Karen J. Greenberg, TomDispatch,
4/5/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Introducción de
Tom Engelhardt
En
2006 me pareció algo bastante obvio. Incluyendo los “sitios negros” de la CIA por todo el mundo (donde los prisioneros de la
guerra contra el terrorismo eran retenidos y torturados regularmente), las
prisiones militares usamericanas (como la espantosa Abu Ghraib en Iraq, que acababa de ser vaciada) y los enormes campos
militares de prisioneros llamados Bucca y Cropper (que seguían en uso), así
como las prisiones militares en Afganistán y el ya infame centro de detención
en la Bahía de Guantánamo, Cuba, USA tenía entonces, según mis cálculos, al
menos 15.000 presos, la mayoría “de ellos retenidos... fuera de la vista de
cualquier sistema de justicia, fuera del alcance de jueces o jurados”. En otras
palabras, como dije en aquel momento, la administración Bush había establecido costa
afuera su propio “triángulo de las Bermudas de injusticia” fuera del alcance de cualquier concepción del
derecho usamericano. Era, dicho sin rodeos, un mini-gulag totalmente usamericano,
plagado de actos grotescos, cuya “joya de la corona” extraterritorial era, por
supuesto, Guantánamo.
Como
escribí entonces:
“Cualquiera que sea la discusión, cualquier tema que
parezca estar afectando a Washington o a la nación, sea lo que sea que estén
viendo por televisión o leyendo en los periódicos, la construcción, ampliación, expansión y consolidación
continuos de un nuevo sistema global de encarcelamiento en otros lugares -que
no guarda relación alguna con ningún sistema penal que los usamericanos hayan
imaginado previamente- prosigue sin descanso, sin controles ni ajuste por parte
del Congreso o los tribunales, sin que la Republica tenga efecto alguno, aunque
se halle inequívocamente bajo la bandera ‘que representa’”
Seis
años después, en 2012, llegó a TomDispatch Karen Greenberg, directora del
Centro de Seguridad Nacional de Fordham Law, que para entonces había escrito un
libro sombrío e impresionante sobre los primeros días de ese campo de prisioneros
en la bahía de Guantánamo. Enseguida empezó a relatar las prácticas de tortura globales de USA y cómo, por ejemplo, los “no harás” con
los que Barack Obama había entrado en la Oficina Oval, incluido el no
mantendrás Guantánamo abierto, lamentablemente se habían convertido en “harás”.
Aun así, si nos hubieran preguntado a alguno de nosotros, casi una década
después, si esa joya de la corona en Cuba todavía estaría abierta, lo habríamos
dudado. Y, sin embargo, aquí estamos, en mayo de 2021, en los primeros meses de
la cuarta administración desde su creación y ahí sigue abierto. Con eso en
mente, resultaba demasiado obvio y conveniente, en el momento en que el
presidente Biden comenzaba a lidiar con la guerra interminable contra el
terrorismo de este país, pedirle a Greenberg que considerara, una vez más, la
cuestión del cierre de la prisión del infierno, y confiar en que no nos
sobreviva a todos. Tom.

Escultura de José Antonio Elvira, Guantánamo, Cuba
El problema de
Guantánamo parece no acabarse nunca.
Hace doce años tenía otras expectativas. Contemplé la idea de un
proyecto de escritura que sin duda formaría parte de mi futuro: un relato de
los últimos 100 días de Guantánamo. Esperaba narrar, al revés, los episodios de
un libro que acababa de publicar: The
Least Worst Place: Guantánamo’s First 100 Days, sobre -el título es demasiado obvio- los primeros
días en esa lúgubre prisión en ultramar. Esos días se iniciaron el 11 de enero
de 2002, cuando los primeros prisioneros encapuchados de la guerra usamericana
contra el terror fueron sacados de un avión en esa base militar usamericana en la isla de Cuba.
No hace falta decir que no he llegado a escribir ese libro. Lamentablemente,
en el transcurso de los años, pocas señales aparecieron por el horizonte que
auspiciaran el cierre inminente de esa prisión militar usamericana. Semanas
antes de que se publicara mi libro en febrero de 2009, el presidente Barack
Obama prometió, de hecho, cerrar Guantánamo al final de su primer
año en la Casa Blanca. Esa esperanza comenzó a desmoronarse con notable
rapidez. Al final de su presidencia, su administración había logrado liberar a
197 de los prisioneros recluidos allí sin cargos (muchos, incluido Mohamedou
Ould Slahi, cuya historia aborda la película “El
mauritano”, también
habían sido torturados), pero quedaban 41, incluidos los cinco hombres acusados, aunque sin someterlos a juicio, de planear los
ataques del 11 de septiembre. Hasta el día de hoy, allí permanecen 40.