15/01/2025

JONATHAN POLLAK
“Vi que el suelo estaba lleno de sangre. Sentí el miedo como una electricidad en mi cuerpo. Sabía exactamente lo que iba a ocurrir”
Testimonios sobre el gulag sionista

Violación. Hambre. Palizas mortales. Malos tratos. Algo fundamental ha cambiado en las cárceles israelíes. Ninguno de mis amigos palestinos que han sido liberados recientemente son las mismas personas que eran antes.

Jonathan Pollak, Haaretz , 9/1/2025 

Traducido por Shofty Shmaha, Tlaxcala

Jonathan Pollak (1982) es uno de los fundadores del grupo israelí Anarquistas contra el Muro en 2003. Herido y encarcelado en varias ocasiones, colabora con el diario Haaretz. En particular, se negó a comparecer ante un tribunal civil, exigiendo ser juzgado por un tribunal militar, como un palestino cualquiera, lo que obviamente le fue denegado. 

Jonathan Pollak se enfrenta a un soldado israelí durante una manifestación contra el cierre de la carretera principal en la aldea palestina de Beit Dayan, cerca de Nablus, Cisjordania ocupada, viernes 9 de marzo de 2012. (Anne Paq/Activestills)

Jonathan Pollak en el Tribunal de Magistrados de Jerusalén, detenido en el marco de una campaña legal sin precedentes de la organización sionista Ad Kan, 15 de enero de 2020. (Yonatan Sindel/Flash90)


Activistas sostienen carteles en apoyo de Jonathan Pollak durante la manifestación semanal en la ciudad palestina de Beita, en la Cisjordania ocupada, el 3 de febrero de 2023. (Wahaj Banimoufleh) 


Jonathan Pollak con su abogada Riham Nasra en el tribunal de Petah Tikva durante su juicio por haber lanzado piedras durante una manifestación contra el puesto de avanzada de colonos judíos de Eviatar en Beita, en la Cisjordania ocupada, el 28 de septiembre de 2023. (Oren Ziv)

Cuando regresé a los territorios [ocupados desde 1967] tras una larga detención a raíz de una manifestación en la aldea de Beita, Cisjordania era muy diferente de lo que yo conocía. También aquí Israel ha perdido la calma. Asesinatos de civiles, ataques de colonos que actúan con el ejército, detenciones masivas. Miedo y terror en cada esquina. Y este silencio, un silencio abrumador. Incluso antes de mi liberación, estaba claro que algo fundamental había cambiado. Pocos días después del 7 de octubre, Ibrahim Alwadi, un amigo del pueblo de Qusra, fue asesinado junto con su hijo Ahmad. Les dispararon cuando acompañaban a cuatro palestinos que habían sido abaleados el día anterior: tres por colonos que habían invadido la aldea y el cuarto por los soldados que los acompañaban. 

Tras mi liberación, me di cuenta de que algo muy malo estaba ocurriendo en las cárceles. El año pasado, cuando recuperé la libertad, miles de palestinos -entre ellos muchos amigos y conocidos- fueron detenidos en masa por Israel. Cuando empezaron a ser liberados, sus testimonios pintaron un cuadro sistemático de tortura. Los golpes mortales son un motivo recurrente en todos los relatos. Se producen en los recuentos de los prisioneros, durante los registros de las celdas, cada vez que se les traslada de un lugar a otro. La situación es tan grave que algunos presos piden a sus abogados que las audiencias se celebren sin su presencia, porque el camino de la celda a la sala donde está instalada la cámara es un camino de dolores y humillaciones.

Dudé durante mucho tiempo sobre cómo compartir los testimonios que escuché de mis amigos que habían regresado de la detención. Al fin y al cabo, no voy a revelar aquí ningún detalle nuevo. Todo, hasta el más mínimo detalle, ya llena volumen tras volumen los informes de las organizaciones de derechos humanos. Pero para mí no son historias de gente lejana. Son personas que conocí y que sobrevivieron al infierno. Ninguno de ellos es la misma persona que era antes. Intento contar lo que he oído a mis amigos, una experiencia compartida por innumerables personas, aunque cambie sus nombres y oculte detalles identificables. Al fin y al cabo, el miedo a las represalias se repite en todas las conversaciones.

Golpes y sangre

Visité a Malak unos días después de su liberación. Una puerta amarilla y una torre de vigilancia bloqueaban el camino que antes conducía al pueblo desde la carretera principal. La mayoría de las demás carreteras que atraviesan los pueblos vecinos están bloqueadas. Sólo una carretera sinuosa, la que está cerca de la iglesia bizantina que Israel v hizo explotar en 2002, permanece abierta. Durante años, este pueblo había sido como un segundo hogar para mí, y es la primera vez que vuelvo desde mi liberación. 

Malak estuvo detenido durante 18 días. Le interrogaron tres veces, y en todos los interrogatorios le hicieron preguntas triviales. Por ello, estaba convencido de que lo trasladarían a detención administrativa, es decir, sin juicio y sin pruebas, sin acusarlo de nada, bajo un manto de sospecha secreta y sin límite de tiempo. Este es, de hecho, el destino de la mayoría de los detenidos palestinos en la actualidad. 

Tras el primer interrogatorio, lo llevaron al jardín de los suplicios. Durante el día, los guardias retiraban los colchones y las mantas de las celdas, y los devolvían por la noche, cuando apenas estaban secos, y a veces todavía mojados. Malak describe el frío de las noches de invierno en Jerusalén como flechas que penetraban en su carne hasta los huesos. Relata cómo le pegaban y a los demás reclusos en cuanto tenían ocasión. Cada vez que contaban, cada vez que registraban, cada vez que se trasladaban de un lugar a otro, todo era una oportunidad para golpear y humillar.

«Una vez, durante el recuento de la mañana», me contó, »estábamos todos de rodillas, con la cara vuelta hacia las camas. Uno de los guardias me agarró por detrás, me esposó las manos y los pies y me dijo en hebreo: 'Vamos, muévete'.

Me levantó por las esposas de la espalda y me llevó agachada a través del patio que hay junto a las celdas. Para salir, hay una especie de cuartito por el que hay que pasar, entre dos puertas con una ventanita». Sé exactamente de qué cuartito habla, lo he atravesado decenas de veces. Es un pasadizo de seguridad en el que, en un momento dado, sólo se puede abrir una de las puertas. «Así que llegamos allí -continúa Malek- y me pusieron contra la puerta, con la cara contra la ventana. Miré dentro y vi que el suelo estaba cubierto de sangre coagulada. Sentí que el miedo me recorría el cuerpo como la electricidad. Sabía exactamente lo que iba a ocurrir. Abrieron la puerta, uno entró y se colocó junto a la ventana del fondo, la bloqueó, y el otro me tiró dentro  al suelo. Me dieron patadas. Intenté protegerme la cabeza, pero tenía las manos esposadas y no podía hacerlo. Fueron golpes mortales. Realmente pensé que podrían matarme. No sé cuánto duró. En un momento dado, recordé que la noche anterior alguien me había dicho: «Cuando te peguen, grita con todas tus fuerzas. ¿Qué más te da? No puede ser peor, y a lo mejor alguien te oye y viene». Así que empecé a gritar muy fuerte y, efectivamente, alguien vino. No entiendo hebreo, pero hubo algunos gritos entre él y ellos. Luego se fueron y él me sacó de allí. Me salía sangre de la boca y de la nariz».

Jaled, uno de mis mejores amigos, también sufrió la violencia de los guardias. Cuando salió de la cárcel tras ocho meses de detención administrativa, su hijo no lo reconoció de lejos. Corrió la distancia entre la prisión de Ofer y su casa de Beitunia. Más tarde, dijo que no le habían dicho que la detención administrativa había terminado, y temía que hubiera habido un error y que pronto volvieran a detenerlo. Esto ya le había ocurrido a alguien que estaba con él en la celda. En la foto que me envió su hijo unos minutos después de su encuentro, parece una sombra humana. En todo su cuerpo -hombros, brazos, espalda, cara, piernas- había signos de violencia. Cuando fui a visitarle, se levantó para abrazarme, pero cuando le cogí en brazos, gimió de dolor. Unos días después, las pruebas mostraron un edema alrededor de su columna vertebral y una costilla que se había curado. 


Prisión de Megiddo

Cada acción es una oportunidad para golpear y humillar

Otro testimonio que escuché de Nizar, que ya estaba en detención administrativa antes del 7 de octubre, y desde entonces ha sido trasladado a varias prisiones, incluida Megiddo. Una noche, los guardias entraron en la celda vecina y él pudo oír los golpes y gritos de dolor desde su celda. Al cabo de un rato, los guardias cogieron a un preso y lo metieron solo en la celda de aislamiento. Durante la noche y el día siguiente, gimió de dolor y no paró de gritar «mi barriga» y de pedir ayuda. Nadie acudió. Esto continuó la noche siguiente. Hacia la mañana, los gritos cesaron. Al día siguiente, cuando una enfermera vino a echar un vistazo a la sala, se dieron cuenta, por la conmoción y los gritos de los guardias, de que el preso estaba muerto. Hasta el día de hoy, Nizar no tiene ni idea de quién era. Estaba prohibido hablar entre celdas y no sabe qué fecha era.
 
