22/11/2025

El “tratamiento” israelí para un adolescente gravemente enfermo: amenazas de deportación a Gaza

Gideon Levy & Alex Levac (fotos), Haaretz, 21-11-2025
Traducido por Tlaxcala

 

Yamen Al Najjar, con su madre Haifa, frente al Hospital Makassed en Jerusalén Este, donde está siendo tratado.

Yamen Al-Najjar, un joven de 16 años con un grave trastorno sanguíneo, ha estado hospitalizado en Jerusalén Este durante dos años. Esta semana, Israel intentó deportarlo a Gaza, donde su familia vive en una tienda desde que su casa fue destruida. Su madre está convencida de que no sobreviviría ni un solo día si fuera devuelto.

A las 5 de la mañana del lunes, Yamen Al Najjar, de 16 años, debía abandonar su cama en la sala de medicina interna del Hospital Makassed en Jerusalén Este, donde vive desde hace dos años con su madre, recoger sus pinturas y su poca ropa, y regresar a la devastada Franja de Gaza donde creció.
Unos días antes, el hospital les había informado que Israel había decidido expulsar a la mayoría de los gazatíes hospitalizados aquí. Según la organización Médicos por los Derechos Humanos, decenas más serían deportados con él: unas 20 personas del Centro Médico Sheba, en Ramat Gan; 60 pacientes con cáncer y acompañantes del Hospital Augusta Victoria en Jerusalén Este; y 18 pacientes y familiares de Makassed.
En el último momento, tras un reportaje de CNN, la expulsión fue aplazada —nadie sabe por cuánto tiempo.

Yamen nació y creció en Jan Yunis, un niño sano con un deseo casi innato de pintar. En septiembre de 2017 sufrió una lesión en la nariz y sangró sin parar durante 21 días. También presentó hemorragias internas y hematomas subcutáneos.
Los servicios médicos en Gaza no pudieron diagnosticarlo y, tras unos tres meses, Yamen fue trasladado a Makased, donde descubrieron que tenía la enfermedad de von Willebrand, que afecta la coagulación de la sangre. La vida de Yamen —y la de su madre— quedó patas arriba, pero no sería el final de sus sufrimientos.

Nos reunimos con ellos esta semana en un jardín municipal sucio y descuidado cerca del hospital, en la miseria de Jerusalén Este. La madre del chico, Haifa, elegante y encantadora, oscila entre la risa y el llanto, y se niega a revelar su edad. Nada en su porte revela que lleva más de dos años compartiendo una cama de hospital con su hijo, ni que no tiene hogar. Ella y su esposo, Ramzi, de 50 años, abogado que trabajaba para la Autoridad Palestina, tienen cuatro hijos. Yamen es el menor.


Haifa y Yamen Al-Najjar en el hospital. Después de que los médicos de Gaza no pudieron diagnosticarlo, fue trasladado a Jerusalén Este.

Yamen parece mayor de lo que es, con cabello negro y espeso, aunque un ligero bigote delata que aún es adolescente. Lleva gafas gruesas de lentes oscuros desde que la enfermedad afectó su vista. Carga una bolsa de plástico con pinturas y hojas de papel.
Apenas nos sentamos en un banco metálico, Yamen empieza a crear una pintura acrílica de colores intensos, con la ayuda ocasional de su madre, también pintora aficionada. Para cuando termina nuestra conversación, ha completado su pintura diaria: una obra hermosa e impactante.

En diciembre de 2017, tras el diagnóstico, Yamen fue trasladado al Hospital Universitario Hadasah en Ain Karem, Jerusalén. Su madre cuenta la historia con detalle, recordando cada fecha, cada nombre de enfermedad y cada síntoma.
En los meses siguientes, acudieron a Hadasah cada tres meses para pruebas; los viajes desde Gaza transcurrían sin problemas y el estado del niño era estable. Pero en 2020 aparecieron nuevos síntomas graves, aparentemente sin relación con su enfermedad original: su temperatura corporal bajaba a 32-33 grados y su presión sanguínea caía a 70/40 o incluso menos.
Una resonancia magnética realizada en el Hospital de la Amistad Turco-Palestina en Gaza mostró daños en el tálamo. Fue trasladado al Hospital Árabe Istishari en Ramala, donde también le diagnosticaron daños en la hormona del crecimiento. Luego fue trasladado al departamento de hematología de Sheba, donde acudía cada tres meses con su madre para controles.
Los resultados se enviaron a centros médicos de USA y Canadá, pero aún no tiene diagnóstico. El siguiente paso era realizar pruebas genéticas a toda la familia —y entonces llegó el 7 de octubre de 2023.

Ese día, Yamen estaba ingresado en el Hospital Oftalmológico San Juan en Jerusalén Este por sus problemas de visión. Al día siguiente volvió a sangrar y fue trasladado a Makased. Unos días después fue enviado a Sheba y luego devuelto a Makased, donde ha permanecido desde entonces. Mientras su madre habla, su pintura avanza: ya pintó el cielo y un campo en azul y verde intensos, y ahora empieza a pintar la figura de un joven o un hombre. Lo sabremos después.


Haifa y Yamen. Mientras hablamos, el dibujo de Yamen avanza: pinta un cielo y un campo en azul y verde intensos.

Su estado empeora, dice su madre. Su temperatura baja a menos de 32 grados y su presión a 60/23. Ella sueña que cae a cero. Sufre dolores articulares, erupciones por todo el cuerpo y hinchazón. Duerme 18 horas al día y cualquier esfuerzo lo agota. Nada de esto se nota mientras está sentado en el banco, concentrado en su pintura.

En las últimas semanas, desde el alto el fuego en Gaza, él y su madre han sido advertidos de que su tiempo allí se acaba. Han empezado a buscar un país que acepte recibirlos y brindar tratamiento a Yamen. En enero debía viajar con decenas de niños heridos gazatíes a Emiratos Árabes Unidos para tratamiento, pero el alto el fuego colapsó, los combates se reanudaron y la Franja fue sellada de nuevo.

Haifa contactó con organizaciones —la OMS, PHR, la Cruz Roja Internacional, la Media Luna Roja en Emiratos y Catar, entre otras—. La OMS reconoció la gravedad del caso, pero ningún país ha accedido a aceptarlo. Sus dos tíos en el exilio, en Reino Unido y Turquía, también intentaron ayudar, sin éxito.
Los 22 000 niños gravemente heridos en la guerra tienen prioridad, dice su madre, aunque la condición de Yamen no es menos peligrosa. También entiende que su situación sería mejor si hubiera un diagnóstico claro.

El domingo pasado se anunció que todos los pacientes gazatíes, excepto los gravemente enfermos, serían devueltos. Haifa se tranquilizó, creyendo que Yamen estaba entre los casos graves. Pero dos días después, le informaron que Yamen sería deportado en dos días, el jueves anterior.
El miércoles les dijeron que la deportación se posponía al lunes, a las 5 de la mañana.
Ella comprendió que debía actuar rápidamente para revocar la orden y salvar a su hijo, así que por primera vez recurrió a los medios internacionales. Abeer Salman, productora y reportera de CNN, publicó la historia, y de inmediato, el domingo, la familia fue informada de que la deportación quedaba aplazada indefinidamente.


