Sergio Rodríguez Gelfenstein, 12-6-2025
Durante la última década del siglo pasado, tras la
desaparición de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría, Estados Unidos
se dio a la tarea de buscar un nuevo enemigo que sirviera de eje para
reorganizar su política exterior y su política militar. En primera instancia lo
encontró en el narcotráfico. Después del 11 de septiembre de 2001 agregó al
terrorismo como instrumento de ordenación de su acción intervencionista y
agresiva en el mundo, a fin de sustentar su hegemonía en particular en América
Latina y el Caribe.
En la práctica, Estados Unidos -además de buscar respuesta a
un tema de la agenda internacional- encontró
de este modo, una salida a un problema interno, trasladando al exterior los
costos políticos. Desde 1960 a partir de la Ley Antiabuso de Drogas se
introdujo un conjunto de sanciones a los países productores, junto a ello
comenzó un proceso de militarización de la lucha contra el narcotráfico. Así,
se modificó el equilibrio de fuerzas en América Latina y el Caribe, debilitando
además la relación cívico-militar y afectando la gobernabilidad y la democracia
que se sostenían con diferentes grados de estabilidad. Era la vieja política de
“ a río revuelto, ganancia de pescadores” aplicada por Washington para
incrementar su control sobre la región.
Ángel Boligan, México
Por otro lado, poco se ha hablado en profundidad del fracaso de Estados Unidos en el control de la demanda de drogas a fin de trasladar la presión de los países consumidores a los productores y de tránsito. A finales de la década de los 80 del siglo pasado, un oscuro senador estadounidense por el estado de Delaware llamado Joe Biden dijo en el Congreso de su país que a pesar que los programas antidrogas se habían incrementado, la producción de sustancias sicotrópicas había aumentado de forma considerable: 143% la cocaína, 84% el opio y 33% la marihuana. Es decir, el aumento de los recursos de control de la oferta no estaban acompañados de programas de reducción de la demanda, todo lo cual manifiesta el desinterés de Washington por solucionar el problema.
Esto tiene dos razones: la primera, apropiarse de los ingentes
recursos que proporciona el tráfico de drogas, la mayor parte de los cuales
fluye por el sistema financiero de Estados Unidos. De acuerdo al Instituto Nacional sobre Abuso
de Drogas, a finales de la década de los 80 del siglo pasado, la venta anual de estas sustancias superaba
los 110 mil millones de dólares, la mayor parte de los cuales venía a sostener
las finanzas de Estados Unidos un país en el que -según la misma fuente- el 37%
de su población había consumido algún tipo de droga.
El segundo objetivo es mantener a la juventud idiotizada y con
eso, fácilmente controlada para que no piense ni actúe frente al daño que la
sociedad capitalista le genera. Los altos niveles de estupidización de la
juventud estadounidense le permite al sistema manejarla a través del
consumismo, la banalidad, la superficialidad y el individualismo entre otros
mecanismos de control societal. En esa medida, los jóvenes jamás van a ser un
actor para el cambio que la sociedad necesita. Para Washington, el tema de la
droga no es un asunto de salud pública, es un área utilizable para ejercer su
control, en primer lugar sobre su propia sociedad, y en segunda instancia sobre
la región y el mundo. Para ello, fue creada una organización llamada
Administración de Control de Drogas (DEA), que no se propone impedir el
narcotráfico, sino organizar, regular y distribuir el ingreso y el consumo de
manera que pueda servir a los dos intereses anteriormente planteados.
Esto ocurría en el siglo pasado y comienzos de éste. En ese
período histórico, China no era un adversario considerable, sobre todo mientras
existió la Unión Soviética a la que ambos identificaban como enemigo común. Su
desaparición trajo una época de caos del sistema mientras Washington buscaba un
nuevo enemigo. Las acciones terroristas del
11 de septiembre de 2001 hicieron que ambas potencias nuevamente
reconocieran a otro enemigo colectivo.
Nuevamente se inició una etapa de acercamiento y flirteo:
Estados Unidos porque comenzó su “guerra contra el terrorismo” ubicando el
centro de esta dinámica en Afganistán. Y China porque este país tiene límites
con Beijing que veía con preocupación que desde Kabul se pudieran establecer
mecanismos de apoyo al Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (MITO)
organización reconocida como terrorista por la ONU y que tenía presencia en la
occidental provincia de Xinjiang
fronteriza con el país del Asia Central que en algún momento llegó a producir
entre el 80 y el 90 % de los opiáceos no utilizados en farmacia en el mundo.
Washington y Beijing coincidían en su
intranquilidad y desasosiego por este dato.