Tras su liberación, se dio cuenta de que durante el tiempo que estuvo detenido, este preso no había sido el único en morir en Megido. Taufik, que fue liberado en invierno de la prisión de Gilboa, me contó que durante un control de la zona realizado por funcionarios de prisiones, uno de los detenidos se quejó de que no le dejaban salir al patio. En respuesta, uno de los funcionarios le dijo: «¿Quieres el patio? Da las gracias por no estar en los túneles de Hamás en Gaza». Luego durante dos semanas,   todos los días durante el recuento del mediodía, los sacaron al patio y les ordenaron acostarse en el frío suelo durante dos horas. Incluso bajo la lluvia. Mientras estaban acostados, los guardias se paseaban por el patio con perros. A veces los perros pasaban entre los prisioneros, y otras pasaban por encima de ellos; y a veces los pisaban.

Según Taufik, cada vez que un detenido se reunía con un abogado, tenía un precio. «Cada vez sabía que el camino de vuelta, entre la sala de visitas y la celda, sumaría al menos tres golpes más. Pero nunca me negué a ir. Estuviste en una prisión de cinco estrellas. No entiendes lo que es estar 12 personas en una celda donde incluso seis personas están apretadas. Es como vivir en un círculo cerrado. No me molestó en absoluto lo que me iban a hacer. El mero hecho de ver a otra persona hablándote como a un ser humano, de ver quizá algo en el corredor en el  camino, eso lo significaba todo para mí». 

Mondher Amira -el único que aparece aquí con su nombre real- fue liberado por sorpresa antes de que finalizara su periodo de detención administrativa. Aún hoy, nadie sabe por qué. A diferencia de muchos otros que han sido advertidos y temen represalias, Amira contó a las cámaras la catástrofe en las cárceles, describiéndolas como cementerios para los vivos. Me contó que una noche, una unidad Kt'ar irrumpió en su celda de la prisión de Ofer, acompañada de dos perros. Ordenaron a los presos que se desnudaran hasta quedar en ropa interior y se acostaran en el suelo, después ordenaron a los perros que olfatearan sus cuerpos y sus caras. Después ordenaron a los presos que se vistieran, los llevaron a las duchas y los enjuagaron con agua fría mientras aún estaban vestidos. En otra ocasión, intentó pedir ayuda a una enfermera después de que un preso intentara suicidarse. El castigo por pedir ayuda fue otra redada de la unidad Kt'ar. Esta vez ordenaron a los reclusos que se acostaran unos encima de otros y los golpearon con porras. En un momento dado, uno de los guardias les abrió las piernas y les golpeó en los testículos con una porra. 

 Hambre y enfermedad 

Mondher perdió 33 kilos durante su detención. No sé cuántos kilos perdió Jaled, ya que siempre fue un hombre delgado, pero en la foto que me enviaron vi un esqueleto humano. En el salón de su casa, la luz de la lámpara revelaba entonces dos profundas depresiones donde solían estar sus mejillas. Sus ojos estaban rodeados por un contorno rojo, el de alguien que no ha dormido durante semanas. De sus delgados brazos colgaba una piel suelta que parecía haber sido adherida artificialmente, como una envoltura de plástico. Los análisis de sangre de ambos mostraban graves carencias. Todas las personas con las que hablé, independientemente de la prisión por la que pasaran, repetían casi exactamente el mismo menú, que a veces actualizado, o más bien reducido. La última versión que escuché, de la prisión de Ofer, fue: para desayunar, una caja y media de queso para una celda de 12 personas, tres rebanadas de pan por persona, 2 o 3 verduras, normalmente un pepino o un tomate, para toda la celda. Una vez cada cuatro días, 250 gramos de mermelada para toda la célula. Para el almuerzo, un vaso de plástico desechable con arroz por persona, dos cucharadas de lentejas, algunas verduras y tres rebanadas de pan. En la cena, dos cucharadas (de café, no de sopa) de hummus bi tahina   por persona, unas pocas verduras, tres rebanadas de pan por persona. A veces otra taza de arroz, a veces una bola de falafel (¡sólo una!) o un huevo, que suele estar un poco podrido, a veces con manchas rojas, a veces azules. Y eso es todo. Nazar me dijo: «No es sólo la cantidad. Incluso lo que ya han traído no es comestible. El arroz apenas está cocido, casi todo está estropeado. Incluso hay niños de verdad, que nunca han estado en la cárcel. Hemos intentado cuidar de ellos, darles nuestra comida podrida. Pero si les das un poco de tu comida, es como suicidarse. En la cárcel hay ahora una hambruna (maya'a مَجَاعَة), y no es una catástrofe natural, es la política del servicio penitenciario.» 

Recientemente, el hambre incluso ha aumentado. Debido a las condiciones de hacinamiento, el servicio penitenciario está encontrando maneras de hacer las celdas aún más estrechas. Las zonas públicas, los comedores... todos los lugares se han convertido en una celda suplementaria. El número de presos en las celdas, que ya estaban superpobladas, ha aumentado aún más. Hay secciones en las que se han añadido 50 presos más, pero la cantidad de comida sigue siendo la misma. Así que no es de extrañar que los presos estén perdiendo un tercio o más de su peso corporal en tan sólo unos meses.  

La comida no es lo único que escasea en la cárcel, y de hecho a los presos no se les permite poseer más que un único conjunto de ropa. Una camisa, un par de calzoncillos, un par de calcetines, un pantalón, un jerséis. Y eso es todo. Mientras dure su detención. Recuerdo una vez, cuando el abogado de Mondher, Riham Nasra, lo visitó, entró descalzo en la sala de visitas. Era invierno y hacía un frío que pelaba en Ofer. Cuando ella le preguntó por qué, él se limitó a decir: «No hay». Una cuarta parte de todos los presos palestinos padecen sarna, según una declaración hecha al tribunal por el propio servicio penitenciario. Nizar fue puesto en libertad cuando su piel estaba cicatrizando. Las lesiones de su piel ya no sangran, pero las costras siguen cubriendo grandes partes de su cuerpo. «El olor en la celda era algo que ni siquiera podemos describir. Como a descomposición, estábamos allí y nos estábamos descomponiendo, nuestra piel, nuestra carne. Allí no éramos seres humanos, éramos carne en descomposición», dice. «Ahora bien, ¿cómo no serlo? La mayor parte del tiempo no hay agua en absoluto, a menudo sólo una hora al día, y a veces no teníamos agua caliente durante días. Hubo semanas enteras en las que no me duché. Tardé más de un mes en recibir jabón. Y allí estábamos, con la misma ropa, porque nadie tenía una muda, y estaba llena de sangre y pus y había un hedor, no de suciedad, sino de muerte. Nuestras ropas estaban empapadas de nuestros cuerpos en descomposición».

Taufik dijo que «sólo había agua corriente una hora al día. No sólo para las duchas, sino en general, incluso para los retretes. Así que, durante esa hora, 12 personas en la celda tenían que hacer todo lo que requería agua, incluidas sus necesidades naturales. Obviamente, era insoportable. Y además, como la mayor parte de la comida estaba en mal estado, todos teníamos problemas digestivos casi todo el tiempo. No te puedes imaginar lo mal cómo apestaba nuestra celda». 
En estas condiciones, la salud de los prisioneros se deterioraba de forma evidente. Una pérdida de peso tan rápida, por ejemplo, hace que el cuerpo consuma su propio tejido muscular. Cuando Mondher fue puesto en libertad, le contó a su mujer Sana, que es enfermera, que estaba tan sucio que el sudor le había teñido la ropa de naranja. Ella lo miró y le preguntó: «¿Y la orina?». Él respondió: «Sí, también he meado sangre». «Idiota», le gritó ella, “eso no era suciedad, era tu cuerpo rechazando los músculos que se había comido”.

Los análisis de sangre de casi todas las personas que conocía mostraban que sufrían desnutrición y graves carencias de hierro, minerales esenciales y vitaminas. Pero incluso la atención médica es un lujo. No sabemos lo que ocurre en las enfermerías de las cárceles, pero para los presos ellas no existen. El tratamiento regular simplemente ha cesado. De vez en cuando, una enfermera visita las celdas, pero no se administra ningún tratamiento, y el «examen» se resume a una conversación a través de la puerta de la celda. La respuesta médica, en el mejor de los casos, es paracetamol y, más a menudo, algo parecido a «bebe un poco de agua». 

Ni siquiera hace falta decir que no hay suficiente agua en las celdas, ya que la mayor parte del tiempo no hay agua corriente. A veces pasa una semana o más sin que ni siquiera el enfermero visite el bloque.
Y si se habla poco de violaciones, no hace falta mencionar las humillaciones sexuales: se han difundido en las redes sociales vídeos de presos a los que el servicio penitenciario conduce completamente desnudos. Estos actos no podrían haber sido documentados sino por los propios guardias, que pretendían jactarse de sus acciones. El uso del cacheo como oportunidad para la agresión sexual, a menudo mediante golpes en la ingle con la mano o con el detector de metales, es una experiencia casi constante, descrita regularmente por presos que han estado en diferentes cárceles.

No he oído hablar de agresiones a mujeres de forma directa, obviamente. Lo que sí he oído, y no una sola vez, es sobre la falta de material sanitario durante la menstruación y su uso para humillar. Tras las primeras palizas el día de su detención, Munira fue conducida a la prisión de Sharon. Al entrar en la prisión, todo el mundo es sometido a un registro corporal, pero el cacheo al desnudo no es la norma y requiere motivos razonables para sospechar que el preso oculta un objeto prohibido. El cacheo al desnudo también requiere la aprobación del funcionario encargado. Durante el cacheo, no había ningún funcionario a cargo de Munira y, desde luego, no había ningún procedimiento organizado para verificar una sospecha razonable. Munira fue empujada por dos guardias femeninas a una pequeña sala de registro, donde la obligaron a quitarse toda la ropa, incluida la ropa interior y el sujetador, y a ponerse de rodillas. Tras dejarla sola unos minutos, una de las guardias volvió, la golpeó y se marchó. Al final, le devolvieron la ropa y le permitieron vestirse. 