Las tiendas de familias desplazadas en Muwasi esta semana. Cuando el ejército israelí entró en Jan Yunis, la familia de Yamen tuvo que huir a Muwasi sin nada. Foto Mahmoud Issa / Reuters

Es vivir en un estado permanente de ansiedad, bajo una nube oscura y amenazante. «Yamen no sobrevivirá ni un solo día en Gaza», nos dice su madre, con las lágrimas asomando por primera vez —que se apresura a secar. «Su único pecado es haber nacido en Gaza.»
Ahora lo ayuda a terminar su pintura. Yamen ha pintado a un hombre sosteniendo la rama de un árbol, con mariposas revoloteando arriba. Su madre añade una o dos mariposas más. En las últimas semanas, él ha pintado muchas mariposas, dice ella. Ella suele pintar mujeres tristes.
Una de las obras de Yamen, un dibujo en blanco y negro de hace unas semanas, muestra a un niño arrodillado, sangre fluyendo de su dedo, una flor brotando de la tierra agrietada, casas desoladas al fondo. Le dijo a su madre que así imagina el regreso a Gaza, con su dedo sangrando.

En respuesta a una consulta de Haaretz, el Coordinador de Actividades del Gobierno en los Territorios (COGAT) declaró:
«Contrario a las afirmaciones, la coordinación para devolver a Gaza a los residentes que fueron tratados en Israel se realizó únicamente después de recibir el pleno consentimiento de cada paciente y su familia, de acuerdo con sus deseos. Los pacientes comenzaron su tratamiento en Israel antes de la guerra y, debido al cierre de los cruces, su regreso no fue posible hasta ahora, a pesar de que habían completado su atención médica. El proceso se coordinó profesionalmente, con la sensibilidad requerida y con total transparencia con todas las partes involucradas.»
En otras palabras, una «deportación voluntaria». Es difícil creer que decenas de pacientes y familiares desean realmente regresar a una Gaza devastada y sangrante, donde no queda un solo hospital funcional y donde no está claro si aún tienen un hogar.

En cuanto a Yamen, una fuente del COGAT dijo no tener conocimiento de ningún plan para deportarlo. Sin embargo, Yamen y su familia afirman que ya les dijeron dos veces que empacaran y se prepararan para una expulsión, incluida esta última el lunes. En ambas ocasiones, la administración del hospital les dijo que actuaba bajo instrucciones de COGAT.

Tras el artículo de CNN, una ONG sudafricana expresó disposición a ayudarle a encontrar tratamiento en ese país, pero aún no ha habido avances. Para Haifa y Yamen, es vital que él pueda recibir tratamiento en algún lugar y también reunirse, después de más de dos años, con su padre, sus hermanas y su hermano.
La comunicación telefónica entre ellos es casi constante, pese a las dificultades de internet en la zona de tiendas de Muwasi. Ramzi y el hermano de Yamen, Yusef, resultaron heridos en un bombardeo.
El 8 de octubre de 2023, la familia abandonó su casa en Jan Yunis y se mudó a una tienda en el patio de una escuela que servía como refugio para desplazados. Pero el lugar fue bombardeado y la tienda se incendió. Durante unos días durmieron en la calle, hasta que pudieron comprar una nueva tienda y levantarla en Rafah, donde permanecieron hasta junio de 2024.

Cuando el ejército israelí invadió Rafah, tuvieron que huir a Muwasi. Escaparon sin nada y compraron una nueva tienda. Durante el alto el fuego de enero intentaron regresar a las ruinas de su casa. Una habitación seguía en pie, así que la envolvieron con láminas de plástico y se instalaron allí. Pero cuando el peligro aumentó, tuvieron que huir de nuevo y regresar a Muwasi con otra tienda.

¿Con qué frecuencia habla con su familia? preguntamos.
«Cada vez que discuten y gritan, llaman», dice Haifa. Y Salman, la reportera, que se ha vuelto cercana a la familia, añade riendo: «Y eso ocurre mucho.» Se pelean en la tienda de Muwasi por una rebanada de pan, un espacio en el colchón, por quién se duchará o quién tendrá algo de beber, cuenta Haifa. A cada uno le dice que tiene razón.
Hubo días largos sin comunicación, y ambos vivían con miedo. Haifa llamó a todos los conocidos en Gaza para localizar a su esposo y a sus hijos, y escuchó cada noticia con angustia. «Fue un tiempo difícil», dice, mientras vuelven las lágrimas. Su esposo necesitó un andador los primeros meses después de ser herido. Su corazón se detenía cada vez que escuchaba noticias de bombardeos o incendios en Muwasi.

Cuando Yamen está despierto, pinta o juega en línea con sus tíos en Turquía y Londres. La vida en el hospital es difícil. «No hay privacidad ni comodidad», dice Haifa, otra vez con una sonrisa.
Desde los 3 años, Yamen guardaba todos sus juguetes en sus cajas originales. Cuando su padre y sus hermanos tuvieron que abandonar la casa el 8 de octubre, todos los juguetes quedaron atrás. Su padre le preguntó qué juguete salvar, y Yamen le pidió que llevara una baraja de cartas doradas. Estas sobrevivieron hasta que la familia tuvo que huir de la tienda en Rafah; entonces se perdieron también.
El personal del hospital es ahora un sustituto de la familia, dice Haifa, pero intenta no acercarse demasiado, sabiendo que tendrán que irse. La semana pasada, cuando llegaron las noticias de la deportación, se dijo a sí misma que había hecho bien. Todo lo que quiere ahora es que Yamen reciba el mejor tratamiento posible y que la familia pueda reunirse. Él sangra casi todos los días, dice, lo que lo sume en depresión.

Ahora Yamen ha terminado su pintura y la ha firmado en la parte inferior.

 

 

Le “traitement” israélien pour un adolescent gravement malade : des menaces de déportation vers Gaza

Gideon Levy & Alex Levac (photos), Haaretz, 21/11/2025
Traduit par Tlaxcala


Yamen Al Najjar, avec sa mère Haifa, devant l’hôpital Makassed à Jérusalem-Est, où il est soigné.

Yamen Al-Najjar, un adolescent de 16 ans atteint d’une grave maladie sanguine, est hospitalisé à Jérusalem-Est depuis deux ans. Cette semaine, Israël a tenté de le déporter à Gaza, où sa famille vit sous une tente après la destruction de leur maison. Sa mère est certaine qu’il ne survivrait pas un seul jour s’il y était renvoyé.

