Luis E. Sabini Fernández, 17-4-2022
El Uruguay es tan importante como para firmar de igual a igual tratados de asociación militar con EE.UU.; como dice un artículo de la prensa uruguaya, “Visita del mayor general Cornish demuestra la solidez de las relaciones militares entre EE.UU. y Uruguay.” ¡Q l p!, diría, Mendieta el amigo entrañable de Inodoro.
Pero no solo de autobombo vive la opinión pública uruguaya.
Mario Vargas Llosa, otro conspicuo representante de la Gran Democracia del Norte, ha declarado con toda la sapiencia que alberga pertenecer a redes como el Interamerican Institute for Democracy y la Fundación para la Libertad (ambas con asiento en Miami, Florida, EE.UU.), que aunque todo el continente está amenazado de una fiebre castrocomunista, Uruguay, y únicamente Uruguay, está a salvo de semejante amenaza porque “representa el verdadero progreso”.
No estoy en condiciones de calibrar las perspectivas de cada país de las 3 Américas, pero sí me permito dos observaciones: en primer lugar, llama la atención que MVLL vea tantos problemas en casi todos los países del continente americano y exceptúe de ellos a EE.UU. que entiendo vive una crisis cada vez más intensa y una geopolítica cada vez más problemática, y en segundo lugar, que se pueden hasta compartir algunas aprensiones sobre destino y perspectivas de todas las naciones colonizadas y neocolonizadas del continente; otras son francamente incompartibles como su apuesta al Chile anterior a Boric, es decir a la continuidad de un pinochetismo atenuado. Pero es mi interés concentrarme en el juicio de don Mario sobre el país que me vio nacer; “el paisito”.
En primerísimo lugar, los elogios tienen a menudo un efecto que no se invoca y a veces ni se imagina; son adormecedores, traicionan nuestra psiquis; y cuando se repiten una y otra vez, adquieren rasgos de política, enceguecedora, enervante, con sus más diversos ropajes.
Crucemos los elogios que nos prodiga MVLL, los que ya repasamos someramente con motivo de la visita del comandante Sur de EE.UU.,[1] Barry Cornish, con, por ejemplo, los del Institute of Economics and Peace (IEP), dedicado al modelado de sociedades “pacíficas”, estableciendo sus “tablas de posiciones” (cualquier parecido con fomento a la competencia es pura coincidencia).
Este año, “afortunadamente” según el IEP, Uruguay ha trepado al puesto no. 30 en una tabla de 163 estados. No es poca cosa; es la mejor posición entre países de los llamados “latinoamericanos” (Costa Rica, segundo, por ejemplo, ocupa el 39º.)
El IEP no saca de la galera estos resultados. Cuidan muchísimos factores, suponemos que con solvencia.
Presentamos a continuación el pasaje del “informe” de Rosendo Fraga que resume la evaluación:
“A fines de febrero, el IEP de Australia lanzó el Positive Peace Report (PPR), un informe que analiza, desde 2009, la paz positiva en 163 países.
Por paz positiva el PPR entiende las actitudes, instituciones y estructuras necesarias para la creación de sociedades pacíficas. Según el PPR, los países con niveles más altos de paz positiva son más resilientes, tienen en general economías robustas y prósperas, un mejor desempeño medioambiental, mayores niveles de bienestar y felicidad, una fuerte cohesión social y una mayor satisfacción con el nivel de vida. En otras palabras, la paz positiva puede describirse como la creación de un entorno óptimo para que florezca el potencial humano.”
Vayamos por partes, descuartizando tanta calidad de vida:
“economías robustas y prósperas”. Tal vez se refiera, en nuestro caso, al proceso de extranjerización de la tierra y de la economía en general, cada vez más en manos transnacionales. Tal vez se refiera a algo más doméstico; la proliferación de deliveries, que nos ha permitido instalar en Uruguay los equivalentes a los conductores de rickshaw, que veíamos con conmiseración en películas sobre India, Japón y otras lejanías.
“Un mejor desempeño ambiental”. Esto debe tener que ver no solo con el descuido sistemático de la calidad del agua, ocasionada por su puesta al servicio de producción de celulosa, que significa volcar a los ríos los contaminantes y efluentes de las usinas del ramo (de las que, tomando únicamente la última, instalándose sobre el río Negro, tendremos un volumen de agua usada muy por encima de cien millones de litros diarios (leyó bien, los ceros son más de ocho), que volverán al río muy disminuidos en volumen, y a la vez, muy contaminados. Pero el deterioro del agua del país también tiene que ver con producción obtenida mediante agrotóxicos, también en furiosa expansión modernizadora. Por eso, el río Negro debería actualizar su nombre como Verde. Pero no ecológico, precisamente…
Pero lo del “buen desempeño ambiental”, ¿tal vez se refiera a nuestra política con los desechos sólidos? No existe ni la menor recuperación de vidrio, por ejemplo; un invento milenario de extraordinaria limpieza y recuperabilidad total en la inmensa mayoría de países con cierto desempeño ambiental. Uruguay ha abandonado su producción o reducido a su mínima expresión: satelizándose a los grandes productores transnacionales de envases plásticos (ésos sí, gravemente contaminantes). Los envases de vidrio se tiran a la basura, a los perversa o humorísticamente llamados “rellenos sanitarios”. Y, en verdad, con las bolsas plásticas “para todo”, Uruguay “resistió” no muy heroicamente, por cierto, su abandono.