Al día siguiente le vino la regla. Le dieron una compresa y tuvo que conformarse con ella durante todo el periodo de la regla. Y lo mismo les ocurrió a todas. Cuando le dieron el alta, sufría una infección y una grave inflamación de las vías urinarias.

Epílogo

Sde Teiman era el lugar más terrible para estar recluido, y supuestamente por eso lo cerraron. De hecho, es difícil pensar en las descripciones de horror y de atrocidad que salieron de este campo de tortura sin pensar en el lugar como uno de los círculos del infierno. Pero no en vano el Estado accedió a trasladar a los allí recluidos a otros lugares, principalmente Nitzan y Ofer. Sde Teiman o no, Israel retiene a miles de personas en campos de tortura, y al menos 68 de ellas han perdido la vida. Sólo desde principios de diciembre se ha informado de la muerte de otros cuatro detenidos. Uno de ellos, Mahmad Walid Ali, de 45 años, del campo de Nour Shams, cerca de Tulkarem, murió apenas una semana después de su detención. La tortura en todas sus formas -hambre, humillación, agresión sexual, promiscuidad, palizas y muerte- no se produce por casualidad. Juntas, constituyen la política israelí. Ésa es la realidad.


 



14/01/2025

JONATHAN POLLAK
“I saw that the floor was covered with blood. I felt fear run like electricity through my body. I knew exactly what was about to come”
Testimonies from the Zionist gulag

Rape. Starvation. Fatal beatings. Mistreatment. Something fundamental has changed in Israeli prisons. None of my Palestinian friends who have recently been released are the same people they used to be

Jonathan Pollak, Haaretz  , 9/1/2025
Translated by Shofty Shmaha, Tlaxcala

Tlaxcala's Note: Haaretz finally translated this article from Hebrew into English, allaying our fears that they wouldn't. You can read their version here 

Jonathan Pollak (1982) was one of the founders of the Israeli group Anarchists Against the Wall in 2003. Wounded and imprisoned on several occasions, he contributes to the daily Haaretz. In particular, he refused to appear before a civilian court, demanding to be tried by a military tribunal, like a common Palestinian, which he was obviously refused.

 

Jonathan Pollak facing an Israeli soldier during a protest against the closure of the main road in the Palestinian village of Beit Dajan, near Nablus, occupied West Bank, Friday, March 9, 2012. (Anne Paq/Activestills)



Jonathan Pollak at the Jerusalem Magistrate's Court, arrested as part of an unprecedented legal campaign by the Zionist organization Ad Kan, January 15, 2020. (Yonatan Sindel/Flash90)



Activists hold up posters in support of Jonathan Pollak during the weekly demonstration in the Palestinian town of Beita, in the occupied West Bank, February 3, 2023. (Wahaj Banimoufleh)


Jonathan Pollak alongside his lawyer Riham Nasra at the Petah Tikva court during his trial for throwing stones during a demonstration against the Jewish settler outpost of Eviatar in Beita, occupied West Bank, September 28, 2023. (Oren Ziv)

When I returned to the territories [occupied since 1967] after a long detention following a demonstration in the village of Beita, the West Bank was very different from what I knew. Here too, Israel has lost its nerve. Murders of civilians, attacks by settlers acting with the army, mass arrests. Fear and terror around every corner. And this silence, a crushing silence. Even before my release, it was clear that something fundamental had changed. A few days after October 7, Ibrahim Alwadi, a friend from the village of Qusra, was killed along with his son Ahmad. They were shot as they accompanied four Palestinians who had been shot the day before - three by settlers who had invaded the village, the fourth by soldiers who were accompanying them.

After my release, I realized that something very bad was happening in the prisons. Over the past year, as I regained my freedom, thousands of Palestinians - including many friends and acquaintances - were arrested en masse by Israel. As they began to be released, their testimonies painted a systematic picture of torture. Fatal beatings are a recurring motif in every account. It happens in prisoner counts, during cell searches, at every movement from one place to another. The situation is so serious that some inmates ask their lawyers to hold hearings without their presence, because the path from the cell to the room where the camera is installed is a path of pain and humiliation.

I hesitated for a long time about how to share the testimonies I heard from my friends who had returned from detention. After all, I'm not revealing any new details here. Everything, down to the smallest detail, already fills volume upon volume in the reports of human rights organizations. But for me, these are not the stories of faraway people. These are people I have known and who have survived hell. None of them is the same person they once were. I seek to tell what I’ve heard from my friends, an experience shared by countless others, even while changing their names and obscuring identifiable details. After all, the fear of reprisals recurred in every conversation.

Blows and blood

I visited Malek a few days after his release. A yellow gate and guard tower blocked the path that once led to the village from the main road. Most of the other roads passing through the neighboring villages were all blocked. Only one winding road, near the Byzantine church that Israel blew up in 2002, remained open. For years, this village had been like a second home to me, and this is the first time I’ve been back there since my release. 

Malek was detained for 18 days. He was interrogated three times, and during all the interrogations, he was asked trivial questions. He was therefore convinced that he would be transferred to administrative detention - that is, without trial and without evidence, without being charged with anything, under a veneer of secret suspicion and with no time limit. This is indeed the fate of most Palestinian detainees now. 

After the first interrogation, he was taken to the Garden of Torment. During the day, the guards would remove mattresses and blankets from the cells and return them in the evening when they were barely dry, and sometimes still wet. Malek describes the cold of winter nights in Jerusalem as arrows penetrating flesh to the bones. He tells how they beat him and the other inmates at every opportunity. At every count, every search, every movement from one place to another, everything was an opportunity to hit and humiliate.

“Once, during the morning count,” he told me, ”we were all on our knees, our faces turned towards the beds. One of the guards grabbed me from behind, handcuffed my hands and feet, and said in Hebrew, 'Come on, move'. He lifted me up by the handcuffs, behind my back, and led me bent over across the courtyard next to the cells. To get out, there's a sort of small room you must go through, between two doors with a small window”. I know exactly which little room he’s talking about, I’ve passed through it dozens of times. It's a security passage where, at a given moment, only one of the doors can be opened. “So we got there,” Malek continues, “and they slammed me against the door, my face against the window. I looked inside and saw that the floor was covered in clotted blood. I felt fear run through my body like electricity. I knew exactly what was going to happen. They opened the door, one came in and stood by the window at the back, blocked it, and the other threw me inside onto the floor. They kicked me. I tried to protect my head, but my hands were handcuffed, so I didn’t really have any way of doing that. They were murderous blows. I really thought they might kill me. I don’t know how long it lasted. At some point, I remembered that the night before, someone had said to me, “When they hit you, scream at the top of your lungs. What do you care? It can’t get any worse, and maybe someone will hear and come.” So I started shouting really loud, and indeed, someone did come. I don't understand Hebrew, but there was some shouting between him and them. Then they left and he took me away. I had blood coming out of my mouth and nose”.

Khaled, one of my closest friends, also suffered from the violence of the guards. When he was released from prison after eight months’ administrative detention, his son didn’t recognize him from afar. He ran the distance between Ofer prison and his home in Beitunia. Later, he said that he hadn’t been told that the administrative detention was over, and he was afraid that there had been a mistake and that they would soon arrest him again. This had already happened to someone who was with him in the cell. In the photo his son sent me a few minutes after their meeting, he looks like a human shadow. All over his body - his shoulders, arms, back, face, legs - were signs of violence. When I came to visit him, he stood up to kiss me, but when I took him in my arms, he groaned in pain. A few days later, examinations showed edema around the spine and a rib that had healed.
In the Megiddo prison

Every action is an opportunity to hit and humiliate

Another testimony I heard from Nizar, who was already in administrative detention before October 7, and has since been transferred to several prisons, including Megiddo. One evening, the guards entered the cell next door and he could hear the blows and cries of pain from his cell. After a while, the guards picked up an inmate and threw him alone into the isolation cell. During the night and the following day, he moaned in pain and never stopped shouting “my belly” and calling for help. No one came. This continued the following night. Towards morning, the cries stopped. The next day, when a nurse came to take a look around the ward, they understood from the tumult and the screams of the guards that the inmate was dead. To this day, Nizar doesn't know who it was. It was forbidden to speak between cells, and he doesn't know what day it was. 

After his release, he realized that during the time he was detained, this detainee had not been the only one to die in Megiddo. Tawfik, who was released in winter from Gilboa prison, told me that during a check of the area by prison officers, one of the inmates complained that he wasn’t allowed out into the yard. In response, one of the officers said to him: “You want the yard? Say thank you for not being in the Hamas tunnels in Gaza”. Then, for two weeks, every day during the noon count, they took them out into the yard and ordered them to lie on the cold ground for two hours. Even in the rain. While they lay there, the guards walked around the yard with dogs. Sometimes the dogs would pass between them, and sometimes they’d actually step on the inmates lying down; they’d walk all over them.

According to Tawfik, every time an inmate met a lawyer, it came at a price. “I knew every time that the way back, between the visiting room and the ward, would add at least three more volleys of blows. But I never refused to go. You were in a five-star prison. You don’t understand what it’s like to be 12 people in a cell where even six are cramped. It’s like living in a closed circle. I didn’t mind at all what they were going to do to me. Just seeing someone else talking to you like a human being, maybe seeing something in the corridor on the way, that was worth everything to me”.

