Greg Grandin, The Nation, 15/5/2023
Traducido por María Piedad
Ossaba, Tlaxcala/La Pluma
Greg Grandin (1962), miembro del consejo editorial de The Nation, es historiador
usamericano, profesor de Historia en la Universidad de Yale y autor de
numerosos libros. Entre ellos destacan Kissinger's
Shadow: The Long Reach of America's Most Controversial Statesman (Metropolitan
Books, 2015) y The End of the Myth: From the Frontier to the Border Wall in
the Mind of America (Metropolitan Books, 2019), que ganó el Premio Pulitzer
2020 de No Ficción General.
Ahora sabemos mucho sobre los crímenes que cometió mientras estaba en
cargo, desde ayudar a Nixon a desbaratar las conversaciones de paz de París y
prolongar la guerra de Vietnam, hasta dar luz verde a la invasión de Camboya y
al golpe de Pinochet en Chile. Pero sabemos poco de las cuatro décadas que pasó
en Kissinger Associates.
Henry Kissinger debería haber
caído con los demás: Haldeman, Ehrlichman, Mitchell, Dean [los plomeros del
Watergate, NdlT] y Nixon. Sus huellas estaban por todas partes en el
Watergate. Sin embargo, sobrevivió, en gran parte jugando con la prensa.
Ilustración de Steve Brodner
Hasta 1968, Kissinger había sido
republicano con Nelson Rockefeller, aunque también fue asesor del Departamento
de Estado en la administración Johnson. Según los periodistas Marvin y Bernard
Kalb, Kissinger quedó estupefacto por la derrota de Richard Nixon ante
Rockefeller en las primarias. “Lloró”, escribieron. Kissinger pensaba que Nixon
era “el más peligroso de todos los hombres que se presentaban para ser
Presidente”.
Kissinger pronto abrió una puerta
trasera al entorno de Nixon, ofreciéndose a utilizar sus contactos en la Casa
Blanca de Johnson para filtrar información sobre las conversaciones de paz con
Vietnam del Norte. Siendo aún profesor en Harvard, trató directamente con el
asesor de política exterior de Nixon, Richard V. Allen. Allen, quien, en una entrevista concedida al Miller Center de la Universidad de Virginia, dijo que
Kissinger, “por iniciativa propia”, se ofreció a pasar información que había
recibido de un ayudante que participaba en las conversaciones de paz. Allen
describió a Kissinger como una persona que actuaba con mucha discreción,
llamándole desde teléfonos públicos y hablando en alemán para informarle de lo
que había ocurrido durante las conversaciones.
A finales de octubre, Kissinger
dijo a la campaña de Nixon: “Están descorchando champán en París”. Pocas horas
después, el presidente Johnson suspendió los bombardeos. Un acuerdo de paz
podría haber dado ventaja a Hubert Humphrey, que se acercaba a Nixon en las
encuestas. Los ayudantes de Nixon reaccionaron rápidamente incitando a los
survietnamitas a echar por tierra las conversaciones.
A través de escuchas telefónicas
e interceptaciones, el presidente Johnson se enteró de que la campaña de Nixon
estaba diciendo a los survietnamitas que “aguantaran hasta después de las
elecciones”. Si la Casa Blanca hubiera hecho pública esta información, la
indignación podría haber inclinado las elecciones a favor de Humphrey. Pero
Johnson dudó. “Es traición”, dijo, citado en el excelente
libro de Ken Hughes Chasing Shadows: The Nixon Tapes, the Chennault Affair,
and the Origins of Watergate. “Eso sacudiría al mundo”.
Johnson guardó silencio. Nixon
ganó. La guerra continuó.
Esta sorpresa de octubre
desencadenó una serie de acontecimientos que llevarían a la caída de Nixon.
Kissinger, que había sido
nombrado Consejero de Seguridad Nacional, aconsejó a Nixon que ordenara el
bombardeo de Camboya para presionar a Hanoi a volver a la mesa de
negociaciones. Nixon y Kissinger estaban dispuestos a
todo para reanudar las conversaciones que habían ayudado a sabotear, y
su desesperación se manifestó en ferocidad. Uno de los colaboradores de
Kissinger recuerda que la palabra “salvaje” se utilizó repetidamente en las
discusiones sobre el quehacer (en el Sudeste Asiático.
El bombardeo de Camboya (un país
con el que USA no estaba en guerra), que acabaría desintegrando el país y
provocando el ascenso de los Jemeres Rojos, era ilegal. Así que tuvo que
hacerse en secreto. La presión para mantenerlo en secreto llevó a la paranoia
dentro de la administración, lo que a su vez llevó a Kissinger y Nixon a pedir
a J. Edgar Hoover [jefe del FBI] que interviniera
los teléfonos de los funcionarios de la administración. La filtración de los Papeles del Pentágono de Daniel Ellsberg sembró el
pánico en Kissinger. Temía que Ellsberg, al tener acceso a los documentos,
pudiera saber también lo que Kissinger tramaba en Camboya.
El lunes 14 de junio de 1971, al
día siguiente de que el New York Times publicara su primer artículo
sobre los Papeles del Pentágono, Kissinger explotó gritando: “Esto destruirá
totalmente la credibilidad americana para siempre...Destruirá nuestra capacidad
de dirigir la política exterior con confianza... Ningún gobierno extranjero
volverá a confiar en nosotros”.
“Sin el empuje de Henry”, escribe
John Ehrlichman en sus memorias, Witness to Power, “el Presidente y el
resto de nosotros podríamos haber llegado a la conclusión de que los documentos
eran problema de Lyndon Johnson, no nuestro”. Kissinger “avivó la llama de
Richard Nixon”.
¿Por qué? Kissinger acababa de
iniciar negociaciones con China para restablecer relaciones y temía que el
escándalo saboteara estas conversaciones.
