01/06/2025

EMMANUEL TODD
Antropología y realismo estratégico en las relaciones internacionales
Conferencia en la Academia Rusa de las Ciencias el 23 de abril de 2025

Emmanuel Todd, 24/5/2025
Traducido por Fausto GiudiceTlaxcala

Después de Budapest, Moscú: He aquí el texto de la conferencia que pronuncié en la Academia Rusa de Ciencias el 23 de abril de 2025, titulada “Antropología y realismo estratégico en las relaciones internacionales”:



Dar esta conferencia me impresiona. Suelo dar conferencias en Francia, Italia, Alemania, Japón y el mundo angloamericano, es decir, en Occidente. Hablo desde mi mundo, desde una perspectiva crítica, por supuesto, pero desde mi mundo. Aquí es diferente, estoy en Moscú, en la capital del país que ha desafiado a Occidente y que sin duda saldrá airoso de este reto. Psicológicamente, es un ejercicio completamente diferente.

Autorretrato antiideológico

Voy a empezar presentándome, no por narcisismo, sino porque muy a menudo las personas de Francia o de otros países que hablan de Rusia con comprensión, o incluso simpatía, tienen un cierto perfil ideológico. Muy a menudo estas personas proceden de la derecha conservadora o del populismo y proyectan a priori una imagen ideológica de Rusia. En mi opinión, sus simpatías ideológicas son un tanto irreales y fantaseadas. Yo no pertenezco en absoluto a esta categoría.

En Francia, soy lo que se llamaría un liberal de izquierdas, fundamentalmente apegado a la democracia liberal. Lo que me distingue de las personas apegadas a la democracia liberal es que, por ser antropólogo, por conocer la diversidad del mundo a través del análisis de los sistemas familiares, tengo una gran tolerancia hacia las culturas exteriores y no parto del principio de que todo el mundo debe imitar a Occidente. La tendencia a dar lecciones es especialmente tradicional en París. Creo que cada país tiene su historia, su cultura y su camino.

Con todo, debo admitir que hay en mí una dimensión emocional, una verdadera simpatía por Rusia, que puede explicar mi capacidad para escuchar sus argumentos en la actual confrontación geopolítica. Mi apertura no proviene de lo que Rusia es en términos ideológicos, sino de un sentimiento de gratitud hacia ella por habernos librado del nazismo. Ahora es el momento de decirlo, cuando se acerca el 9 de mayo, día en que celebramos la victoria. Los primeros libros de historia que leí, cuando tenía 16 años, hablaban de la guerra librada por el Ejército Rojo contra el nazismo. Siento una deuda que hay que saldar.

Añadiré que soy consciente de que Rusia salió del comunismo por sus propios medios, con sus propios esfuerzos, y que sufrió enormemente durante el periodo de transición. Creo que la guerra defensiva a la que Occidente obligó a Rusia, después de todo ese sufrimiento, justo cuando se estaba recuperando, es un error moral por parte de Occidente. Hasta aquí la dimensión ideológica, o más bien emocional. Por lo demás, no soy un ideólogo, no tengo un programa para la humanidad, soy historiador, soy antropólogo, me considero un científico y lo que puedo aportar a la comprensión del mundo y en particular a la geopolítica procede esencialmente de mis competencias profesionales.

Antropología y política

Me formé como investigador en historia y antropología en la Universidad de Cambridge (Inglaterra). Mi director de tesis fue Peter Laslett. Descubrió que la familia inglesa del siglo XVII era sencilla, nuclear e individualista. Sus hijos tuvieron que dispersarse muy pronto. Luego tuve como examinador de mi tesis en Cambridge a otro gran historiador inglés que aún vive, Alan Macfarlane. Él comprendió que existía un vínculo entre el individualismo político y económico de los ingleses (y, por tanto, de los anglosajones en general) y la familia nuclear identificada por Peter Laslett en el pasado de Inglaterra.

Soy un estudioso de estos dos grandes historiadores británicos. Básicamente, generalicé la hipótesis de Macfarlane. Me di cuenta de que el mapa del comunismo acabado, hacia mediados de los años setenta, se parecía mucho al mapa de un sistema familiar que yo llamo comunitario (que otros han llamado familia patriarcal, o familia conjunta), un sistema familiar que es en cierto modo el opuesto conceptual del sistema familiar inglés. Tomemos como ejemplo la familia campesina rusa. No soy especialista en Rusia, pero lo que sí conozco de Rusia son las listas de nombres de habitantes del siglo XIX que describen a las familias campesinas rusas. No eran, como las familias campesinas inglesas del siglo XVII, pequeñas familias nucleares (padre, madre, hijos), sino enormes hogares con un hombre, su mujer, sus hijos, las mujeres de esos hijos y los nietos. Este sistema era patrilineal porque las familias intercambiaban a sus mujeres para convertirlas en esposas. La familia comunal se encuentra en China, Vietnam, Serbia y el centro de Italia, región que votó comunista. Una de las peculiaridades de la familia comunal rusa es que mantenía un estatus elevado para las mujeres porque era un fenómeno reciente.

La familia comunal rusa surgió entre los siglos XVI y XVIII. La familia comunal china apareció antes del comienzo de la Era Común. La familia comunal rusa existió durante unos siglos, la china durante dos milenios.

Estos ejemplos revelan mi percepción del mundo. No veo un mundo abstracto, sino un mundo en el que cada una de las grandes naciones, cada una de las pequeñas naciones, tenía una estructura familiar campesina particular, una estructura que sigue explicando gran parte de su comportamiento actual.

Puedo dar otros ejemplos. Japón y Alemania, que son tan similares en términos industriales y en sus concepciones de la jerarquía, también comparten una estructura familiar, diferente de los tipos de familia nuclear y comunitaria, la familia troncal, de la que no hablaré en esta conferencia.

Si nos fijamos en los medios de comunicación de hoy en día, los periodistas y los políticos hablan de Donald Trump y Vladimir Putin como si fueran los agentes fundamentales de la historia, o incluso las personas que están dando forma a su sociedad. Yo los veo principalmente como expresiones de culturas nacionales, que pueden ser expansivas, estables o decadentes.

Me gustaría dejar clara una cosa sobre mi reputación. El 95% de mi vida como investigador la he dedicado a analizar estructuras familiares, tema sobre el que he escrito libros de 500 o 700 páginas. Pero no es por eso por lo que soy más conocido en el mundo. Se me conoce por tres ensayos geopolíticos en los que utilicé mis conocimientos de este trasfondo antropológico para entender lo que estaba ocurriendo.

En 1976, publiqué La chute finale, Essai sur la décomposition de la sphère soviétique [La caída final. Ensayo sobre la descomposición de la esfera soviética, Plaza & Janés, 1977, Barcelona] en el que predije el colapso del comunismo. El descenso de la tasa de fecundidad de las mujeres rusas demostraba que los rusos eran personas como las demás, en proceso de modernización, y que el comunismo no había creado ningún homo sovieticus. Sobre todo, detecté un aumento de la mortalidad infantil entre 1970 y 1974 en Rusia y Ucrania. El aumento de la mortalidad entre los niños menores de un año demostraba que el sistema había empezado a deteriorarse. Escribí ese primer libro cuando era muy joven, con 25 años, y tuve que esperar unos 15 años para que mi predicción se hiciera realidad.

En 2002 escribí un segundo libro de geopolítica, Après l'Empire [Después delImperio], en un momento en que todo el mundo hablaba de la hiperpotencia usamericana. Se nos decía que USA iba a dominar el mundo por tiempo indefinido, un mundo unipolar. Yo solía decir lo contrario: no, el mundo es demasiado grande, el tamaño relativo de USA se está reduciendo económicamente y USA no podrá controlar este mundo. Y resultó ser cierto. En Después del Imperio, hay una predicción particularmente acertada que me sorprende incluso a mí. Un capítulo se titula “El retorno de Rusia”. En él predigo el regreso de Rusia como gran potencia, pero basándome en muy pocos indicios. Sólo había observado una reanudación del descenso de la mortalidad infantil (entre 1993 y 1999, tras un aumento entre 1990 y 1993). Pero sabía instintivamente que la comunidad cultural rusa, que había producido el comunismo en una fase de transición, iba a sobrevivir al periodo de anarquía de los años 90, y que constituía una estructura estable que permitiría reconstruir algo.

Pero hay un gran error en este libro: predigo un destino autónomo para Europa Occidental. Y hay una laguna: no menciono a China.

Descargar libro

Esto me lleva a mi último libro geopolítico, que creo que será el último, La Défaite de l'Occident (La derrota de Occidente ). Estoy aquí en Moscú para hablar de este libro. En él se predice que, en la confrontación geopolítica abierta por la entrada del ejército ruso en Ucrania, Occidente sufrirá una derrota. Una vez más aparezco en contra de la opinión general de mi país, o de mi campo, puesto que soy occidental. Empezaré diciendo por qué me resultó fácil escribir este libro, pero luego me gustaría intentar decir por qué, ahora que la derrota de Occidente parece segura, se me ha hecho mucho más difícil explicar a corto plazo el proceso de dislocación de Occidente, sin dejar de ser capaz de hacer una predicción a largo plazo sobre la continuación de la decadencia usamericana.

