid-19, desde las vacunas hasta las mascarillas, el distanciamiento social hasta... bueno, lo que sea.

Como resultado, este país ha superado recientemente el recuento oficial de 800.000 estadounidenses muertos, la cifra más alta de muertes de este tipo en el planeta (incluso cuando la enfermedad empezó a repuntar de nuevo en una nación en la que apenas más del 60% de nosotros estamos completamente vacunados, olvídense de los refuerzos). Peor aún, la cifra real, como sugiere un estudio realizado la primavera pasada cuando “solo” 600.000 de nosotros estaban oficialmente muertos, es ahora sin duda mucho más de un millón de estadounidenses abatidos por la covid.

En nuestro caso, sin embargo, a diferencia de lo que ocurre hoy en día en Afganistán, rara vez eran los niños los que morían, sino los ancianos como yo. Cerca de 600.000 de ese recuento oficial de 800.000 muertos estadounidenses, o el 75%, han sido personas de 65 años o más. En otras palabras, uno de cada 100 de nosotros en ese rango de edad ha muerto a causa de la pandemia.

No es razonable, entonces, preguntarse: ¿Dónde estaba la guerra contra la covid cuando la necesitábamos? En su lugar, los estadounidenses, en estos años, comenzaron a hacer la guerra entre ellos.


Derkaoui Abdellah

 

4.   Cambio climático

Pero, sinceramente, solo hay una historia que debería haber sido central en nuestra época, aunque, por desgracia, la mayor parte del tiempo no lo fue. El aumento de la inflación es noticia constante estos días, el aumento de las temperaturas no tanto. De hecho, a medida que nos acercamos a un infierno en la tierra demasiado literal, a medida que el calentamiento del planeta y los desastres que lo acompañan -la intensificación de huracanes e inundaciones, las megasequías, el derretimiento de los glaciares, los domos de calor, los incendios que pueden crear su propio clima, lo que sea- se vuelven cada vez más severos en formas casi demasiado dramáticas para ser asimiladas, la centralidad del cambio climático, del abrasamiento de este planeta con combustibles fósiles para nuestro futuro debería ser demasiado obvia para ser ignorada.

Quiero decir que, según las últimas estimaciones, para 2050 cientos de millones de personas (¡sí, otra vez esos millones!) podrían verse desplazadas de sus devastados hogares y tierras natales por el calentamiento global. Para entonces, es incluso posible que más de mil millones de personas se hayan convertido en refugiados.

Lamentablemente, en una época en la que las payasadas de los republicanos son noticia a diario, en la que la caída de las cifras de popularidad de Joe Biden en las encuestas puede ser la historia del momento, en la que el destino del exjefe de gabinete de la Casa Blanca de Donald Trump, Mark Meadows, está en primer plano, el cambio climático siguió pareciendo una preocupación pasajera durante la mayor parte de 2021. Incluso cuando el clima en sí mismo era asombroso, la emergencia climática a menudo era, en el mejor de los casos, una idea tardía.

Por ejemplo, el monstruoso conjunto de tornados que arrasó Kentucky y otros cinco estados hace apenas dos semanas, dejando un camino de destrucción sin precedentes a su paso. Sí, es cierto que aún no se sabe lo suficiente como para relacionarlos con total certeza con el cambio climático. Pero, por favor, debería haber sido el primer pensamiento que se le ocurriera a cualquier reportero que cubriera la noticia (o a cualquier espectador que la viera), sobre todo porque las zonas por las que pasaron esos tornados en diciembre estaban experimentando temperaturas inusualmente cálidas, lo que debería haber sido suficientemente siniestro de por sí. (Minnesota, sobrecalentada, experimentaría en pocos días los primeros tornados en diciembre de su historia).

Vi las noticias nocturnas de la NBC en las noches posteriores a esa orgía de devastación y, en efecto, la historia de los tornados fue la principal en gran medida. La primera noche, el 11 de diciembre, con Kate Snow de guardia, la cobertura de la historia de horror en Kentucky y otros lugares duró 15 minutos completos sin pausa publicitaria; la segunda noche, con Lester Holt a cargo, 13 minutos – y, sin embargo, en ninguna de las dos noches se mencionaron las palabras “cambio climático”. (Finalmente aparecieron en la marca de ocho minutos de la tercera noche).

Y eso parecía captar nuestro mundo en una cáscara de nuez (o quizás quiero decir en una bola de fuego) en 2021.

Y esto es lo más triste: al terminar el año en un país en el que una parte importante de la población, incluidos los más de 130 miembros del Congreso (y ya se sabe a qué partido pertenecen), sigue sin creer que haya una emergencia climática o que sea el problema de nuestro tiempo: es perfectamente posible que un negacionista del clima y un loco de los combustibles fósiles sea elegido presidente de nuevo en 2024 (y entonces ya pueden despedirse de este mundo). E incluso si eso no sucede, tengan en cuenta que pocos parpadearon aquí cuando, solo días después de que el presidente Joe Biden regresara de una cumbre mundial sobre el cambio climático en Glasgow, Escocia, donde prometió hacer todo lo posible para sacar a este país de la energía que produce gases de efecto invernadero, su administración subastó rápidamente 80 millones de acres del lecho marino del Golfo de México a empresas como Exxon, Chevron y BP para la perforación de petróleo y gas natural. Esa subasta sin precedentes garantizó esencialmente más clima de locura en el futuro en un planeta en peligro. Y hace poco, el senador demócrata de Virginia Occidental, Joe Manchin, consiguió que se eliminara del proyecto de ley de Biden “Build Back Better” la prohibición de nuevas perforaciones de gas y petróleo en las costas del Atlántico y el Pacífico, para anunciar poco después que no votaría a favor del proyecto.

Ah, y para terminar con una nota más alegre al finalizar el año 2021, el Senado, que puede ponerse de acuerdo en tan pocas cosas, aprobó casi por unanimidad el presupuesto del Pentágono más asombroso de nuestro tiempo. Los senadores, al igual que sus colegas de la Cámara de Representantes, incluso añadieron 24.000 millones de dólares adicionales que la administración Biden no había pedido.

Así que, como concluye 2021, un millón de gracias por... bueno, no mucho, a decir verdad.

Aun así, esperemos contra toda esperanza que, en 2022, los seres humanos podamos averiguar cómo volver a centrarnos en lo que importa y en el mundo que realmente queremos crear para nuestros hijos y nietos. Puede parecer improbable después de doce meses como este, pero es imposible que no lo sea y ese es un deseo de año nuevo que merece la pena tener ahora que 2021 llega por fin a su fin.

 

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