Jean-François Bayart, Le Temps, 8/5/2023
Traducido por Fausto
Giudice, Tlaxcala
Jean-François Bayart (Boulogne-Billancourt, 1950), especialista en sociología histórica y comparada
de la política, es profesor en el IHEID de Ginebra, donde ocupa la cátedra Yves Oltramare de “Religión y política
en el mundo contemporáneo”. También es titular de la Cátedra de Estudios
Africanos Comparados de la Universidad Politécnica Mohamed VI (Rabat). Es autor de varios
ensayos, entre ellos L'Illusion identitaire (Fayard, 1996) y Le Gouvernement
du monde (Fayard, 2004). Ha publicado L'impasse
national-libérale, Globalisation et repli identitaire (La Découverte, 2017) y L'énergie de l'État, Pour
une sociologie historique et comparée du politique (2022). Publicaciones
OPINIÓN. Según Jean-François Bayart, profesor del IHEID,
Francia está entrando de lleno en el campo de las democracias “antiliberales”.
Para él, Emmanuel Macron vive en una realidad paralela y juega con fuego.
Agentes
de policía armados custodian el Consejo Constitucional, poco antes de su
decisión de rechazar un referéndum sobre la reforma de las pensiones. París, 3
de mayo de 2023 - © YOAN VALAT / keystone-sda.ch
¿Adónde va Francia? se pregunta Suiza. La
respuesta equivocada sería detenerse en la burla culturalista de los galos
eternamente descontentos. La crisis es política. Emmanuel Macron se proclama
miembro del “extremo centro” encarnado a lo largo de la historia de Francia por
el Directorio, el Primer y el Segundo Imperio, y diversas corrientes
tecnocráticas sansimonianas. Es el último avatar de lo que el
historiador Pierre Serna llama el “veneno francés”: la propensión al reformismo
estatista y antidemocrático a través del ejercicio cameral y centralizado del
poder.
El conflicto de las pensiones es un
síntoma del agotamiento de este gobierno de extremo centro. Durante treinta años,
no han faltado advertencias, que las sucesivas mayorías han desoído con un
gesto de la mano, clamando corporativismo, pereza e infantilismo del pueblo.
Administrada de forma autoritaria y a menudo grotesca, la pandemia de Covid-19
sirvió de prueba de choque para los servicios públicos de los que el país se
enorgullecía y que, además de sus servicios, proporcionaban parte de su
identidad.
Emmanuel Macron, con todo su estilo
jupiteriano, está exacerbando la aporía en la que ha caído Francia. Nunca ha
habido nada “nuevo” en él, y su postura de hombre “providencial” es una figura
trillada del repertorio bonapartista. No puede imaginar otra cosa que el modelo
neoliberal del que es puro producto, aunque sea combinándolo con una concepción
cursi de la historia nacional, a medio camino entre el culto a Juana de Arco y
la fantasía reaccionaria del Puy du Fou. Su ejercicio del poder es el de un niño inmaduro, narcisista, arrogante,
sordo a los demás, bastante incompetente, sobre todo en el frente diplomático,
cuyos caprichos tienen fuerza de ley desafiando la Ley o las realidades
internacionales.
Podría ser gracioso si no fuera
peligroso. La prohibición del “uso de aparatos de sonido portátiles” para
evitar que los opositores armen jaleo, el acordonamiento policial de los
lugares por donde transita el Jefe del Estado, el lanzamiento de campañas de
rectificación ideológica contra el “wokismo”, la “teoría de género”, el
“islamo-gauchisme” “islamozquierdismo”, el “ecoterrorismo” o la
“ultraizquierda” son sólo algunas de las muchas pequeñas pistas que no engañan
al especialista en regímenes autoritarios que soy. Francia está entrando de
lleno en el campo de las democracias “iliberales”.
Un arsenal represivo
a disposición de los poderes siguientes
Algunos gritarán exageración polémica. Yo
les pediría que se lo pensaran dos veces, teniendo en cuenta, en primer lugar,
la erosión de las libertades civiles en nombre de la lucha contra el terrorismo
y la inmigración desde hace al menos tres décadas y, en segundo lugar, los
peligros que plantean desde este punto de vista las innovaciones tecnológicas
en materia de control político y la inminencia de la llegada al poder de la
Agrupación Nacional, a la que los gobiernos anteriores habrán proporcionado un
arsenal represivo que hará superfluas nuevas leyes destructoras de libertades.
