Hamid Dabashi, Middle
East Eye,
25/01/2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
La importancia de Alaa Abd el-Fattah no radica solo en la prosa de una disposición revolucionaria de la que es autor, sino en la felicidad pública que provoca. Su colección de textos se lee como un reportaje en vivo de los 10 años de la revolución sostenido por el proverbial sentido del humor egipcio
El bloguero y activista egipcio Alaa Abdel Fattah concede una entrevista televisiva en su casa de El Cairo el 26 de diciembre de 2011 (AFP)
En árabe y persa -y en la mayoría de las lenguas de su entorno- existe un cuerpo de literatura que identificamos como adab al-suyun, o habsiyat, que significan ambos “escritura carcelaria”. Entre los clásicos del género se encuentra el exquisito texto del filósofo místico Ayn al Qudat al-Hamadani (1098-1131) Shakwa al-Ghraib (La queja del extranjero), que escribió mientras estaba en la cárcel de Bagdad, antes de ser ejecutado acusado de herejía en su ciudad natal, Hamadan.
Figuras icónicas como Mas'ud Sa'd Salman (poeta persa del siglo XI) y Khaqani Shervani hicieron toda una reputación poética con sus escritos en prisión, mientras que el legendario poeta Abu Firas al-Hamdani (932-968) compuso su emblemática colección de poesía al-Rumiyat mientras estaba cautivo en Constantinopla.
Cuando se trata de encarcelar y torturar a la gente para intentar asustarla, silenciarla y pacificarla, los tiranos árabes no tienen rival. A lo largo de la historia, han tenido una reputación que mantener.
Entre los ejemplos más contemporáneos del género están los escritos en prisión de importantes literatos árabes como Sonallah Ibrahim y Abdul Rahman Munif, y la activista de los derechos de la mujer Nawal El Saadawi. El género se extiende a las artes visuales y escénicas, como es el caso de la emblemática artista marxista feminista egipcia Inji Aflatoun (1924-1989), o la cineasta palestina Mai Masri, o el cineasta kurdo turco Yilmaz Güney, o la novelista iraní Shahrnush Parsipour.
El género de la escritura carcelaria es, por tanto, un cuerpo literario bien ensayado, versado y abigarrado en nuestras lenguas, por el que tenemos que agradecer y expresar nuestra humilde gratitud a todo un pelotón de tiranos envejecidos, olvidados shahs, mulás beligerantes, duras juntas militares y dictadores psicóticos de pacotilla. Sin nuestros tiranos, un género importante de nuestros productos literarios se habría visto seriamente comprometido. Pensemos en el papel que han desempeñado los tiranos latinoamericanos en la producción del realismo mágico y las novelas de dictadores en español. ¡¿Qué es un Gabriel García Márquez sin un Augusto Pinochet?!
La cárcel como esfera pública
Tal vez el ejemplo más famoso del género de la escritura carcelaria en el mundo sean los Cuadernos de la cárcel del marxista italiano Antonio Gramsci, en los que aprovecha sus terribles circunstancias en las mazmorras del machista y fascista italiano Benito Mussolini para escribir algunas de las más perspicaces y célebres reflexiones filosóficas sobre el mundo que vivió. Los ejemplos abundan, desde los tratados filosóficos de Boecio, hasta las fantasías de viaje de Marco Polo, todos ellos pertenecen a este género.
Pero teniendo en cuenta el ejemplo supremo de la “Carta desde la cárcel de Birmingham” (1963) de Martin Luther King Jr. debemos distinguir entre utilizar el tiempo en prisión para escribir un libro o un tratado de filosofía y utilizar la condición de encarcelamiento como un modo particular de pensar y escribir. El ejemplo de las memorias sobre el Holocausto de Primo Levy: Si esto es un hombre/Supervivencia en Auschwitz, es un caso claro de que el escritor puede llevar el terror del encarcelamiento en su mente cuando ya no está allí para captar el alma de sus sufrimientos.
Con su recién publicada You Have Not Yet Been Defeated (No os han derrotado aún), una colección de las traducciones al inglés de sus escritos en la cárcel, el activista revolucionario egipcio Alaa Abd el-Fattah ha seguido esta sagrada tradición y se ha unido a este panteón de pensadores críticos que proyectan la red de su encarcelamiento involuntario de forma amplia para pensar sobre la naturaleza de nuestra alma rebelde en una prosa palpable.