“mayores niveles de bienestar y felicidad”. Estimamos que el presentador Fraga o el informe se refiere al grado de obesidad de la población que abarca todas las edades pero no todas las capas sociales, puesto que la obesidad es una enfermedad de la pobreza que ha tenido enorme éxito evitando el hambre, que constituía un grito desgarrado ante la injusticia distributiva, en tanto la obesidad −por esas magias de la medicina moderna− atrofia la voz (de la protesta).
Pero también es posible que los invocados avances en niveles de bienestar y felicidad obedezcan a otras causas; por ejemplo, al suicidio, en el cual, pese a las esquivas estadísticas uruguayas al respecto, figuramos entre los que más tenemos por cantidad de habitantes en todo el continente (junto con Cuba).
Cabe empero, hurgar en otras causas, también probables, como la cantidad de accidentes de ruta y muertes así llamadas “accidentales”: aquí otra vez fallan las estadísticas, como si se tratara de un país más de cuarto que de tercer mundo, pero tal vez las estadísticas se empleen y se desplieguen sólo para mostrarnos que cada vez tenemos más vehículos motorizados per cápita. Algo que consideraremos sin riesgo de duda, como un verdadero adelanto.
“actitudes, instituciones y estructuras necesarias para la creación de sociedades pacíficas”.
Ya sea el Institute for Democracy o el Institute of Economics and Peace, ¿y por qué no? hasta los mandos militares de EE.UU., pueden considerar clave para los éxitos señalados la relación campo/ciudad que tenemos como población, y nuestra relación con la tierra. El país tiene una población rural que no llega al 5%, proporción que es incluso menor a la de los estados más modernos, como Francia o el Reino Unido, que rondan el 10%. Como nos consta que países “con retraso” según la jerga económica dominante tienen una población agraria del 30%, del 50% y hasta del 70% (caso Afganistán), resulta clara nuestra posición de vanguardia mundial en el dominio del asfalto sobre el barro.
¿Seremos realmente más modernos que Francia o Inglaterra? Si asociamos estos guarismos y porcentajes con los de extranjerización de la tierra, podríamos a arribar no a puertos de modernidad sino de colonialidad, caramba…
Esta retahíla de ítem que hemos recorrido, ¿serán factores que reflejen la realidad o la embellezcan?
Con la pregunta sobreviene el porqué. ¿Por qué se nos pinta de un modo tan positivo, cuando es tan manifiesto que eso es “una pinturita” y no la realidad?
Una “pinturita” borra de la vista a la multitud de los “sin techo”, la deserción escolar, la omnipresencia de la limosna pública, la expansión de cuidacoches como desocupación encubierta…
Mi impresión que desde hace ya mucho tiempo, la dirección política, la de largo plazo, estadounidense, ha elegido a Costa Rica y a Uruguay como escaparates mediáticos de la democracia occidental, tengan mucho, poco o nada que ver con lo real. Sencillamente por la carencia de chorros de sangre suficientes para ocupar la primera página.
Esa “política del escaparate” tiene un enorme inconveniente para los así pintados: creérsela. Porque eso introduce un principio de pereza mental en los habitantes del país en cuestión.
Hay países, como Argentina, en que nada puede estar peor de lo que ya está (aunque empeore), pero ante tamaña situación crítica, hay como una necesidad de resistencia.[2]
En otros, como Uruguay, todo parece estar sobre ruedas, altísimo nivel cultural, político, educacional, moral, democraticidad, nivel de cuidado ambiental, modernización, grado inversor, capacidad mediadora, y se nos incapacita para ver lo que nos falta.
Retomemos las descripciones panglossianas de los institutes:
“mayor satisfacción con el nivel de vida”. Como se trata de mayores (y menores) grados de satisfacción entendemos que atiende a una suma algebraica entre lo que ganamos y lo que perdemos…
No vamos a andar preguntándole a la gente cómo se satisface (o no). Porque algo tenemos ya resuelto: ganamos permanentemente en celulares y en usinas mediáticas que nos mantienen permanentemente alimentados con mensajes.
En tiempos pretéritos, sagaces campesinos aprendieron a sobrealimentar a gansos, atosigándolos para hacer más apetecible su hígado: así se obtuvo el tan renombrado paté: una delicatesse.
Hoy, somos, pero no solo en Uruguay, como gansos; alimentaria y mediáticamente atosigados.
Carlos Vaz Ferreira, maestro del pensar, nos puso en guardia contra “el colonialismo mental”. Parece que todavía tendría que seguir advirtiéndonos…
[1] En su tarea de gendarme planetario, asumida con gozo y suficiencia desde 1945, EE.UU. ha repartido el mundo entero en comandos regionales –como si fueran las comisarías de una megalópolis−, tradicionalmente seis; comando N, en y para América del Norte, Comando Europa (Eurasia occidental), Africom, Comando Central, en el corazón del Cercano Oriente, Comando Sur para América del Sur y suponemos Antártida, y Comando del Pacífico. Hay que agregar hoy otros cinco, sobrevenidos con la tecnología de punta, cibernética y espacio extraterrestre.
[2] Y aunque la dramaticidad habitual argentina esté teñida por cierto ombliguismo porteño que hace que por momentos se piense en Buenosaireslandia, aquella resistencia se manifiesta, existe, tanto contra el centralismo como contra el entreguismo.
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