Nos encontramos en un punto de inflexión: estamos pasando de la derrota a la dislocación. Lo que me hace ser prudente es mi experiencia pasada del colapso del sistema soviético. Yo había predicho este colapso, pero tengo que admitir que cuando el sistema soviético se derrumbó realmente, no fui capaz de prever el alcance de la dislocación y el nivel de sufrimiento que esta dislocación supondría para Rusia.

No había comprendido que el comunismo no era sólo una organización económica, sino también un sistema de creencias, una cuasi-religión, que estructuraba la vida social soviética y rusa. La dislocación de las creencias iba a conducir a una desorganización psicológica mucho mayor que la desorganización económica. Hoy estamos llegando a una situación similar en Occidente. Lo que estamos viviendo no es simplemente un fracaso militar y un fracaso económico, sino una dislocación de las creencias que han organizado la vida social occidental durante varias décadas.

De la derrota a la dislocación

Recuerdo muy bien el contexto en el que escribí La derrota de Occidente. Estaba en mi casita de Bretaña en el verano de 2023. Periodistas franceses y de otros países se entusiasmaban comentando los (fantaseados) “éxitos” de la contraofensiva ucraniana. Me veo escribiendo tranquilamente: “La derrota de Occidente es segura”. No tenía ningún problema con ello. En cambio, cuando hoy hablo de dislocación, adopto una posición de humildad ante los acontecimientos. El comportamiento de Trump es una escenificación de la incertidumbre. El belicismo de esos europeos que perdieron la guerra junto a los usamericanos y que ahora hablan de ganarla sin los usamericanos es algo muy sorprendente.

Así es el presente. Los acontecimientos a corto plazo son muy difíciles de predecir. En cambio, el medio y largo plazo en Occidente, sobre todo en USA, me parecen más accesibles a la comprensión y la previsión -sin certeza, por supuesto. Muy al principio, allá por 2002, tenía una visión positiva a medio y largo plazo para Rusia, como ya he dicho. Pero hoy tengo una visión muy negativa a medio y largo plazo de USA. Lo que estamos viviendo es sólo el principio de la caída de USA y debemos estar preparados para ver cosas aún más dramáticas.

La derrota de Occidente: una predicción fácil

En primer lugar, permítanme recordarles el modelo de La derrota de Occidente. Este libro ha sido publicado y cualquiera puede comprobar lo que dice. Explicaré por qué fue relativamente sencillo concebir esta derrota. En los años que precedieron a ella, ya había analizado en profundidad el retorno de Rusia a la estabilidad.

No vivía en la fantasía occidental de un régimen monstruoso de Putin, de Putin como el diablo y los rusos como idiotas o sumisos, que era la visión occidental dominante. Había leído Russie, le retour de la puissance [Rusia, el regreso de la potencia], un excelente libro de un francés poco conocido, David Teurtrie, publicado poco antes de que las tropas rusas entraran en Ucrania. En él describía la reactivación de la economía rusa, su agricultura y sus exportaciones de centrales nucleares. Explicaba que desde 2014 Rusia se preparaba para desconectarse del sistema financiero occidental.

También tenía mis indicadores habituales de estabilidad social, más que de estabilidad económica. Seguí controlando la tasa de mortalidad infantil, el indicador estadístico que más utilizo. Los niños menores de un año son los miembros más frágiles de la sociedad y sus posibilidades de supervivencia son el indicador más sensible de la cohesión y la eficacia sociales. En los últimos 20 años, la tasa de mortalidad infantil rusa ha descendido a un ritmo acelerado, a pesar de que la mortalidad general rusa, sobre todo la masculina, es insatisfactoria. Durante varios años, la tasa de mortalidad infantil rusa ha caído por debajo de la tasa de mortalidad infantil usamericana.

La tasa de mortalidad infantil usamericana es uno de los indicadores que nos muestran que USA no va bien. Desgraciadamente, creo que en estos momentos la tasa de mortalidad infantil francesa, que va en aumento, está superando a la rusa. Es doloroso para mí, como francés, pero como historiador tengo que ser capaz de ver y analizar las cosas que no me gustan. La historia que se está desarrollando no está ahí para complacerme. Está ahí para ser estudiada.

Desarrollo económico satisfactorio y estabilización social de Rusia. También estaba el rápido descenso de la tasa de suicidios y de la tasa de homicidios en los años 2000-2020. Contaba con todos estos indicadores y también con mi conocimiento de la familia comunal rusa, de origen campesino, que ya no existe visiblemente pero sigue actuando. Por supuesto, la familia campesina rusa del siglo XIX ya no existe. Pero sus valores sobreviven en las interacciones entre individuos. En Rusia subsisten valores normativos de autoridad, igualdad y comunidad, que garantizan un tipo particular de cohesión social.

Es un supuesto que puede resultar difícil de aceptar para los hombres y mujeres modernos de la vida urbana. Acabo de llegar a Moscú, que redescubro en 2025, transformada desde mi último viaje allí en 1993. Moscú es una ciudad inmensa y moderna. ¿Cómo imaginar, en semejante contexto material y social, la persistencia de valores comunitarios del siglo XIX? Pero lo hago como lo hago en otras partes. Es una experiencia que tuve, por ejemplo, en Japón. Tokio también es una ciudad inmensa, la verdad, con sus 40 millones de habitantes, el doble que Moscú. Pero es fácil ver y aceptar la idea de que allí se ha perpetuado un sistema de valores japonés, heredado de una antigua estructura familiar. Pienso lo mismo de Rusia, con la diferencia de que la familia comunal rusa, autoritaria e igualitaria, no era la familia japonesa, autoritaria e inigualitaria.

Economía, demografía, antropología de la familia: en 2022 no tenía la menor duda de la solidez de Rusia. Y así, desde el comienzo de la guerra en Ucrania, he visto con una mezcla de diversión y tristeza cómo periodistas, políticos y politólogos franceses planteaban sus hipótesis sobre la fragilidad de Rusia, sobre el próximo colapso de su economía, de su régimen, etc., y sobre el futuro de Rusia.

Autodestrucción de USA

Me da un poco de vergüenza decir esto aquí en Moscú, pero tengo que admitir que Rusia no es un tema importante para mí. No digo que Rusia no sea interesante, digo que no está en el centro de mi pensamiento. El núcleo de mi pensamiento se expone en el título de mi libro, La derrota de Occidente. Lo que estudio no es la victoria de Rusia, sino la derrota de Occidente. Creo que Occidente se está destruyendo a sí mismo.

Para plantear y demostrar esta hipótesis, dispongo también de una serie de indicadores. Me limitaré aquí a USA. Llevaba mucho tiempo trabajando en el desarrollo de USA.

Conocía la destrucción de la base industrial usamericana, sobre todo desde que China se adhirió a la Organización Mundial del Comercio en 2001. Sabía lo difícil que sería para USA producir suficiente armamento para alimentar la guerra.

Había conseguido calcular el número de ingenieros -personas que fabrican cosas de verdad- en USA y Rusia. Llegué a la conclusión de que Rusia, con la mitad de población que USA, lograba producir más ingenieros que USA. Sencillamente porque sólo el 7% de los alumnos usamericanos estudian ingeniería, mientras que la cifra en Rusia se acerca al 25%. Por supuesto, este número de ingenieros debe considerarse como una cifra faro, que se refiere en mayor profundidad a los técnicos, los trabajadores cualificados y la capacidad industrial en general.

Yo tenía otros indicadores a largo plazo para USA. Llevaba décadas trabajando en el declive del nivel educativo, en el declive de la calidad y la cantidad de la enseñanza superior usamericana, un declive que comenzó en 1965. El declive del potencial intelectual usamericano viene de lejos. Pero no olvidemos que este declive se produce tras un ascenso que abarcó dos siglos y medio. USA fue un inmenso éxito histórico antes de hundirse en su fracaso actual. El éxito histórico de USA fue un ejemplo, entre otros pero el más masivo, del éxito histórico del mundo protestante. La religión protestante estaba en el corazón de la cultura usamericana, como lo estaba de la cultura británica, de las culturas escandinavas y de la cultura alemana, ya que dos tercios de Alemania eran protestantes.

El protestantismo exigía que todos los fieles tuvieran acceso a las Sagradas Escrituras. Exigía que la gente supiera leer. El protestantismo era, pues, muy favorable a la educación en todas partes. Hacia 1900, el mapa de los países donde todo el mundo sabía leer era el del protestantismo. En USA, además, la enseñanza secundaria despegó en el periodo de entreguerras, lo que no ocurrió en los países protestantes de Europa.

El colapso educativo de USA está obviamente ligado a su colapso religioso. Soy consciente de que hoy se habla mucho de esos evangelistas excitados que rodean a Trump. Pero todo eso, para mí, no es verdadera religión. En todo caso, no es verdadero protestantismo. El Dios de los evangelistas usamericanos es un tipo simpático que reparte regalos económicos, no el Dios calvinista estricto que exige un alto nivel de moralidad, fomenta una fuerte ética del trabajo y promueve la disciplina social.

La disciplina social en USA debía mucho a la disciplina moral protestante. Esto fue así incluso en el siglo XX, cuando USA dejó de ser un país protestante homogéneo, con inmigrantes católicos y judíos, y luego inmigrantes procedentes de Asia. Al menos hasta los años setenta, el núcleo de la cultura usamericana siguió siendo protestante. Se reían de los WASP, o White Anglo-Saxon Protestants (protestantes anglosajones blancos), aunque tenían sus defectos, pero representaban una cultura central y controlaban el sistema usamericano.