“El texto que tienen en sus manos es historia viva”, escribe la activista canadiense Naomi Klein en la introducción de este volumen. “Muchas de estas palabras fueron escritas por primera vez con lápiz y papel en una celda de la tristemente célebre prisión de Torah en Egipto, y sacadas de contrabando de forma que nosotros probablemente nunca entenderemos”.
Este “nosotros”, por supuesto, no incluye a los egipcios ni a otros millones de árabes y musulmanes de todo el mundo que entienden perfectamente cómo se escriben estas palabras en su árabe original y se sacan de contrabando. Tienen toda una historia del género y de su funcionamiento.
La plaza Tahrir de El Cairo, a la izquierda el 11 de noviembre de 2020, y a la derecha el 18 de febrero de 2011 durante la celebración de la destitución del presidente Hosni Mubarak tras las masivas protestas (AFP)
Sea como fuere, la presentación de Klein facilita una recepción más global de la prosa de Alaa Abd el-Fattah, lo que es bueno para la causa de la libertad que él y sus compañeros han librado. Mientras que en su propia patria y en todo el mundo árabe y musulmán se ha convertido en una especie de figura icónica, facilitar un reconocimiento global de él ampliará los horizontes (si no la profundidad) de sus palabras más allá de sus gestaciones inmediatas.
Entre la tiranía y la solidaridad
La presentación de los escritos de Alaa Abd el-Fattah en inglés es, por supuesto, un esfuerzo bienvenido. “Aquí”, informan los editores del volumen en inglés, “se reúne por primera vez una colección de la obra de Alaa, conseguida y traducida por su familia y amigos”.
Esta mediación entre la prosa original en árabe y la traducción al inglés atraviesa el espacio entre el sucio negocio de la tiranía y el pulido espacio de la solidaridad liberal que, en última instancia, no puede hacer más que colmar de elogios al revolucionario egipcio. El significado central de estos escritos permanece en sus entregas originales en las trincheras del momento revolucionario. Es la profundidad de esa brutalidad la que debe informar los horizontes de esta recepción global.
Lo que es crucial para que el resto del mundo comprenda es el contexto cosmopolita y la disposición global de la prosa y la política que están leyendo. Esa prosa liberadora está presente desde las primeras páginas del ensayo, donde Alaa Abd el-Fattah se refiere a un acontecimiento histórico crucial cuando el 26 de junio de 1955 en Kliptown, Soweto, “miles de personas se reúnen en un espacio muy parecido a nuestras plazas Tahrir, desplegándose en un campo para participar en el Congreso del Pueblo y votar la Carta de la Libertad. Un revolucionario sube al escenario y recita poéticamente la carta. La abarrotada plaza retumba con los cánticos de “¡África! África!”.
La totalidad de este libro debería leerse con los ecos de ese cántico, “¡África! África!”
Hay que pasar de ese momento icónico al discurso que Alaa Abd el-Fattah pronuncia en inglés ante las empresas tecnológicas en California, en el que les sermonea sobre el respeto de los derechos humanos de sus usuarios, antes de añadir lo escéptico que él se siente ante cualquier perspectiva de este tipo. “No es probable que las empresas hagan nada de eso. No es probable que las corporaciones hagan nada de eso”.
Como tecnólogo versado, el revolucionario egipcio es muy consciente de los peligros y las promesas de esa oscilación entre la solidaridad orgánica que puede generar Internet y el estímulo en el que todo eso puede desaparecer en el aire.
Precisamente en estos términos oscilantes, la colección se lee como un reportaje en vivo de los diez años de la revolución. Lo que sostiene la prosa es el proverbial sentido del humor egipcio: “Durante la visita de Erdogan a Egipto, un chiste circuló por Internet: Los islamistas, los laicos y los militares aspiran al ‘modelo turco’, lo que demuestra, se dice en el chiste, que ninguno de ellos sabe nada de Turquía”.
Alaa Abdel Fattah durante su juicio por insultos al poder judicial el 23 de mayo de 2015 (AFP)
Como complemento a ese sentido del humor, el reportaje más serio y sin concesiones de la obra más conmovedora del libro es su breve diario de viaje a Gaza en 2012, donde divide su prosa en múltiples sorpresas: Gaza es normal, Gaza es distópica, Gaza es libre. En estas páginas, Alaa Abd el-Fattah crea una esfera parapública en la que sus escritos carcelarios emergen como el alma más liberada de la nueva ciudadanía egipcia.
