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03/09/2025

GIDEON LEVY
Una moral selectiva inadmisible : por qué el movimiento de protesta por los rehenes en Israel ignora a los palestinos en Gaza

Una protesta moral lucharía contra el genocidio al mismo tiempo que exigiría la liberación de los rehenes, porque no se puede escapar a las cifras: 20 rehenes vivos y más de 2 millones de palestinos cuya vida es un infierno
Gideon Levy, Haaretz, 31-8-2025
Traducido por
Tlaxcala

 Familiares de rehenes israelíes y manifestantes levantan fotos y banderas durante una protesta antigubernamental que exige acciones para asegurar la liberación de israelíes retenidos por militantes palestinos en la Franja de Gaza desde el 7 de octubre de 2023, cerca del kibutz Beeri, próximo a la frontera oriental con Gaza, el 20 de agosto de 2025. Foto : Ahmad Gharabli/AFP

Israel está gobernado por un gobierno cruel y un primer ministro sin corazón, como nunca se había visto aquí [Ben Gurión, Golda Meir, Menachem Begin, Shimon Peres e Itzhak Rabin tampoco estaban mal, NdT]. Las vidas humanas, sean de gazatíes, rehenes o soldados israelíes, no le interesan a este gobierno. Masacra a los habitantes de Gaza y abandona a rehenes y soldados con la misma indiferencia.
En su contra se levanta un pequeño movimiento extraparlamentario, humano y valiente, que valora todas las vidas humanas por igual.
Entre ese pequeño grupo y el gobierno malvado está el pantano centrista La mayoría lucha contra la creciente pérdida de humanidad y el engaño que exhibe el gobierno. La gente de este campo se conmueve con cada video, pierde el sueño por el destino de los rehenes famélicos y de los soldados muertos. Pero cuando escuchan informes de una masacre atroz en un hospital, bostezan, desinteresados.



[Poquísimas]] manifestantes sostienen [pequeños] carteles con la inscripción “Stop Gaza Genocide”» en Tel Aviv el sábado por la noche.
Photo Moti Milrod

Son mejores que el gobierno y sus seguidores. Son humanos y solidarios, pero solo de manera selectiva. No existe la media moral. Así como la moral de doble rasero no es moral, tampoco lo es la moral a medias. Es lo opuesto a la verdadera moral. Así son los de este campo. Se preocupan por la vida de 20 rehenes mientras ignoran que su país mata en promedio a 20 inocentes por hora.

Para ellos, la humanidad se detiene en las fronteras de la nacionalidad. No dejarán piedra sin remover para ayudar a un israelí, pero apartan la mirada, desinteresados, ante un palestino cuyo destino suele ser mucho peor. Se indignan por la frialdad de Benjamín Netanyahu, pero la suya no es menos evidente. Cuando se trata de palestinos, muestran la misma crueldad y el mismo corazón helado.

Es difícil entender este fenómeno, que ha llegado a su punto más bajo durante la guerra actual. ¿Cómo puede uno conmoverse al ver al rehén hambriento Evyatar David y encogerse de hombros, o incluso alegrarse, ante los asesinatos en las colas para conseguir comida? ¿Cómo puede uno horrorizarse por el asesinato de la familia Bibas y al mismo tiempo mostrar desinterés por los 1.000 bebés y 19.000 niños muertos por el ejército israelí, o por los 40.000 huérfanos de Gaza?

¿Cómo puede uno perder el sueño por los túneles de Hamás y no interesarse por lo que ocurre en los centros de detención de Sde Teiman o Megiddo, para nuestra vergüenza? ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede exigir visitas de la Cruz Roja para los rehenes sabiendo que Israel impide esas visitas a miles de palestinos secuestrados?

Es humano y comprensible preocuparse primero por la propia gente. Pero mostrar total indiferencia hacia los miembros de la otra nación, masacrados por decenas de miles, con su país destruido ante nuestros ojos por nuestras propias manos, convierte a muchas de las buenas personas que se manifiestan en calle Kaplan y en plaza de los Rehenes en personas inhumanas ellas mismas.


Palestinos lloran frente al hospital Shifa de Ciudad de Gaza, donde se trasladaron los cadáveres antes de sus funerales el viernes.
Foto
Bashar Taleb/ AFP

Para ellos – y algunos lo dicen abiertamente – Israel debe hacer todo para liberar a los rehenes, y luego puede volver a la guerra, al genocidio y a la limpieza étnica. Lo principal es que los rehenes sean liberados. Esto no es moral ni humanidad. Es un ultranacionalismo abyecto.

