Steve Coll y
Adam Entous, The New Yorker Magazine, 10/12/2021
Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala
Un
conjunto de documentos inéditos revela un desalentador historial de errores de
juicio, arrogancia y engaño que condujo a la caída del gobierno afgano
respaldado por Occidente.
(Foto: Lorenzo
Tugnoli/The Washington Post/contrasto/Redux)
El 14 de abril
el presidente Joe Biden puso fin a la guerra más larga de la historia de
Estados Unidos, anunciando que las últimas tropas estadounidenses que quedaban
en Afganistán se marcharían el 11 de septiembre. En las semanas siguientes, los
talibanes conquistaron decenas de distritos rurales y se acercaron a las
principales ciudades. A mediados de junio, la República Islámica de Afganistán
-el frágil Estado democrático construido por los modernizadores afganos, los
soldados de la OTAN y los contribuyentes estadounidenses tras los
atentados del 11 de septiembre- parecía estar inmerso en una espiral de muerte.
Sin embargo, su presidente, Ashraf Ghani, insistió ante su gabinete en que la
República iba a perdurar. En cada reunión, “nos daba seguridades y nos animaba”,
dijo Rangina Hamidi, ministra de Educación en funciones. Ghani les recordó que “Estados
Unidos no hizo una promesa de que estaría aquí para siempre”.
El 23 de junio
Ghani y sus asesores subieron a un avión fletado por Kam Air que los llevaría
de Kabul a Washington D.C. para reunirse con Biden. Mientras el avión
sobrevolaba el Atlántico, se sentaron en el suelo de la cabina para repasar los
temas de conversación de la reunión. Los funcionarios afganos sabían que Biden
consideraba que su gobierno era desesperadamente díscolo e ineficaz. Aun así,
Ghani les recomendó que presentaran “un mensaje a los estadounidenses” de
unidad resistente, que podría persuadir a Estados Unidos para que les diera más
apoyo en su guerra actual contra los talibanes. Amrullah Saleh, el
vicepresidente primero, que dijo sentirse “apuñalado por la espalda” por la
decisión de Biden de retirarse, aceptó a regañadientes “mantener una narrativa
optimista”.
Biden recibió
a Ghani y a sus principales asesores en el Despacho Oval la tarde del 25 de
junio. “No nos vamos a ir”, dijo Biden a Ghani. Sacó del bolsillo de su camisa
una tarjeta de agenda en la que había escrito el número de vidas
estadounidenses perdidas en Afganistán e Iraq desde el 11-S, y se la mostró a
Ghani. “Aprecio los sacrificios estadounidenses”, dijo Ghani. Luego explicó: “Nuestro
objetivo para los próximos seis meses es estabilizar la situación, y describió
las circunstancias en Afganistán como un “momento Lincoln”.
“La petición
más importante que tengo para Afganistán es que tengamos un amigo en la Casa
Blanca”, dijo Ghani.
“Tenéis un
amigo”, respondió Biden.
Ghani pidió
ayuda militar específica. ¿Podría Estados Unidos proporcionar más helicópteros?
¿Continuarían los contratistas estadounidenses ofreciendo apoyo logístico al
ejército afgano? Las respuestas de Biden fueron vagas, según los funcionarios
afganos presentes en la sala.
Biden y Ghani
también hablaron de la posibilidad de un acuerdo de paz entre la República
Islámica y los talibanes. Los diplomáticos estadounidenses llevaban años
dialogando con los talibanes para negociar la retirada de Estados Unidos y
fomentar conversaciones de paz por separado entre los insurgentes y Kabul. Pero
las conversaciones habían fracasado, y los talibanes parecían decididos a tomar
Afganistán por la fuerza. La probabilidad de que los talibanes “hagan algo
racional no es muy alta”, dijo Biden, según los funcionarios afganos presentes.
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