Pero la crisis financiera de 2008 y el despegue de China hacia
su encumbramiento como potencia global le hizo sentir a Washington que debía
acelerar su proceso de transformar a Beijing en enemigo principal para lo cual
debía crear nuevos instrumentos. Así, surgió la doctrina del “pivote asiático”
de Obama, la creación del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD)
formado por Estados Unidos, Japón, Australia e India, la alianza
estratégica militar entre tres países de la angloesfera: Australia, Reino
Unido y Estados Unidos (AUKUS) y la alianza de inteligencia
anglosajona integrada por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y
Nueva Zelanda llamada “De los Cinco Ojos”. Todas ellas instrumentos militares
orientados a la contención de China. En esa lógica también se inscriben las dos
guerras comerciales de Trump (fallidas ambas) y los ataques contra Huawei y la
tecnología 5G de China, entre otras acciones llevadas adelante por las últimas
administraciones estadounidenses.
Dando continuidad a este escalamiento contra China es que se
puede entender el argumento de la subida de aranceles motivado en la
“exportación” ilegal de fentanilo de China a Estados Unidos. El fentanilo es un
opiáceo sintético que actúa en las áreas del cerebro que controlan el dolor y
las emociones. Se caracteriza por ser 80 veces más potente que la morfina. En
su uso clínico, tiene un comienzo de acción de un minuto y una duración máxima
en su efecto clínico de 30 a 60 minutos.
Por estas características es utilizado en la anestesia, como
potente analgésico, en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) para pacientes
en ventilación mecánica en infusiones continuas, en algunos procedimientos muy
específicos de corta duración y en pacientes con dolores crónicos, sobre todo
en contextos oncológicos , como parches o “paletas de caramelos” en niños.
Tiene una alta capacidad adictiva, por lo que su uso en otros
escenarios, como servicios de urgencias, no estaría indicado ya que para
mantener el alivio del dolor en un tiempo prolongado, se requiere repetir las
dosis y por tanto aumentar exponencialmente el riesgo de adicción.
Las Sociedades de Anestesiología a nivel mundial vienen desde
hace años trabajando en el riesgo laboral que significa para los trabajadores
de la salud y especialmente para los anestesiólogos el bajo control sobre este
fármaco. La Confederación Latinoamericana de Sociedades de Anestesiología
(CLASA) ha declarado que en los últimos
5 años en América Latina ha habido alrededor de 50 médicos anestesiólogos
fallecidos por sobredosis de fentanilo. En algunos países, desde hace más de 20
años se viene trabajando en casos de
adicción a este fármaco por parte de médicos anestesiólogos, sobre la
consideración de que esta es una enfermedad laboral, ya que es de fácil
obtención y manipulación.
Por todo lo anterior, la “crisis del fentanilo” en Estados
Unidos resulta altamente sospechosa. La doctora Carla Pellegrín especialista en
terapia del dolor consultada para este informe, opinó que resultaba muy extraño que, conociendo todo lo
anterior, existieran protocolos para el manejo del dolor en los Servicios de
Urgencia y en las Unidades de Ambulancias en Estados Unidos en los que se utiliza
abiertamente este fármaco. La especialista chilena agrega que es muy rara -por
decir lo menos- la forma en que se ha
inducido su uso. De hecho, en las formaciones de especialistas en distintos
centros de América Latina, se siguen protocolos estadounidenses en los que este
fármaco es considerado el “Gold Standard” (técnica diagnóstica que define la
presencia de la condición con la máxima certeza conocida) para manejo de dolor
en las urgencias.

"El fentanilo es la principal causa de muerte entre los usamericanos de entre 18 y 45 años": Cartel publicitario instalado por Families Against Fentanyl en la autopista 57 cerca de Orangethorpe Ave, en Placentia, California, el 6 de abril de 2023. Foto Paul Bersebach / Getty Images
Hoy, el fentanilo se ha
convertido en la droga más común en las muertes por sobredosis en Estados
Unidos. Hace unos años atrás, una situación similar, la crisis de la oxicodona,
otro opiáceo altamente adictivo quedó en evidencia al descubrirse que el
laboratorio farmacéutico que lo producía había falseado la autorización de la
Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA), por lo que actualmente se encuentra inmerso en un juicio
de grandes proporciones.
La producción clandestina de fentanilo es fácil y barata, lo
que ha potenciado aún más su consumo. En el año 2022, en Estados Unidos, de las
115.000 muertes producidas por sobredosis, 73.838 (alrededor de 200 diarios) tuvieron
su origen en el consumo de fentanilo. Hay una responsabilidad evidente de
quienes prescriben y quienes estimulan el uso de este fármaco sin control. En
esa medida, no es de extrañar que esta ola de muertes y adicción en las calles
de Estados Unidos haya sido calculada, para aumentar las ventas de los
laboratorios. Con ello también, incrementar la producción y expendio de
naloxona, su antídoto.