À 5 heures du matin, lundi, Yamen Al Najjar, 16 ans, était censé quitter son lit dans le service de médecine interne de l’hôpital Makassed à Jérusalem-Est, où il vit depuis deux ans avec sa mère, rassembler ses peintures et ses quelques vêtements, et retourner dans la bande de Gaza dévastée où il a grandi.
Quelques jours plus tôt, l’hôpital avait informé tous deux qu’Israël avait décidé d’expulser la plupart des Gazaouis hospitalisés ici vers la bande. Selon l’ONG Médecins pour les droits humains, des dizaines d’autres devaient être expulsés avec lui : environ 20 patients et leurs accompagnants du centre médical Sheba, à Ramat Gan ; 60 patients atteints de cancer et leurs accompagnants de l’hôpital Augusta Victoria à Jérusalem-Est ; et 18 patients et accompagnants de Makassed.
À la dernière minute, après un reportage de CNN, la décision a été suspendue – on ne sait pour combien de temps.

Yamen est né et a grandi à Khan Younis, un garçon en bonne santé avec un désir presque inné de peindre. En septembre 2017, il a souffert d’une blessure au nez et a saigné sans interruption pendant 21 jours. Des hémorragies se sont également produites dans son système digestif, et il souffrait d’hématomes sous-cutanés à divers endroits du corps.
Les services médicaux de Gaza n’ont pas pu établir de diagnostic et, après environ trois mois, Yamen a été transféré à Makassed, où l’on a découvert qu’il souffrait de la maladie de von Willebrand, qui affecte la capacité du sang à coaguler. La vie de Yamen – et celle de sa mère – a été bouleversée, mais ce n’était pas la fin de leurs épreuves.

Nous les avons rencontrés cette semaine dans un jardin municipal sale et négligé près de l’hôpital, au milieu de la misère de Jérusalem-Est. La mère du garçon, Haifa, élégante et charmante, oscille entre rires et larmes, et refuse de révéler son âge. Rien dans son attitude ne laisse deviner qu’elle partage un lit d’hôpital avec son fils depuis plus de deux ans, ni qu’elle n’a pas de maison. Elle et son mari, Ramzi, 50 ans, avocat travaillant pour l’Autorité palestinienne, ont quatre enfants – Yamen est le plus jeune.

Haifa et Yamen Al-Najjar à l’hôpital. Après que les médecins de Gaza n’ont pas pu établir de diagnostic, il a été transféré à Jérusalem-Est.

Yamen fait plus que son âge, avec de cheveux noirs épais, bien qu’un début de moustache signale qu’il reste un adolescent. Il porte des lunettes épaisses aux verres sombres depuis que sa vision a été affectée par la maladie. Il transporte un sac en plastique contenant des peintures et des feuilles de papier.
À peine assis sur un banc métallique du jardin, Yamen se met à créer une peinture acrylique aux couleurs vives, avec l’aide occasionnelle de sa mère, elle aussi peintre amateur. À la fin de notre conversation, il aura terminé son tableau du jour – une œuvre frappante et magnifique.

En décembre 2017, après le diagnostic, Yamen a été transféré à l’hôpital universitaire Hadassah à Aïn Karem, Jérusalem. Sa mère raconte l’histoire avec vivacité, se souvenant de chaque date, chaque nom de maladie et chaque symptôme.
Dans les mois suivants, ils se sont rendus à Hadassah tous les trois mois pour des examens ; les trajets depuis Gaza se passaient sans problème et l’état du garçon était stable. Mais en 2020, de nouveaux symptômes graves sont apparus, apparemment sans lien avec sa maladie d’origine. Sa température corporelle chutait brutalement à 32-33 °C, et sa tension sanguine à 70/40, voire moins.
Une IRM réalisée à l’hôpital d’amitié turco-palestinienne à Gaza a montré des dommages au thalamus. Il a été transféré à l’hôpital arabe Istishari à Ramallah, où l’on a également diagnostiqué une atteinte de son hormone de croissance. Puis il a été transféré pour traitement au service d’hématologie de Sheba, où il revenait tous les trois mois avec sa mère pour des contrôles.
Les résultats de ses tests ont été envoyés à des centres médicaux aux USA et au Canada, mais aucune maladie n’a encore été identifiée. L’étape suivante consistait à réaliser des tests génétiques sur toute la famille – puis est arrivé le 7 octobre 2023.

Ce jour-là, Yamen était patient à l’hôpital ophtalmologique St. John de Jérusalem-Est, en raison de problèmes de vision. Le lendemain, il a recommencé à saigner et a été transféré à Makassed. Quelques jours plus tard, il a été transféré à Sheba puis renvoyé à Makassed. Il s’y trouve depuis lors. Pendant que sa mère parle, sa peinture progresse : il a déjà peint le ciel et un champ en bleu et vert intenses, et commence maintenant à peindre la silhouette d’un jeune ou d’un homme. Nous le découvrirons plus tard.


Haifa et Yamen. Pendant notre conversation, le dessin de Yamen progresse – il peint un ciel et un champ en bleu et vert vifs.

Son état se détériore, dit sa mère. Sa température corporelle descend sous les 32 degrés et sa tension chute à 60/23. Elle fait des cauchemars où celle-ci tombe à zéro. Il souffre de douleurs articulaires, d’éruptions cutanées et d’enflures. Il dort 18 heures par jour et le moindre effort l’épuise. Rien de tout cela n'est visible alors qu'il est assis sur le banc, entièrement absorbé par sa peinture.

Depuis quelques semaines, depuis le cessez-le-feu à Gaza, lui et sa mère ont été avertis que leur temps ici touchait à sa fin. Ils ont commencé à chercher un pays qui accepterait de les recevoir et de fournir des soins à Yamen. En janvier dernier, il devait se rendre avec des dizaines d’enfants blessés à Abou Dhabi pour traitement, mais le cessez-le-feu s’est effondré, les combats ont repris et la bande a de nouveau été scellée.

Haifa a contacté des organisations, dont l’OMS, PHR, la Croix-Rouge internationale, le Croissant-Rouge des Émirats et du Qatar, et d’autres. L’OMS a reconnu la gravité de son état, mais aucun pays n’a accepté de l’accueillir. Ses deux oncles, en exil en Grande-Bretagne et en Turquie, ont tenté d’aider, sans succès.
Les 22 000 enfants grièvement blessés dans la guerre à Gaza ont la priorité, dit-elle, même si l’état de Yamen n’est pas moins dangereux. Elle comprend aussi que sa situation serait meilleure s’il avait un diagnostic clair.

Dimanche dernier, il a été annoncé que tous les patients gazaouis, à l’exception des cas les plus graves, seraient renvoyés. Haifa a été rassurée, pensant que Yamen faisait partie des cas graves. Mais deux jours plus tard, on lui a annoncé que Yamen serait expulsé dans les deux jours – jeudi dernier.
Mercredi, on leur a dit que l’expulsion était repoussée à lundi matin, à 5 heures.
Elle a compris qu’elle devait agir vite pour renverser cette décision et sauver son fils. Pour la première fois, elle s’est tournée vers les médias internationaux. Abeer Salman, productrice et journaliste à CNN, a publié l’histoire et, immédiatement après, dimanche, la famille a été informée que leur expulsion était reportée sine die.