Estados activo, zombi y cero de la religión

He utilizado una conceptualización particular para analizar el declive religioso, no sólo en este libro, sino en todos mis libros recientes. Se trata de un análisis en tres etapas de la desaparición de la religión.

*En primer lugar, distingo una etapa activa de la religión, en la que las personas son creyentes y practicantes.

*Luego está lo que yo llamo la etapa zombi de la religión, en la que la gente ya no es creyente ni practicante, pero conserva en sus hábitos sociales valores y comportamientos heredados de la religión activa anterior. Me referiría, por ejemplo, al republicanismo francés, que sucedió a la Iglesia católica en Francia en la cuenca de París, como una religión civil zombi.

*Luego viene una tercera etapa, que estamos viviendo actualmente en Occidente, que yo llamo la etapa cero de la religión, en la que los hábitos sociales heredados de la religión han desaparecido por sí mismos. Doy un indicador temporal para la consecución de este estadio cero, pero no hay que tomárselo de forma moralista. Es una herramienta técnica que me permite datar el fenómeno en 2013, 2014 o 2015.

Utilizo cualquier ley que instituya el matrimonio para todos, es decir, el matrimonio entre individuos del mismo sexo, para fechar el inicio de la etapa cero. Esto es un indicador del hecho de que no queda nada de los hábitos religiosos del pasado. El matrimonio civil reproduce el matrimonio religioso. El matrimonio para todos es posreligioso. Repito, no he dicho que esté mal. No estoy siendo moralista. Estoy diciendo que esto es lo que nos permite considerar que hemos alcanzado un estado de religión cero.

Pasar del declive industrial al declive educativo, al declive religioso, para finalmente diagnosticar un estado de religión cero, nos permite afirmar que la caída de USA no es un fenómeno reversible a corto plazo. En todo caso, no será reversible en los pocos años que dure esta guerra en Ucrania.

Una derrota usamericana

Esta guerra, que aún continúa, aunque el ejército que representa a Occidente sea ucraniano, es un enfrentamiento entre Rusia y USA. No podría haber tenido lugar sin el equipamiento usamericano. No podría haber tenido lugar sin los servicios de observación e inteligencia usamericanos. Por eso es perfectamente normal que las negociaciones finales tengan lugar entre rusos y usamericanos.

Me parece extraño que los europeos se sorprendan al verse excluidos de las negociaciones. Su sorpresa es una sorpresa para mí. Desde el comienzo del conflicto, los europeos se han comportado como súbditos de USA. Participaron en las sanciones, suministraron armas y equipos, pero no dirigieron la guerra. Por eso los europeos no tienen una imagen correcta o realista de la guerra.

En eso estamos. Occidente ha sido derrotado industrialmente. Económicamente. Para mí, predecir esta derrota no constituía un gran problema intelectual.

Esto me lleva a lo que más me interesa y lo que es más difícil para un prospectivista: analizar y comprender la actualidad. Doy conferencias con bastante regularidad. He dado algunas en París. Las he hecho en Alemania. Los he hecho en Italia. Hace poco celebré una en Budapest. Lo que me llama la atención es que, en cada nueva conferencia, aunque siempre hay una base estable, común a todas, también hay nuevos acontecimientos que integrar. Nunca sabemos cuál es la verdadera actitud de Trump. No sabemos si su deseo de salir de la guerra es sincero. Hay algunas sorpresas extraordinarias, como su repentino resentimiento contra sus propios aliados, o más bien sus súbditos. Por ejemplo, fue bastante sorprendente ver al presidente de USA señalar con el dedo acusador de la guerra y la derrota a los europeos y ucranianos. Hoy tengo que confesar mi admiración por el control y la calma del gobierno ruso, que (a primera vista) tiene que tomarse en serio a Trump, que tiene que aceptar su retrato de la guerra porque hay que negociar.

Sin embargo, he observado un elemento positivo en Trump que se ha mantenido estable desde el principio: está hablando con el gobierno ruso, se está alejando de la actitud occidental de demonizar a Rusia. Es una vuelta a la realidad y, en sí mismo, algo positivo, aunque estas negociaciones no lleven a nada concreto.

La revolución Trump

Me gustaría intentar comprender la causa inmediata de la revolución Trump.

Toda revolución tiene ante todo causas endógenas; es ante todo el resultado de una dinámica y de contradicciones internas a la sociedad en cuestión. Sin embargo, un rasgo sorprendente de la historia es la frecuencia con que las revoluciones son desencadenadas por derrotas militares.

La Revolución Rusa de 1905 estuvo precedida por una derrota militar ante Japón. La revolución rusa de 1917 fue precedida por una derrota ante Alemania. La revolución alemana de 1918 también estuvo precedida por una derrota.

Incluso la Revolución Francesa, que parece más endógena, estuvo precedida en 1763 por la derrota de Francia en la Guerra de los Siete Años, una gran derrota ya que el Antiguo Régimen perdió todas sus colonias. El hundimiento del sistema soviético también fue provocado por una doble derrota: en la carrera armamentística con USA y por la retirada de Afganistán.

Creo que debemos partir de esta noción de una derrota que conduce a una revolución para entender la revolución Trump. El experimento en curso en USA, aunque no sepamos exactamente qué va a ser, es una revolución. ¿Es una revolución en sentido estricto? ¿Es una contrarrevolución? En cualquier caso, es un fenómeno de una violencia extraordinaria, una violencia que se vuelve, por un lado, contra los sujetos aliados, los europeos, los ucranianos, pero que también se expresa internamente, en la sociedad usamericana, por una lucha contra las universidades, contra la teoría de género, contra la cultura científica, contra la política de inclusión de los negros en las clases medias usamericanas, contra el libre comercio y contra la inmigración.

En mi opinión, esta violencia revolucionaria está ligada a la derrota. Varias personas me han hablado de conversaciones entre miembros del equipo de Trump y lo que llama la atención es su conciencia de la derrota. Gente como J. D. Vance, el vicepresidente, y muchos otros, son personas que entendieron que USA había perdido esta guerra.

Para USA fue una derrota fundamentalmente económica. La política de sanciones demostró que el poder financiero de Occidente no era omnipotente. Los usamericanos han tenido la revelación de la fragilidad de su industria militar. Los responsables del Pentágono son muy conscientes de que uno de los límites de su acción es la capacidad limitada del complejo militar-industrial usamericano.

Esta conciencia usamericana de la derrota contrasta con la falta de conciencia de los europeos.

Los europeos no organizaron la guerra. Como no organizaron la guerra, no pueden ser plenamente conscientes de la derrota. Para ser plenamente conscientes de su derrota, necesitarían tener acceso al pensamiento del Pentágono. Pero los europeos no lo tienen. Así que los europeos están mentalmente situados antes de la derrota, mientras que la actual administración usamericana está mentalmente situada después de la derrota.

Derrota y crisis cultural

Como ya he dicho, mi experiencia de la caída del comunismo me enseñó una cosa importante: el colapso de un sistema es tanto mental como económico. Lo que se está derrumbando hoy en Occidente, y en primer lugar en USA, no es sólo el dominio económico, sino también el sistema de creencias que lo impulsaba o se superponía a él. Las creencias que acompañaban al triunfalismo occidental están en vías de derrumbarse. Pero como en todo proceso revolucionario, aún no está claro qué nueva creencia es la más importante, qué creencia saldrá victoriosa del proceso de descomposición.

Lo razonable en la administración Trump

Quiero dejar claro que, en principio, no sentía hostilidad hacia Trump. Cuando Trump fue elegido por primera vez en 2016, yo era una de esas personas que aceptaba que USA estaba enfermo, que su corazón industrial y obrero estaba siendo destruido, que los usamericanos de abajo estaban sufriendo bajo las políticas generales del Imperio, y que había muy buenas razones por las que muchos votantes votarían a Trump. Hay cosas muy razonables en las intuiciones de Trump. El proteccionismo de Trump, la idea de que tenemos que proteger a USA para reconstruir su industria, es el resultado de una intuición muy razonable. Yo mismo soy proteccionista. Escribí libros sobre ello hace mucho tiempo. También creo que la idea del control de la inmigración es razonable, aunque el estilo adoptado por la administración Trump para gestionar la inmigración sea insoportablemente violento.

Otro elemento razonable, que sorprende a muchos occidentales, es la insistencia de la administración Trump en que solo hay dos sexos en la humanidad, hombres y mujeres. No lo veo como un acercamiento a la Rusia de Vladímir Putin, sino como una vuelta a la concepción ordinaria de la humanidad que ha existido desde la aparición del Homo sapiens, una evidencia biológica en la que, además, coinciden la ciencia y la Iglesia.

Hay algo razonable en la revolución Trump.

Nihilismo en la revolución Trump

Ahora debo decir por qué, a pesar de la presencia de estos elementos razonables, soy pesimista y por qué creo que el experimento Trump fracasará. Les recordaré por qué soy optimista sobre Rusia desde 2002 y por qué soy pesimista sobre USA en 2025.

En el comportamiento de la administración Trump hay un déficit de pensamiento, una falta de preparación, una brutalidad, un comportamiento impulsivo, irreflexivo, que evoca el concepto central de La derrota de Occidente, el del nihilismo.