Munther Amira   - the only one here to appear under his real name - was released from prison by surprise before the end of his period of administrative detention. Even today, no one knows why. Unlike many others who have been warned and fear reprisals, Amira told the cameras about the catastrophe in the prisons, calling them cemeteries for the living. He told me that one night, a Kt’ar unit burst into their cell at Ofer prison, accompanied by two dogs. They ordered the inmates to strip down to their underwear and lie on the floor, then ordered the dogs to sniff their bodies and faces. Then they ordered the prisoners to get dressed, led them to the showers and rinsed them with cold water while clothed. On another occasion, he tried to call a nurse for help after an inmate attempted suicide. The punishment for calling for help was another raid by the Kt’ar unit. This time, they ordered the inmates to lie on top of each other and beat them with truncheons. At one point, one of the guards spread their legs and hit them in the testicles with a truncheon. 

 Hunger and disease

Munther lost 33 kilos during his detention. I don't know how many kilos Khaled lost, having always been a slim man, but in the photo sent to me, I saw a human skeleton. In the living room of his house, the light from the lamp then revealed two deep depressions where his cheeks used to be. His eyes were surrounded by a red outline, that of someone who hadn't slept in weeks. On his skinny arms hung loose skin that looked as if it had been artificially attached, like plastic wrap. Blood tests on both showed severe deficiencies. Everyone I spoke to, regardless of the prison they passed through, repeated almost exactly the same menu, which is sometimes updated, or rather reduced. The last version I heard, from Ofer prison, was: for breakfast, one and a half boxes of cheese for a cell of 12 people, three slices of bread per person, 2 or 3 vegetables, usually a cucumber or a tomato, for the whole cell. Once every four days, 250 grams of jam for the whole cell. For lunch, one disposable plastic cup with rice per person, two spoonfuls of lentils, a few vegetables, three slices of bread. At dinner, two spoonfuls (coffee, not soup spoons) of hummus and tahini per person, a few vegetables, three slices of bread per person. Sometimes another cup of rice, sometimes a falafel ball (just one!) or an egg, which is usually a bit spoiled, sometimes with red dots, sometimes blue. And that’s it. Nazar told me: “It’s not just the quantity. Even what's already been brought in isn’t edible. The rice is barely cooked, almost everything is spoiled. And you know, there are even real children there, the ones who have never been in prison. We've tried to take care of them, to give them our rotten food. But if you give a little of your food away, it's like committing suicide. In the prison there is now a famine (maja'a مَجَاعَة), and it's not a natural disaster, it’s the policy of the prison service.”

Recently, hunger has even increased. Because of the cramped conditions, the prison service is finding ways to make the cells even tighter. Public areas, canteens - every place has become an extra cell. The number of prisoners in the cells, which were already overcrowded before, has increased still further. There are sections where 50 extra prisoners have been added, but the amount of food has remained the same. Not surprisingly, prisoners are losing a third or more of their body weight in just a few months.

Food is not the only thing lacking in prison, and inmates are in fact not allowed to own anything other than a single set of clothes. A shirt, a pair of underwear, a pair of socks, a pair of pants, a sweatshirt. That's it. For the duration of their detention. I remember once, when Munther's lawyer Riham Nasra visited him, he came into the visiting room barefoot. It was winter and freezing cold in Ofer. When she asked him why, he simply said: “There aren't any”. A quarter of all Palestinian prisoners suffer from scabies, according to a statement by the prison service itself in court. Nizar was released when his skin was healing. The lesions on his skin no longer bled, but scabs still covered large parts of his body. “The smell in the cell was something you can't even describe. Like decomposition, we were there and we were decomposing, our skin, our flesh. We’re not human beings there, we’re decomposing flesh,” he says. “Now, how could we not be? Most of the time there's no water at all, often only an hour a day, and sometimes we had no hot water for days. There were whole weeks when I didn't have a shower. It took me over a month to get soap. And there we are, in the same clothes, because nobody has a change of clothes, and they’re full of blood and pus and there’s a stench, not of dirt, but of death. Our clothes were soaked with our decomposing bodies”.

Tawfik recounted that “there was only running water for an hour a day. Not just for showers, but in general, even for toilets. So, during that hour, 12 people in the cell had to do everything that required water, including natural needs. Obviously, this was unbearable. And also, because most of the food was spoiled, we all had digestive problems almost all the time. You can't imagine how bad our cell stank”.

In such conditions, the health of the prisoners obviously deteriorates. Such rapid weight loss, for example, forces the body to consume its own muscle tissue. When Munther was released, he told his wife Sana, who is a nurse, that he was so dirty that his sweat had dyed his clothes orange. She looked at him and asked, “What about the urine?” He replied, “Yes, I peed blood too.” “You idiot,” she yelled at him, ”that wasn't dirt, that was your body rejecting the muscles it had eaten”.

Blood tests on almost everyone I knew showed that they suffered from malnutrition and severe deficiencies of iron, essential minerals and vitamins. But even medical care is a luxury. We don't know what goes on in the prison infirmaries, but for the prisoners, they don’t exist. Regular treatment has simply ceased. From time to time, a nurse makes a tour of the cells, but no treatment is administered, and the “examination” amounts to a conversation through the cell door. The medical response, at best, is paracetamol and, more often, something along the lines of “drink some water”. Needless to say, there's not enough water in the cells, as there's no running water most of the time. Sometimes a week or more goes by without even the nurse visiting the block.

And if there’s little talk of rape, there’s no need to mention sexual humiliation - videos of prisoners being led around completely naked by the prison service have been posted on social networks. These acts could not have been documented other than by the guards themselves, who sought to brag about their actions. The use of the search as an opportunity for sexual assault, often by hitting the groin with the hand or metal detector, is an almost constant experience, regularly described by prisoners who have been in different prisons.

I didn’t hear about assaults on women first hand, obviously. What I have heard, and not once, is the lack of hygienic material during menstruation and its use to humiliate. After the first beating on the day of her arrest, Mounira was taken to Sharon prison. On entering the prison, everyone goes through a body search, but a strip search is not the norm and requires reasonable cause to suspect that the inmate is hiding a prohibited object. A strip search also requires the approval of the officer in charge. During the search, no officer was there for Mounira, and certainly no organized procedure to verify reasonable suspicion. Mounira was pushed by two female guards into a small search room, where they forced her to remove all her clothes, including her underwear and bra, and get down on her knees. After leaving her alone for a few minutes, one of the guards came back, hit her and left. In the end, her clothes were returned to her, and she was allowed to get dressed. The next day was the first day of her period. She was given a sanitary pad and had to make do with it for the whole of her period. And it was the same for all of them. By the time she was released, she was suffering from an infection and severe inflammation of the urinary tract.

Epilogue

Sde Teiman was the most terrible place of detention, and this is supposedly why they closed it down. Indeed, it’s hard to think of the descriptions of horror and atrocity that came out of this torture camp without thinking of the place as one of the circles of hell. But it was not without reason that the state agreed to transfer those held there to other locations - principally Nitzan and Ofer. Sde Teiman or not, Israel is holding thousands of people in torture camps, and at least 68 of them have lost their lives. Since the beginning of December alone, the deaths of four more detainees have been reported. One of them, Mahmad Walid Ali, 45, from the Nour Shams camp near Tulkarm, died just one week after his arrest. Torture in all its forms - hunger, humiliation, sexual assault, promiscuity, beatings and death - does not happen by chance. Together, they constitute Israeli policy. This is the reality.



 



TIGRILLO L. ANUDO
La guerra de los murales
Un cuento locombiano

 


Tigrillo L. Anudo, 14-1-2025


Autor amazonense sin fronteras, bolivarista, martista, mariateguista, gaitanista y un poquito zapatista.

 

En una ciudad muy pulcra se desató una guerra singular. No fue con piedras ni tanquetas, fue entre pinceles y rodillos, el arte contra la infecundidad.


La ciudad -muy visitada por extranjeros y nacionales- permanecía ataviada con los ajuares más blancos, bandejas de brillante plata, impecables servicios de seguridad.

La orden del alcalde fue muy clara desde su posesión: “¡Nada de suciedad! Es menester que todo esté limpio, desinfectado como el Metro, desprovisto de sugerencias, ningún símbolo ni metáfora, tampoco banderas extrañas, ni alegorías ni opinión”.

Los rodillos iniciaron la guerra. Lanzaron sus primeras andanadas de acrílico gris tapando frases y grafitis de infausta recordación.

Siguieron con pintas en muros y bancas, con los signos parceros en parques y barrios, luego con los murales de un estallido social.

Los pinceles contestaron la afrenta contra la libertad pintando en el lugar donde estuvo la frase “Nos están matando” otra frase con letras de gran tamaño: “El arte no se calla”.

Pero los rodillos regresaron pronto y agrisaron otra vez el mural.
Volvieron a la carga los pinceles. Esta vez pintaron un cráter inmenso lleno de cráneos y huesos. Arte con filosofía, poderoso arte. “La fosa común a cielo abierto más grande de América. Atentamente, las cuchas”, lo titularon.

No pasaron 24 horas para que llegaran los rodillos y en un santiamén taparon aquél mural que tardó 12 horas de realización.

La pared no demoró en ser intervenida nuevamente por los pinceles que entre porros y cumbias dibujaron una represa cercada con alambre de púas. Arte memoria, puro arte. Le pusieron como nombre: “Hidrofango, la fosa acuática más grande de América”.
En esta ocasión, los rodillos esperaron agazapados detrás de los árboles; apenas se retiraron los pinceles, entraron a cubrir con pintura más densa y oscura el mural aún fresco.