Les tentes des familles déplacées à Muwasi cette semaine. Lorsque l’armée israélienne est entrée à Khan Younis, la famille de Yamen a dû fuir à Muwasi sans rien. Photo  Mahmoud Issa / Reuters

C’est une vie dans l’angoisse, sous un nuage sombre et menaçant. « Yamen ne survivra pas un seul jour à Gaza », nous dit sa mère, des larmes apparaissant sur ses joues pour la première fois – vite essuyées. « Son seul péché est d’être né à Gaza. »
À présent, elle l’aide à achever sa peinture. Yamen a peint un homme tenant une branche d’arbre, avec des papillons voletant au-dessus. Sa mère ajoute un ou deux papillons. Ces dernières semaines, il peint beaucoup de papillons, dit-elle. Elle-même peint souvent des femmes tristes.
L’une des œuvres de Yamen, un dessin en noir et blanc datant de quelques semaines, montre un garçon agenouillé, du sang coulant de son doigt, une fleur poussant d’une terre fissurée, des maisons désolées en arrière-plan. Il a dit à sa mère que c’est ainsi qu’il imagine le retour à Gaza, avec son doigt blessé.

En réponse à une demande de Haaretz, le Coordinateur des activités gouvernementales dans les territoires (COGAT) a déclaré :
« Contrairement aux affirmations, la coordination pour le retour des résidents de Gaza soignés en Israël vers la bande n’a été effectuée qu’après avoir reçu le plein consentement de chaque patient et de sa famille, conformément à leurs souhaits. Les patients ont commencé leur traitement en Israël avant la guerre et, en raison de la fermeture des points de passage, leur retour n’a pas été possible jusqu’à présent, bien qu’ils aient terminé leurs soins. Le processus a été coordonné professionnellement, avec la sensibilité requise, et en toute transparence avec toutes les parties concernées. »
En d’autres termes, une « déportation volontaire ». Difficile de croire que des dizaines de patients et leurs proches souhaitent réellement rentrer dans une Gaza dévastée et ensanglantée, où il ne reste aucun hôpital fonctionnel et où nul ne sait s’ils ont encore une maison.

Concernant Yamen, une source au COGAT a déclaré ne connaître aucun plan pour l’expulser. Pourtant, Yamen et sa famille affirment qu’ils ont déjà été informés deux fois de préparer leurs affaires pour une expulsion imminente, dont encore ce lundi. Dans les deux cas, l’administration de l’hôpital leur a dit agir sur instruction du COGAT.

Après l’article de CNN, une ONG sud-africaine a exprimé sa volonté d’aider à lui trouver un lieu de traitement dans ce pays, mais rien encore n’a abouti. Pour Haifa et Yamen, il est vital que Yamen puisse être soigné quelque part et aussi retrouver, après plus de deux ans, son père, ses sœurs et son frère.
La ligne téléphonique entre eux est ouverte presque en permanence, malgré les difficultés de connexion dans la zone de tentes de Muwasi où la famille vit. Ramzi et le frère de Yamen, Yusef, ont été blessés dans un bombardement.
Le 8 octobre 2023, la famille a quitté sa maison à Khan Younis et s’est installée dans sous tente dans la cour d’une école servant d’abri pour déplacés. Mais le site a bientôt été bombardé et la tente a pris feu. Pendant quelques jours, ils ont dormi dans la rue, jusqu’à pouvoir acheter une nouvelle tente et la monter à Rafah, où ils sont restés jusqu’en juin 2024.

Lorsque l’armée israélienne a envahi Rafah, ils ont dû fuir vers Muwasi. Ils ont tout laissé derrière eux et acheté une nouvelle tente. Lors du cessez-le-feu en janvier dernier, ils ont tenté de revenir aux ruines de leur maison. Une pièce se tenait encore debout, alors ils l’ont entourée de bâches plastifiées et s’y sont installés. Mais lorsque le danger s’est accru, ils ont dû fuir de nouveau et retourner à Muwasi avec une autre tente.

À quelle fréquence parlez-vous à votre famille ? demandons-nous.
« Chaque fois qu’ils se disputent et crient, ils appellent », dit Haifa. Et Salman, la journaliste, proche de la famille, ajoute en riant : « Et ça arrive souvent. » Ils se battent dans la tente de Muwasi pour une tranche de pain, une place sur un matelas, pour savoir qui se lavera ou qui aura quelque chose à boire, dit Haifa. Elle dit à chacun qu’il a raison.
Il y a eu de longs jours sans aucun contact, et tous deux vivaient dans la terreur. Haifa appelait quiconque elle connaissait à Gaza pour retrouver son mari et ses enfants, et écoutait chaque bulletin d’information, tremblante. « C’était une période très dure », dit-elle, et les larmes reviennent. Son mari avait besoin d’un déambulateur les premiers mois après sa blessure. Son cœur s’arrêtait à chaque mention de bombardements ou d’incendies à Muwasi.

Quand Yamen est éveillé, il peint ou joue en ligne à des jeux vidéo avec ses oncles en Turquie et à Londres. La vie à l’hôpital est difficile. « Il n’y a ni intimité, ni confort », dit Haifa, encore souriante.
Depuis qu’il a 3 ans, Yamen gardait tous ses jouets dans leurs boîtes d’origine. Lorsque son père et ses frères et sœurs ont dû quitter la maison le 8 octobre, tous les jouets ont été laissés derrière. Son père lui a demandé quel jouet sauver, et Yamen lui a dit d’emporter un jeu de cartes doré. Elles ont survécu jusqu’à ce que la famille doive fuir de la tente à Rafah, puis ont été perdues aussi.
Le personnel de l’hôpital remplace désormais la famille, dit Haifa, mais elle essaie de ne pas trop s’y attacher, sachant qu’ils devront partir. La semaine dernière, quand elle a appris l’expulsion, elle s’est dit qu’elle avait finalement fait ce qu’il fallait. Tout ce qu’elle veut maintenant, c’est que Yamen reçoive le meilleur traitement possible et que la famille soit réunie. Il saigne presque chaque jour, dit-elle, ce qui le plonge dans la dépression.

Maintenant, il a fini sa peinture et l’a signée en bas.

“Je refuse d’être une femme battue” : L’annonce de démission de Marjorie Taylor Green

Marjorie, la "MEGA MAGA", vue par Andy Bunday, The Observer

 

Marjorie Taylor Green, 51 ans, représentante du 14e district de Géorgie au Congrès, et l’une des figures de proue les plus enragées de la mouvance magaïste, vient d’annoncer qu’elle démissionnera le 5 janvier 2026. Elle avait été qualifiée de « traîtresse » par Trump suite à sa demande de publication des « Epstein files », les dossiers Epstein, qui mettent Trump directement en cause Elle expose ci-dessous ses raisons.

