John Feffer, TomDispatch.com,
5/10/2021
John Feffer es un escritor, editor y activista
usamericano. Colaborador habitual entre otros de TomDispatch, es autor de la novela
distópica Splinterlands y de Frostlands, el segundo volumen de la misma. Completa la
trilogía, de reciente aparición, Songlands. Ha escrito también The
Pandemic Pivot. Es director de Foreign Policy in Focus en el Institute for Policy
Studies, donde está desarrollando un nuevo proyecto para una
Transición Global Justa. @johnfeffer
Se suponía que era la transición más importante de
los tiempos modernos.
Prácticamente de la noche a la mañana, un sistema
sucio, ineficaz e injusto que abarcaba once husos horarios iba a sufrir una
transformación extrema. Para acelerar el proceso se dispuso de miles de
millones de dólares. Un nuevo equipo de expertos en transición elaboró el
proyecto y el público lo aceptó de forma abrumadora. Lo mejor de todo es que
este gran salto adelante serviría de modelo para todos los países desesperados
por salir de un statu quo fracasado.
Pero no fue así.
Cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1991 y
Rusia emergió de sus escombros como el mayor Estado sucesor, los funcionarios
de la recién elegida administración de Boris Yeltsin se asociaron con un grupo
de expertos extranjeros para trazar el camino hacia un sistema postsoviético de
democracia y libre mercado. Occidente ofreció miles de millones de dólares en
préstamos, mientras los rusos generaban más fondos mediante la privatización de
activos estatales. Con todos esos recursos, Rusia podría haberse convertido en
una enorme Suecia del Este.
En cambio, gran parte de esa riqueza desapareció en
los bolsillos de oligarcas que se acabaron de forrar. Durante la década de
1990, Rusia sufrió una catástrofe económica, con una salida del país de entre 20.000 y 25.000 millones de dólares al año y una caída del producto
interior bruto (PIB) de casi el 40% entre 1991 y 1998. La Unión Soviética fue una vez
la segunda economía mundial. En la actualidad, gracias únicamente a la dependencia
de las industrias de exportación de combustibles fósiles y armas de la era
soviética, Rusia se encuentra justo fuera de los diez primeros puestos en producción económica
total, situándose por debajo de Italia y la India, pero solo consigue el 78º
puesto -es decir, por debajo de Rumanía- en PIB per cápita.
Los fracasos de la transición rusa pueden atribuirse
al colapso del imperio, a décadas de decadencia económica, al triunfalismo
vengativo de Occidente, a la venalidad desenfrenada de los oportunistas
locales, o a todo lo anterior unido. Sin embargo, sería un error desestimar
este relato de advertencia como una mera peculiaridad histórica.
Si no tenemos cuidado, el pasado ruso podría
convertirse en el futuro de la humanidad: una transición fallida, una
oportunidad de oro desperdiciada.
Al fin y al cabo, el mundo se dispone ahora a
gastar billones de dólares para una transición aún más masiva, esta vez de una
economía igualmente sucia, ineficiente e injusta basada en los combustibles
fósiles a... ¿qué? Si la comunidad internacional aprende de algún modo las
lecciones de las transiciones anteriores, algún día todos viviremos en un mundo
mucho más equitativo y neutro en carbono, alimentado por energías renovables.
Pero no apuesten por ello. El
mundo está sustituyendo poco a poco la energía sucia por las renovables, pero
sin abordar ninguno de los problemas de carácter industrial del sistema actual.
Deberíamos recordar el modo en que los rusos sustituyeron la planificación
estatal por el libre mercado, solo para acabar con los defectos del
capitalismo, conservando muchos de los males del orden anterior. Y ese no es ni
siquiera el peor escenario. La transición podría no producirse en absoluto o el
proceso de descarbonización podría alargarse tan interminablemente durante
décadas de forma que resultara totalmente ineficaz.
Los defensores de los Nuevos
Acuerdos Verdes prometen resultados beneficiosos para todos: los paneles
solares y las turbinas eólicas producirán energía abundante y barata, la crisis
climática se reducirá, los trabajadores dejarán los trabajos sucios por otros
más limpios y el Norte Global ayudará al Sur Global a dar el salto hacia un
futuro gloriosamente verde. En realidad, sin embargo, las transiciones de tal
escala y urgencia nunca han sido beneficiosas para todos. En el caso de la
transición rusa desde el comunismo, casi todo el mundo salió perdiendo y el
país sigue sufriendo las consecuencias. Otras transformaciones a gran escala
del pasado -como las revoluciones agraria e industrial- fueron igualmente
catastróficas a su manera.
A fin de cuentas, quizá una
parte fundamental del problema no radique solo en el defectuoso statu quo,
sino en el propio mecanismo de la transición.