En La derrota de Occidente, explico que el vacío religioso, el estado cero de la religión, conduce a la angustia más que a un estado de libertad y bienestar. El estado cero nos devuelve al problema fundamental. ¿Qué significa ser un hombre? ¿Cuál es el sentido de las cosas? Una respuesta clásica a estas preguntas, en una fase de colapso religioso, es el nihilismo. Pasamos de la angustia del vacío a la deificación del vacío, una deificación del vacío que puede conducir al deseo de destruir las cosas, las personas y, en última instancia, la realidad. La ideología transgénero no es en sí misma moralmente grave, pero es intelectualmente fundamental porque decir que un hombre puede convertirse en mujer o una mujer en hombre revela un deseo de destruir la realidad. Era, en asociación con la cultura cancel, con la preferencia por la guerra, un elemento del nihilismo que predominó bajo la administración Biden. Trump rechaza todo eso. Sin embargo, lo que me llama la atención en este momento es la emergencia de un nihilismo que adopta otras formas: un deseo de destruir la ciencia y la universidad, las clases medias negras, o una violencia desordenada en la aplicación de la estrategia proteccionista usamericana. Cuando, sin pensarlo, Trump quiere establecer aranceles entre Canadá y USA, cuando la región de los Grandes Lagos constituye un sistema industrial único, veo en ello un impulso de destruir tanto como de proteger. Cuando veo a Trump establecer de repente aranceles proteccionistas contra China, olvidando que la mayoría de los smartphones usamericanos se fabrican en China, me digo que no podemos descartar esto como una estupidez. Es estupidez, por supuesto, pero también puede ser nihilismo. Pasemos a un nivel moral más elevado: la fantasía de Trump de transformar Gaza, vaciada de su población, en un centro turístico es típicamente un proyecto nihilista de primer orden.

La contradicción fundamental de la política usamericana, sin embargo, se encuentra en el proteccionismo.

La teoría del proteccionismo nos dice que la protección sólo puede funcionar si un país tiene la población cualificada para aprovechar la protección arancelaria. Una política proteccionista sólo será eficaz si se dispone de ingenieros, científicos y técnicos cualificados. Que los usamericanos no tienen en número suficiente. Y, sin embargo, veo que USA empieza a perseguir a sus estudiantes chinos, y a tantos otros, los mismos que les permiten compensar su déficit de ingenieros y científicos. Esto es absurdo. La teoría del proteccionismo también nos dice que la protección solo puede lanzar o reactivar la industria si el Estado interviene para ayudar a construir nuevas industrias. Sin embargo, vemos a la administración Trump atacando al Estado, el mismo Estado que debería nutrir la investigación científica y el progreso tecnológico. Peor aún, si se busca la motivación detrás de la lucha contra el Estado federal liderada por Elon Musk y otros, se encontrará que ni siquiera es económica.

Los conocedores de la historia usamericana saben el papel crucial que desempeñó el Estado federal en la emancipación de los negros. En USA, el odio al Estado federal suele derivar del resentimiento contra los negros. Cuando se lucha contra el Estado federal usamericano, se lucha contra las administraciones centrales que han emancipado y protegido a los negros. Una gran parte de las clases medias negras encontraron trabajo en la administración federal. Por lo tanto, la lucha contra el Estado federal no forma parte de una concepción general de reconstrucción económica y nacional.

Si pienso en las múltiples y contradictorias acciones de la administración Trump, la palabra que me viene a la mente es dislocación. Una dislocación cuya dirección no está clara.

Familia nuclear absoluta + religión cero = atomización

Soy muy pesimista sobre USA. Para concluir esta conferencia exploratoria, voy a volver a mis conceptos fundamentales como historiador y antropólogo. Dije al principio de esta conferencia que la razón fundamental por la que creía, bastante pronto, ya en 2002, en el retorno de Rusia a la estabilidad, era porque era consciente de la existencia de un trasfondo antropológico comunitario en Rusia. A diferencia de mucha gente, yo no necesito especular sobre el estado de la religión en Rusia para entender la vuelta de Rusia a la estabilidad. Veo una cultura familiar, una cultura comunitaria, con sus valores de autoridad e igualdad, que nos ayuda a entender un poco lo que es la nación en la mente rusa. De hecho, existe una relación entre la forma de la familia y la idea de nación. La familia comunal corresponde a una idea fuerte y compacta de la nación o del pueblo. Tal es el caso de Rusia.

En el caso de USA, como en el de Inglaterra, tenemos la situación opuesta. El modelo de familia inglés y usamericano es nuclear, individualista y ni siquiera incluye una regla precisa de herencia. Reina el libre albedrío. La familia nuclear absoluta angloamericana contribuye muy poco a estructurar la nación. La familia nuclear absoluta tiene ciertamente la ventaja de la flexibilidad. Las generaciones se suceden separándose. La rapidez de adaptación en USA e Inglaterra y la plasticidad de sus estructuras sociales (que permitieron la revolución industrial inglesa y el despegue usamericano) son en gran medida el resultado de esta estructura familiar nuclear absoluta.

Pero junto a esta estructura familiar individualista, o por encima de ella, en Inglaterra como en USA, estaba la disciplina de la religión protestante, con su potencial de cohesión social. La religión, como factor de estructuración, era crucial para el mundo angloamericano. Ha desaparecido. El estado cero de la religión, combinado con valores familiares muy poco estructurados, no me parece una combinación antropológica e histórica que pueda conducir a la estabilidad. El mundo angloamericano se encamina hacia una atomización cada vez mayor. Esta atomización sólo puede conducir a una acentuación, sin límite visible, de la decadencia usamericana. Espero equivocarme, espero haber pasado por alto un importante factor positivo.

Por desgracia, ahora sólo puedo encontrar un factor negativo adicional, que llegó a mi conocimiento tras leer un libro de Amy Chua, académica de Yale que fue mentora de J.D. Vance, Political Tribes. Group instinct and the Fate of Nations [Tribus políticas. El instinto de grupo y el destino de las naciones ] (2018) subraya, después de muchos otros textos, el carácter único de la nación usamericana: una nación cívica, fundada por la adhesión de todos los inmigrantes sucesivos a valores políticos que trascienden la etnia. Es cierto. Esa fue la teoría oficial desde el principio. Pero también había un grupo protestante blanco dominante en USA, que tenía una historia bastante larga y era básicamente étnico.

Desde la desaparición del grupo protestante, la nación usamericana ha pasado a ser verdaderamente posétnica, una nación puramente “cívica”, unida en teoría por su apego a su constitución y sus valores. El temor de Amy Chua es que USA esté volviendo a lo que ella llama tribalismo. Una atomización regresiva.

Cada una de las naciones europeas, cualquiera que sea su estructura familiar, su tradición religiosa, su visión de sí misma, es básicamente una nación étnica, en el sentido de un pueblo unido a una tierra, con su lengua, su cultura, un pueblo enraizado en la historia. Cada uno tiene una base estable. Los rusos la tienen, los alemanes la tienen, los franceses la tienen, aunque en estos momentos estén un poco raros con estos conceptos. USA ya no lo tiene. ¿Una nación cívica? Más allá de la idea, la realidad de una nación usamericana cívica pero privada de moralidad por el estado cero de la religión deja a uno soñando. Es incluso escalofriante.

Mi temor personal es que no estemos en absoluto al final, sino sólo al principio de una caída de USA que revelará cosas que ni siquiera podemos imaginar. La amenaza está ahí: incluso más que con un imperio usamericano, triunfante, debilitado o destruido, nos dirigimos hacia cosas que ni siquiera podemos imaginar.

Hoy estoy en Moscú, así que voy a terminar con el tema de la situación futura de Rusia. Voy a decir dos cosas, una agradable y otra preocupante para Rusia. Rusia ganará sin duda esta guerra. Pero en el contexto de la desintegración de USA, conservará responsabilidades muy pesadas en un mundo que tendrá que recuperar su equilibrio.



EMMANUEL TODD
Anthropologie et réalisme stratégique dans les relations internationales
Conférence à l’Académie des Sciences de Russie, 23 avril 2025

Emmanuel Todd, 24/5/2025

Après Budapest, Moscou : Voici le texte de la conférence que j’ai donnée à l’Académie des Sciences de Russie le 23 avril 2025, sous le titre “Anthropologie et réalisme stratégique dans les relations internationales” :

Faire cette conférence m’impressionne. Je fais souvent des conférences en France, en Italie, en Allemagne, au Japon, dans le monde anglo-américain - en Occident donc. Je parle alors de l'intérieur de mon monde, dans une perspective certes critique, mais de l'intérieur de mon monde. Ici, c'est différent, je suis à Moscou, dans la capitale du pays qui a défié l'Occident et qui va sans doute réussir dans ce défi. Sur le plan psychologique, c’est un exercice tout à fait différent.

Autoportrait anti-idéologique

Je vais d'abord me présenter, non par narcissisme, mais parce que très souvent les gens venus de France ou d'ailleurs qui parlent de la Russie avec compréhension, ou même avec sympathie, ont un certain profil idéologique. Très souvent, ces gens viennent de la droite conservatrice ou du populisme et ils projettent sur la Russie une image idéologique a priori. Leur sympathie idéologique est à mon avis un peu irréaliste et fantasmée. Je n’appartiens pas du tout à cette catégorie.