Marjorie Taylor Greene, 22/11/2025
Traduit par Tlaxcala



Bonjour tout le monde

J’ai toujours représenté l’Américain et l’Américaine ordinaires en tant que membre de la Chambre des représentants, et c’est pourquoi j’ai toujours été détestée à Washington DC et ne m’y suis jamais sentie à ma place. Les Américains sont utilisés par le complexe politico-industriel des deux partis politiques, cycle électoral après cycle électoral, afin d’élire le camp capable de convaincre les Américains de détester davantage l’autre camp.

Et les résultats sont toujours les mêmes. Peu importe la direction du balancier politique, républicain ou démocrate, rien ne s’améliore jamais pour l’Américain ou l’Américaine ordinaire. La dette augmente. Les intérêts corporatifs et globaux restent les chouchous de Washington. Les emplois américains continuent d’être remplacés, que ce soit par du travail illégal, du travail légal via des visas, ou simplement expédiés à l’étranger. Les petites entreprises continuent d’être englouties par les grandes entreprises. Les impôts durement gagnés par les Américains financent toujours des guerres étrangères, de l’aide étrangère, et des intérêts étrangers. Le pouvoir d’achat du dollar continue de décliner.

La famille américaine moyenne ne peut plus survivre avec un seul revenu, car les deux parents doivent travailler pour simplement survivre. Et aujourd’hui, beaucoup de gens de la génération de mes enfants se sentent sans espoir pour leur avenir et ne pensent pas qu’ils réaliseront un jour le rêve américain, ce qui me brise le cœur.

Je me suis présentée au Congrès en 2020 et j’ai combattu chaque jour en croyant que « Make America Great Again » signifiait « America First ». J’ai l’un des historiques de vote les plus conservateurs au Congrès, défendant le premier amendement, le deuxième amendement, les bébés à naître parce que je crois que Dieu crée la vie à la conception, des frontières fortes, la sécurité, je me suis battue contre la folie tyrannique du Covid et les vaccinations obligatoires de masse, et je n’ai jamais voté pour financer des guerres étrangères.

Cependant, après presque un an de majorité, la législature a été largement paralysée, nous avons enduré une fermeture de 8 semaines qui a abouti à ce que la Chambre ne travaille pas pendant tout ce temps, et nous entrons dans la saison des campagnes, ce qui signifie que tout courage s’évapore et que seul le mode campagne sécurisée pour la réélection s’active.

Pendant la plus longue fermeture de l’histoire de notre nation, je me suis insurgée contre mon propre speaker et mon propre parti pour avoir refusé de travailler sérieusement à l’élaboration d’un plan pour sauver le système de santé américain et protéger les Américains contre des assurances santé outrageusement chères et inabordables. La Chambre aurait dû être en session chaque jour pour résoudre ce désastre, mais l’Amérique a été forcée de subir encore une fois un spectacle politique écœurant provenant des deux côtés de l’allée.

Mes projets de loi, qui reflètent nombre des décrets exécutifs du président Trump — comme appeler à un nouveau recensement, pousser les Américains à redécouper les circonscriptions, faire de l’anglais la langue officielle des États-Unis, criminaliser le fait de médicalement transitionner un mineur, ou encore éliminer les taxes sur les plus-values sur la vente d’une maison et supprimer les visas H1B — ne sont jamais présentés au vote parce que le speaker ne les amène jamais à l’assemblée.

Beaucoup d’Américains ordinaires ne se laissent plus convaincre facilement par les propagandistes politiques payés, les porte-parole à la télévision, ou les mercenaires rémunérés sur les réseaux sociaux obéissant servilement avec une conviction de secte pour forcer les autres à avaler les éléments de langage du parti.

Parce qu’ils savent combien ils ont de dettes de carte de crédit, ils savent combien leurs propres factures ont augmenté ces 5 dernières années, ils font eux-mêmes leurs courses et savent que la nourriture coûte trop cher, leur loyer a augmenté, ils ont perdu face à des gestionnaires d’actifs d’entreprise lorsqu’ils ont tenté d’acheter une maison, ils ont été licenciés trop souvent après que leur remplaçant sous visa a été formé, le diplôme universitaire qu’on leur a vendu comme un ticket pour une vie meilleure ne les a laissés qu’avec des dettes et aucun salaire à six chiffres, ils voient plus de sans-abri que jamais dans leurs rues, ils ne peuvent pas se permettre une assurance santé ou presque aucune assurance, et ils ne sont pas stupides.

Ce sont les gens que je représente et que j’aime parce que ce sont ceux dont sont faits tous les membres de ma famille et de mes amis : des Américains ordinaires. J’ai eu la bénédiction de représenter le 14 district de Géorgie pendant 5 ans, rempli de certaines des personnes les plus merveilleuses, bienveillantes, craignant Dieu, patriotes et travailleuses que vous ne rencontrerez jamais. De bonnes gens ordinaires.

J’ai travaillé dur pour ramener l’argent des contribuables chez nous pour répondre aux besoins du district, j’ai destitué le secrétaire à la Sécurité intérieure de Biden après avoir vu mes administrés mourir alors qu’il facilitait l’invasion dangereuse de la frontière ouverte, et j’ai mené l’effort de couper les financements de NPR, PBS et de l’USAID corrompu, en tant que présidente du sous-comité DOGE.

J’ai combattu plus durement que presque n’importe quel autre républicain élu pour faire élire Donald Trump et les républicains, parcourant le pays pendant des années, dépensant des millions de mon propre argent, sacrifiant un temps précieux avec ma famille que je ne récupérerai jamais, et me présentant dans des lieux comme devant le tribunal de New York dans Collect Pond Park face à une foule de gauchistes furieux lors de l’affaire Trump. Pendant ce temps, la plupart des républicains de l’establishment, qui l’ont secrètement détesté et poignardé dans le dos et ne l’ont jamais défendu en rien, ont tous été accueillis après l’élection.

Je n’oublierai jamais le jour où j’ai dû quitter le chevet de ma mère alors que mon père subissait une chirurgie pour retirer des tumeurs cancéreuses, afin de voler à Washington DC pour défendre le président Trump et voter NON lors de la deuxième mise en accusation des démocrates en 2021. Mon pauvre père et ma pauvre mère, c’était beaucoup trop.

À travers tout cela, je n’ai jamais changé ni reculé sur mes promesses de campagne et je n’ai été en désaccord qu’à de rares occasions, comme sur les H1B remplaçant les emplois américains, les moratoires sur les États pilotés par l’IA, les escroqueries sur les prêts hypothécaires à 50 ans, en me tenant fermement contre toute implication dans des guerres étrangères, et en exigeant la publication des dossiers Epstein. À part cela, mon historique de vote a été solidement aligné avec mon parti et le président.

La loyauté doit être réciproque, et nous devrions pouvoir voter selon notre conscience et représenter l’intérêt de notre district parce que notre titre est littéralement « Représentant ».

