Neil Faulkner, Anticapitalist Resistance, 7/01/2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
El escritor británico nos ofrece algunos antecedentes del actual levantamiento en Kazajistán.
Comenzó el 2 de enero en la ciudad petrolera de Janaozén, en el oeste de Kazajistán. Los trabajadores del petróleo tienen aquí toda una historia de lucha. El fin de semana del 16/17 de diciembre de 2011, la policía de la dictadura abrió fuego contra una manifestación de trabajadores del petróleo en la ciudad, matando al menos a 15 personas e hiriendo a varios cientos más.
Fue la duplicación del precio del gas licuado -el combustible básico del que depende la población de este vasto y poco poblado país- lo que desencadenó una nueva ronda de protestas. Pero esta vez, se extendieron como un incendio.
Ya el 3 de enero se plantearon nuevas reivindicaciones. Con la inflación en alza, los manifestantes quieren recortes en los precios de los alimentos. La escasez de agua potable es un problema perenne, por lo que exigen una solución. Con un gobierno plagado de corrupción, nepotismo y enriquecimiento personal, piden la dimisión de toda una franja de funcionarios.
Otra situación problemática es la de los desempleados: la ayuda para ellos es otra demanda, especialmente en el oeste de Kazajstán, que se ha visto asolado por los recortes neoliberales. Se han cerrado la mayoría de las industrias locales, excepto la del petróleo. Incluso aquí, 40.000 trabajadores fueron despedidos recientemente en Tengiz Oil. Un trabajador petrolero da de comer a entre cinco y diez miembros de su familia.
Extractivismo neoliberal
El petróleo, el gas y los minerales son la base de la riqueza de Kazajstán. El país ocupa el undécimo lugar en la liga mundial de reservas probadas de petróleo y gas, el segundo en uranio, cromo, plomo y zinc, el tercero en manganeso y el quinto en cobre. También produce carbón, hierro, oro, diamantes y fosforita (utilizada en fertilizantes y otras muchas cosas).
Este vasto país, de un millón de kilómetros cuadrados y unos 20 millones de habitantes, domina la región de Asia Central. Mantiene estrechos lazos económicos con Rusia -que procesa gran parte de su crudo- y con China, que promete convertirlo en un importante centro de transporte del nuevo proyecto del Cinturón y la Ruta.
Pero también mantiene estrechos vínculos con el capital transnacional, atrayendo un total de 330.000 millones de dólares en inversión extranjera directa desde su independencia de la Unión Soviética en 1991. La mayor parte del petróleo kazajo se exporta y la mayor parte de los beneficios se la llevan las empresas extranjeras.
Lo mismo ocurre con otras industrias importantes: el gas, las minas, la construcción, etc. El crecimiento económico de Kazajistán en los últimos 40 años se ha basado en el neoliberalismo y el extractivismo. Las agencias capitalistas la califican de “economía de mercado” sobre la base de la convertibilidad de la moneda, la “flexibilidad” salarial, la apertura a la inversión extranjera y la falta de regulación gubernamental.
Aynur Kurmanov, del Movimiento Socialista de Kazajstán, explica lo que esto significa:
Las reformas neoliberales han eliminado prácticamente la red de seguridad social. Y lo más probable es que los propietarios de las empresas transnacionales hayan calculado que se necesitan cinco millones de personas para dar servicio a “la tubería”: los más de 18 millones de la población kazaja son demasiado. Y por eso esta revuelta es anticolonial en muchos sentidos.(Fuente)
Imperialismo
Se trata de un nuevo tipo de colonialismo, en el que las empresas transnacionales que operan a través de los continentes y en docenas de países distintos, compran los recursos locales, explotan la mano de obra local y se apropian de la mayor parte de los beneficios. Gobiernos como el de la dictadura kazaja encabezan regímenes clientelares corruptos y capitalistas y se llenan los bolsillos. Solo se sirven a sí mismos y a las corporaciones.
Como expresó un manifestante de Janaozén:
Nazarbayev [el antiguo dictador] y su familia han monopolizado todos los sectores, desde la banca hasta las carreteras y el gas. Estas protestas están provocadas por la corrupción. Todo empezó con el aumento del precio del gas, pero la verdadera causa de las protestas son las malas condiciones de vida de la gente, los altos precios, el desempleo y la corrupción.
Este nuevo tipo de colonialismo se superpone a otros anteriores. La expansión imperial rusa durante el siglo XIX vio cómo los estados de Asia Central eran absorbidos por un imperio zarista en expansión. La ocupación rusa estimuló la aparición de un movimiento nacional kazajo y el desarrollo de una identidad cultural propia.
La región disfrutó entonces de un breve periodo de libertad bajo el gobierno bolchevique, antes de que Stalin rescindiera su autonomía y los distintos estados de Asia Central pasaran a formar parte de un nuevo imperio soviético. El estalinismo supuso una purga de intelectuales y nacionalistas, la colectivización forzosa de la agricultura y una hambruna en la que perecieron millones de personas.
Después de la guerra, en las décadas de 1950 y 1960, los pastos tradicionales se convirtieron en praderas de cultivo de cereales, las industrias extractivas se expandieron masivamente y se produjo un aumento de la inmigración rusa. En 1959, los kazajos eran una minoría en su propio país, solo el 30% de la población frente al 43% de los rusos.