No se trata aquí de “buenas” o “malas”
intenciones por parte del Jefe de Estado, sino de una lógica de situación a la
que se presta y que favorece sin comprenderla necesariamente. Macron no es ni
Putin ni Modi. Pero prepara el advenimiento de su clon en Francia. En el mejor
de los casos, su política es la de Viktor Orban: aplicar el programa de la
extrema derecha para evitar su acceso al poder.
En el contexto del hundimiento de los
partidos gobernantes, un “bucanero” -por utilizar el término de Marx para
referirse al futuro Napoleón III- se ha apoderado del botín electoral cuando
Nicolas Sarkozy, François Hollande, Alain Juppé, François Fillon y Manuel Valls
abandonan la escena. Le pareció “inteligente”, por seguir citando a Marx,
destruir a la izquierda y a la derecha “al mismo tiempo” para instalarse en la
comodidad de un cara a cara con Marine Le Pen. Pero Emmanuel Macron sólo fue elegido
y reelegido gracias a los votos de la izquierda, ansiosa por conjurar la
victoria de la Agrupación Nacional. Su programa, liberal y proeuropeo, nunca ha
correspondido a las preferencias ideológicas de más de una cuarta parte del
electorado, aparte del creciente número de votantes no inscritos y de
abstencionistas que socavan la legitimidad de las instituciones.
Un
Presidente ciego y despectivo
A pesar de esta obviedad, Emmanuel
Macron, cuya formación y trayectoria le han hecho ajeno a las realidades del
“Estado profundo”, y que fue elegido por primera vez a la magistratura suprema
sin haber ocupado nunca el más mínimo cargo local o nacional, ha tratado de
hacer prevalecer la combinación schmittiana de “Estado fuerte” y “economía
sana” promulgando sus reformas neoliberales mediante ordenanzas, pasando por
encima de los organismos intermedios y de lo que él llama el “Estado profundo”
de la función pública, apoyándose en consultorías privadas o en consejos
a-constitucionales como el Consejo de Defensa, reduciendo a Francia al estatus
de “nación start-up” y dirigiéndola como un jefe que desprecia a sus
empleados, los “galos refractarios”.
El resultado no se hizo esperar. El
hombre que quería apaciguar a Francia provocó el movimiento social más grave
desde mayo del 68, los Gilets jaunes [Chalecos amarillos], cuyo espectro
sigue persiguiendo a la familia Macron. Con la mano en el corazón, Emmanuel
Macron aseguró, al comienzo de la pandemia de Covid-19, que comprendía que no
todo podía entregarse a las leyes del mercado. En varias ocasiones, prometió
haber cambiado para calmar la indignación provocada por su arrogancia. Sin
embargo, enseguida demostró que era incapaz de hacerlo. Mantuvo su rumbo
neoliberal y se alió con Nicolas Sarkozy en 2022 para imponer una reforma
financiera de las pensiones a pesar de la persistente oposición de la opinión
pública y de todos los sindicatos, no sin ignorar sus contrapropuestas.
Ante el nuevo movimiento social masivo
que le siguió, Emmanuel Macron se refugió en la negación y el sarcasmo.
Reivindicó la legitimidad democrática, repitiendo que la reforma formaba parte
de su programa y que había sido adoptada por una vía institucional validada por
el Consejo Constitucional.
Una realidad
paralela
Salvo que: 1) Emmanuel Macron sólo fue
reelegido gracias a los votos de la izquierda, hostil al retraso de la edad de
jubilación; 2) el pueblo no le dio la mayoría parlamentaria en las elecciones
legislativas que siguieron a la elección presidencial; 3) el proyecto de ley
trataba de los “principios fundamentales de la seguridad social”, que entran en
el ámbito de la legislación ordinaria, y no de un proyecto de ley de “financiación
de la seguridad social” (artículo 34 de la Constitución), una cláusula
adicional legislativa que permitía utilizar el artículo 49.3 para imponer el
texto; 4) el Gobierno se resignó a este procedimiento porque no contaba con
mayoría positiva, sino con la ausencia de mayoría para tumbarlo al final de una
moción de censura; 5) el Consejo Constitucional está compuesto por políticos y
altos funcionarios, no por juristas, y se preocupa menos por el respeto del
Estado de Derecho que por la estabilidad del sistema, como ya demostró con su
aprobación de las cuentas fraudulentas de la campaña electoral de Jacques
Chirac en 1995; 6) el abuso del procedimiento parlamentario suscitó la
desaprobación de numerosos constitucionalistas y fue acompañado del rechazo de
toda negociación social.