« America First » doit signifier « America First » et seulement « Americans First », sans qu’aucun autre pays étranger ne soit jamais attaché à America First dans nos institutions gouvernementales.

Défendre les femmes américaines violées à 14 ans, victimes de trafic et utilisées par des hommes riches et puissants, ne devrait pas faire de moi une traîtresse, menacée par le président des États-Unis, pour qui j’ai pourtant combattu.

Cependant, même si c’est douloureux, mon cœur reste rempli de joie, ma vie remplie de bonheur, et mes convictions profondes restent inchangées parce que ma valeur personnelle n’est pas définie par un homme, mais par Dieu qui a créé toute chose.

Vous voyez, je n’ai jamais valorisé le pouvoir, les titres, ou l’attention malgré toutes les mauvaises suppositions sur moi. Je ne m’accroche pas à ces choses parce qu’elles sont des pièges vides et dénués de sens qui me retiennent.

Trop de gens à Washington. Je crois aux limites de mandats et je ne pense pas que le Congrès devrait être une carrière à vie ou une maison de retraite assistée.

Mon seul but et désir ont toujours été de tenir le parti républicain responsable des promesses faites aux Américains et de mettre America First, et je me suis battue contre les politiques destructrices des démocrates comme le Green New Deal, les frontières grandes ouvertes et dangereuses, et l’agenda trans sur les enfants et les femmes.

Avec cela sont venues des années d’attaques personnelles incessantes, de menaces de mort, de lawfare, de calomnies ridicules et de mensonges sur moi, que la plupart des gens ne pourraient jamais supporter ne serait-ce qu’un jour.

Cela a été injuste et mauvais, non seulement pour moi et ma famille, mais pour mon district également.

J’ai trop de respect pour moi-même et de dignité, j’aime trop ma famille, et je ne veux pas que mon district chéri endure une primaire blessante et haineuse contre moi, menée par le président que nous avons tous soutenu, seulement pour que je mène la bataille et gagne alors que les républicains perdront probablement les élections de mi-mandat. Et ensuite, on s’attendrait à ce que je défende le président contre une mise en accusation après qu’il a déversé des dizaines de millions de dollars contre moi et tenté de me détruire.

Tout cela est absurde et complètement irréel. Je refuse d’être une « femme battue » espérant que tout s’arrange et s’améliore.

Si je suis écartée par MAGA Inc et remplacée par les néocons, Big Pharma, Big Tech, le complexe militaro-industriel, des dirigeants étrangers et la classe donatrice élitiste qui ne peut même pas comprendre les vrais Américains, alors de nombreux Américains ordinaires ont été écartés et remplacés eux aussi.

Il n’y a pas de « plan pour sauver le monde » ni de partie d’échecs 4D insensée en train d’être jouée.

Quand les Américains ordinaires réaliseront et comprendront que le complexe politico-industriel des deux partis déchire ce pays, et qu’aucun élu comme moi ne peut arrêter la machine de Washington qui détruit progressivement notre pays, et que la réalité est que les Américains ordinaires, le peuple, possèdent le vrai pouvoir sur Washington, alors je serai ici à leurs côtés pour le reconstruire.

D’ici là, je retourne parmi les gens que j’aime, pour vivre pleinement ma vie comme je l’ai toujours fait, et j’attends avec impatience un nouveau chemin.

Je démissionnerai de mes fonctions, mon dernier jour étant le 5 janvier 2026.

 

21/11/2025

El protocolo que reemplazó al ser humano

En los servicios de atención al cliente, todavía se habla con personas, pero ya no tienen derecho a responderte

François Vadrot, 20-11-2025
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Traducido por Tlaxcala

 

Un agente de soporte enmascarado responde con fórmulas estandarizadas, mientras que, en segundo plano, se revela la cuadrícula de procedimientos que estructura toda su intervención

Desde hace unos meses, y especialmente en estos últimos días, me he visto arrastrado a una sucesión de conversaciones con servicios de atención al cliente. Cada vez, las situaciones eran distintas —un aparato nuevo que se reinicia sin motivo, una impresora que se desconfigura, un pedido acompañado de una factura ilegal—, pero los intercambios, ellos, eran idénticos. Lo que se presentaba como un diálogo con un ser humano se reducía, en realidad, al atravesar un protocolo. Como si el lenguaje ya no sirviera para comprender, sino para activar, redirigir, desbloquear casillas. Los agentes no interpretaban lo que se les decía: pasaban las palabras por el tamiz de secuencias preescritas. En cuanto describía un problema, se desplegaba un árbol de decisiones: alimentación, actualización del firmware, reinicialización, sin consideración a los hechos ya aportados unas líneas más arriba. Un agente me proponía comprobar una conexión que yo ya había documentado en vídeo; otro me pedía un número de serie que se suponía tenía delante; un tercero exigía una foto que el sistema le impedía abrir. No era mala voluntad: era la estructura.

Porque los agentes ya no tienen acceso a la totalidad de la conversación. Su interfaz solo muestra tres o cuatro mensajes recientes. El resto desaparece para ellos, aunque sigue siendo visible para el cliente. La asimetría es total: yo veo la continuidad del intercambio, ellos solo ven el instante presente. Cada intercambio empieza de cero; cada explicación, un minuto después, ya no existe. Esta arquitectura no es un defecto técnico, sino una decisión organizativa: impedir que el agente interprete, que reconstruya una historia, que actúe fuera del guion. Al cortarlo de su pasado inmediato, se le priva de la posibilidad de desviarse del protocolo. El agente está allí, humano, amable, a veces apenado, pero su papel se reduce a seguir un recorrido fijo, hecho de microdecisiones que no le pertenecen.

En este marco, el lenguaje deja de ser un espacio de comprensión para convertirse en un campo minado. Algunas palabras provocan un bloqueo instantáneo: “bug”, “fallo interno”, “factura no conforme”, “prueba adjunta” desencadenan automáticamente ramas predecibles, pero muy alejadas del problema real. Hay que aprender a hablar sin decir, a rodear los activadores, a evitar formulaciones que devuelvan el expediente al inicio. Ya no se habla con una persona, sino con un dispositivo opaco que interpreta nuestras frases como señales técnicas. Una ligera ambigüedad puede bastar para reiniciar el ciclo, y un exceso de precisión puede bloquearlo. Uno termina escribiendo como si se dirigiera a una máquina, aunque haya un humano enfrente, prisionero de un sistema que le impide ser humano.

La única fisura, a veces, proviene del supervisor. No es un mesías; simplemente ocupa un nivel más alto en la pirámide de autorizaciones. Ve algunos mensajes más, tiene unos cuantos botones adicionales, puede sortear un procedimiento que gira en vacío. Pero el acceso a ese nivel es raro, contingente: depende de la disponibilidad del supervisor, del grado de atasco en el guion, o del momento en que el propio protocolo constata su fracaso estadístico. Cuando eso ocurre, todo se desbloquea de golpe: en cinco líneas, el supervisor entiende lo que tres agentes no tenían derecho a comprender. La paradoja es cruel: cuanto más fracasa la organización, más se acerca uno a la posibilidad de una decisión humana; la competencia solo interviene en la excepción.