Quién dijo “nos rendimos”. ¡Nadie! Al contrario, se unieron más pinceles y empezaron a pintar murales a lo largo y ancho de la ciudad. El muro donde se concentró la discordia amaneció con la frase en pintura de neón que decía: “Ciudad innovadora en narcobernabilidad”.

Ordenaron en penumbroso pasillo que ni siquiera durante una noche brillara ese fosforescente mural. Como los anteriores se esfumaron sus vistosos colores que hasta a las aves atrajeron.

Pero no alcanzaban las cuadrillas de rodillos para tapar tanto mural que cubrió la pulcra ciudad. En el muro de un largo puente apareció la frase: “El prostíbulo infantil más populoso del mundo”. En un deprimido se pudo leer: “Débora Arango ha vuelto para pintar las 300.000 personas que se acuestan sin comer cada noche”. En un paredón abandonado: “Gonzalo Arango presenta silla eléctrica para moralistas”.  En las paredes de varios hoteles: “Turismo sexual: sólo Euros”, o “Bienvenidos a Silicona Valley”.  En la pared de varios colegios: “Vigilados y castigados. Nos persigue un fascista”. Una locura esa ciudad. Frases y murales bellamente pintados por todas las esquinas, los paramentos y separadores de las calles, las jardineras, los zócalos deteriorados. El espacio público volvía a ser público, la ciudad estaba viva, vibraba con sus verdades expresadas artísticamente.

Los rodillos entraron en pánico. Estaban perdiendo la guerra. No sabían qué hacer ante tanto mural. Cuando vieron pintada en caracteres gruesos las frases “Ciudad moldeada con harina blanca” y “Por más que laven no dejará de ser un lavadero” estallaron de rabia que no pudieron contener. Antes de empezar a limpiar y lavar lo que llamaban suciedad, cuadrillas de radioteléfonos vigilantes del espacio público, cerraron con vallas metálicas el ingreso a las plazoletas que tenían las dos últimas frases. No permitieron entrar a los vendedores ambulantes, ni a los artistas callejeros, ni a los lustrabotas. A los visitantes extranjeros les recomendaron volver más tarde pues estaban atendiendo una emergencia.

Los rodillos se multiplicaron por miles, el alcalde y sus corifeos contrataron mano de obra que esperaba sentada frente a los murales porque en esa ciudad saben dónde va a resultar súbitamente el trabajito. ¿Qué hay pa hacer? Así, lograron en una semana rescatar la buena imagen, sí, borraron todos los mensajes a la vista del público.  

De no creer. Enterados de la pérdida de todos los murales, los pinceles se dieron una tregua. Esta vez, respiraron profundo, planearon una sola frase para pintar en toda la ciudad. Arribaron tranquilos a los puntos de intervención, danzaron, comieron helados, hicieron relatos de memoria histórica para realizar mejor la tarea. Preparadas las pinturas de intenso colorido escribieron con letras mayúsculas la frase “La mugre está en el alma, ningún detergente la limpia”.

Los rodillos llegaron cansados a los nuevos murales, sus rostros lucían descompuestos, los ánimos destemplados. Tuvieron que ser empujados por capataces. Descendieron de camiones y carro tanques con baldes, escobas, trapeadoras, barriles de pintura gris, trapos y mangueras. Seguidamente, restregaron con cepillos, echaron agua, secaron con compresores, rodaron los rodillos con espesa capa, repitieron la faena, pero el letrero seguía legible y completo. Ni una sola letra de aquella frase pudieron borrar.

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ROSA LLORENS
No other land : une caméra est-elle une arme efficace face à l’armée israélienne ?


Rosa Llorens , 14/1/2025

No other land relance, un peu plus de 10 ans après, le problème soulevé par le film 5 caméras brisées (2011), qu’il semble réécrire : quel sens y a-t-il à promouvoir la lutte pacifique, caméra à la main, contre la puissance de la machine israélienne et de son armée ?

 

Dans 5 Caméras, Emad Burnat filmait la résistance des villageois de Bil’in, situé près de Ramallah, en Cisjordanie, au Nord de Jérusalem ; dans No other land, Basel Adra filme la résistance des villageois de Masafer Yatta (ensemble de 12 villages), situé au Sud d’Hébron, en Cisjordanie, au Sud de Jérusalem. Dans le premier cas, c’est le Mur qui était en question, et l’installation d’une colonie juive ; dans le deuxième, un décret interdisant d’habiter dans une zone, déclarée militaire, destinée à l’entraînement de l’armée, et décidant donc l’expulsion des habitants palestiniens (par contre, on a construit dans cette même zone une colonie juive). On voit bien que l’étau israélien se resserre autour de tous les villages palestiniens, qu’il s’agit d’isoler, d’étouffer et de détruire, éliminant toutes les taches palestiniennes qui subsistent sur la carte d’Israël. Aujourd’hui, on comprend même que l’unification du territoire israélien était une première étape, préludant à l’extension d’Israël aux dépens des pays voisins, pour réaliser le Grand Israël. Il est donc facile de conclure que toutes les initiatives pacifiques des Palestiniens sont vouées à l’échec, face à un projet national, patronné par les Etats-Unis, et mené méthodiquement et impitoyablement, au mépris de toutes les décisions internationales, depuis 1947.

Mais d’abord, il faut répéter tous les arguments en faveur du film No other land, les mêmes que ceux en faveur de 5 Caméras, pour qu’ils ne nous soient pas retournés (ils le seront de toute façon) en manière de reproche et de disqualification. Oui, il faut montrer les images concrètes de la situation des Palestiniens et des violences dont ils sont victimes de la part des soldats (et soldates) ninjas israéliens ; oui, il est impossible de ne pas être bouleversé quand on voit la démolition d’une école, d’un parc de jeux pour les enfants, ou la destruction d’un puits qu’on bouche en y versant du béton, tandis qu’on scie les tuyaux d’adduction d’eau, ou la confiscation d’un générateur électrique, qu’un villageois essaie de défendre, recevant une balle qui le blesse mortellement, et, face à ces crimes, la dignité et la volonté de résistance des Palestiniens. Indignons-nous, donc, comme disait Stéphane Hessel ; et après ? Le village sera malgré tout détruit : « C’est la loi », et les villageois de nouveau déplacés, vers où ? L’espace de vie pour les Palestiniens se réduit comme peau de chagrin.

C’est pourquoi la confiance placée dans la lutte pacifique et les caméras apparaît bien dérisoire : les actions en justice qui en sont le moyen suprême sont toujours tranchées (après parfois des dizaines d’années d‘arguties de retardement) en faveur des Israéliens : c’est une justice d’apartheid. La lutte que montre le film deviendrait même parfois grotesque, s’il n’y avait derrière tant de souffrance, lorsqu’on voit quelques dizaines de villageois manifester, des ballons à la main, noirs dans les cas les plus graves, ou lorsque le héros, devant chaque agression de l’armée, s’écrie : « Vite, ma caméra ! » (lors des massacres de Gaza on a vu que des soldats israéliens se filmaient eux-mêmes, tout fiers, en train de commettre leurs propres exactions), ou lorsque les deux auteurs dialoguent gravement sur la possibilité d’arriver un jour, pas à pas, à une démocratie apaisée. Ne nous répète-t-on pas depuis des dizaines d’années qu’Israël est la seule démocratie du Proche et Moyen-Orient ? 

À quoi a mené cette stratégie des petits pas ? À la mainmise totale d’Israël sur la Palestine, à la relégation des Palestiniens dans des réserves, ou des camps de concentration, et finalement, au génocide à Gaza, mais aussi, plus silencieusement, dans toute la Cisjordanie où les colons, devenus des bêtes féroces du fait de leur totale impunité, assassinent tous les jours des Palestiniens. 

Alors il faut poser la question qui fâche : cette position en faveur d’actions pacifiques, l’espoir qu’on place en elles, ne tiennent-ils pas au fait que les deux films, 5 Caméras et No other Land, sont réalisés par un duo israélo-palestinien et soutenus par une kyrielle d’organisations israéliennes, européennes et américaines ?

Dans le cas de 5 Caméras, la collaboration israélo-palestinienne n’est même qu’une tromperie : on répète dans toutes les critiques que c’est Imad qui filme : mais qui le filme quand on le voit filmer ? En réalité, il n’y a qu’un réalisateur, l’Israélien Davidi. La supercherie a été révélée lorsque le film a tenté de concourir dans un festival du film palestinien. Mais on aura beau chercher sur Google, on ne trouvera aucune référence aux articles, parus sur des sites ou des journaux arabo-musulmans, qui documentent ce fait, ni, même, aucune référence au débat sur l’auteur réel du film. Surprise, le cas est analogue pour No other Land. Certes, on insiste partout sur le duo de réalisateurs, Basel et Yuval, et les critiques les plus enthousiastes (celles qui donnent un 5 au film) s’engouffrent dans la brèche, jusqu’à la nausée : Critikat met son article, par ailleurs irréprochable, sous les auspices de L’amitié, donnant ainsi le premier rôle, non aux violences israéliennes contre les Palestiniens, mais aux relations individuelles entre les deux responsables du film. Avoiralire conclut de façon hallucinante : « Les auteurs offrent une lueur d’espoir à travers cet acte transnational de solidarité et de résistance. » En réalité,  Basel a fourni son matériel filmé, mais c’est Yuval Abraham le seul réalisateur, c’est lui qui a organisé et monté le film.

 Il ne s’agit pas de mettre en cause la sincérité, la bonne foi des deux Palestiniens : être pris en main par des Israéliens leur a permis de diffuser leur témoignage. Mais comment ne pas penser que les deux Israéliens ont canalisé ces témoignages dans le cadre de leurs propre positions, intérêts et objectifs ?  

