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07/02/2023

LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ
Ucrania, pez diablo: guerra proxy o política y esa delgada línea roja que las une

Luis E. Sabini Fernández, 18-1-2023

El strip-tease se ha acentuado.

Hace pocos meses todavía, el presidente del estado considerado primus inter non pares, Joe Biden, entendía sensato no abastecer directamente de armas a Ucrania porque ese aporte y su aplicación podían fácilmente abrir el grifo de la guerra, entonces sí abierta de Rusia con la OTAN (o más bien de la OTAN con Rusia).

Ahora la OTAN ha aprobado enviar armamentos de diversos tipos y calibres, como, por ejemplo, tanques de última generación, por 40 mil millones de dólares, y una partida todavía superior para avituallamiento de bienes sociales, civiles, a Ucrania.


La acometida otánica no se hace sin fisuras. En Alemania existe para algunos la convicción que, tal vez por sus coincidencias “energéticas” con Rusia, le ha tocado el papel del “pato de la boda”, descoyuntando de manera incisiva su complejo industrial, por décadas el motor de la UE.

Pero no se trata sólo de tales aspectos económico-materiales. Alemania, tras la pesadilla nazi, quedó entrampada en un complejo de culpa no del todo correcto ni justo, puesto que el origen del nazismo no fue una expresión alemana, como tantos aliadófilos quisieron hacernos creer, sino una reacción frente a la “Paz de Versalles” (a su vez, una estratagema de la “Raposa” europea para quitar de en medio una competencia que se presentaba muy seria). Como consecuencia, la Alemania de la segunda posguerra fijó una conducta antimilitarista, antiguerrerista, antiintervencionista.

Las rencillas, purgas y designaciones que se acaban de suceder en Alemania 2023 obedecen a los roces y diferencias ante esos dos factores que persiguen a Alemania “como su esqueleto y su sombra”.

¿Qué significa este reaprovisionamiento ahora con armas y bagajes a granel? Queda ya casi prístino que la OTAN es la que está en guerra con Rusia. Aunque se trata, como se ven tantas ahora (¿más que otrora?) de una guerra proxy.

Y si ya está tan desenfadado el comportamiento otanesco, ¿qué va a pasar con el ruso?

Rusia, crecientemente hostigada por el eje anglo-israelo-norteamericano a través de su representante o emisario regional, la OTAN, no supo/pudo encarar ese atroz hostigamiento que se focalizó en lo que el ideólogo estadounidense de extrema derecha Samuel P. Huntington definió como víctima propiciatoria.

Huntington, analizando el mundo postsoviético vislumbraba dos estados medianos, muy aprovechables para afianzar “Occidente” (su militancia prooccidental era tan descarada como para que en un pretendido ensayo sociológico; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order[1] tenga un capítulo titulado, por ejemplo “Occidente y el resto”).

En ese abordaje del mundo postsoviético que una vez más, como en los ’40, sus cofrades se disponen a deglutir (a fines de los ’40 se les cortó la digestión por la irrupción geopolítica de la URSS), Huntington toma como ejemplos de naciones “escindidas” a Turquía y a Ucrania, sitios en el mundo postsoviético por donde las fuerzas occidentales pueden abrir brechas en fortalezas ajenas (y enemigas).

Tras el colapso soviético en la década de los ’90, Rusia pervive. Aun perdiendo la corte de estados vasallos de Europa oriental (y un poco más, también en Asia) y los aditamentos que mantuvieran en pie a la URSS durante siete décadas; su fe ideológica  y el “centralismo democrático” (curiosa definición socialista del verticalismo policíaco-militar)− retiene, gracias a su enorme extensión, población y armamento nuclear, una serie de elementos claves que impiden el pleno poderío mundializado de EE.UU. y el eje que, otra vez desde los ’90, procura controlar el mundo.[2]

Esto ha significado que el eje triple ya mencionado busca por donde penetrar la “fortaleza” rusa.

Y siguiendo la visión del mencionado Huntington, Ucrania, la fracturada Ucrania,[3] constituye un verdadero bocato di cardinale.

Entiendo imposible soslayar que Robert Kagan, figura clave del proyecto neoimperial ya citado (n. 2) es pareja de Victoria Nuland, la emisaria estadounidense que llega a Ucrania hacia 2014 para generar el desequilibrio necesario para la consecución de tales planes. Munida de miles de millones de dólares, será clave, por ejemplo, en la instalación de una cadena de laboratorios diseñados para el biowarfare (vale decir, la guerra a través de la acción de laboratorios de ingeniería genética).[4]

Justo entonces se produce un cambio de presidentes en Ucrania y el impulso de agrupamientos de extrema derecha y a la vez profundamente antirrusos. Preparando el terreno para un enfrentamiento cada vez más violento. Episodio de Maidan (decenas de muertos y piedra de toque para que población rusófona en Ucrania y la misma Rusia modificaran su actuación. Crimea declara su independencia respecto de Ucrania y posterior incorporación a Rusia (algo vital desde el punto de vista militar para Rusia en el Mar Negro). Rusófonos empiezan a estar muy hostigados por la Ucrania “independiente”, más bien pro-occidental, desde 2014 (con el abandono forzado del presidente Yanukovich más bien prorruso). Lugansk y Donetsk, dos municipios o provincias rusófonas proclaman su rebeldía institucional y armada contra las autoridades ucranianas.