En este entorno, el mediador más eficaz ya no es el lenguaje humano, sino la inteligencia artificial. No porque “comprenda” mejor que nosotros, sino porque sabe anticipar las lógicas implícitas: evitar las palabras que activan las ramas equivocadas, formular frases de la longitud exacta que sigue siendo visible en la interfaz de los agentes humanos, recordar lo que se acaba de decir sin mencionar lo que sería incriminante para el guion, rodear los activadores, mantener un hilo lógico allí donde la organización prohíbe la continuidad. La IA se convierte en una tecnología de navegación en un espacio donde el lenguaje ordinario ya no funciona. No habla al humano: habla al protocolo que encierra al humano.

Porque este protocolo ya ni siquiera está escrito por humanos. Resulta de un ensamblaje progresivo: instrucciones internas, módulos de gestión de la relación con el cliente (CRM) diseñados para reducir reembolsos, restricciones impuestas por proveedores externos, modelos estadísticos que optimizan las respuestas, bucles de aprendizaje automático que modulan los guiones según los índices de satisfacción. Ningún arquitecto orienta este sistema; se autoorganiza por estratos sucesivos. Su lógica se asemeja a la de una red blockchain: sin confianza global, sin interpretación, solo validaciones locales. Cada agente es un nodo que ejecuta su parte, sin visión de conjunto y sin posibilidad de remontar la cadena.

Esta mecánica encaja perfectamente en otro fenómeno, más profundo: la fragmentación de la empresa misma. El nombre que ve el cliente —una marca, una interfaz, un logotipo— ya no corresponde a una entidad unificada. La realidad es una cadena de proveedores: la plataforma vende, un almacén externo prepara, un transportista distinto entrega, un soporte externalizado responde, un servicio de litigios decide, todo ello por encima de un sistema de pago que sigue sus propias reglas. Estos segmentos no se hablan. No tienen los mismos programas, ni las mismas obligaciones, ni las mismas prioridades. Comparten solo lo mínimo indispensable, a veces nada. Ninguno es responsable del conjunto; cada uno aplica su protocolo fragmentado como una sección autónoma de un organismo sin cerebro.

En semejante dispositivo, invocar la ley se vuelve un acto teórico. Los derechos del consumidor —desistimiento, garantía legal, conformidad— solo existen en el lenguaje jurídico, pero no tienen traducción en las cadenas operacionales. Los agentes no tienen acceso a los documentos, ni a las personas, ni a las funciones necesarias para aplicar estas reglas. Su único marco real es el protocolo interno, derivado de las Condiciones Generales de Uso, que de facto se sustituyen a la ley. El derecho se convierte en un horizonte, no en una práctica. La relación de fuerzas se invierte: no es la empresa la que se ajusta al marco legal, sino el cliente el que debe ajustarse al protocolo para esperar que aparezca una solución.

La potencia de este sistema no es un accidente. Es racional: reduce los costes de interacción, impide que los agentes comprometan la responsabilidad jurídica de la marca, limita los reembolsos, automatiza los casos individuales, mantiene volúmenes masivos con personal intercambiable. Desde la perspectiva de la empresa, no es una deshumanización: es una optimización. Un éxito. Un éxito contra la relación, en beneficio de la arquitectura.

A medida que estas estructuras se generalizan, se impone una transformación más amplia. El lenguaje se reduce a un conjunto de señales; los humanos se convierten en relevos procedimentales; la ley flota por encima como una abstracción impotente; la responsabilidad se disuelve en la segmentación. El mundo que habitamos ya no es un conjunto de empresas, sino un grafo de protocolos. Aún creemos que compramos “a” alguien; en realidad compramos dentro de una red. Y en esta red, la comprensión ya no es un valor, sino una anomalía. La relación humana no ha sido reemplazada por la IA: fue retirada antes incluso de que la IA apareciera. Lo que queda es un sistema que funciona, pero que ya no lee lo que se le escribe. Un mundo donde la decisión humana solo aparece como un accidente, un paréntesis frágil en una arquitectura concebida para que no haya nadie a quien hablar.

 P. D. ¿Por qué mantener a un humano si el sistema ya no le deja hacer nada?

Hice leer ese artículo antes de publicarlo y me plantearon esta pregunta: ¿por qué mantener a un humano, si él no puede decidir nada?

En realidad, su presencia interpone un semejante, una figura humana, un espejo mínimo que evita exponer directamente la lógica del sistema. Sin él, todo aparecería tal cual es: un dispositivo cerrado, no negociable, indiferente. El agente absorbe la ira, amortigua la tensión y mantiene la impresión de que se habla con “alguien”.

Si pide de nuevo informaciones ya transmitidas, no es incompetencia. Es debido al diseño de la interfaz que se le impone: mensajes truncados, archivos invisibles, acceso limitado. Lo cortan deliberadamente del contexto, mutilan su inteligencia para que permanezca estrictamente dentro del protocolo y no ejerza ninguna interpretación.

El humano sirve a la vez de pantalla y de amortiguador.


El enemigo invisible del poder ejecutivo francés
Sobre el discurso del jefe del Estado mayor ante los alcaldes de Francia

 

François Vadrot, 21-11-2025
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Traducido por Tlaxcala

El discurso del general Mandon, jefe del Estado mayor de los ejércitos de Francia, ante los alcaldes de Francia revela una estrategia interna de control mientras el país se prepara para el colapso de Ucrania y el desmoronamiento político de la Unión Europea.


Una gorra militar colocada sobre el atril de un alcalde: una frontera institucional difusa entre la autoridad civil y la presencia armada.

El gobierno francés se enfrenta a una ruptura geopolítica e institucional que ya no puede influir: la probable derrota de Ucrania y la acelerada fragmentación de la Unión Europea. Tomados en conjunto, estos acontecimientos crean un vacío. Durante tres décadas, Francia ha construido casi toda su política exterior, su marco económico y su estrategia regulatoria dentro de la estructura europea y atlántica. Si Ucrania colapsa, no se trata simplemente de un revés diplomático. Es el fin de un relato que mantenía cohesionada a Europa y que justificaba su alineamiento estratégico. Si la UE se fractura o demuestra ser incapaz de absorber este impacto, el soporte estructural del que depende el poder ejecutivo francés desaparece de inmediato.

El presidente Macron gobierna dentro de un sistema en el que el Estado ya no dispone de anclajes políticos tradicionales, de confianza pública ni de mucho margen de maniobra. Su poder efectivo descansa en un conjunto de apoyos interconectados: el marco europeo, la disciplina fiscal impulsada por la UE, la polarización geopolítica y una cultura administrativa moldeada por años de gestión de emergencia. Si la columna europea cae o se detiene, todo este andamiaje se desmorona. El presidente se enfrentaría a un país que ya no podría gestionar políticamente, sin las palancas legales o institucionales que los mecanismos europeos han proporcionado durante años.