La adicción a sustancias químicas, genera un círculo nefasto
en que luego de un tiempo inicial en que se siente placer, la necesidad de consumo se desarrolla
en función de no sentir síntomas desagradables de privación hasta el punto en
que ya no se siente placer, solo alivio a los síntomas de privación. Esto
genera un aumento del consumo hasta atravesar la línea invisible de sobredosis
y muerte. Como se dijo antes, es finalmente una forma encubierta de convertir a
la población en seres no pensantes lo cual hasta podría ser caracterizado como
una forma de genocidio.
La utilización por parte del presidente Trump de esta crisis como
una justificación para imponer aranceles a los bienes provenientes de México,
Canadá y China transformando esta política en un
instrumento de presión hacia esos países, no tiene asidero.
De hecho, las muertes por sobredosis comenzaron a disminuir
rápidamente a inicios del año pasado. Según un reporte de las periodistas
Deidre McPhillips y Annette Choi para CNN en Español, durante la
administración Biden “… el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados
Unidos lanzó una estrategia nacional coordinada para prevenir las sobredosis.
Estos esfuerzos se han centrado en la reducción de daños —como el uso de tiras
reactivas para detectar fentanilo, medicamentos para revertir sobredosis y sitios
de consumo supervisado— así como en la prevención, el tratamiento y la
recuperación de trastornos por uso de sustancias”. Consultada al respecto la
doctora Sarah Wakeman, directora médica sénior para Trastornos por Uso de
Sustancias en Mass General Brigham opinó que: “Finalmente tratar esto como una
condición de salud pública, después de tantos años de esfuerzo y atención,
puede estar empezando a dar frutos”.
Cao Zhen, R.P. China
No se entiende entonces, que si la aplicación de políticas de
salud pública como parte de acciones para enfrentar la demanda, comience a dar
buenos resultados, ahora se utilice el hecho para generar una “guerra de
aranceles” que persigue objetivos políticos. En este caso, no queda más que
constatar que los millones de consumidores jóvenes en Estados Unidos no son más
que conejillos de indias para que la actual administración intente “hacer
grande a Estados Unidos de nuevo”.
La decisión sobre el incremento de aranceles motivadas en el comercio de fentanilo por
parte de Estados Unidos fue respondida de inmediato por la embajada de China en
México que calificó la medida como “arbitraria” y advirtió que estas sanciones
deteriorarían la cooperación entre ambos países. Por su parte, la
presidenta Claudia Sheinbaum, en una
conversación telefónica con su homólogo estadounidense le dijo: “No es con
aranceles como se resolverá este problema, que es de consumo y salud pública en
su país”.
En un reporte de la periodista Ilaria Landini para el
periódico La Nación de Buenos Aires se señala que “la crisis del fentanilo se
infiltró en las entrañas de Estados Unidos: en las bases de la industria
farmacéutica, en los laboratorios clandestinos y en las dinámicas de consumo de
millones de personas”.
Consultada por Landini , Guadalupe Correa-Cabrera, profesora
de política y gobierno en la Universidad de George Mason opina que las medidas
tomadas podrían generar el efecto contrario: “Si se encarecen los precursores y
las drogas importadas, los laboratorios norteamericanos podrían comenzar a
producir fentanilo internamente para suplir la demanda”, lo cual “lejos de
resolver el problema, solo lo trasladaría al interior del país”.
Esta posibilidad es rechazada por la DEA. Su funcionamiento y
sustento existencial parte de la noción de que el problema está fuera de
Estados Unidos, no en su interior y que el origen de la crisis surge de la
creciente oferta, no de la creciente demanda. En tanto la DEA y las diferentes
administraciones estadounidenses sean parte del problema, no de la solución, el
mismo no tiene salida a la vista. Los jóvenes estadounidenses seguirán siendo
sacrificados porque para la administración es mejor que mueran ellos antes que
muera el sistema que engendra el problema. Al contrario, no trabajan para
proporcionar salud a los jóvenes, sino para dar oxígeno al sistema y así darle
continuidad a los beneficios de ese 1% que controla y domina la sociedad.

Virginia Basora-González, una dominicana indocumentada de 36 años , fue detenida en 2019 en USA y deportada por posesión de 40 gramos de fentanilo. En marzo de 2025, fue detenida de nuevo, esta vez en Filadelfia. Su foto llorando fue inmediatamente transformada por los servicios de la Casa Blanca en una imagen generada por IA al estilo de las animaciones del estudio japonés Ghibli. «La detención de Virginia Basora-González demuestra nuestro compromiso de proteger a nuestras comunidades de los extranjeros delincuentes que se dedican a actividades ilegales graves que constituyen una amenaza para la seguridad pública», declaró Brian McShane, director interino de la oficina local del ICE encargada de las operaciones de aplicación de la ley y expulsión en Filadelfia, en el momento de su detención.