En France, je suis ce qu'on appellerait un libéral de gauche, fondamentalement attaché à la démocratie libérale. Ce qui me distingue des gens attachés à la démocratie libérale, c'est que, parce que je suis anthropologue, parce que je connais par l'analyse des systèmes familiaux la diversité du monde, j'ai une grande tolérance pour les cultures extérieures et je ne pars pas du principe que tout le monde doit imiter l'Occident. Le biais de donneur de leçons est particulièrement traditionnel à Paris. Je pense moi que chaque pays a son histoire, sa culture, sa trajectoire.

Je dois quand même avouer qu'il y a en moi une dimension émotionnelle, une vraie sympathie pour la Russie, qui peut expliquer ma capacité à écouter ses arguments dans l'affrontement géopolitique en cours. Mon ouverture ne résulte pas de ce qu'est la Russie sur le plan idéologique mais d’un sentiment de reconnaissance envers elle pour nous avoir débarrassé du nazisme. C’est le moment de le dire, alors que nous approchons du 9 mai, le jour de la célébration de la victoire. Le premiers livres d'histoire que j'ai lus, quand j'avais 16 ans, racontaient la guerre menée par l'armée rouge contre le nazisme. J'ai le sentiment d'une dette qui doit être honorée.

J'ajoute que je suis conscient de ce que la Russie est sortie du communisme par elle-même, par ses propres efforts, et qu'elle a énormément souffert dans la période de transition. Je trouve que la guerre défensive à laquelle l'Occident a contraint la Russie, après toutes ces souffrances, au moment même où elle se relevait, est une faute morale de l’Occident. Voilà pour la dimension idéologique, ou plutôt émotionnelle. Pour le reste, je ne suis pas un idéologue, je n'ai pas de programme pour l'humanité, je suis historien, je suis anthropologue, je me considère comme un scientifique et ce que je peux apporter à la compréhension du monde et en particulier à la géopolitique vient pour l’essentiel de mes compétences de métier.

Anthropologie et politique

J'ai été formé à la recherche en histoire et en anthropologie à l'université de Cambridge, en Angleterre. Mon directeur de thèse s'appelait Peter Laslett. Il avait découvert que la famille anglaise du XVIIe siècle était simple, nucléaire, individualiste. Ses enfants devaient se disperser très tôt. Ensuite, j'ai eu comme examinateur de thèse à Cambridge un autre grand historien anglais qui est toujours vivant, Alan Macfarlane. Lui avait compris qu'il existait un rapport entre l'individualisme politique et économique des Anglais (et donc des anglo-saxons en général) et cette famille nucléaire identifiée par Peter Laslett dans le passé de l’Angleterre.

Je suis l'élève de ces deux grands historiens britanniques. J’ai, au fond, généralisé l'hypothèse de Macfarlane. Je me suis aperçu que la carte du communisme achevé, vers le milieu des années 1970, ressemblait beaucoup à celle d'un système familial que j'appelle communautaire (que d'autres ont appelé famille patriarcale, ou joint-family), système familial qui est en quelque sorte l'opposé conceptuel du système familial anglais. Prenons la famille paysanne russe par exemple. Je ne suis pas spécialiste de la Russie, ce que je connais vraiment de la Russie, ce sont des listes nominatives d’habitants du XIXe siècle qui décrivaient des familles de paysans russes. Ce n'étaient pas, comme les familles des paysans anglais du XVIIe siècle de petites familles nucléaires (papa, maman, les enfants) mais d'énormes ménages avec un homme, sa femme, ses fils, les femmes de ces fils, et des petits-enfants. Ce système était patrilinéaire parce que les familles échangeaient leurs femmes pour en faire des conjointes. On trouve la famille communautaire en Chine, au Vietnam, en Serbie, en Italie centrale, une région qui votait communiste. L'une des particularités de la famille communautaire russe, c'est qu'elle avait conservé un statut élevé des femmes parce que son apparition était récente.

La famille communautaire russe est apparue entre le XVIe et le XVIIIe siècle. La famille communautaire chinoise est apparue avant le début de l'ère commune. La famille communautaire russe avait quelques siècles d'existence, la famille communautaire chinoise avait deux millénaires d'existence.

Ces exemples vous révèlent ma perception du monde. Je ne perçois pas un monde abstrait mais un monde dans lequel chacune des grandes nations, chacune des petites nations, avait une structure familiale paysanne particulière, structure qui explique encore beaucoup de ses comportements actuels.

Je peux donner d’autres exemples. Le Japon et l'Allemagne, qui se ressemblent tellement sur le plan industriel et par leurs conceptions de la hiérarchie, ont aussi en commun une structure familiale, différentes des types familiaux nucléaires et communautaires, la famille souche, dont je ne parlerai pas dans cette conférence.

Si vous regardez aujourd’hui les médias, les journalistes et les politiques vous y parlent de Donald Trump et de Vladimir Poutine comme s’ils étaient les agents fondamentaux de l'histoire, ou même des gens qui façonnent leur société. Je les vois d’abord comme l'expression de cultures nationales qui peuvent être elles, soit en expansion, soit stables, soit décadentes.

Je tiens à préciser une chose qui concerne ma réputation. 95% de ma vie de chercheur a été consacrée à l'analyse des structures familiales, sujet sur lequel j’ai écrit des livres de 500 ou 700 pages. Mais je ne suis pas connu surtout pour ça dans le monde. Je suis connu pour trois essais de géopolitique dans lesquels j'ai utilisé ma connaissance de cet arrière-plan anthropologique pour comprendre ce qui se passait.

En 1976, j'ai publié La chute finale, Essai sur la décomposition de la sphère soviétique dans lequel je prédisais l’effondrement du communisme. La chute de la fécondité des femmes russes montrait que les Russes étaient des gens comme les autres, en cours de modernisation, et qu’aucun homo sovieticus n’avait été fabriqué par le communisme. J’avais surtout identifié une hausse de la mortalité infantile, entre 1970 et 1974, en Russie et en Ukraine. La hausse de la mortalité des enfants de moins d’un an montrait que le système avait commencé de se détériorer. J'ai écrit ce premier livre très jeune, j'avais 25 ans, et j'ai dû attendre 15 ans à peu près pour que ma prédiction se vérifie.

En 2002, j'ai écrit un deuxième livre de géopolitique, qui s'appelait en français Après l'Empire, à l'époque où tout le monde ne parlait que de l'hyperpuissance américaine. On nous expliquait que l'Amérique allait dominer le monde pour une période indéfinie, un monde unipolaire. Je disais, à l'opposé : non, le monde est trop vaste, la taille relative de l'Amérique se réduit sur le plan économique et l'Amérique ne pourra pas contrôler ce monde. Ça s'est avéré vrai. Dans Après l’Empire, il y une prédiction particulière correcte qui me surprend moi-même. Un chapitre s’intitule « Le retour de la Russie ». J’y prévois le retour de la Russie comme une puissance importante mais à partir de vraiment très peu d'indices. J'avais seulement observé une reprise de la baisse de la mortalité infantile (entre 1993 et 1999, après une hausse entre 1990 et 1993). Mais je savais d’instinct que le fond culturel communautaire russe, qui avait produit dans une phase de transition le communisme, allait survivre à la période d'anarchie des années 1990, et qu’il constituait une structure stable qui allait permettre de reconstruire quelque chose.

Il y a toutefois une erreur énorme dans ce livre : j’y prédis un destin autonome pour l'Europe occidentale. Et il y a un manque : je n’y parle pas de la Chine.

J’en viens à mon dernier livre de géopolitique, qui sera le dernier je pense, La Défaite de l’Occident. C’est pour parler de ce livre que je suis ici à Moscou. Il prédit que, dans l'affrontement géopolitique ouvert par l'entrée de l'armée russe en Ukraine, les Occidentaux vont subir une défaite. J’y apparait à nouveau en opposition avec l'opinion générale de mon pays, ou de mon camp puisque je suis un occidental. Je vais d’abord dire pourquoi il m'a été facile d'écrire ce livre mais je voudrais ensuite essayer de dire pourquoi, maintenant que la défaite de l'Occident paraît certaine, il m’est devenu beaucoup plus difficile d'expliquer à court le processus de dislocation de l'Occident, tout en restant capable d’une prédiction à long terme sur la continuation du déclin américain.

Nous sommes à un tournant : nous passons de la défaite à la dislocation. Ce qui me rend prudent, c'est mon expérience passé du moment de l'effondrement du système soviétique. J'avais prédit cet effondrement mais je dois admettre que quand le système soviétique s'est effectivement effondré, je n’ai pas été capable de prévoir l’ampleur de la dislocation et le niveau de souffrance que cette dislocation entraînerait pour la Russie.

Je n'avais pas compris que le communisme n'était pas seulement une organisation économique mais qu’il était aussi un système de croyance, une quasi-religion, qui structurait la vie sociale soviétique et la vie sociale russe. La dislocation de la croyance allait entraîner une désorganisation psychologique bien au-delà de la désorganisation économique. Nous atteignons une situation de ce type en Occident aujourd’hui. Ce que nous vivons n’est pas simplement un échec militaire et un échec économique mais une dislocation des croyances qui organisaient la vie sociale occidentale depuis plusieurs décennies.