De realista a idealista
Uno de los temas principales de esta colección es su preocupación por redactar una constitución para Egipto en la que el caos de la revolución y la tiranía que la había provocado cedan a una resolución justa y pacífica. En este ámbito, Alaa Abd el-Fattah es plenamente consciente tanto de su situación particular como del contexto global. “Si se lee la Constitución de Italia, redactada en 1946”, escribe, “se observará que sus redactores estaban preocupados por la posibilidad de un retorno del fascismo. Del mismo modo, la Constitución de Sudáfrica, redactada en 1996, está abrumadoramente preocupada por los efectos del sistema de apartheid”.
De estos dos ejemplos concluye: “Las constituciones modernas nacen de las experiencias y luchas de sus pueblos. Las constituciones escritas tras las revoluciones reflejan los motivos de la revolución y las preocupaciones de los revolucionarios”.
Su argumento es transformar las experiencias vividas por las personas tiranizadas en el tejido de la nueva constitución. “Entonces, ¿tiene algún sentido que una constitución redactada tras el estallido de la revolución egipcia ni siquiera mencione la palabra ‘tortura’?” De esto concluye: “La constitución de 1971 declaró la tortura como un delito imprescriptible. Pero sus redactores relegaron la definición del delito de tortura a la ley.
“Así, los sastres del régimen cortaron y cosieron las leyes para que la mayoría de las prácticas del Ministerio del Interior -incluso las mortales- sean juzgadas como abusos menores, con sentencias de ‘homicidio’ o ‘homicidio culposo’ dictadas en casos que realmente deberían derribar a todo el departamento de seguridad”.
Aquí es donde un realista se convierte en idealista: de la profundidad de sus experiencias revolucionarias surge la necesidad de la justicia de la causa y la reconciliación que debe allanar el camino hacia un futuro democrático.
La madre de Alaa Abdel Fattah, la Dra. Leila Soueif, y sus dos hermanas Mona y Sanaa Soueif
Repensar la subjetividad árabe
Los escritos de un revolucionario egipcio a estas alturas de la causa a la que ha dedicado su vida hacen mucho más que mantener vivo el proverbial espíritu de la revolución. ¿De qué sirve ese espíritu si no hace algo por las experiencias vividas por los egipcios y el resto de nosotros en todo el mundo? Por tanto, su prosa no debe leerse como una restauración liberal de la esperanza, sino como la entrega de una promesa radical.
Alaa Abd el-Fattah proviene de una familia ilustre por ambos lados de su parentesco. Pero en realidad es hijo de la plaza Tahrir. En el terreno sagrado de las aspiraciones democráticas de una nación, nació como símbolo de un desafío tardío que hizo temblar los cimientos de la dictadura árabe.
En su más reciente gestación, el desafío comenzó en la plaza Azadi de Teherán en junio de 2009, y menos de un año después se extendió a Túnez y Egipto y al resto del mundo árabe, y desde allí viajó a Turquía y floreció en las protestas del Parque Gezi.
Todo ello fue parte de un impulso global que incluyó el levantamiento de Occupy Wall Street en Estados Unidos y el resto del hemisferio occidental. Todo ello no pudo ser en vano.
Lo que resulta evidente en última instancia en este volumen son las resonancias particulares de cómo la disposición revolucionaria de las naciones se ha alejado de lo que en mi trabajo sobre las revoluciones árabes he llamado un cambio epistemológico de las revoluciones totales a las abiertas.
Aquí ya no esperamos un final de bravura homérica para nuestra historia, sino que nos ocupamos de un diálogo bakhtiniano en el que el drama de la revolución se desarrolla con nosotros como autores de nuestros propios destinos. En estos términos, la importancia de Alaa Abd el-Fattah no está solo en la prosa de un talante revolucionario del que es autor, sino en la felicidad pública que provoca.
Hay
una alegría desafiante en su prosa. Ha convertido el oscuro espacio carcelario
de su prisión en una luminosa esfera pública en la que se siente mucho más
liberado dentro de su celda solitaria que si flotara libremente por las calles
de El Cairo. En su prosa desafiante, en la nueva personalidad árabe que
ejemplifica, Alaa Abd el-Fattah es un testimonio vivo de que las revoluciones
árabes han sido un éxito rotundo.
You Have Not Yet Been Defeated: Selected Works 2011-2021
Alaa Abd el-Fattah
Translated by a collective
With a foreword by Naomi Klein
Fitzcarraldo Editions, 20 October 2021
448 pages
print £12.99
ebook £5.99
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