La projection de No other land au cinéma parisien Les 3 Luxembourg le mardi 7 janvier 2025  était suivie d’un débat avec trois représentantes d’associations de solidarité avec la Palestine ; mais, de débat sur les deux problèmes posés par le film, il n’y en n’a pas eu : la langue de bois est de mise partout, et elles ont refusé toute discussion sur le film. Et pour cause : ces associations fonctionnent, par définition, dans un cadre strictement légal, douter de l’efficacité des procédures légales, ce serait se remettre en cause elles-mêmes. Aussi ont-elles tout de suite noyé le poisson en enfourchant le dada de l’antisémitisme, en reprenant au vol le mot « juif ». Mais ce terme n’est pas, dans le cas d’Israël, une notion raciale ou religieuse, c’est une notion politique : en Israël, ce pays qui se conçoit comme « l’État des Juifs » (et là, oui, c’est un concept racial), il y a  près de 2 millions de « citoyens » arabes, mais ils n’ont pas le même statut, les mêmes droits que les autres : les citoyens juifs le sont de plein exercice, les « citoyens » arabes ne sont que des citoyens de seconde zone. C’est pourquoi, pour savoir de quoi on parle, il faut préciser : Israéliens juifs ou Israéliens arabes. On a aussi eu droit à l’énumération des associations juives qui soutiennent les Palestiniens, ce qui permet de donner un alibi aux Israéliens, mais elles n’ont aucune incidence sur la politique d’Israël, et on a d’ailleurs pu constater, avec les massacres de Gaza qu’une très large majorité d’Israéliens soutient la politique du gouvernement, ne demandant qu’une chose : être débarrassés une bonne fois pour toutes des Palestiniens.

Que faire, donc, dans un cadre légal ? Les intervenantes ont instamment prié les personnes du public d’obliger leurs élus à respecter les décisions internationales concernant l’inculpation pour génocide de dirigeants israéliens ; comment fait-on, on écrit des lettres à Monsieur le Maire ? On lance des ballons devant la mairie ?

Il ne s’agit évidemment pas de dire que toute résistance est inutile : dans la situation des Palestiniens, la résistance est de toute façon une question de dignité et de survie morale, et il faut soutenir toute forme de résistance, mais sans essayer de bercer les gens d’illusions ; le sort des Palestiniens n’est pas entre leurs mains, ils sont le jouet d’ambitions impérialistes qui se livrent à bien plus vaste échelle que celle d’un village. De plus, on aimerait entendre la voix des Palestiniens eux-mêmes, sans le filtre de bienveillants (?) tuteurs juifs, pour soutenir vraiment la volonté des Palestiniens.





13/01/2025

JONATHAN POLLAK
„Ich sah, dass der Boden voller Blut war. Ich spürte Angst wie Elektrizität in meinem Körper. Ich wusste genau, was passieren würde“
Zeugenaussagen über den zionistischen Gulag


Vergewaltigung. Hunger. Schläge mit tödlichem Ausgang. Misshandlungen. Etwas Grundlegendes hat sich in den israelischen Gefängnissen verändert. Keiner meiner palästinensischen Freunde, die kürzlich entlassen wurden, war noch der Mensch, der er zuvor war.

Jonathan Pollak, Haaretz , 9/1/2025.
Übersetzt von Shofty Shmaha, Tlaxcala

Jonathan Pollak (1982) war 2003 einer der Gründer der israelischen Gruppe Anarchisten gegen die Mauer. Er wurde mehrfach verletzt und inhaftiert und ist Mitarbeiter der Tageszeitung Haaretz. Er weigerte sich unter anderem, vor einem Zivilgericht zu erscheinen und verlangte, wie ein gewöhnlicher Palästinenser von einem Militärgericht verurteilt zu werden, was ihm natürlich verwehrt wurde.

Jonathan Pollak gegenüber einem israelischen Soldaten bei einer Demonstration gegen die Schließung der Hauptstraße des palästinensischen Dorfes Beit Dajan in der Nähe von Nablus im besetzten Westjordanland am Freitag, den 9. März 2012. (Anne Paq/Activestills)


Jonathan Pollak im Amtsgericht von Jerusalem, verhaftet im Rahmen einer beispiellosen Rechtskampagne der zionistischen Organisation Ad Kan, 15. Januar 2020. (Yonatan Sindel/Flash90)


Aktivisten halten Plakate zur Unterstützung von Jonathan Pollak während der wöchentlichen Demonstration in der palästinensischen Stadt Beita im besetzten Westjordanland am 3. Februar 2023 hoch. (Wahaj Banimoufleh)



Jonathan Pollak neben seiner Anwältin Riham Nasra im Gericht von Petah Tikva während seines Prozesses wegen des Werfens von Steinen bei einer Demonstration gegen den jüdischen Siedleraußenposten Eviatar in Beita im besetzten Westjordanland am 28. September 2023. (Oren Ziv)


Als ich nach einer langen Haftstrafe aufgrund einer Demonstration im Dorf Beita in die [seit 1967 besetzten] Gebiete zurückkehrte, war das Westjordanland ganz anders als das, was ich kannte. Auch hier hatte Israel seine Ruhe verloren. Morde an Zivilisten, Angriffe von Siedlern, die mit der Armee agieren, Massenverhaftungen. Angst und Schrecken an jeder Straßenecke. Und diese Stille, eine erdrückende Stille. Schon vor meiner Freilassung war klar, dass sich etwas Grundlegendes geändert hatte. Wenige Tage nach dem 7. Oktober wurde Ibrahim Alwadi, ein Freund aus dem Dorf Qusra, zusammen mit seinem Sohn Ahmad getötet. Sie wurden erschossen, als sie vier Palästinenser begleiteten, die am Vortag erschossen worden waren - drei von Siedlern, die in das Dorf eingedrungen waren, der vierte von Soldaten, die sie begleiteten.

Nach meiner Freilassung wurde mir klar, dass in den Gefängnissen etwas sehr Schlimmes vor sich ging. Im Laufe des vergangenen Jahres, als ich meine Freiheit wiedererlangte, wurden Tausende von Palästinensern - darunter viele Freunde und Bekannte - von Israel massenhaft verhaftet. Als sie allmählich freigelassen wurden, zeichneten ihre Zeugenaussagen ein systematisches Bild der Folter. Tödliche Schläge sind ein wiederkehrendes Motiv in jeder Erzählung. Dies geschieht bei der Zählung der Häftlinge, bei der Durchsuchung der Zellen und bei jeder Bewegung von einem Ort zum anderen. Die Situation ist so schlimm, dass Häftlinge ihre Anwälte bitten, die Anhörungen ohne ihre Anwesenheit abzuhalten, da der Weg von der Zelle zum Raum, in dem die Kamera installiert ist, ein Weg voller Schmerzen und Erniedrigungen ist.

Ich habe lange überlegt, wie ich die Berichte, die ich von meinen aus der Haft zurückgekehrten Freunden gehört habe, weitergeben soll. Schließlich gebe ich hier keine neuen Details preis. Alles, bis ins kleinste Detail, füllt bereits Band um Band in den Berichten von Menschenrechtsorganisationen. Aber für mich sind das nicht die Geschichten von Menschen, die weit weg sind. Es sind Menschen, die ich gekannt habe und die die Hölle überlebt haben. Keiner von ihnen ist mehr die Person, die er zuvor war. Ich versuche zu erzählen, was ich von meinen Freunden gehört habe, eine Erfahrung, die von unzähligen anderen geteilt wird, selbst wenn ich ihre Namen ändere und identifizierbare Details ausblende. Schließlich tauchte in jedem Gespräch die Angst vor Vergeltung auf.

Die Schläge und das Blut

Ich besuchte Malak einige Tage nach seiner Freilassung. Ein gelbes Tor und ein Wachtturm versperrten den Weg, der früher von der Hauptstraße ins Dorf führte. Die meisten anderen Straßen, die durch die Nachbardörfer führten, waren alle blockiert. Nur eine kurvenreiche Straße, die an der byzantinischen Kirche vorbeiführt, die Israel 2002 in die Luft gesprengt hatte, blieb offen. Jahrelang war dieses Dorf für mich wie ein zweites Zuhause gewesen, und dies ist das erste Mal seit meiner Freilassung, dass ich dorthin zurückkehre.

Malak wurde 18 Tage lang festgehalten. Er wurde dreimal verhört und bei allen Verhören wurde er nach Banalitäten befragt. Er war also davon überzeugt, dass er in Verwaltungshaft überstellt werden würde - das heißt, ohne Gerichtsverfahren und ohne Beweise, ohne dass er wegen irgendetwas angeklagt wird, unter einem Firnis von geheimen Verdächtigungen und ohne zeitliche Begrenzung. Dies ist in der Tat das Schicksal der meisten palästinensischen Häftlinge im Moment.

Nach dem ersten Verhör wurde er in den Foltergarten gebracht. Tagsüber holten die Wärter Matratzen und Decken aus den Zellen und gaben sie abends zurück, wenn sie kaum noch trocken und manchmal sogar noch nass waren. Malak beschreibt die Kälte der Jerusalemer Winternächte als Pfeile, die bis auf die Knochen in das Fleisch eindringen chon. Er erzählt, wie sie ihn und die anderen Häftlinge bei jeder Gelegenheit schlugen. Bei jeder Zählung, jeder Durchsuchung, jeder Bewegung von einem Ort zum anderen war alles eine Gelegenheit, um zu schlagen und zu erniedrigen.