La OTAN logró “estirar la cuerda” de modo tal que se le rompiera a Putin en las manos. Tras por lo menos 8 años de agresión, logra establecer claramente un agresor en el “teatro de operaciones”, que resulta, sin duda, Putin.

¿Cómo se logra ese reparto de roles? Porque la OTAN y el eje triple que la dirige tiene éxito en tocar sensibilidades del régimen ruso y lo va a llevar a sacar a luz su propia modalidad de poder: Rusia no soporta el maltrato y la presión y opta por aplicar “un puñetazo en la mesa” que ya vio no era de negociaciones. Como hiciera en Osetia, en Chechenia. Craso error. Zelenski, versátil actor, cumple aquí la función de “pez diablo” para que el oso sufra una pequeña hemorragia; al fondo de la escena, están las pirañas.

Introduce su planta en un territorio preparado como celada. La OTAN interviene rápidamente. Tanto debilitando al concierto asistencial europeo (quitándole a Alemania la provisión de energía rusa) como otorgando todo tipo de asistencia a Ucrania. Inicialmente, para la defensa; luego, poco a poco, para el ataque.

El lenguaje figurado tiene sus límites; y la realidad mucho más; lo futuro es no solo desconocido sino incognoscible.

Notas

[1]  Editado por Simon & Schuster, N.Y., 1996.

[2]  Un eje con varios planos: en primer lugar la Santísima Trinidad del Reino Unido, Israel y EE.UU.; en segundo lugar el de la red Echelon, compuesta por el acuerdo anglófono (pero de raza blanca) de 1948; EE.UU., Canadá, Reino Unido, Australia, Nueva Zelandia, también llamado de “Los cinco ojos”, y en tercer lugar volver, una vez más tras el derrumbe soviético, al diseño preciso de la craneoteca pentagonal, The Project for the New American Century. Setiembre, 2000. Entre sus principales redactores: William Kristol, Robert, Donald y Fred Kagan, Gary Schmitt, Paul Wolfowitz, Dov Zakheim.

[3]  Ucrania, también llamada “Rusia pequeña”, con su capital Kiev cuna de la unificación rusa (de la Rusia Grande o mayor, hoy simplemente llamada Rusia), mantuvo cuando el colapso soviético, armas nucleares, junto con Rusia. Sin embargo, con  o por acuerdo de “las grandes potencias”, EE.UU. y Rusia, en 1996, Ucrania fue desnuclearizada. Con compromisos recíprocos de “los grandes” de preservar su independencia. Algo que debe haber hecho sonreír a Huntington, que había profetizado la fractura tres años antes.

[4]  Lo que hasta la década de los ’70 se denominaba en EE.UU. test tube war, que otorgaba enorme poder al desarrollo químico, de venenos para uso militar, con los avances en ingeniería genética habilitando la creación, mejor dicho la construcción de “quimeras”, entes vivos transgénicos, los afiebrados militares norteamericanos y sus acólitos han llegado así al desarrollo de laboratorios que directamente califican de biowarfare (guerra biológica) y los han diseminado por todos los continentes.
 


YAEL DAREL
“Ils veulent ramener les femmes 500 ans en arrière” : les tribunaux rabbiniques israéliens s’apprêtent à jouir d’un pouvoir “horrifiant”

Yael Darel, Haaretz, 6/2/2023

Traduit par Fausto Giudice, Tlaxcala

 

L’accord de coalition que le Premier ministre Netanyahou a signé avec le parti ultra-orthodoxe Shas promet d’élargir le champ d’action des tribunaux rabbiniques d’Israël bien au-delà du droit de la famille - et de leur accorder un statut égal à celui des tribunaux civils.

 

Photo : Ohad Zwigenberg. Photoshop : Shani Daniel

 En 2008, le mari d’une femme qui a accepté d’être identifiée par l’initiale G. a été reconnu coupable de l’avoir violemment agressée et condamné à deux ans de prison. Mais pendant des années, ni cette agression, que G. a décrite comme une tentative de meurtre, ni les innombrables menaces et tentatives d’agression - dont certaines l’ont conduite dans un foyer pour femmes - n’ont convaincu les juges d’un tribunal rabbinique de lui permettre de recevoir un get, un certificat juif de divorce.

