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24/05/2022

LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ
Sesgo imperial de la argentinidad

 Luis E. Sabini Fernández, 22/5/2022        

El censo que acaba de realizarse en el país, en toda Argentina, revela, “como todo en la vida”, rasgos a menudo inconscientes y más o menos colectivos.

Argentina ha sido tradicionalmente un país de inmigración. Los primeros censos nacionales revelaron el porcentaje más que apreciable de extranjeros, generalmente inmigrantes, que fueron constituyendo el país.

Fueron proverbiales los millones de italianos que “forjaron” este país. Y también los españoles y hasta los ingleses, solo que este último aporte trajo consigo más gente con poder que gente de laburo (aunque en rigor, siempre combinados, poder y trabajo en todos los aportes inmigratorios).

Fue también proverbial el caudal, por ejemplo,  inmigratorio desde países limítrofes, particularmente de bolivianos, paraguayos, orientales (estos últimos designados, desde hace ya tiempo, como uruguayos).

En la actualidad, conocemos la llegada de muy significativos contingentes de venezolanos, colombianos, peruanos, e incluso de tierras más lejanas, como sirios, por ejemplo. En estos últimos ingresos, se mezcla cada vez más la condición de inmigrante con la de refugiado.

Y si la primera suele ser previa a la nacionalización y con ello avanza un proceso de argentinización, en el caso de los segundos, el proceso no suele ser tan lineal, porque la decisión de abandonar una tierra natal ha sido totalmente involuntaria, a menudo forzada. Por eso, muchos refugiados retornan a sus tierras natales si la situación política lo permite.

Cualquiera de sus diferentes gradaciones, debería llevarnos a hablar de habitantes de la República Argentina, y no de argentinos propiamente dichos, por más que la misma constitución nacional argentina en su preámbulo invite a todos “los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” a hacerlo.

Es por lo tanto literalmente falso, afirmar que el censo arrojó 47 millones y medio de argentinos.

Lo que sí, revelaría el censo es la presencia de 47 millones y medio de habitantes en Argentina, dando por correcta la info recabada y publicada.

Y será muy instructivo saber de los diversos orígenes de toda esa población. Y si se puede, cruzar orígenes geográficos con niveles educacionales y de ingresos, todavía mucho mejor.

Pero resulta penoso escuchar a periodistas de muy diversas orientaciones; los que se autocalifican demócratas, los que populistas, confundiendo la condición de habitar el suelo argentino con la de ser argentino.

Si reparamos además, los tiempos históricos transcurridos; por ejemplo del concepto de argentinidad, advertimos que se trata de tiempos no digamos fugaces pero sí cortos.

Conceptos de pertenencia y de sentido histórico que han coexistido a veces conflictivamente con otras raíces y pertenencias.

Un ejemplo apenas: cuando se desencadena el principio de independencia del Virreinato del Río de la Plata, en la primera década del s. XIX, y en gran medida a causa de “las invasiones inglesas”, un primer momento emancipatorio de reafirmación anticolonial, fundamentalmente criollo (de los llamados “indianos”), se procesó bajo formas federales (o confederales), y allí estaba Asunción, fundada en 1537, Córdoba, 1573, Buenos Aires, 1580 y hasta Montevideo, 1724.

Con el aplastamiento de las sociedades nativoamericanas, los recién llegados sintieron escasez de brazos para extender las nuevas sociedades, y en lugar de mantener los lazos sociales existentes, por ejemplo en Europa, sintiéndose “dueños” de nuevos y desconocidos territorios, se vieron tentados a exprimirlos como nunca antes; por eso el recrudecimiento de la esclavitud.

De ese modo, la América, el Nuevo Mundo, reconocerá una triple identidad, atroz, asentada sobre dominadores blancos europeos o de origen europeo; aborígenes, desplazados y sometidos; y esclavos, de origen africano, trasplantados y convertidos en cosas o bienes muebles.

Ése es el origen americano, amerindio, latinoamericano, búsquele la denominación que menos lo traicione.

En ese momento, fines de la primera década del s XIX, Buenos Aires entrevé un competidor serio para su proyecto de centralidad regional a través del puerto: Montevideo (no será el único, ni siquiera el más importante; otro puerto que será competencia aunque interna argentina; Rosario, vendrá más adelante).

La “lucha de puertos” de 1808, 1809, marcará a fuego el destino de las ciudades platenses enfrentadas; no podrán cohabitar el mismo espacio político. Por eso con gran sapiencia geopolítica, José Artigas propuso crear otra capital para el exvirreinato del Río de la Plata; no Buenos Aires, que a sus ojos quitaba toda viabilidad a cualquier federalismo.

Los intereses creados en Buenos Aires reaccionarán negando y hasta poniendo precio a la cabeza de Artigas, y se saldrán con la suya: Buenos Aires terminó siendo la capital sobre el resto de las provincias argentinas, en una relación cada vez más desigual, a favor del puerto, el gran administrador y dosificador en la entrada y salida de productos. Claro que eso tuvo un costo, balcanizador. Afuera de la vieja estructura virreinal quedarán, por ejemplo,  Asunción, Paraguay y Montevideo, la Provincia Oriental.

Dentro de las restantes provincias, no hubo fuerza que contrarrestara el papel hegemónico concedido por el imperialismo de entonces a Buenos Aires, como administrador de las riquezas periféricas del cono sur americano.

La geopolítica resultante hará que se establezcan dos macroestados, mucho mayores que cualquiera de sus progenitores europeos; Buenos Aires (Argentina) y Río de Janeiro (Brasil), y dos miniestados, raquitizados por el interés expansivo de Río y Buenos Aires y el interés mundial british: los de Paraguay y Uruguay.

Esta sucinta recorrida nos permite ver –es mi hipótesis– que aquella centralidad tan característica de Buenos Aires por encima de sus presuntas hermanas provinciales, es la que ha caracterizado a esta megalópolis y su mentalidad y transitivamente la de la Argentina…

Como hipótesis, estimo que la facilidad de los medios de incomunicación de masas para confundir, con motivo del censo, conceptos tan básicos como ser originario de un sitio o país, y habitar en él, se vincula con aquella grandiosidad que la historia ha brindado a Buenos Aires. Se dice que André Malraux recordaba a Buenos Aires como ‘la capital de un imperio que nunca existió’. Otro divorcio entre realidad y lenguaje.

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