Como en 2018, Emmanuel Macron responde a
la ira popular con violencia policial. Las infracciones de la libertad
constitucional de manifestación, el uso de técnicas policiales de confrontación
y la utilización de armamento de uso militar que causa lesiones irreversibles
como abrasiones y mutilaciones han llevado a Francia a ser condenada por
organizaciones de derechos humanos, el Consejo de Europa, el Tribunal de
Justicia Europeo y las Naciones Unidas.
Frente a estas acusaciones, Emmanuel
Macron se hunde en una realidad paralela y radicaliza su discurso político.
Apenas reelegido gracias a los votos de la izquierda, incluidos los de La
France insoumise, sitúa a esta última fuera del “arco republicano”, cuya
delimitación reivindica como monopolio. Ve la mano de la “ultraizquierda” en
las protestas contra su reforma. Justifica la violencia policial alegando que
es necesaria para combatir la violencia de ciertos manifestantes.
Salvo que, una vez más 1) la negativa,
recurrente desde la aportación de los votos de la izquierda a Jacques Chirac en
2002 y el puenteo parlamentario del no en el referéndum de 2005, a tener en
cuenta el voto de los electores cuando disgusta o procede de una familia
política distinta de la propia desacredita la democracia representativa,
alimenta el deletéreo abstencionismo y anima a la gente a emprender acciones
directas para hacer valer sus opiniones, no sin éxito en el caso de los Gilets
jaunes y los jóvenes alborotadores nacionalistas corsos, a los que se concedió
lo que se había negado a sindicatos y representantes electos; 2) el
incumplimiento por parte del Estado de las sentencias judiciales cuando están
en juego intereses agroindustriales lleva a los ecologistas a ocupar los
emplazamientos de los proyectos conflictivos, a riesgo de enfrentarse a ellos;
3) la estigmatización de una ultraizquierda cuya importancia está por demostrar
va de la mano del silencio del gobierno ante las agresiones de la ultraderecha
identitaria y de los agricultores productivistas que multiplican sus ataques
contra los ecologistas.
“Denunciar
los excesos estructurales de la policía no significa pertenecer al black bloc”
No es ser "amish" y querer
volver a la "luz de las velas" para cuestionar el 5G o la
incoherencia del gobierno cuando usa granadas para defender megapiscinas
mientras las napas freáticas del país se secan. No es ser un bloque negro para
denunciar los excesos estructurales de la policía. No hace falta ser de
izquierdas para diagnosticar la creciente sobreexplotación de los trabajadores
a medida que se precarizan los empleos, en nombre de la lógica financiera, para
identificar el desvío de bienes públicos en beneficio de intereses privados, o
para deplorar la “pasta loca” repartida entre las empresas más ricas y los contribuyentes.
Tampoco hace falta ser un genio para darse cuenta de que la Macronía no ama a
los pobres. Su única respuesta es criminalizar las protestas. Ahora quiere
disolver la nebulosa Soulèvements de la terre, patrocinada por el antropólogo
Philippe Descola, el filósofo Baptiste Morizot y el novelista Alain Damasio.
Cuando el ministro de Interior Gérald Darmanin oye la palabra cultura, saca su
LBD [Escopeta de Balas de defensa].
En esta carrera precipitada, se dio un
paso decisivo cuando el gobierno atacó a la Ligue des droits de l'homme (Liga
de Derechos Humanos). Al hacerlo, el gobierno de Macron se situó fuera del
“arco republicano”. Esta asociación, surgida del asunto Dreyfus, es inseparable
de la idea republicana. Sólo el régimen de Pétain se atrevió a atacarla. En
todo el mundo, son los Putin y los Orban, los Erdogan y los Modi, los Kaïs
Saïed y los Xi Jinping quienes hacen tales comentarios. Sí, Francia se está
volcando.