 

« Mon ex-mari a réussi à convaincre quelques rabbins qu’il changeait, alors ils n’ont cessé de me demander de lui donner une autre chance, de suivre une thérapie de couple avec lui », raconte-t-elle. « À un moment donné, j’ai compris que l’establishment rabbinique était déterminé à ne pas me laisser divorcer. J’étais une jeune mère. J’avais peur que les enfants me soient enlevés, et je n’ai pas pu résister à la pression. Mais même lorsque j’acceptais de suivre une thérapie de couple, une minute avant que nous entrions dans la clinique, il me disait à voix basse : “Fais attention à dire la vérité” ».

 

De nombreux juristes ont mis en garde contre les conséquences dévastatrices qui se feront sentir dans tous les domaines de la vie si ces changements sont mis en œuvre.

 

L’histoire des tentatives de divorce s’est poursuivie pendant plus de dix ans. Seule l’intervention d’une organisation de défense des femmes privées de get a permis à G. d’obtenir un acte de divorce religieux et de mettre fin à son mariage violent et abusif. « Nous aidons beaucoup de cas de ce genre, car en Israël, chaque couple qui veut divorcer doit passer par les tribunaux rabbiniques. Il s’agit d’un système totalement masculin, dans lequel seuls les hommes peuvent travailler ou témoigner, alors que les femmes ne le peuvent pas. C’est là que le problème commence », explique Orit Lahav, directrice exécutive de l’ONG Mavoi Satum [Impasse].

 

Le Premier ministre Benjamin Netanyahou, cette semaine. Photo : Olivier Fitoussi

« Les juges sont des hommes haredi [ultra-orthodoxes], dont la plupart n’ont pas d’interaction quotidienne avec les femmes, à l’exception peut-être des membres de leur propre famille, et le système juridique qu’ils administrent fonctionne selon des lois religieuses qui cherchent à faire reculer le statut des femmes de 500 ans », explique Lahav.

 

« S’il est vrai que l’on peut trouver ici et là des juges équitables qui font preuve de sensibilité, il s’agit en général d’un système qui discrimine automatiquement les femmes, qui les maltraite et qui les broie. Les tribunaux rabbiniques sont actuellement dans une collision frontale quotidienne avec le monde moderne, et il est clair que s’ils reçoivent de l’autorité dans des domaines supplémentaires, cette collision s’intensifiera et ce sont les femmes qui en souffriront ».

 

La collision frontale massive que Lahav anticipe n’est pas seulement théorique. La protestation publique actuelle contre le nouveau gouvernement se concentre sur les mesures proposées par le ministre de la Justice Yariv Levin [Likoud] pour affaiblir le système judiciaire, notamment les modifications apportées au comité de nomination des juges, la limitation des pouvoirs de la Cour suprême et le changement de statut des conseillers juridiques des ministères.

 


Orit Lahav. Photo : Mavoi Satum

 

Mais un projet visant à accorder aux tribunaux rabbiniques un statut égal à celui des tribunaux civils et à créer un système juridique distinct et parallèle fonctionnant selon les lois religieuses juives passe inaperçu. Ce projet concentrerait également un pouvoir important et sans précédent entre les mains des tribunaux rabbiniques dans toutes les affaires civiles qui ne sont actuellement traitées que par le système judiciaire civil.

 

Les accords de coalition que le parti Likoud du Premier ministre Benjamin Netanyahuo a signés avec le parti ultra-orthodoxe Shas stipulent ces changements. De nombreux juristes ont mis en garde contre les conséquences dévastatrices qui se feront sentir dans tous les domaines de la vie si ces changements sont mis en œuvre.

 

Un système masculin

 

« Ce n’est pas la première fois que les ultra-orthodoxes tentent d’étendre les pouvoirs des tribunaux rabbiniques », dit l’avocate Batya Kahana-Dror, spécialisée dans le droit de la famille et les tribunaux rabbiniques et qui siège au comité du droit de la famille du barreau de Jérusalem. « De telles tentatives ont été faites depuis 2006 à travers une longue liste de projets de loi qui ont été torpillés. Je crains que cette fois-ci, elle ne réussisse, car elle a été intégrée aux accords de coalition.

Un panneau dans le tribunal rabbinique de Jérusalem. Photo : Ohad Zwigenberg

 

« Si cela se produit, cela signifie que les gens pourront se poursuivre les uns les autres dans les tribunaux rabbiniques comme s’il s’agissait de tribunaux à tous égards, y compris sur des questions telles que les délits, le droit du travail, les contrats et l’immobilier, et ils pourront donc appliquer la loi religieuse à chaque partie de la vie en Israël », dit Kahana-Dror. « Il y aura ici un État dans l’État ».

 

Les tribunaux rabbiniques (dont les jugements, comme on l’a noté, sont fondés sur la loi religieuse) font déjà partie du système juridique israélien et détiennent l’autorité exclusive sur le mariage et le divorce entre Juifs. Structurellement, le système comporte deux niveaux - les tribunaux rabbiniques de district et la Haute Cour rabbinique, une cour d’appel dirigée par l’un des grands rabbins.