De la défaite à la dislocation

Je me souviens très bien du contexte dans lequel j'ai écrit La Défaite de l'Occident. J’étais dans ma petite maison bretonne à l'été 2023. Les journalistes de France et d’ailleurs s’excitaient les uns les autres en commentant les « succès » (fantasmés) de la contre-offensive ukrainienne. Je me vois très bien, écrivant calmement : « la défaite de l'Occident est certaine ». Ça ne me posait absolument aucun problème. Par contre, quand je parle aujourd’hui de la dislocation, j’adopte une posture d'humilité devant les événements. Le comportement de Trump est une mise en scène de l'incertitude. Le bellicisme de ces Européens qui ont perdu la guerre aux côtés des Américains et qui parlent maintenant de la gagner sans les Américains est quelque chose de très surprenant.

Ça, c'est le présent. Les évènements de court terme sont très difficiles à prévoir. En revanche, le moyen et le long termes de l'Occident, particulièrement ceux des États-Unis, me paraissent plus accessible à la compréhension et à la prévision- sans certitude évidemment. J'avais eu très tôt, dès 2002, une vision de moyen terme et de long terme positive pour la Russie, comme je l’ai dit. Mais j'ai aujourd’hui une vision de moyen ou long terme très négative pour les États-Unis. Ce que nous vivons n'est que le début d'une chute des États-Unis et nous devons être prêts à voir des choses beaucoup plus dramatiques encore.

La défaite de l’Occident : une prédiction facile

Je vais d’abord rappeler le modèle de La Défaite de l'Occident. Ce livre a été publié, tout le monde peut vérifier ce qui y est écrit. Je vais dire pourquoi il était relativement simple de concevoir cette défaite. Dans les années qui avaient précédé, j'avais déjà longuement analysé le retour de la Russie à la stabilité.

Je ne vivais pas dans le fantasme occidental d'un régime Poutine monstrueux, d'un Poutine qui serait le diable et de Russes qui seraient des idiots ou des soumis, ce qui était la vision occidentale dominante. J'avais lu Russie, le retour de la puissance, excellent livre d'un Français trop peu connu, David Teurtrie, publié peu de temps avant l’entrée des troupes russes en Ukraine. Il y décrivait le redémarrage de l'économie russe, de son agriculture, de ses exportations de centrales nucléaires. Il expliquait que la Russie s'était depuis 2014 préparée à la déconnexion du système financier occidental.

J'avais de plus mes indicateurs habituels qui sont de stabilité sociale plus que de stabilité économique. J’avais continué de suivre le taux de mortalité infantile, l'indicateur statistique que j'utilise le plus. Les enfants de moins d'un an sont les êtres les plus fragiles dans une société et leurs chances de survie sont l'indicateur le plus sensible de cohésion et d’efficacité sociale. Durant les 20 dernières années, le taux de mortalité infantile russe a baissé à un rythme accéléré, même si la mortalité globale russe, particulièrement celle les hommes, n'est pas satisfaisante. Depuis plusieurs années, le taux de mortalité infantile russe était passé au-dessous du taux de mortalité infantile américain.

Le taux de mortalité infantile américain est l'un des indicateurs qui nous permet de voir que l'Amérique ne va pas bien. Malheureusement, je crois qu'en ce moment, le taux de mortalité infantile français, qui remonte, est en train de passer au-dessus de celui de la Russie. C’est une douleur pour moi, qui suis Français, mais je dois être capable, en tant qu’historien, de voir et d'analyser des choses qui ne me plaisent pas. L'histoire qui se déroule n'est pas là pour me faire plaisir. Elle est là pour être étudiée.

Évolution économique satisfaisante de la Russie, stabilisation sociale. Il y avait aussi la chute rapide du taux de suicide et du taux d’homicide dans les années 2000-2020. J'avais tous ces indicateurs et je gardais de plus ma connaissance du fond familial communautaire russe, d’origine paysanne, qui n'existe plus de façon visible mais continue d’agir. Bien entendu, la famille paysanne russe du dix-neuvième siècle n'existe plus. Mais ses valeurs survivent dans les interactions entre les individus. Il existe toujours en Russie des valeurs régulatrices d'autorité, d'égalité, de communauté, qui assurent une cohésion sociale particulière.

C'est une hypothèse qui peut être difficile à accepter pour des hommes et des femmes modernes insérés dans la vie urbaine. Je viens d’arriver à Moscou, que je redécouvre, en 2025, transformée depuis mon dernier voyage en 1993. Moscou est une ville immense et moderne. Comment puis-je imaginer dans un tel contexte matériel et social la persistance de valeurs communautaires venues du dix-neuvième siècle ? Mais je le fais comme je le fais ailleurs. C’est une expérience que j'ai faite, par exemple, au Japon. Tokyo, aussi est une ville immense, en vérité, avec ses 40 millions d’habitants, deux fois immense comme Moscou. Mais il est facile de voir et d'accepter l'idée qu'un système de valeurs japonais, hérité d'une structure familiale ancienne, s’y est perpétué. Je pense de la même manière pour la Russie, avec cette différence que la famille communautaire russe, autoritaire et égalitaire, n’était pas la famille souche japonaise, autoritaire et inégalitaire.

Économie, démographie, anthropologie de la famille : en 2022 je n’avais pas le moindre doute sur la solidité de la Russie. Et j’ai donc observé, depuis le début de la guerre en Ukraine, avec un mélange d’amusement et de tristesse, journalistes, politiques et politologues français émettre leurs hypothèses sur la fragilité de la Russie, sur l’effondrement à venir, de son économie, de son régime, etc.

Autodestruction des États-Unis

Ça me gêne un peu de le dire ici, à Moscou, mais je dois avouer que la Russie n'est pas pour moi le sujet important. Je ne dis pas que la Russie n'est pas intéressante, je dis qu’elle n'est pas au cœur de ma réflexion. Le cœur de ma réflexion, il est désigné dans le titre mon livre, La Défaite de l'Occident. Ce n'est pas la victoire de la Russie, c'est la défaite de l'Occident que j’étudie. Je pense que l'Occident se détruit lui-même.

Pour émettre et démontrer cette hypothèse, j'avais aussi un certain nombre d'indicateurs. Je vais me contenter ici de parler des États-Unis. Je travaillais depuis longtemps sur l'évolution des États-Unis.

Je savais la destruction de la base industrielle américaine, particulièrement depuis l'entrée de la Chine en 2001 dans l’Organisation Mondiale du Commerce. Je savais la difficulté qu’auraient les États-Unis à produire suffisamment d'armements pour nourrir la guerre.

J'avais réussi à évaluer le nombre d'ingénieurs - de gens qui se consacrent à la fabrication de choses réelles - aux États-Unis et en Russie. J'étais arrivé à la conclusion que la Russie, avec une population deux fois et demi moins importante que celle des États-Unis, arrivait à produire plus d'ingénieurs qu’eux. Tout simplement parce que parmi les étudiants américains, 7 % seulement font des études d'ingénieurs alors que le chiffre en Russie est proche de 25 %. Bien entendu, ce nombre d'ingénieurs doit être considéré comme un chiffre phare, qui évoque, plus en profondeur, les techniciens, les ouvriers qualifiés, une capacité industrielle générale.

J’avais d'autres indicateurs de longue durée sur les États-Unis. Je travaillais depuis des décennies sur la baisse du niveau éducatif, sur le reflux de l'éducation supérieure américaine en qualité et en quantité, reflux qui avait commencé dès 1965. La baisse du potentiel intellectuel américain est quelque chose qui remonte très loin. Cette baisse cependant, ne l’oublions bas, survient après une ascension qui s’était étalée sur deux siècles et demi. L’Amérique fut une immense réussite historique avant de s’enfoncer dans son échec actuel. La réussite historique des États-Unis fut un exemple, parmi d'autres mais le plus massif, de la réussite historique du monde protestant. La religion protestante fut le cœur de la culture américaine comme elle fut celui de la culture britannique, des cultures scandinaves, et de la culture allemande, puisque l'Allemagne était aux deux-tiers protestante.

Le protestantisme exigeait l'accès de tous les fidèles aux saintes écritures. Il exigeait que les gens sachent lire. Partout, le protestantisme fut donc très favorable à l'éducation. Vers 1900, la carte des pays où tout le monde sait lire, c’est celle du protestantisme. Aux États-Unis, de surcroît, dès l'entre-deux-guerres, l’éducation secondaire a décollé, ce qui ne fut pas le cas dans les pays protestants d’Europe.

L'effondrement éducatif des États-Unis a très évidemment un rapport avec leur effondrement religieux. Je suis conscient qu'on parle beaucoup aujourd’hui de ces évangélistes excités qui entourent Trump. Mais tout ça, pour moi, ce n'est pas de la vraie religion. Ça n'est en tout cas pas du vrai protestantisme. Le Dieu des évangélistes américains est un type sympa qui distribue des cadeaux financiers, il n'est plus le Dieu calviniste sévère qui exige un haut niveau de moralité, qui encourage une forte éthique du travail et favorise la discipline sociale.