Considerar a los seres humanos – niños, personas con discapacidad, ancianos, mujeres y otros indefensos – como polvo, como personas cuyo asesinato y hambre son legítimos, cuyos bienes no valen nada y cuya dignidad no existe, equivale a ser Netanyahu, Ben-Gvir y Smotrich.

Frente al mal absoluto, hay que defender la humanidad absoluta, que casi no existe en Israel. El refugio moral de colgar un lazo amarillo en la puerta del coche y la aparente muestra de preocupación por los rehenes no es un refugio ni constituye moralidad. Incluso un extremista ultranacionalista hueco como el periodista Almog Boker, que sabe que «no hay personas inocentes en Gaza», quiere la liberación de los rehenes. Esto no lo hace menos ultranacionalista ni menos vil, ni siquiera por un momento.

El poder moral del movimiento de protesta es solo parcial debido a su carácter selectivo. Si fuera plenamente moral, su principal preocupación sería la lucha contra el genocidio, junto con la campaña por la liberación de los rehenes. Su lucha no se vería disminuida; su validez moral solo se fortalecería. No se puede escapar a las cifras: 20 rehenes vivos y más de 2 millones de palestinos cuya vida es un infierno. El corazón no puede dejar de estar con ambos.

GIDEON LEVY
Une morale sélective inadmissible : pourquoi le mouvement de protestation pour les otages en Israël ignore les Palestiniens de Gaza

Une protestation morale lutterait contre le génocide tout en exigeant la libération des otages, car on ne peut échapper aux chiffres : 20 otages vivants et plus de 2 millions de Palestiniens dont la vie est un enfer
Gideon Levy, Haaretz, 31/8/2025
Traduit par Tlaxcala

 Des proches d’otages israéliens et des manifestants brandissent des photos et des drapeaux lors d’une manifestation antigouvernementale appelant à agir pour obtenir la libération des Israéliens détenus par des militants palestiniens dans la bande de Gaza depuis le 7 octobre 2023, près du kibboutz Beeri, proche de la frontière orientale avec Gaza, le 20 août 2025. Photo Ahmad Gharabli/AFP

Israël est dirigé par un gouvernement d’une cruauté et un Premier ministre d’une insensibilité inégalées à ce jour [Ben Gourion, Golda Meir, Menahem Begin, Shimon Peres et Yitzhak Rabin n’étaient pas mal non plus, NdT]. Les vies humaines, qu’il s’agisse de Gazaouis, d’otages ou de soldats israéliens, n’intéressent pas ce gouvernement. Il massacre les habitants de Gaza et abandonne otages et soldats avec le même flegme.

Face à lui se dresse un petit mouvement extraparlementaire, humain et intrépide, qui accorde une valeur égale à toutes les vies humaines.
Entre cette poignée de personnes et le gouvernement malfaisant il y a le marais centriste. La plupart luttent contre la perte croissante d’humanité et les mensonges du gouvernement. Les gens de ce camp sont choqués par chaque vidéo, perdent le sommeil à cause du sort des otages émaciés et des soldats morts. Mais lorsqu’ils entendent parler d’un massacre atroce dans un hôpital, ils bâillent, indifférents.



Des [rares] manifestantes brandissent des [toutes petites] pancartes « Stop Gaza Genocide » à Tel-Aviv samedi soir.
Photo Moti Milrod

Ils valent mieux que le gouvernement et ses partisans. Ils sont humains et solidaires, mais seulement de façon sélective. Il n’existe pas de demi-morale. De même qu’une morale à deux vitesses n’est pas une morale, une morale à moitié n’en est pas une non plus. C’est l’opposé de la véritable morale. Voilà à quoi ressemblent les gens de ce camp. Ils s’inquiètent de la vie de 20 otages tout en ignorant le fait que leur pays tue en moyenne 20 innocents par heure.

Pour eux, l’humanité s’arrête aux frontières de la nationalité. Ils remueront ciel et terre pour aider un Israélien mais détournent le regard, indifférents, lorsqu’il s’agit d’un Palestinien dont le sort est souvent bien pire. Ils s’indignent de l’insensibilité de Benjamin Netanyahou, mais la leur n’est pas moins évidente. Lorsqu’il s’agit des Palestiniens, ils manifestent la même cruauté et le même cœur glacé.

