Fausto Giudice, Tlaxcala,
29/11/2022
Traducido por María Piedad Ossaba
Víctor nació en 1915 en Madrid. Murió en 2018 en Santiago de Chile. Su fantasma merodea por la historia chilena, una historia llena de furia y traiciones que desmiente el ridículo himno nacional, que brama: “tu campo, de flores bordado/es la copia feliz del Edén”.
Camila nació en 1988. Es ministra Secretaria del gobierno de Gabriel Boric, uno de esos gobiernos de “centro izquierda” encargados de entretener la galería con piruetas posmodernas mientras que los verdaderos amos del país prosiguen con sus negocios as usual. Camila es incluso comunista, como sus padres, o al menos milita en un partido que lleva ese nombre. Como decía Lenin, no se puede impedir que una empresa tenga el nombre que quiera. Y al parecer no heredó los genes aventureros de su bisabuelo Marmaduke Grove, el hombre que intentó -y fracasó- un golpe de Estado revolucionario a bordo del famoso Avión Rojo en septiembre de 1930.
No son sólo cuatro generaciones las que separan a Víctor Pey Casado de Camila Vallejo Dowling. Es un abismo antropológico, digno de alimentar reflexiones históricas.
Victor en 1938
A la edad en la que Camila hizo su irrupción mediática como estrella del movimiento estudiantil de 2011, Víctor combatía contra la banda de Franco en las filas de la Columna Durruti. En 1939, tras la victoria de Franco, toma el camino del exilio: Perpiñán y luego París, donde conoce al poeta Pablo Neruda. Neruda acababa de ser nombrado por el presidente chileno como cónsul en París, con la tarea especial de organizar el viaje a Chile de los republicanos que habían huido de España. Víctor fue uno de los 2.200 refugiados que desembarcaron del SS Winnipeg en Valparaíso el 3 de septiembre de 1939. Al salir del puerto de Trompeloup-Pauillac, cerca de Burdeos, Neruda escribió: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”.
Clarín, 4 de noviembre de 1970
Victor y su hermano, ambos ingenieros, crearon una empresa constructora y realizaron una serie de grandes obras públicas, como el puerto de Arica. Pero Victor también escribió, primero para el diario La Hora. En la década de 1950, compró el diario Clarín, al que convirtió en el periódico más popular de la historia de Chile, contrapeso a la prensa de la oligarquía, encabezada por (y sigue siendo) encabezada por El Mercurio.
Amigo de Salvador Allende, Víctor defendió la Unidad Popular, que llegó al poder en noviembre de 1970. Clarín alcanzó cifras de ventas nunca vistas en Chile ni antes ni después, llegando a los 500.000 ejemplares vendidos. (Hoy en día, El Mercurio vende unos 30.000 ejemplares)
Yo, Augusto Pinocchoo, no he cometido ningún delito, por Alain Godefroid, Bélgica
El querido tío Augusto va a poner fin a esto: hace prohibir a Clarín y confiscar todos sus activos. Víctor parte de nuevo al exilio, esta vez a Venezuela y luego a Europa. Regresó a Chile con la “transición” y pasó el último cuarto de su más que centenaria vida luchando por obtener reparación. En vano. Los malditos demócratas, de derecha e izquierda, todos centristas por supuesto, harán caso omiso de los laudos del Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), un tribunal de arbitraje con sede en Washington bajo los auspicios del Banco Mundial -así que no es exactamente un tribunal revolucionario- que ha apelado repetidamente a los sucesivos gobiernos chilenos el pago de reparaciones por cientos de millones de dólares. A todos estos gobiernos les ha importado un pito y han preferido meter a la prensa oligárquica en su bolsillo y seguir concediéndole jugosos ingresos publicitarios.
Y así volvemos a la bella Camila, la Madona de los coches cama de izquierda: la señora ministra acaba de publicar un artículo en… El Mercurio para abogar por el pluralismo de la información, la lucha contra la desinformación y todo el tintineo, es decir, las bobadas acostumbradas.
Juan Pablo Cárdenas, un veterano del honorable periodismo chileno -frecuentó las cárceles pinochetistas-, un jovencito de 73 años, acaba de responderle a Miss Dowling Street. Su columna se puede leer aquí.
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