Para avivar los rencores de
Nixon, retrató a Ellsberg como un hombre inteligente, subversivo, promiscuo,
perverso y privilegiado: “Se casó con una chica muy rica”, le dijo
Kissinger a Nixon.
“Empezaron a excitarse mutuamente”,
recuerda Bob Haldeman (citado en la biografía de Kissinger escrita por Walter
Isaacson), “hasta que ambos entraron en un estado de frenesí”.
Un artista del
subterfugio: aunque el Watergate fue tanto obra suya como de Nixon, Kissinger
salió indemne gracias a sus admiradores en los medios de comunicación. Aquí,
con Lê Đức Thọ, líder del FNL de Vietnam del Sur, con quien ganó el
Premio Nobel de la Paz en 1973. Lê Đức Thọ rechazó el premio, y
Mister K. nunca fue a recibirlo (Foto Michel Lipchitz / AP)
Si Ellsberg salía indemne,
Kissinger le dijo a Nixon: “Esto demostrará que
es usted débil, señor Presidente”, lo que impulsó a Nixon a crear los
Plomeros, la unidad clandestina que llevó a
cabo escuchas telefónicas y robos, incluso en la sede del Comité Nacional
Demócrata en el complejo Watergate.
Seymour Hersh, Bob Woodward y
Carl Bernstein publicaron artículos acusando a Kissinger de estar detrás de la
primera serie de escuchas telefónicas ilegales establecidas por la Casa Blanca
en la primavera de 1969 para mantener en secreto los bombardeos de Camboya.
Al aterrizar en Austria de camino
a Oriente Medio en junio de 1974 y descubrir que la prensa había publicado más
artículos y editoriales poco halagadores sobre él, Kissinger celebró una
improvisada conferencia de prensa y amenazó con
dimitir. Según todos los indicios, se
trataba de una maniobra. “Cuando se escriba la histori”, dijo, aparentemente al
borde de las lágrimas, “puede que se recuerde que se salvaron algunas vidas y
que algunas madres pueden dormir más tranquilas, pero eso se lo dejo a la
historia. Lo que no dejaré para la historia es una discusión sobre mi honor
público”.
La maniobra funcionó. Parecía “totalmente
auténtico”, afirmó la revista New York
Magazine. Como si retrocedieran ante su propia denuncia
implacable de los crímenes de Nixon, los periodistas y locutores se unieron en
torno a Kissinger. Mientras el resto de la Casa Blanca resultaba ser un puñado
de matones de pacotilla, Kissinger seguía siendo alguien en quien USA podía
creer. “Estábamos medio convencidos de que nada superaba las capacidades de
este hombre extraordinario”, declaró Ted Koppel, de ABC News, en
un documental de 1974, en el que describía a Kissinger como “el hombre más
admirado de Estados Unidos”. Era, añadía Koppel, “el mejor activo que jamás hemos
tenido”.
Ahora sabemos mucho más sobre los
otros crímenes de Kissinger y el inmenso sufrimiento que causó durante los años
en que ocupó cargos públicos. Dio luz verde a golpes de Estado y permitió
genocidios. Dijo a los dictadores que mataran y torturaran rápidamente, vendió a los
kurdos y dirigió la chapucera
operación de secuestro del general chileno
René Schneider (con la esperanza de descarrilar la toma de posesión del
presidente Salvador Allende), que acabó con el asesinato de Schneider. Después
de Vietnam, centró su atención en Oriente Próximo, dejando la región sumida en
el caos y allanando el camino a las crisis que
siguen afligiendo a la humanidad.
Sin embargo, poco sabemos de lo
que ocurrió después, durante sus cuatro décadas de trabajo con Kissinger
Associates. La “lista de clientes” de la empresa ha sido uno de los documentos
más buscados en Washington al menos desde 1989, cuando el senador Jesse Helms pidió sin
éxito verla antes de considerar la
confirmación de Lawrence Eagleburger (un protegido de Kissinger y empleado de
Kissinger Associates) como vicesecretario de Estado. Kissinger dimitió
posteriormente como presidente de la Comisión del 11-S antes que someter la lista al escrutinio público.
Kissinger Associates fue uno de
los primeros actores de la ola de privatizaciones que siguió al final de la
Guerra Fría en la antigua Unión Soviética, Europa del Este y América Latina,
contribuyendo a crear una nueva clase oligárquica internacional. Kissinger
había utilizado los contactos que había hecho como funcionario para fundar uno
de los negocios más lucrativos del mundo. Después, tras liberarse de la
metedura de pata del Watergate, utilizó su reputación de sabio de la política
exterior para influir en el debate público, presumiblemente en beneficio de sus
clientes. Kissinger fue un firme partidario de las dos guerras del Golfo y
colaboró estrechamente con el Presidente Clinton para que el Congreso aprobara
el TLCAN.
La empresa también ha aprovechado
las políticas establecidas por Kissinger. En 1975, como Secretario de Estado,
Kissinger ayudó a Unión Carbide a instalar su planta química en Bhopal, trabajando con
el gobierno indio y obteniendo financiación usamericana. Tras la catástrofe causada por
la fuga química de la planta en 1984, Kissinger Associates representó a Unión Carbide, negociando un mísero acuerdo amistoso para
las víctimas de la fuga, que causó casi 4.000 muertes inmediatas y expuso a medio millón más a gases tóxicos.
Hace unos años, la donación de Kissinger
de sus documentos públicos a Yale causó un gran revuelo. Pero nunca conoceremos la mayor parte de las actividades de su empresa en
Rusia, China, India, Oriente Medio y otros lugares. Se llevará esos secretos a
la tumba. [¿Así que no es inmortal?, NdlT]