Il est difficile de comprendre ce phénomène, qui a atteint son paroxysme pendant la guerre actuelle. Comment peut-on être bouleversé par l’image de l’otage affamé Evyatar David et hausser les épaules, voire se réjouir, des meurtres dans les files d’attente pour la nourriture ? Comment peut-on être horrifié par le meurtre de la famille Bibas et rester indifférent aux 1 000 bébés et 19 000 enfants tués par l’armée israélienne, ou aux 40 000 orphelins de Gaza ?

Comment peut-on perdre le sommeil à cause des tunnels du Hamas et ne montrer aucun intérêt pour ce qui se passe dans les centres de détention de Sde Teiman ou de Megiddo, à notre honte ? Comment est-ce possible ? Comment peut-on exiger des visites de la Croix-Rouge pour les otages tout en sachant qu’Israël empêche ces mêmes visites pour des milliers de Palestiniens kidnappés ?

Il est naturel et compréhensible de s’inquiéter d’abord pour ses propres gens. Mais manifester une indifférence totale envers les membres de l’autre nation, massacrés par dizaines de milliers, leur pays détruit sous nos yeux par nos propres mains, transforme nombre des braves gens qui manifestent rue Kaplan et sur la place des Otages en êtres inhumains eux-mêmes.


Des Palestiniens pleurent devant l’hôpital Shifa de Gaza, où les victimes ont été transportées avant leurs funérailles vendredi.
Photo Bashar Taleb / AFP

Pour eux – et certains le disent ouvertement – Israël doit tout faire pour libérer les otages, puis il pourra retourner à la guerre, au génocide et au nettoyage ethnique. L’essentiel est que les otages soient libérés. Ce n’est pas de la morale ni de l’humanité. C’est un nationalisme abject et exacerbé.

Considérer des êtres humains – enfants, personnes handicapées, personnes âgées, femmes et autres personnes sans défense – comme de la poussière, dont le meurtre et la famine seraient légitimes, dont les biens ne valent rien et dont la dignité est inexistante, revient à être Netanyahou, Ben-Gvir et Smotrich.

Face au mal absolu, il faut défendre l’humanité absolue, presque inexistante en Israël. Le refuge moral qui consiste à accrocher un ruban jaune à la portière de sa voiture et à exprimer une pseudo-solidarité pour les otages n’est pas un refuge et ne constitue pas une morale. Même un extrémiste nationaliste creux comme le journaliste Almog Boker, qui sait pertinemment qu’« il n’y a pas d’innocents à Gaza », veut la libération des otages. Cela ne le rend pas moins nationaliste, ni moins vil, pas même une seconde.

La force morale du mouvement de protestation reste partielle en raison de sa nature sélective. S’il était pleinement moral, sa principale préoccupation serait la lutte contre le génocide, en parallèle de la campagne pour libérer les otages. Son combat n’en serait pas affaibli ; sa validité morale en serait seulement renforcée. On ne peut échapper aux chiffres : 20 otages vivants et plus de 2 millions de Palestiniens dont la vie est un enfer. Le cœur ne peut s’empêcher d’être avec les deux.

02/09/2025

REINALDO SPITALETTA
La tragédie d’être journaliste à Gaza

Reinaldo Spitaletta,  Sombrero de Mago, El Espectador, 2/9/2025

Traduit par Tlaxcala


L’idée est de tout raser. Et, dans ces attaques sournoises, qui provoquent des dizaines de victimes, les journalistes qui couvrent le génocide perpétré par Israël dans la bande de Gaza sont une cible de choix. Il y a un peu plus d’une semaine, une attaque contre l’hôpital Nasser a effacé à jamais cinq reporters de différents médias, qui s’ajoutent à l’assassinat d’environ deux cents autres, victimes, comme tant de civils, du feu israélien.

L’armée israélienne assassine, de façon sélective, ceux qui racontent la tragédie du peuple palestinien, ceux qui témoignent —dans des conditions extrêmement difficiles d’obtention et de transmission de l’information— de la mort des enfants de Gaza, dans ce qui semble déjà être une hécatombe infinie. Si, en général, le journalisme a toujours été une profession à haut risque, dans cette partie du monde son exercice est déjà une condamnation à mort.

 


Mohamed Solaimane, reporter palestinien et collaborateur du quotidien espanol El País, a livré un témoignage à la première personne des significations, des tensions et des peurs qu’implique le fait d’être constamment au bord d’un précipice mortel. Il y a quelques jours, il a échappé à la liste des reporters assassinés parce qu’il avait du retard dans la livraison de son reportage sur « l’effondrement de l’assistance sanitaire » au complexe médical Nasser.