La discipline sociale des États-Unis devait beaucoup à la discipline morale protestante. Et ce, même au XXe siècle alors que les États-Unis n’étaient déjà plus un pays protestant homogène, avec des immigrés catholiques et juifs, puis des immigrés venus d'Asie. Jusqu'aux années 1970 au moins le noyau dirigeant de l'Amérique et de la culture américaine resta protestant. On se moquait alors volontiers des WASPs, White Anglo-Saxon Protestants, qui avaient certes leurs défauts, mais qui représentaient une culture centrale et contrôlaient le système américain.

États actif, zombie et zéro de la religion

Une conceptualisation particulière me permet d'analyser le déclin religieux, pas seulement dans ce livre, mais dans tous mes livres récents. C'est une analyse en trois étapes de l’effacement de la religion.

*Je distingue d’abord un stade actif de la religion, dans lequel les gens sont croyants et pratiquants.

*Il y ensuite un stade que j'appelle zombie de la religion, dans lequel les gens ne sont plus croyants et pratiquants mais gardent dans leurs habitudes sociales des valeurs et des conduites héritées de la religion active précédente. Je parlerai, par exemple du républicanisme français, qui a succédé dans le bassin parisien à l'Église catholique en France, comme d'une religion civile zombie.

*Vient alors, un troisième stade, que nous vivons actuellement en Occident, que j'appelle stade zéro de la religion, dans lequel les habitudes sociales héritées de la religion ont-elles-mêmes disparu. Je donne un indicateur temporel de l'atteinte de ce stade zéro, mais que vous ne devez pas entendre d'une façon moralisatrice. Il s’agit d’un instrument technique, qui me permet de dater le phénomène en 2013, 2014 ou 2015.

J’utilise pour dater le début du stade zéro toute loi instituant le mariage pour tous, c'est-à-dire le mariage entre des individus du même sexe. C’est un indicateur du fait qu'il ne reste plus rien des habitudes religieuses du passé. Le mariage civil décalquait le mariage religieux. Le mariage pour tous est post religieux. Je le répète, je n'ai pas dit que c'était mal. Je ne suis pas ici en moraliste. Je dis que c'est ce qui nous permet de considérer qu'on a atteint un stade zéro de la religion.

Remonter du déclin industriel au déclin éducatif puis au déclin religieux pour diagnostiquer finalement un état zéro de la religion nous permet d’affirmer que la chute des États-Unis n’est pas un phénomène de court terme, réversible. Il ne sera pas réversible en tout cas durant les quelques années de cette guerre d’Ukraine.

Une défaite américaine

Cette guerre qui est toujours en cours, et même si l’armée qui représente l’Occident est ukrainienne, est un affrontement entre la Russie et les États-Unis. Elle n'aurait pu avoir lieu sans le matériel américain. Elle n'aurait pu avoir lieu sans les services d'observation et de renseignement américains. C'est pour ça, d'ailleurs, qu'il est tout à fait normal que la négociation finale se passe entre Russes et Américains.

La surprise actuelle des Européens, lorsqu’il se voient tenus à l’écart des négociations, est pour moi étrange. Leur surprise est pour moi une surprise. Depuis le début du conflit, les Européens se sont comportés comme les sujets des États-Unis. Ils ont participé aux sanctions, ils ont fourni des armes et des équipements mais ils n’ont pas dirigé la guerre. C’est la raison pour laquelle les Européens n'ont pas une représentation correcte ou réaliste de la guerre.

Nous en sommes là. L’Occident a été défait industriellement. Économiquement. Prévoir cette défaite n'a pas été pour moi un gros problème intellectuel.

J'en viens à ce qui m'intéresse le plus et à ce qui est le plus difficile pour un prospectiviste, l’analyse et la compréhension des événements en cours. Je fais des conférences assez régulièrement. J'en ai fait à Paris. J’en ai fait en Allemagne. J'en ai fait en Italie. J'en ai fait une récemment à Budapest. Ce qui me frappe, c'est qu'à chaque nouvelle conférence, s’il y a toujours une base stable, commune à toutes, il y a aussi des événements nouveaux à intégrer. On ne sait jamais quelle est l'attitude réelle de Trump. On ne sait pas si sa volonté de sortir de la guerre est sincère. On a des surprises extraordinaires comme son soudain ressentiment contre ses propres alliés, ou plutôt ses sujets. : voir le président des États-Unis désigner les Européens et les Ukrainiens comme responsables de la guerre et de la défaite a été tout à fait surprenant. Aujourd’hui, je dois confesser mon admiration pour la maîtrise et le calme du gouvernement russe qui doit (en apparence) prendre Trump au sérieux, qui doit accepter sa représentation de la guerre parce qu'il faut bien négocier.

Je note quand même chez Trump un élément positif stable depuis le début : il parle avec le gouvernement russe, il sort de l'attitude occidentale de diabolisation de la Russie. C’est un retour dans la réalité et, en soi, quelque chose de positif même si ces négociations n’aboutissent à rien de concret.

La révolution Trump

Je voudrais essayer de comprendre la cause immédiate de la Révolution Trump.

Chaque révolution a des causes avant tout endogènes, elle est d’abord l’issue d’une dynamique et de contradictions internes à la société concernée. Toutefois, une chose frappante dans l'histoire, est la fréquence avec laquelle les révolutions sont déclenchées par des défaites militaires.

La révolution russe de 1905 a été précédée par une défaite militaire face au Japon. La révolution russe de 1917 a été précédée par une défaite face à l'Allemagne. La révolution allemande de 1918 a aussi été précédée par une défaite.

Même la révolution française, qui semble plus endogène, avait été précédée en 1763 par la défaite de la France dans la guerre de sept ans, défaite majeure puisque l'Ancien régime y avait perdu toutes ses colonies. L'effondrement du système soviétique aussi a été déclenché par une double défaite : dans la course aux armements avec les États-Unis et par le repli d’Afghanistan.

Je crois qu'il faut partir de cette notion d'une défaite qui amène une révolution pour comprendre la révolution Trump. L’expérience en cours aux États-Unis, même si on ne sait pas exactement ce qu'elle va être, est une révolution. Est-ce une révolution au sens strict ? Est-ce une contre-révolution ? C'est en tout cas un phénomène d'une violence extraordinaire, une violence qui se tourne d’une part contre les alliés-sujets, les Européens, les Ukrainiens, mais qui s'exprime d’autre part, en interne, dans la société américaine, par une lutte contre les universités, contre la théorie du genre, contre la culture scientifique, contre la politique d'inclusion des Noirs dans les classes moyennes américaines, contre le libre-échange et contre l’immigration.

Cette violence révolutionnaire est, selon moi, liée à la défaite. Diverses personnes m’ont rapporté des conversations entre des membres de l'équipe Trump et ce qui est frappant, c'est leur conscience de la défaite. Des gens comme J. D. Vance, le vice-président, et bien d’autres, sont des gens qui ont compris que l'Amérique avait perdu cette guerre.

Ça a été pour les États-Unis une défaite fondamentalement économique. La politique de sanctions a montré que la puissance financière de l'Occident n'était pas une toute-puissance. Les Américains ont eu la révélation de la fragilité de leur industrie militaire. Les gens du Pentagone savent très bien que l'une des limites à leur action, c'est la capacité limitée du complexe militaro- industriel américain.

Cette conscience américaine de la défaite contraste avec la non-conscience des Européens.

Les Européens n’ont pas organisé la guerre. Parce qu’ils n’ont pas organisé la guerre, ils ne peuvent avoir une pleine conscience de la défaite. Pour avoir une pleine conscience de la défaite, il leur faudrait avoir accès à la réflexion du Pentagone. Mais les Européens n'y ont pas accès. Les Européens se situent donc mentalement avant la défaite alors que l'administration américaine actuelle se situe mentalement après la défaite.

Défaite et crise culturelle

Mon expérience de la chute du communisme m’a appris, je l’ai dit, une chose importante : l’effondrement d’un système est mental autant qu’économique. Ce qui s'effondre dans l'Occident actuel, et d'abord aux États-Unis, ce n'est pas seulement la dominance économique, c’est aussi le système de croyance qui l’animait ou s’y superposait. Les croyances qui accompagnaient le triomphalisme occidental sont en train de s'effondrer. Mais comme dans tout processus révolutionnaire, on ne sait pas encore quelle croyance nouvelle est la plus importante, quelle est la croyance qui va émerger victorieuse du processus de décomposition.

Le raisonnable dans l’administration Trump

Je tiens à préciser que je n'avais pas d'hostilité de principe envers Trump au départ. Lors de la première élection de Trump, en 2016, je faisais partie des gens qui admettaient que l'Amérique était malade, que son cœur industriel et ouvrier était en cours de destruction, que les Américains ordinaires souffraient de la politique générale de l'Empire et qu'il y avait de très bonnes raisons pour que beaucoup d'électeurs votent Trump. Dans les intuitions de Trump, il y a des choses très raisonnables. Le protectionnisme de Trump, l'idée qu'il faut protéger l'Amérique pour reconstruire son industrie, résulte d’une intuition très raisonnable. Je suis moi-même protectionniste. J'ai écrit des livres là-dessus il y a bien longtemps. Je considère aussi que l'idée d'un contrôle de l'immigration est raisonnable, même si le style adopté par l'administration de Trump dans la gestion de l'immigration est insupportable de violence.

