Luis Casado,28/3/2021
Esta
nota fue difundida en el año 2021. Pasa que mi hermano me hizo llegar
un video en el que un especialista militar demuestra en la TV francesa a
qué punto TODAS las guerras son preparadas y lanzadas por motivos que
le ocultan al común de los mortales. Es el caso de la guerra de Ucrania,
que curiosamente aun no moviliza a ningún pacifista. Es un horror
tolerado por la opinión pública, un horror planificado, preparado y
ordenado desde Washington. Mientras la propaganda cotidiana cuenta
historias para imbéciles. Lo sucedido en Rwanda, en el año 1994… fue del
mismo calado. Que aproveche…
La
hipocresía en materia de Derechos Humanos reclama una Copa del Mundo.
Los candidatos al podio son legión, preferentemente entre quienes se
auto designan como demócratas y progresistas. Una parida de Luis Casado.
No te
puedo contar quién y cómo era Walter porque necesitaría dos o tres
libros. Walter me rescató de un laburo de mierda en el año 1986, y en
una maniobra de tipo ‘mercato pelotero’ logró sacarme de la
multinacional en la que me aburría para abrirme las puertas de una
actividad burbujeante, incesante, planetaria, creativa, entretenida,
razonablemente bien pagada y en la que nos divertimos un puñado. Juntos,
o separados pero siempre en contacto, le dimos la vuelta al mundo unas
cuantas veces.
Belga, de
la especie flamenca, nacido en la ciudad de Mechelen que los
francoparlantes llamamos Malines (anda a saber por qué jodida razón a
Den Haag la llaman La Haya en castellano), Walter tuvo un padre
‘colaborador’, lo que en esa época quería decir que fue un esbirro de la
ocupación nazi, horror que Walter condenó toda su vida con una actitud
permanente de una enorme calidad humana.
Walter
era el optimismo hecho persona. Siempre sonriente y a punto de lanzar
una carcajada, parecía a cada instante estar finiquitando el inicio de
un largo viaje, síntesis belga –en una sola persona– de Fernão de
Magalhães y de Juan Sebastián Elcano. En más de una ocasión me llamó
para preguntarme si tenía un par de minutos libres, y un par de horas
más tarde me encontraba a bordo de un vuelo intercontinental que nos
permitiría tomarnos una caiperinha en Recife, un tinto francés en
Singapur o en Bangkok, o en su defecto un blanco seco en Ayers Rock,
lugar que queda, como dicen los mismos australianos in the middle of
nowhere. Tú ya sabes, el laburo es el laburo y servidor un émulo a la
distancia y en el tiempo del célebre Alekséi Stakhanov.
Divorciado,
como todo dios, a Walter le faltaba un ancla, un hub como dicen los
boludos viajados, una raíz capaz de ofrecerle un hogar y el necesario
reposo del guerrero cuando regresaba de sus interminables
peregrinaciones alrededor del planeta. Entonces conoció a Catherine y se
casó con ella. Catherine es una bella ruandesa, Tutsi para más señas,
portadora de las características innatas de su etnia: fineza, elegancia,
belleza, porte y distinción. Por ahí se chivó el cuento…
Corrían
los años 1990, cuando tuvimos noticias de que un terrible drama tenía
lugar en Ruanda. Ese drama puede resumirse en el genocidio –o sea la
exterminación– de la población Tutsi por parte del gobierno hegemónico
Hutu. Entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994 asesinaron
aproximadamente al 70 % de los Tutsis, mayormente a machetazos, pero no
solo a machetazos. Si miras las cifras disponibles, se calcula que
fueron asesinados unos 700 mil Tutsis, hombres, mujeres y niños.
Curiosamente, el ejército francés estaba presente en Ruanda, bajo la cobertura de una misión humanitaria.
Como
puedes imaginar, costó reconstruir Ruanda, y aún más la coexistencia de
Hutus y Tutsis, las dos etnias principales, en modo tal de preservar el
país y su integridad territorial. Walter participó en la modernización
de los transportes públicos de Kigali, y se lanzó en azarosas
inversiones destinadas a promover la producción agrícola.
Contemporáneamente,
Walter me increpó duramente, acusando a los franceses de ser
responsables de lo ocurrido. Servidor, de cultura variopinta, asume lo
que quieras, desde las masacres de la Guerra de Pacificación de la
Araucanía hasta los horrores de la Comuna de París y la tortura
industrial perpetrada por el ejército francés durante la Batalla de
Argel, pero, francamente, en el genocidio ruandés no tuve ni arte ni
parte, nunca fui a Kigali, y aparte Catherine no conocía a ningún
ciudadano de tan bello país.
Hoy por
la mañana escuchaba la radio, France Info para ser preciso, radio del
sector público, que dedicó un largo reportaje a un informe solicitado
por el gobierno galo a propósito de lo ocurrido en Ruanda en el año
1994.
Un grupo
de especialistas –encabezado por el historiador Vincent Duclert, maestro
de conferencias en la Escuela Nacional de Administración– analizó todos
los datos disponibles, incluyendo los archivos diplomáticos, militares y
de inteligencia, y concluyó en que Francia fue corresponsable del
genocidio. Muy precisamente quienes dieron órdenes y tomaron decisiones
que se revelaron criminales: François Mitterrand, el presidente, y
Hubert Védrine, su ministro de Relaciones Exteriores.
El propio
Duclert declaró ayer: «El fracaso de la política francesa en Ruanda
contribuyó efectivamente a las condiciones del genocidio”.
Guillaume
Ancel, teniente-coronel del ejército francés, que en esa época estaba
en Ruanda en la ‘misión humanitaria’ y fue testigo de las masacres,
declaró en vivo y en directo: “Nosotros los militares también somos
responsables, porque no podemos escudarnos tras el argumento de haber
obedecido órdenes”. Entre otras cosas, el ejército francés armó a los
Hutus, les suministró las armas necesarias para cometer el genocidio,
los protegió y dejó a los Tutsis indefensos.
Debo
declarar, señores del Jurado, que conocí personalmente a François
Mitterrand, quien nos recibió un par de veces en el Palacio del Eliseo, y
que Hubert Védrine es a mis ojos el único ministro de Exteriores galo
del último cuarto de siglo que haya mostrado trazas de inteligencia.
Nadie pretende que ni el uno ni el otro hayan querido perpetrar un
genocidio. El oficial de ejército ya citado tampoco lo pretende, pero
subraya la inesquivable responsabilidad de quienes impusieron su
voluntad y tomaron las decisiones políticas. Al César lo que es del
César, y a dios lo que es de dios.
Walter ya
no está con nosotros para saberlo, ni para que yo, apoyándome en la
sólida amistad franco-belga que construimos, pueda pedir disculpas a la
chilena: “Perdona la muerte del niño, fue un error, yo no sabía, los
culpables serán castigados en la medida de lo posible, es cuestión de
esperar unos 40 años más…”. Walter murió en un taxi perdulario de
Yakarta, capital de Indonesia, devorado por un cáncer a la garganta que
no le permitió terminar el último viaje de su vida, uno que lo llevaba
al hospital.
Allí
donde está, se libró de la segunda noticia del día: “Francia protesta
vivamente por las condiciones de encarcelamiento de Alekséi Navalny”, un
neonazi estafador condenado por diversos tráficos y delitos varios,
pero reclutado por los servicios de inteligencia occidentales como
“opositor” al régimen ruso.
“En nombre de los derechos humanos”, pues, “Francia eleva su voz indignada”, y llama a Vladimir Putin del nombre del puerco.
Si no sabías lo que quiere decir la conocida frase “Hay patadas en el culo que se pierden”, ahora lo sabes.