Malgré les supplications de sa femme et de ses enfants, le reporter, qui sait qu’il marche sur un fil extrêmement dangereux, refuse de renoncer à son devoir d’informer sur la tragédie démesurée que subit son peuple. « Je ne peux pas abandonner ce travail. Qui documentera les crimes commis contre des innocents si l’un de nous flanche ? », a-t-il écrit dans son article.

« Qui transmettra au monde le génocide d’un peuple tout entier si les journalistes se rendent ? », écrit-il dans son récit douloureux. Il sait que son métier est à haut risque, c’est, comme on l’a déjà dit, surtout à Gaza, une « profession de la mort ». Malgré tant de censures, malgré les intérêts propagandistes des USA et d’Israël, responsables de ce massacre qui répugne à la majorité du monde, jusqu’à nous qui sommes à l’autre bout de la terre, les échos du génocide, les pleurs des enfants survivants, l’horreur des mères nous parviennent …

Et quand ce ne sont pas les voix des journalistes, ce sont celles des poètes. La poésie surgit comme une autre forme de résistance contre l’ignominie. « Demain on m’enlèvera / les pansements. / Je me demande : / verrai-je une demi-orange, / une demi-pomme ou la moitié / du visage de ma mère / avec l’œil qui me reste ? », pleurent les vers de la poétesse Hanah Ashrawi. Ah, et que dire de ces vers initiaux du poème “Au diable votre conférence sur la technique, mon peuple se fait massacrer”, de Noor Hindi : « Les colonisateurs écrivent sur les fleurs. / Moi, je leur parle d’enfants qui lancent des pierres sur des chars israéliens / quelques instants avant de se transformer en marguerites. »

Revenons à Solaimane. Il sait qu’être reporter à Gaza, c’est être au bord de la mort. Et plus encore, lorsque les troupes de Netanyahou et de Trump ne se préoccupent pas de savoir qui est journaliste et qui est un enfant en pleurs sous un olivier. « Israël a abandonné toutes les normes juridiques, des droits humains et morales. La mort d’un journaliste signifie peu pour un État qui tue des dizaines de milliers de civils sans reculer d’un centimètre », écrit le reporter, qui, d’ailleurs, a déjà rédigé son testament.

« Nous, les quelque 1 000 journalistes qui continuons à informer depuis Gaza, selon les données du Syndicat des journalistes palestiniens, vivons dans les conditions les plus dangereuses du monde pour les reporters, avec 246 informateurs tués et 500 blessés par les attaques israéliennes depuis octobre 2023 », précise Solaimane. Il est probable, comme il le pressent lui-même, que demain il ne soit plus là, que les balles israéliennes l’assassinent. On dira, du point de vue des bourreaux, qu’un journaliste mort de plus, ça n’a aucune importance.


Imran (à droite) et Lama, les plus jeunes enfants de Mohamed Solaimane, dans la voiture familiale après qu’elle a été touchée en plein bombardement. Photo Mohamed Solaimane

Cependant, les journalistes morts, les journalistes vivants, ceux qui ont sacrifié leur vie pour faire connaître l’une des extermiations les plus abjects, un génocide, font partie de l’âme d’une histoire qui continue de s’écrire avec du sang. Oui, on dira, comme on doit le dire partout : « Je suis Gaza, tu es Gaza, nous sommes tous Gaza », et alors chaque jour la solidarité, tout comme la douleur, grandiront jusqu’à ce que cesse la nuit horrifiante.

Il y a des années, j’ai lu une chronique d’un médecin palestinien, Jehad Yousef, qui, de retour dans son pays, a livré son témoignage sur les infamies qu’Israël inflige aux Palestiniens : « Ils nous ont volé la terre, la vie, ils violent nos droits humains. Ils nous assassinent, ils nous humilient, ils nous étouffent, c’est pourquoi ils nous craignent et nous surveillent. » Le calvaire continue. Aujourd’hui avec plus de cruauté que jamais. Ni pardon ni oubli pour les exactions de Netanyahou et Trump.


REINALDO SPITALETTA
La tragedia de ser periodista en Gaza

Reinaldo Spitaletta,  Sombrero de Mago, El Espectador, 2-9-2025


La idea es arrasarlo todo. Y, en esos ataques aleves, que arrojan decenas de víctimas, están como blanco elegido los periodistas que cubren el genocidio de Israel en la Franja de Gaza. Hace poco más de una semana, un ataque contra el Hospital Nasser, borró para siempre a cinco reporteros de distintos medios, que se suma al asesinato de cerca de doscientos más, víctimas, como tantos civiles, del fuego israelí.