„Einmal, bei der morgendlichen Zählung“, erzählte er mir, “knieten wir alle mit dem Gesicht zu den Betten. Einer der Wärter packte mich von hinten, legte mir Hand- und Fußfesseln an und sagte auf Hebräisch 'Komm, beweg dich'. Er hob mich an den Handschellen auf meinem Rücken hoch und führte mich gebückt über den Hof neben den Zellen. Um rauszukommen, gibt es eine Art kleinen Raum, den man durchqueren muss, zwischen zwei Türen mit einem kleinen Fenster“. Ich weiß genau, welchen kleinen Raum er meint, denn ich habe ihn schon dutzende Male durchquert. Es ist ein Sicherheitsdurchgang, bei dem zu einem bestimmten Zeitpunkt nur eine der Türen geöffnet werden kann. „Dann waren wir da“, fährt Malek fort, “und sie haben mich gegen die Tür gedrückt, mein Gesicht gegen das Fenster. Ich schaute hinein und sah, dass der Boden mit geronnenem Blut bedeckt war. Ich spürte, wie die Angst wie Elektrizität durch meinen Körper floss. Ich wusste genau, was passieren würde. Sie öffneten die Tür, einer kam herein und stellte sich an das Fenster im Hintergrund, blockierte es und der andere warf mich hinein auf den Boden. Sie traten auf mich ein. Ich versuchte, meinen Kopf zu schützen, aber meine Hände waren mit Handschellen gefesselt, so dass ich nicht wirklich eine Möglichkeit hatte, dies zu tun. Es waren mörderische Schläge. Ich dachte wirklich, dass sie mich vielleicht töten würden. Ich weiß nicht, wie lange es gedauert hat. Irgendwann erinnerte ich mich daran, dass mir in der Nacht zuvor jemand gesagt hatte: „Wenn sie dich schlagen, schrei aus vollem Halse. Was kann es dir antun? Schlimmer kann es nicht werden, und vielleicht hört es ja jemand und kommt“. Also fing ich an, richtig laut zu schreien, und tatsächlich kam jemand. Ich verstehe kein Hebräisch, aber es gab ein paar Schreie zwischen ihm und ihnen. Dann sind sie weggegangen und er hat mich von hier weggebracht. Mir lief Blut aus meinem Mund und meiner Nase“.

Khaled, einer meiner engsten Freunde, hatte ebenfalls unter der Gewalt der Wärter zu leiden. Als er nach einer achtmonatigen Verwaltungshaft aus dem Gefängnis entlassen wurde, erkannte ihn sein Sohn aus der Ferne nicht wieder. Die Entfernung zwischen dem Ofer-Gefängnis und seinem Haus in Beitunia legte er im Laufen zurück. Später sagte er, dass man ihm nicht gesagt hatte, dass die Verwaltungshaft beendet war, und er hatte Angst, dass ein Fehler gemacht worden war und sie ihn bald wieder verhaften würden. Dies war bereits bei jemandem geschehen, der mit ihm in der Zelle war. Auf dem Foto, das mir sein Sohn wenige Minuten nach ihrer Begegnung schickte, sieht er wie ein menschlicher Schatten aus. An seinem ganzen Körper - seinen Schultern, Armen, seinem Rücken, seinem Gesicht und seinen Beinen - waren Zeichen von Gewalt zu sehen. Als ich ihn besuchen kam, stand er auf, um mich zu küssen, aber als ich ihn in den Arm nahm, stöhnte er vor Schmerzen. Einige Tage später zeigten die Untersuchungen ein Ödem um die Wirbelsäule herum und eine Rippe, die verheilt war.

 

Im Gefängnis von Megiddo

Jede Handlung ist eine Gelegenheit, um zu schlagen und zu erniedrigen.

Eine weitere Aussage, die ich von Nizar gehört habe, der bereits vor dem 7. Oktober in Verwaltungshaft war und seitdem in verschiedene Gefängnisse verlegt wurde, darunter auch Megiddo. Eines Abends gingen die Wärter in die Nachbarzelle und er konnte von seiner Zelle aus die Schläge und Schmerzensschreie hören. Nach einiger Zeit nahmen die Wärter einen Häftling und warfen ihn allein in die Einzelzelle. Während der Nacht und am nächsten Tag stöhnte er vor Schmerzen und schrie immer wieder „mein Bauch“ und rief um Hilfe. Niemand kam. Dies setzte sich auch in der folgenden Nacht fort. Gegen Morgen hörten die Schreie auf. Als am nächsten Tag ein Krankenpfleger durch den Trakt ging, erkannten sie an dem Tumult und den Schreien der Wärter, dass der Häftling tot war. Bis heute weiß Nizar nicht, wer es war. Es war verboten, zwischen den Zellen zu sprechen, und er weiß nicht, welches Datum es war.

Nach seiner Freilassung wurde ihm klar, dass in der Zeit, in der er inhaftiert war, dieser Häftling nicht der einzige war, der in Megiddo gestorben war. Taoufik, der im Winter aus dem Gilboa-Gefängnis entlassen wurde, erzählte mir, dass sich während einer Überprüfung des Quartiers durch Gefängnisbeamte einer der Häftlinge darüber beschwerte, dass er nicht in den Hof hinausgehen durfte. Als Antwort sagte einer der Offiziere zu ihm: „Du willst den Hof? Sag danke, dass du nicht in den Tunneln der Hamas in Gaza bist“. Dann holten sie sie zwei Wochen lang jeden Tag während der Mittagszählung in den Hof und befahlen ihnen, sich zwei Stunden lang auf den kalten Boden zu legen. Sogar im Regen. Während sie lagen, liefen die Wärter mit Hunden auf dem Hof herum. Manchmal gingen die Hunde zwischen ihnen hindurch, und manchmal liefen sie wirklich auf die liegenden Häftlinge zu; sie traten auf sie.

Laut Taoufik hatte jedes Treffen eines Häftlings mit einem Anwalt seinen Preis. „Ich wusste jedes Mal, dass ich auf dem Rückweg vom Besuchsraum in den Zellentrakt mindestens drei Schläge bekommen würde. Aber ich habe mich nie geweigert, zu gehen. Du hingegen warst in einem Fünf-Sterne-Gefängnis. Du verstehst nicht, was es bedeutet, zwölf Personen in einer Zelle zu sein, in der es selbst für sechs Personen zu eng war. Es bedeutet, in einem geschlossenen Kreis zu leben. Es machte mir überhaupt nichts aus, was sie mit mir machen würden. Nur zu sehen, dass jemand anderes mit dir wie ein Mensch spricht, vielleicht auf dem Weg dorthin etwas im Flur zu sehen, das war mir alles wert“.

Mondher Amira - der einzige hier, der unter seinem richtigen Namen auftritt - wurde überraschend aus dem Gefängnis entlassen, bevor seine Verwaltungshaftzeit abgelaufen war. Auch heute noch weiß niemand, warum. Im Gegensatz zu vielen anderen, die gewarnt wurden und Repressalien befürchten, berichtete Amira den Kameras von der Katastrophe in den Gefängnissen und bezeichnete sie als Friedhöfe für Lebende. Mir erzählte er, dass eines Nachts eine Kt'ar-Einheit in Begleitung von zwei Hunden in ihre Zelle im Ofer-Gefängnis eindrang. Sie befahlen den Häftlingen, sich bis auf die Unterwäsche auszuziehen und sich auf den Boden zu legen, und befahlen den Hunden, an ihren Körpern und Gesichtern zu schnüffeln. Danach befahlen sie den Häftlingen, sich anzuziehen, führten sie zu den Duschen und spülten sie angezogen mit kaltem Wasser ab. Ein anderes Mal versuchte er, einen Pfleger um Hilfe zu rufen, nachdem ein Häftling versucht hatte, sich das Leben zu nehmen. Die Strafe für das Rufen um Hilfe war eine weitere Razzia der Kt'ar-Einheit. Diesmal befahlen sie den Häftlingen, sich aufeinander zu legen, und schlugen mit Schlagstöcken auf sie ein. Irgendwann spreizte einer der Wärter ihre Beine und schlug ihnen mit einem Schlagstock auf die Hoden. 

Hunger und Krankheiten

Mondher hat während seiner Haft 33 kg abgenommen. Ich weiß nicht, wie viele Kilo Khaled verloren hat, der immer ein schlanker Mann war, aber auf dem Foto, das mir geschickt wurde, habe ich ein menschliches Skelett gesehen. Im Wohnzimmer seines Hauses zeigte das Licht der Lampe dann zwei tiefe Einbuchtungen an der Stelle, an der sich seine Wangen befanden. Seine Augen waren von einer roten Umrandung umgeben, die von einer Person stammte, die seit Wochen nicht mehr geschlafen hatte. An ihren dünnen Armen hing eine lose Haut, die aussah, als wäre sie künstlich befestigt worden, wie eine Plastikverpackung. Die Bluttests der beiden zeigten schwere Mangelerscheinungen. Alle, mit denen ich gesprochen habe, egal in welchem Gefängnis sie waren, wiederholten fast genau denselben Speiseplan, der manchmal aktualisiert oder eher reduziert wurde. Die letzte Version, die ich aus dem Ofer-Gefängnis gehört habe, lautete: Zum Frühstück eineinhalb Schachteln Käse für eine Zelle mit 12 Personen, drei Scheiben Brot pro Person, 2 oder 3 Gemüse, normalerweise eine Gurke oder eine Tomate, für die ganze Zelle. Einmal alle vier Tage 250 g Marmelade für die ganze Zelle. Zum Mittagessen ein Einweg-Plastikbecher mit Reis pro Person, zwei Löffel Linsen, etwas Gemüse, drei Scheiben Brot. Zum Abendessen zwei Löffel (Kaffee, nicht Suppe) Hummus und Tahini pro Person, etwas Gemüse, drei Scheiben Brot pro Person. Manchmal noch ein Becher Reis, manchmal eine Kugel Falafel (nur eine!) oder ein Ei, das meist etwas verdorben ist, manchmal mit roten, manchmal mit blauen Punkten. So. Nazar sagte mir zu diesem Thema: „Es ist nicht nur die Menge. Auch das, was bereits gebracht wurde, ist nicht genießbar. Der Reis ist kaum gekocht, fast alles ist verdorben. Und weißt du, es gibt dort sogar echte Kinder, die noch nie im Gefängnis waren. Wir haben versucht, uns um sie zu kümmern und ihnen von unserem verdorbenen Essen zu geben. Aber wenn du nur ein bisschen von deinem Essen gibst, ist es, als würdest du Selbstmord begehen. Im Gefängnis herrscht jetzt eine Hungersnot (maja'a مَجَاعَة), und das ist keine Naturkatastrophe, das ist die Politik des Gefängnisdienstes“.