Autre élément raisonnable, qui surprend beaucoup d'Occidentaux, l’insistance de l'administration Trump à dire qu'il n’existe que deux sexes dans l'humanité, les hommes et les femmes. Je ne vois pas là un rapprochement avec la Russie de Vladimir Poutine mais un retour à la conception ordinaire de l’'humanité qui existe depuis l'apparition d'Homo sapiens, une évidence biologique sur laquelle, d’ailleurs, la science et l'Église sont d'accord.

Il y a du raisonnable dans la révolution Trump.

Le nihilisme dans la révolution Trump

Je dois maintenant dire pourquoi, malgré la présence de ces éléments raisonnables, je suis pessimiste et pourquoi je pense que l'expérience Trump va échouer. Je vais rappeler pourquoi j'ai été optimiste pour la Russie dès 2002 et pourquoi je suis pessimiste pour les États-Unis en 2025.

Il y a dans le comportement de l’administration Trump, un déficit de pensée, une impréparation, une brutalité, un comportement impulsif, non réfléchi, qui évoque le concept central de La Défaite de l'Occident, celui de nihilisme.

J'explique dans La Défaite de l'Occident, que le vide religieux, le stade zéro de la religion, mène à une angoisse plutôt qu’à un état de liberté et de bien-être. L’état zéro nous ramène au problème fondamental. Qu'est-ce qu'être un homme ? Quel est le sens des choses ? Une réponse classique à ces interrogations, en phase d’effondrement religieux, c'est le nihilisme. On passe de l'angoisse du vide à la déification du vide, une déification du vide qui peut mener à une volonté de destruction des choses, des hommes, et ultimement de la réalité. L'idéologie transgenre n'est pas en elle-même quelque chose de grave sur le plan moral mais elle est fondamentale sur le plan intellectuel parce que dire qu'un homme peut devenir une femme ou une femme un homme révèle une volonté de destruction de la réalité. C’était, en association avec la cancel culture, avec la préférence pour la guerre, un élément du nihilisme qui prédominait sous l’administration Biden. Trump rejette tout ça. Pourtant, ce qui me frappe actuellement, c’est l’émergence d’un nihilisme qui prend d'autres formes : une volonté de destruction de la science et de l’université, des classes moyennes noires, ou une violence désordonnée dans l’application de la stratégie protectionniste américaine. Quand, sans réfléchir, Trump veut établir des droits de douane entre le Canada et les États-Unis, alors que la région des Grands Lacs constitue un seul système industriel, j’y vois une pulsion de destruction autant que de protection. Quand je vois Trump établir soudainement des tarifs protectionnistes contre la Chine en oubliant que la majeure partie des smartphones américains sont fabriqués en Chine, je me dis qu'on ne peut se contenter se considérer ça comme de la bêtise. C'est de la bêtise certes, mais c’est peut-être aussi du nihilisme. Passons à un niveau moral plus élevé : le fantasme trumpien de transformation de Gaza, vidé de sa population, en station touristique est typiquement un projet nihiliste de haute intensité.

La contradiction fondamentale de la politique américaine, je la chercherai toutefois du côté du protectionnisme.

La théorie du protectionnisme nous dit que la protection ne peut marcher que si un pays possède la population qualifiée qui permettrait de profiter des protections tarifaires. Une politique protectionniste ne sera efficace si vous avez des ingénieurs, des scientifiques, des techniciens qualifiés. Ce que les Américains n'ont pas en nombres suffisant. Or je vois les États-Unis commencer de pourchasser leurs étudiants Chinois, et tant d’autres, ceux-là même qui leur permettent de compenser leur déficit en ingénieurs et en scientifiques. C’est absurde. La théorie du protectionnisme nous dit aussi que la protection ne peut lancer ou relancer l’industrie que si l'État intervient pour participer à la construction des industries nouvelles. Or nous voyons l'administration Trump attaquer l'État, cet État qui devrait nourrir la recherche scientifique et le progrès technologique. Pire : si on cherche la motivation de la lutte contre l'État fédéral menée par Elon Musk et d’autres, on se rend compte qu’elle n'est même pas économique.

Ceux qui sont familiers de l'histoire américaine savent le rôle capital de l'État fédéral dans l’émancipation des Noirs. La haine de l’état fédéral, aux États-Unis, dérive le plus souvent d’un ressentiment anti-noir. Quand on lutte contre l'État fédéral américain, on lutte contre les administrations centrales qui ont émancipé et qui protègent les Noirs. Une proportion élevée des classes moyennes noires a trouvé des emplois dans l’administration fédérale. La lutte contre l'État fédéral ne s’intègre donc pas à une conception générale de la reconstruction économique et nationale.

Si je pense aux actes multiples et contradictoires de l’administration Trump, le mot qui me vient à l’esprit est celui de dislocation. Une dislocation dont on ne sait pas très bien où elle mène.

Famille nucléaire absolue + religion zéro = atomisation

Je suis très pessimiste pour les États-Unis. Je vais revenir, pour conclure cette conférence exploratoire, à mes concepts fondamentaux d’historien et d’anthropologue. J'ai dit au début de cette conférence que la raison fondamentale pour laquelle j’avais cru, assez tôt, dès 2002, à un retour de la Russie à la stabilité, c'est parce que j'avais conscience de l'existence d'un fond anthropologique communautaire en Russie. Au contraire de beaucoup, je n'ai pas besoin d'hypothèses sur l'état de la religion en Russie pour comprendre le retour de la Russie à la stabilité. Je vois une culture familiale, communautaire, avec ses valeurs d'autorité et d'égalité, qui permet d’ailleurs de comprendre un peu ce qu’est la nation dans l'esprit des Russes. Il y a en effet un rapport entre la forme de la famille et l'idée qu'on se fait de la nation. A la famille communautaire correspond une idée forte, compacte, de la nation ou du peuple. Telle est la Russie.

Dans le cas des États-Unis, comme dans celui de l'Angleterre, nous sommes dans le cas de figure inverse. Le modèle de la famille anglaise et américaine est nucléaire, individualiste, sans même inclure une règle précise d’héritage. La liberté du testament règne. La famille nucléaire absolue anglo-américaine est très peu structurante pour la nation. La famille nucléaire absolue a certes un avantage de souplesse. Les générations s’y succèdent en se séparant. La rapidité d'adaptation des États-Unis ou de l'Angleterre, la plasticité de leurs structures sociales (qui ont permis la révolution industrielle anglaise et le décollage américain) résultent largement de cette structure familiale nucléaire absolue.

Mais à côté ou au-dessus de cette structure familiale individualiste il y avait en Angleterre comme aux États-Unis la discipline de la religion protestante, avec son potentiel de cohésion sociale. La religion, en tant que facteur structurant, fut capitale pour le monde anglo-américain. Elle a disparu. L'état zéro de la religion, combiné à des valeurs familiales très peu structurantes ne me paraît pas une combinaison anthropologique et historique qui pourrait mener à la stabilité. C’est vers une atomisation toujours plus grande que se dirige le monde anglo-américain. Cette atomisation ne peut mener qu’à une accentuation, sans limite visible, de la décadence américaine. J’espère me tromper, j’espère avoir oublié un facteur positif important.

Je ne trouve malheureusement maintenant qu’un facteur négatif supplémentaire, qui m'est apparu à la lecture d’un livre Amy Chua, universitaire à Yale qui fut mentor de J.D. Vance. Political Tribes. Group instinct and the Fate of Nations (2018) souligne, après bien d'autres textes, le caractère unique de la nation américaine : une nation civique, fondée par l’adhésion de tous les immigrés successifs à des valeurs politiques dépassant l’ethnicité. Certes. Ce fut très tôt la théorie officielle. Mais il y eut aussi aux Etats-Unis un group protestant blanc dominant, issu lui d’une histoire assez longue et tout à fait ethnique au fond.

Cette nation américaine est devenue, depuis la pulvérisation du groupe protestant, réellement post-ethnique, une nation purement « civique », en théorie unie par l’attachement à sa constitution, à ses valeurs. La crainte d'Amy Chua, est celle d'une réversion de l'Amérique à ce qu'elle appelle tribalisme. Une pulvérisation régressive.

Chacune des nations européennes est au fond, quelle que soit sa structure familiale, sa tradition religieuse, sa vision d’elle-même, une nation ethnique, au sens d'un peuple attaché à une terre, avec sa langue, sa culture, un peuple ancré dans l'histoire. Chacune a un fond stable. Les Russes ont ça, les Allemands ont ça, les Français ont ça, même s'ils sont un peu bizarres en ce moment sur ces concepts. L'Amérique n'a plus ça. Une nation civique ? Au-delà de l’idée, la réalité d'une nation américaine civique mais privée de morale par l’état zéro de la religion laisse rêveur. Elle fait même froid dans dos.

Ma crainte personnelle est que nous ne soyons, non pas du tout à la fin, mais seulement au début d’une chute des États-Unis qui va nous révéler des choses que nous ne pouvons même pas imaginer. La menace est là : plus encore que dans un empire américain, soit triomphant, soit affaibli, soit détruit, aller vers des choses que nous ne pouvons pas imaginer.

Je suis aujourd’hui à Moscou et je donc vais donc terminer sur la situation future de la Russie. Je vais dire deux choses, l’une agréable, l’autre inquiétante pour elle. La Russie va sans doute gagner cette guerre. Mais elle gardera, dans le contexte de la décomposition américaine, de très lourdes responsabilités dans un monde qui va devoir retrouver un équilibre.