El ejército de Israel está asesinando, de modo selectivo, a los que narran la tragedia del pueblo palestino, a quienes cuentan, en medio de dificultades para la consecución y transmisión de información, cómo mueren —en lo que ya parece ser una infinita hecatombe— los niños de la Franja de Gaza. Si, en general, el periodismo ha sido una profesión de alto riesgo, en esta parte del mundo su práctica ya es una condena a muerte.

 


Mohamed Solaimane, reportero palestino, colaborador del diario El País, de España, relató en primera persona  un testimonio de los significados, tensiones y miedos de estar siempre al borde de un precipicio mortal. Hace unos días, se salvó de engrosar la lista de reporteros asesinados, porque tuvo un retraso en la entrega de su reportaje sobre “el colapso de la asistencia sanitaria” en el Complejo Médico Nasser.

Pese a los ruegos de su esposa e hijos, el reportero, que sabe que esta caminando por una peligrosísima cuerda floja, se rehúsa a no continuar con su deber de informar sobre la descomunal tragedia de un pueblo, como el suyo. “No puedo dejar este trabajo. ¿Quién documentará los crímenes cometidos contra inocentes si alguno de nosotros flaquea?”, escribió en una nota del mencionado periódico español.

“Quién transmitirá al mundo el genocidio de todo un pueblo si los periodistas se rinden”, declaró en su doloroso relato. Sabe que su ejercicio es de alto riesgo, es, como se ha dicho, sobre todo en Gaza, una “profesión de la muerte”. Pese a tantas censuras, a los intereses propagandísticos de Estados Unidos e Israel, causantes de esta masacre que repugna a la mayoría del mundo, hasta nosotros, del otro lado de la tierra, nos llegan los ecos del genocidio, el llanto de los niños supérstites, el horror de las madres…

Y cuando no es por las voces de los periodistas, es por la de los poetas. La poesía emerge como otra manera de la resistencia contra la ignominia. “Mañana me quitarán / los vendajes. / Me pregunto: / ¿veré media naranja, /media manzana o medio /rostro de mi madre /con el ojo que me queda?”, lloran los versos de la poetisa Hanah Ashrawi. Ah, y qué tal estos versos iniciales, del poema “A la mierda su conferencia sobre técnica, a mi gente la están matando”, de Noor Hindi: “Los colonizadores escriben de flores. / Yo les hablo de niños que tiran piedra a tanques israelíes. / momentos antes de convertirse en margaritas”.

Volvamos con Solaimane. Él sabe que ser reportero en Gaza es estar al borde de la muerte. Y más aún, cuando las tropas de Netanhayu y de Trump, no se gastan miramientos en quién es periodista y quién un chicuelo que llora junto a algún olivo. “Israel ha abandonado todas las normas legales, de derechos humanos y morales. La muerte de un periodista significa poco para un Estado que mata a decenas de miles de civiles sin retroceder ni un centímetro”, escribió el reportero, que, además, ya tiene listo su testamento.

“Los alrededor de 1.000 periodistas que seguimos informando desde Gaza, según los datos del Sindicato de Periodistas Palestino, vivimos en las condiciones más peligrosas del mundo para los reporteros, con 246 informadores muertos y 500 heridos por los ataques israelíes desde octubre de 2023”, señaló Solaimane. Es probable, como él mismo lo presiente, que mañana ya no esté, que las balas de Israel lo asesinen. Se dirá, desde la perspectiva de los victimarios, que un periodista más muerto, eso qué importa.


Imran (derecha) y Lama, los hijos menores de Mohamed Solaimane, en el coche de la familia después de que fuera impactado en medio de un bombardeo. Foto Mohamed Solaimane

Sin embargo, los periodistas muertos, los periodistas vivos, los que han sacrificado su vida por dar a conocer uno de los más aberrantes exterminios, un genocidio, son parte del alma de una historia que continúa escribiéndose con sangre. Sí, se dirá, como debe decirse en todas partes: “Yo soy Gaza, vos sos Gaza, todos somos Gaza”, y entonces cada día la solidaridad, así como el dolor, crecerán hasta que cese la horripilante noche.

Hace años, leí una crónica de un médico palestino, Jehad Yousef, que volvió de paso a su tierra y expresó su testimonio sobre las villanías a las que Israel somete a los palestinos: “Nos robaron la tierra, la vida, nos violan nuestros derechos humanos. Nos asesinan, nos humillan, nos asfixian, por eso nos temen y nos vigilan”. El calvario continúa. Ahora con más sevicia que antes. Ni perdón ni olvido para las tropelías de Netanyahu y Trump.