Reinaldo Spitaletta, El Espectador, 11/5/2021
Se metieron con los niños sobrevivientes de la Operación Orión (decía una pancarta), con los herederos de las viejas generaciones que en Colombia agitaron calles y plazas en el formidable movimiento estudiantil de 1971 y en la huelga general (paro cívico nacional) de 1977. Los jóvenes de Colombia (“aves que no se asustan de animal ni policía”) activaron otra vez sus atributos de desobediencia civil y oposición a los desafueros oficiales.
Y han marchado desafiando la “ley de gravedad” de la represión. Alguno se encarama a una elevada cuerda floja y ofrece su cuerpo ágil a los vientos y a los manifestantes. Una muchacha dirige una orquesta juvenil abundosa que interpreta el combativo himno del compositor chileno Sergio Ortega: “El pueblo unido jamás será vencido”. Otros caen ante las balas asesinas del régimen. Y todos siguen cantando. No se asustan, en efecto, de Zapateiros ni de los esmad.
Van caripintados. Con tambores y banderas. Con la voz en alto. Saltan (“porropopó, porropopó, el que no salta es uribista maricón”). Entonan coros contra el mal gobierno. Y no faltan los que, además de vociferar contra Duque y el renunciante minhacienda, contra el fiscal al que los camioneros descarrilaron y pusieron en evidencia de que al engreído funcionario le hicieron “extinción de cerebro”, si es que alguna vez lo tuvo, lanzan vivas a las prostitutas y a los venteros ambulantes.
Uno los ve, cual augur que mira pasar el futuro, en sus marchas de dignidad y coraje. Y recuerda algún poema musical de Rubén Darío: “juventud, divino tesoro… ¡ya te vas para no volver!”, y no hay más remedio que sumarse a esa multitud rozagante, aunque el poema advierta que ya no hay princesas y que ese estado maravilloso del ser humano, tan afecto por dioses y héroes, igual se extinguirá para siempre. Qué importa, si se deja constancia.
Y al tiempo, observando esa vastedad de marchantes que reclama y pone en jaque al despotismo, vuelven ecos de Miguel Hernández y su “vientos del pueblo me llevan”. Y convergen en la memoria los estallidos de aquel viejo mayo francés y los recuerdos de muchachos asesinados en Tlatelolco. Y también las resonancias de los pelados de entonces, de los sesenta, que protestaron contra la invasión estadounidense a Vietnam. La juventud como protagonista de la historia.
Sí, como lo cantara Violeta Parra en los sesenta, “con las banderas en alto va toda la estudiantina”. Y ha habido transformaciones mentales, no solo en la juventud, que es lo lógico, sino en los más adultos. No se le teme a esa cosa informe que ha promovido el uribismo y su decadente jefe, cada vez más exacerbado y rabioso, cuya táctica desvalorizada ha sido la de señalar como “enemigos de la patria” a los que se alzan contra las injusticias y los atropellos. El macartismo del “señor de las tinieblas” ya no opera. Ni asustan sus bravuconadas ni su basura neonazi de “revoluciones moleculares”.
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