John Pilger, The
Guardian, 13/5/2014
Traducido
por Miguel
Álvarez Sánchez, editado por Fausto Giudice, Tlaxcala
¿Por qué toleramos la amenaza de otra guerra mundial en nuestro nombre? ¿Por qué permitimos mentiras que justifican este riesgo? La magnitud de nuestro adoctrinamiento, escribió Harold Pinter, es un «acto de hipnosis de gran éxito, brillante e incluso ingenioso», como si la verdad «no se produjera ni siquiera mientras se produce».
Cada año, el historiador usamericano William Blum publica su «resumen actualizado del historial de la política exterior de USA», que muestra que, desde 1945, USA ha intentado derrocar a más de cincuenta gobiernos, muchos de ellos elegidos democráticamente; ha interferido indecentemente en las elecciones de treinta países; ha bombardeado a la población civil de 30 países; ha utilizado armas químicas y biológicas; y ha intentado asesinar a líderes extranjeros.
En muchos casos Gran Bretaña ha sido un colaborador. El grado de sufrimiento humano, por no hablar de la criminalidad, es apenas reconocido en Occidente, a pesar de contar con las comunicaciones más avanzadas del mundo y el periodismo supuestamente más libre. Que las víctimas más numerosas del terrorismo - «nuestro» terrorismo- sean musulmanes, es algo indecible. Se suprime que el yihadismo extremo, que condujo al 11-S, fue alimentado como arma de la política angloamericana (Operación Ciclón en Afganistán). En abril, el Departamento de Estado de USA señaló que, tras la campaña de la OTAN en 2011, «Libia se ha convertido en un refugio terrorista seguro».
El nombre de «nuestro» enemigo ha cambiado a lo largo de los años, desde el comunismo hasta el islamismo, pero en general se trata de cualquier sociedad independiente del poder occidental y que ocupa un territorio estratégicamente útil o rico en recursos, o que simplemente ofrece una alternativa a la dominación usamericana. Los líderes de estas naciones obstruccionistas se suelen apartar violentamente, como los demócratas Muhammad Mossedeq en Irán, Arbenz en Guatemala y Salvador Allende en Chile, o son asesinados como Patrice Lumumba en el Congo. Todos son objeto de una campaña de vilipendio por parte de los medios de comunicación occidentales: pensemos en Fidel Castro, Hugo Chávez y ahora Vladimir Putin.
El papel de Washington en Ucrania sólo es diferente en sus implicaciones para el resto de nosotros. Por primera vez desde los años de Reagan, USA amenaza con llevar al mundo a la guerra. Con el este de Europa y los Balcanes convertidos en puestos militares de la OTAN, el último «Estado tapón» fronterizo con Rusia –Ucrania– está siendo desgarrado por las fuerzas fascistas desatadas por USA y la UE. Nosotros, en Occidente, apoyamos ahora a los neonazis en un país donde los nazis ucranianos apoyaron a Hitler.
Después de haber ideado el golpe de Estado en febrero contra el gobierno democráticamente elegido en Kiev, la toma de la histórica y legítima base naval rusa libre de hielo en Crimea planeada por Washington fracasó. Los rusos se defendieron, como lo han hecho contra todas las amenazas e invasiones de Occidente durante casi un siglo.
Pero el cerco militar de la OTAN se ha acelerado, junto con los ataques orquestados por USA contra los rusos étnicos en Ucrania. Si se puede provocar a Putin para que acuda en su ayuda, su preconcebido papel de «paria» justificará una guerra de guerrillas dirigida por la OTAN que probablemente se extienda a la propia Rusia.
En cambio, Putin ha confundido al partido de la guerra buscando un acuerdo con Washington y la UE, retirando las tropas rusas de la frontera ucraniana e instando a los rusos étnicos del este de Ucrania a abandonar el provocador referéndum del fin de semana. Estos pueblos rusófonos y bilingües -un tercio de la población de Ucrania- llevan mucho tiempo buscando una federación democrática que refleje la diversidad étnica del país y sea a la vez autónoma de Kiev e independiente de Moscú. La mayoría no son ni «separatistas» ni «rebeldes», como los llaman los medios de comunicación occidentales, sino ciudadanos que quieren vivir con seguridad en su patria.
Al igual que las ruinas de Irak y Afganistán, Ucrania se ha convertido en un parque temático de la CIA, dirigido personalmente por el director de la CIA, John Brennan, en Kiev, con docenas de «unidades especiales» de la CIA y el FBI que establecen una «estructura de seguridad» que supervisa los salvajes ataques contra quienes se opusieron al golpe de Estado de febrero. Vea los vídeos y lea los informes de los testigos de la masacre de Odessa de este mes. Los matones fascistas traídos en autobuses quemaron la sede del sindicato, matando a 41 personas atrapadas en su interior. Mire a los policías en espera.
Un médico describió cómo intentaba rescatar a la gente, «pero me detuvieron los radicales nazis pro-ucranianos. Uno de ellos me empujó bruscamente, prometiendo que pronto yo y otros judíos de Odessa correríamos la misma suerte. Lo que ocurrió ayer ni siquiera tuvo lugar durante la ocupación fascista en mi ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Me pregunto por qué el mundo entero guarda silencio».
Los ucranianos de habla rusa luchan por sobrevivir. Cuando Putin anunció la retirada de las tropas rusas de la frontera, el secretario de defensa de la junta de Kiev, Andriy Parubiy -miembro fundador del partido fascista Svoboda- se jactó de que los ataques contra los «insurgentes» continuarían. Al estilo orwelliano, la propaganda en Occidente ha invertido esto en que Moscú «intenta orquestar el conflicto y la provocación», según William Hague, el secretario británico de Asuntos exteriores. Su cinismo se corresponde con la grotesca felicitación de Obama a la junta golpista por su «notable moderación» tras la masacre de Odessa. La junta, dice Obama, está «debidamente elegida». Como dijo una vez Henry Kissinger: «Lo que cuenta no es lo que es verdad, sino lo que se percibe como verdad».
En los medios de comunicación usamericanos la atrocidad de Odessa se minimizó, calificándola de «turbia» y de «tragedia» en la que «nacionalistas» (neonazis) atacaron a «separatistas» (personas que recogían firmas para un referéndum sobre una Ucrania federal). El Wall Street Journal de Rupert Murdoch condenó a las víctimas - «Un incendio mortal ucraniano seguramente provocado por los rebeldes, según el Gobierno». La propaganda en Alemania ha sido pura guerra fría, con el Frankfurter Allgemeine Zeitung advirtiendo a sus lectores de la «guerra no declarada» de Rusia. Para los alemanes es una ironía conmovedora que Putin sea el único líder que condena el ascenso del fascismo en la Europa del siglo XXI.
Un tópico popular es que «el mundo cambió» tras el 11-S. Pero ¿qué ha cambiado? Según el gran lanzador de alertas Daniel Ellsberg, se ha producido un golpe de Estado silencioso en Washington y ahora gobierna el militarismo desenfrenado. El Pentágono dirige actualmente «operaciones especiales» -guerras secretas- en 124 países. En USA, el aumento de la pobreza y la pérdida de libertad son el corolario histórico de un estado de guerra perpetuo. Si añadimos el riesgo de una guerra nuclear, la pregunta es: ¿por qué toleramos esto?
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