La prensa uruguaya informa que en Colonia se realizó un juicio para enfrentar y resolver un caso de violación
Año tras año, kilómetro tras kilómetro
viejos de frente estrecha
enseñan a los jóvenes el camino
con una expresión de cemento armado.
Jacques Prévert
Una vez más, triunfó la pacatería, la ideología adocenada, el dogmatismo y no me extrañaría figure allí como tóxico ingrediente, la envidia.
Porque efectivamente, no se trata de una violación.
En todo caso, sobre todo, tratándose de una femenina adulta y un varón niño o adolescente, puede tratarse de seducción.
La seducción no es tratada como delito salvo si se ejerce sobre menores. La seducción, empero, no recibe el mismo tratamiento que la violación porque, justamente carece del ingrediente de violencia, que trae aparejados tantos elementos negativos y perdurables; heridas, miedo.
La fiscal del caso, reconoció que había un enamoramiento. Suponemos que del menor hacia la madre de su condiscípula. Dada la escasa edad del menor, no presumimos enamoramiento recíproco, que sin embargo se puede dar entre adultos y quinceañeros, por ejemplo. [1]
¿Cómo asimilar este enamoramiento con la violación que un varón adulto puede cometer con una niña/adolescente de 12 años? Puede ser que la niña esté enamorada de ese adulto que remata su seducción en la cama. Pero hay una diferencia fundamental con este caso: ella puede quedar embarazada. Con un resultado de por vida. El varón enamorado llevado a la cama por una adulta no tendrá recuerdo de violencia alguna y no llevará de por vida sino el grato recuerdo de haberse acostado con quien amaba. Tal vez, en una etapa ya adulta pueda incluso evaluar que fue herramienta de placer de aquella mujer. Pero no nos adelantemos.
Lo cierto es que en este juicio también se reconoció “que este tipo de ilícitos no se judicializan”.[2] ‘Se estima que los hombres no pueden ser violados’. ‘Ellos no se ven como víctimas, y por eso no se denuncian este tipo de delitos.’
La noción de delito se basa, en cambio, nos explican, en que: “Es falso considerar que las mujeres no violan. Ellas también pueden violar a niños y adolescentes”, corrige la fiscal Sigona, forzando la acepción de violación que vemos inaplicables al varón (por parte de la mujer) (ibíd.)
La seducción tiene otros inconvenientes; uno médico-sanitario, pero los riesgos al respecto caracterizan todas las relaciones sexuales.
El foro judicial formado alrededor de este episodio parte de la base que se trata de una violación. Castiga a “la violadora” de varias maneras; como bien destacó un jurisconsulto, sufre una pena aun mayor que la de violadores varones sobre mujeres (violaciones estas últimas a menudo con ingredientes sórdidos, sin que medie nada emparentable al amor).
Estos jurisconsultos han procurado cercenarla, condenarla, denunciarla y aislarla por todos los medios a su alcance (prohibición de trabajo con menores, pérdida de su patria potestad). Y la obligan a reembolsarle al menor en cuestión, 12 salarios mínimos.
¿A santo de qué? Si de este modo le han querido enseñar al menor perjudicado lo condenable que es lo que le ha tocado vivir (estar enamorado y consumar un acto de amor con la destinataria de su enamoramiento), han logrado monetarizar esa situación, acercándola nolens volens a un cobro por sexo. ¿Es el “cliente” que cobra?, ¿es la prostituida la que paga?
Y como frutilla del postre, ¡9 años de cárcel! ¿Cómo podrá “atender” todas estas penas a la vez?
Se ha señalado que la pena dada por esta “violación” es notoriamente mayor que la que se la dictado contra violaciones propiamente dichas. A mi modo de ver, es “la prueba del nueve” de que se ha actuado con inquina y sobrepasando toda ecuanimidad. Huele a Roussier (la docente recordada al comienzo de esta nota, fue tan hostigada, despedida, encarcelada, repudiada por los padres del adolescente que procuró defender esa relación y fue internado para “desintoxicación”, que finalmente terminó suicidándose).
Flaco favor han hecho a la institucionalidad judicial sus representantes en Colonia, Uruguay. Que son los que tendrían que ser sometidos a juicio. Por empezar, leyendo El lector, una novela que aborda el sexo habido entre un jovencito estudiante, 15 años, totalmente empapado en un aguacero, y una dueña de casa, 36 años, obrera, al parecer soltera, que lo seca y le cambia la ropa. Schlink, Bernhard Schlink, no es tan idiota como para hablar de violación, sino de relación. Muy peculiar, por cierto. Porque ella resulta ser nazi y analfabeta. Y esto último es lo que da razón al título.
La pacatería recargada de preceptos no nos hace mejores, ciertamente.
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