Este es el contexto en el que debe leerse el discurso del general Fabien Mandon. Hablando el 18 de noviembre de 2025 en la apertura del congreso anual de los alcaldes franceses¹—un encuentro que encarna la columna vertebral del gobierno local—, no se dirigió al mundo exterior. Se dirigió a lo que viene después. Su mensaje preparó a los responsables locales para un escenario en el que el Estado central ya no pueda apoyarse en las estructuras europeas. Puso a prueba la idea de una forma territorial de control político en un futuro donde la autoridad nacional tendría que reconstruirse sin el intermediario europeo. Sus referencias a “aceptar sacrificios” o a estar “preparados en tres o cuatro años” apuntan hacia el interior: hacia un país que afronta la desaparición de sus restricciones habituales y la necesidad de reafirmar su autoridad mediante otros medios.

Su petición de que los alcaldes proporcionen terrenos e instalaciones para el ejército adquiere un significado particular en este contexto. No se trata de instrucción militar convencional. Se trata de integrar a las fuerzas armadas en la gestión del territorio civil. El ejército se convierte en un actor estabilizador cuando las instituciones normales se debilitan. En un sistema donde el Estado central teme su propia erosión, lo militar ofrece una infraestructura alternativa: presencia, logística, jerarquía, continuidad simbólica. Esto no es una preparación para una guerra externa. Es una preparación para un periodo en el que haya que mantener el orden interno sin el marco europeo que normalmente lo sostiene.

La inminente capitulación de Ucrania desempeña aquí un papel psicológico fundamental. Deja al descubierto la fragilidad de una política exterior basada en la idea de una Europa unida frente a la agresión. Si ese relato se derrumba, la presidencia francesa pierde una de sus últimas fuentes de legitimidad. La respuesta de Jean-Luc Mélenchon², una figura destacada de la oposición conocida por sus argumentos institucionales, no abordó esta dimensión. Repitió los principios constitucionales, dando por hecho que el Estado permanece intacto. El discurso de Mandon parte de la suposición opuesta: que el Estado podría no permanecer intacto y podría necesitar formas inusuales de apoyo.

Bajo esta luz, recurrir al ejército no es una expresión de militarismo exterior sino una anticipación de aislamiento político interno. Francia podría encontrarse en una situación en la que el ejecutivo permanezca solo: sin alianzas externas sólidas, sin confianza interna, sin estructuras partidarias y con un margen económico limitado. Una presencia militar distribuida, implementada con la cooperación de las autoridades locales, podría proporcionar una forma mínima de cohesión y una herramienta para gestionar tensiones sociales durante una fase de inestabilidad.

Las referencias a China o Rusia pierden su significado estratégico. Solo sirven para enmarcar el relato. El verdadero problema es interno: diseñar una arquitectura de control para un momento en el que las estructuras políticas existentes se desmoronan. En este sentido, el discurso de Mandon señala una estrategia de transición. El ejecutivo se está preparando para una Europa que quizá ya no se sostenga, y para una forma de gobernanza que debe funcionar en un entorno institucional reducido. El ejército aparece como la última institución fiable, territorialmente anclada y estructuralmente intacta.

Vista así, la frase dirigida a los alcaldes no es un detalle menor, sino el núcleo del mensaje. Marca el inicio de una nueva relación entre el Estado, el ejército y las autoridades locales—no para enfrentar a un enemigo exterior, sino para gestionar la incertidumbre interna provocada por un colapso político que el ejecutivo sabe que no puede evitar indefinidamente.

Notas

1.      AMF (Asociación de los Alcaldes de Francia), El jefe del Estado Mayor de los Ejércitos llama a los alcaldes a preparar a la población para futuros conflictos, 19 de noviembre de 2025.

2.     YouTube, Jean-Luc Mélenchon, No queremos la guerra, 20 de noviembre de 2025. Aquí la transcripción:

“No queremos la guerra”
Jean-Luc Mélenchon, 20/11/2025

El jefe del Estado Mayor de los ejércitos se dirigió a los alcaldes de Francia. En nombre de los insumisos, expreso un desacuerdo total tanto con su intervención como con su contenido. No se trata de una polémica, sino de un recordatorio del orden republicano. En una República, la autoridad militar —como todas las demás comparables— está estrictamente subordinada a la autoridad política, a la que obedece en el servicio del país.

En democracia y en República, corresponde al Parlamento y al presidente —y a nadie más— designar al enemigo y llamar al combate si este debe emprenderse, no al jefe del Estado Mayor de los ejércitos. En este ámbito más que en cualquier otro, cada quien debe mantenerse en su lugar para poder, llegado el caso, ocupar su puesto.

No queremos la guerra. A esta hora, no tiene nada de inevitable. Y si llegara a producirse, sería porque quienes deciden estas cuestiones la habrían querido, o porque la diplomacia habría fracasado. Nadie, salvo las autoridades responsables, puede declarar tal fracaso.

El general Mandon pronunció un discurso basado en evaluaciones y pronósticos excesivamente alarmistas. No cuentan con ninguna validación oficial de las autoridades competentes para formularlos —y solo ellas pueden hacerlo—. Afirma que el país debe estar preparado en tres o cuatro años. Es un error. El país ya está preparado. Su fuerza de disuasión está lista, y los posibles agresores no deben dudarlo.

El general dice que habría que aceptar el riesgo de perder hijos, de sufrir económicamente. Es un error. Francia no aceptará la menor forma de agresión, y su disuasión está ahí para dejarlo claro. El general designa posibles enemigos. Otro error. Corresponde a la autoridad política del Parlamento y al jefe del Estado —y solo a ellos— hacerlo, pues tal declaración equivale a abrir el combate.

Una usurpación de responsabilidad de este tipo, tales palabras, son inaceptables. Al repetir públicamente escenarios de guerra desde una visión arcaica en la era nuclear, el general sobrepasa su función. Los jefes militares asesoran al poder civil —es normal—, pero no orientan por ello las políticas de defensa de la nación ni dictan a los cargos locales lo que deben hacer.

El deber de reserva se impone a todos los militares para que puedan recibir el apoyo de todos los franceses. Este deber forma parte de las exigencias de una profesión mucho más rigurosa que muchas otras —lo sabemos—, pero declaraciones públicas que comprometen al país en un imaginario de guerra no deben producirse.

La France Insoumise pide al presidente de la República, único jefe de los ejércitos, que llame al orden al general Mandon. Pedimos al presidente reafirmar que las orientaciones estratégicas de Francia competen exclusivamente al debate político y a las autoridades civiles, sometidas al control del Parlamento. Le pedimos recordar que Francia no quiere la guerra.

Concluyo diciéndoles que ninguna guerra es jamás inevitable y que no sirve de nada asustar a los franceses, mientras hagamos todo lo posible para evitar a la humanidad la prueba nuclear que la guerra contiene hoy y cuyas alarmas no deben ser utilizadas en exceso.