Kazajistán se utilizó también como lugar de ensayo de bombas atómicas, con cientos de detonaciones hasta 1989. Esta no fue la única devastación ecológica. El mar de Aral se ha secado en gran medida como resultado de la extracción de agua para alimentar la agricultura capitalista de Estado bajo Jrushchov y Brézhnev.
De la burocracia del partido-Estado a la oligarquía capitalista
Kazajistán fue la última de las antiguas repúblicas soviéticas en separarse durante la desintegración de la Unión Soviética en 1989-91. Los antiguos apparatchiks del partido-Estado -la clase dirigente burocrática impuesta por el imperialismo ruso- se reinventaron entonces simplemente como oligarcas capitalistas.
Nursultan Nazarbáyev gobernó desde 1991 hasta 2019 no solo acumulando una enorme riqueza personal en la cima de la montaña de corrupción de Kazajistán, sino creando un culto a la personalidad de tipo estalinista a su alrededor. Incluso mandó trasladar la capital y renombrarla con su nombre (Nur-Sultan).
No existía democracia. En las “elecciones” presidenciales de 2005, el dictador obtuvo el 90% de los votos. En 2011, obtuvo el 96%. En 2015, el 98%. Los partidos de la oposición y los sindicatos se vieron obstaculizados por la represión estatal. La brutalidad policial y la tortura eran rutinarias.
Percibiendo los ánimos, Nazarbáyev dio un paso atrás en 2019, para ser sustituido por Kasim-Yomart Tokáyev. El nuevo dictador intentó una liberalización muy limitada -aliviando las restricciones a los partidos y a las protestas-, pero ha sido demasiado mínima para marcar la diferencia. Ahora, ante una revolución popular, las concesiones se suceden.
Tokáyev ha pedido a Nazarbáyev que se ausente, ha despedido a todos sus ministros, ha anulado la subida del precio del combustible y habla de congelar las facturas de los servicios públicos, subvencionar los alquileres y aumentar la financiación de la sanidad y la atención infantil.
Pero esto es un intento de reducir el tamaño de las protestas para poder aplastarlas más fácilmente. La verdadera cara del régimen es de plomo. Impuso un apagón de teléfonos móviles e Internet, y luego desató un ataque policial contra la multitud utilizando granadas de aturdimiento. Pero los trabajadores se defendieron, incendiando coches de policía, derribando estatuas y destrozando edificios públicos.
El dictador dio entonces la orden de “abrir fuego con fuerza letal” contra los que llamó “bandidos y terroristas”. Al parecer, desde entonces han muerto decenas de personas, cientos han resultado heridas y miles han sido detenidas, pero también la policía y los soldados se han pasado al lado de los manifestantes en algunos lugares, y se han producido tiroteos en las calles de algunas ciudades.
Este riesgo de que el régimen pierda el control de su propio aparato represivo parece haber sido lo que desencadenó la intervención de Putin. Sin duda, ha dado una confianza renovada al régimen. El dictador ha ordenado a la policía y al ejército “disparar a matar sin previo aviso”.
El camino a seguir
Kazajistán es un país económicamente desarrollado. Está muy industrializado y urbanizado. La gran mayoría de la población es de clase trabajadora. La mayoría son de etnia kazaja (69%) y de religión musulmana (72%). La polarización entre una élite corrupta, brutal y egoísta de partidarios y oligarcas capitalistas, por un lado, y la masa de la clase trabajadora kazaja, por otro, es extrema.
El núcleo de la clase obrera se concentra en las industrias extractivas pesadas con una tradición de lucha. Además de la experiencia de la explotación de clase y la represión estatal, existe una larga historia de opresión nacional por parte de Rusia -que encontrará ecos en la llegada de las tropas de Putin hoy- y, por supuesto, el odio a la nueva clase de oligarcas capitalistas corruptos que controlan el Estado y a las empresas transnacionales que están saqueando los recursos del país y empobreciendo a su pueblo.
Con la clase obrera industrial en el centro del movimiento, no solo hay huelgas y manifestaciones masivas, sino que se está empezando a formar una red de comités y asambleas. Esto es, potencialmente, un desarrollo crítico.
Otras fuerzas políticas están maniobrando para hacerse con el control del movimiento: liberales, nacionalistas e islamistas. Los socialistas kazajos -organizados principalmente en el Movimiento Socialista de Kazajistán- son conscientes de los peligros. Están familiarizados con otros innumerables levantamientos revolucionarios de la era neoliberal.
Si el régimen es incapaz de aplastar las protestas, sigue existiendo el peligro de que la política anodina de los sectores más liberales de la clase dominante se convierta en dominante y el movimiento se reduzca a una especie de lucha prodemocrática, logrando, en el mejor de los casos, la sustitución de un régimen autoritario por otro parlamentario. Toda la experiencia sugiere que esto cambiaría poco en lo esencial. El dominio de las corporaciones continuaría.
Si, por el contrario, la red de comités y asambleas se convierte en una estructura de poder alternativa a nivel nacional, una forma de democracia participativa de masas desde abajo, la revolución kazaja podría ser transformadora.
Pero el peligro inmediato es la destrucción violenta del movimiento popular por los matones armados de la dictadura y sus aliados rusos. Los socialistas de fuera de Kazajistán deberían hacer todo lo posible para construir un movimiento de solidaridad con la clase obrera kazaja en este momento supremo de oportunidad revolucionaria.
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