In letzter Zeit hat der Hunger sogar noch zugenommen. Aufgrund der Enge findet der Strafvollzugsdienst Wege, die Zellen noch enger zu machen. Öffentliche Bereiche, Kantine - jeder Ort ist zu einer zusätzlichen Zelle geworden. Die Anzahl der Gefangenen in den Zellen, die schon vorher überfüllt waren, ist weiter gestiegen. Es gibt Abschnitte, in denen 50 zusätzliche Gefangene hinzugekommen sind, aber die Menge an Essen ist gleich geblieben. Es ist daher nicht überraschend, dass die Gefangenen innerhalb weniger Monate ein Drittel oder sogar mehr ihres Körpergewichts verlieren.

Nahrung ist nicht das einzige, was im Gefängnis fehlt, und den Häftlingen ist es eigentlich nicht erlaubt, etwas anderes als einen Satz Kleidung zu besitzen. Ein Hemd, ein Paar Unterwäsche, ein Paar Socken, eine Hose, ein Sweatshirt. Das ist alles. Für die gesamte Dauer ihrer Inhaftierung. Ich erinnere mich, dass Mondher einmal, als seine Anwältin Riham Nasra ihn besuchte, barfuß in den Besuchsraum kam. Es war Winter und in Ofer war es bitterkalt. Als sie ihn nach dem Grund fragte, sagte er nur: „Es gibt keine“. Ein Viertel aller palästinensischen Gefangenen leidet an Krätze, so eine Aussage des Gefängnisdienstes selbst vor Gericht. Nizar wurde entlassen, als sich seine Haut in der Heilungsphase befand. Die Läsionen auf seiner Haut bluteten nicht mehr, aber die Krusten bedeckten immer noch große Teile seines Körpers. „ Der Geruch in der Zelle war etwas, das man nicht einmal beschreiben kann. Wie Verwesung, wir waren dort und verwesten, unsere Haut, unser Fleisch. Wir sind dort keine Menschen, wir sind verwesendes Fleisch“, sagt er. „Nun, wie kann man das nicht sein? Die meiste Zeit gibt es überhaupt kein Wasser, oft nur eine Stunde am Tag, und manchmal hatten wir tagelang kein warmes Wasser. Es gab ganze Wochen, in denen ich nicht duschen konnte. Es dauerte über einen Monat, bis ich Seife bekam. Und wir stehen da in denselben Kleidern, denn niemand hat Wechselkleidung, und sie sind voller Blut und Eiter und es stinkt, nicht nach Schmutz, sondern nach Tod. Unsere Kleidung war von unseren verwesenden Körpern durchtränkt“.

Taoufik erzählte, dass „es nur eine Stunde am Tag fließendes Wasser gab. Nicht nur zum Duschen, sondern generell, sogar für die Toilette. In dieser Stunde mussten also 12 Personen in der Zelle alles tun, was Wasser erforderte, einschließlich der natürlichen Bedürfnisse. Natürlich war das unerträglich. Und auch, weil das meiste Essen verdorben war, hatten wir alle fast die ganze Zeit über Verdauungsstörungen. Du kannst dir nicht vorstellen, wie sehr unsere Zelle stank“.

Unter diesen Bedingungen verschlechtert sich natürlich der Gesundheitszustand der Gefangenen. Ein so schneller Gewichtsverlust führt z. B. dazu, dass der Körper sein eigenes Muskelgewebe verbraucht. Als Mondher entlassen wurde, erzählte er seiner Frau Sana, die Krankenschwester ist, dass er so schmutzig war, dass sein Schweiß seine Kleidung orange gefärbt hatte. Sie sah ihn an und fragte: „Was ist mit dem Urin?“ Er antwortete: „Ja, ich habe auch Blut gepinkelt“. „Du Idiot“, schrie sie ihn an, ‚das war kein Dreck, das war dein Körper, der die Muskeln, die er gefressen hat, wieder ausscheidet‘.

Die Bluttests fast aller meiner Bekannten zeigten, dass sie unterernährt waren und einen schweren Mangel an Eisen, wichtigen Mineralien und Vitaminen hatten. Doch selbst die medizinische Versorgung ist ein Luxus. Wir wissen nicht, was in den Krankenstationen des Gefängnisses vor sich geht, aber für die Gefangenen existieren sie nicht. Die regelmäßigen Behandlungen wurden einfach eingestellt. Gelegentlich schaut ein Krankenpfleger in den Zellen vorbei, aber es werden keine Behandlungen durchgeführt und die „Untersuchung“ besteht aus einem Gespräch durch die Zellentür. Die medizinische Antwort ist bestenfalls Paracetamol und meistens etwas wie „Trink Wasser“. Es versteht sich von selbst, dass es in den Zellen nicht genug Wasser gibt, da es die meiste Zeit kein fließendes Wasser gibt. Manchmal vergeht eine Woche oder mehr, ohne dass auch nur der Krankenpfleger im Block vorbeikommt.

Und während über Vergewaltigungen wenig gesprochen wird, muss man über sexuelle Erniedrigungen nicht sprechen - Videos von Gefangenen, die vom Gefängnisdienst völlig nackt herumgeführt wurden, wurden in den sozialen Netzwerken verbreitet. Diese Taten hätten nicht anders dokumentiert werden können als von den Wärtern selbst, die sich mit ihren Taten brüsten wollten. Die Nutzung der Durchsuchung als Gelegenheit für einen sexuellen Übergriff, oft durch das Schlagen mit der Hand oder dem Metalldetektor in die Leistengegend, ist eine fast ständige Erfahrung, deren Beschreibung immer wieder von Gefangenen, die in verschiedenen Gefängnissen waren, genannt wird.

Ich habe natürlich nicht aus erster Hand von Übergriffen auf Frauen gehört. Was ich jedoch gehört habe, und das nicht nur einmal, war der Mangel an Hygienematerial während der Menstruation und dessen Verwendung zur Erniedrigung. Nach den ersten Schlägen am Tag ihrer Festnahme wurde Mounira in das Gefängnis von Sharon gebracht. Beim Betreten des Gefängnisses durchläuft jeder eine Leibesvisitation, aber eine Leibesvisitation ohne Kleidung ist nicht die Norm und erfordert einen begründeten Verdacht, dass die Gefangene einen verbotenen Gegenstand versteckt. Eine Leibesvisitation erfordert außerdem die Zustimmung des zuständigen Beamten. Während der Durchsuchung war kein Offizier für Mounira da, und schon gar nicht ein organisiertes Verfahren zur Überprüfung eines begründeten Verdachts. Mounira wurde von zwei Wärterinnen in einen kleinen Durchsuchungsraum geschoben, wo sie sie zwangen, ihre gesamte Kleidung, einschließlich ihrer Unterwäsche und ihres BHs, auszuziehen und auf die Knie zu gehen. Nach einigen Minuten, in denen sie sie allein ließen, kam eine der Wärterinnen zurück, schlug sie und ging. Am Ende wurde ihr ihre Kleidung zurückgegeben und sie durfte sich anziehen. Der nächste Tag war der erste Tag ihrer Periode. Sie bekam eine Binde und musste damit während der gesamten Zeit ihrer Periode auskommen. Und das war für alle gleich. Als sie entlassen wurde, litt sie an einer Infektion und einer schweren Entzündung der Harnwege.

Epilog

Sde Teiman war der schrecklichste Haftort, und das ist angeblich der Grund, warum man ihn geschlossen hat. In der Tat ist es schwer, an die Beschreibungen des Grauens und der Grausamkeiten zu denken, die aus diesem Folterlager kamen, ohne den Ort als einen der Kreise der Hölle vor Augen zu haben. Aber nicht ohne Grund stimmte der Staat zu, die dort Inhaftierten an andere Orte zu verlegen - hauptsächlich nach Nitzan und Ofer. Sde Teiman oder nicht Israel hält Tausende von Menschen in Folterlagern fest und mindestens 68 von ihnen haben dort ihr Leben verloren. Allein seit Anfang Dezember wurde der Tod von vier weiteren Häftlingen gemeldet. Einer von ihnen, der 45-jährige Mahmad Walid Ali aus dem Lager Nur Shams in der Nähe von Toulkarem, starb nur eine Woche nach seiner Festnahme. Folter in all ihren Formen, Hunger, Erniedrigung, sexuelle Übergriffe, Enge, Schläge und Tod sind kein Zufall. Sie bilden zusammen die israelische Politik. Das ist die Realität.