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09/10/2025

Por fin visité Palestina… Esta es mi experiencia en la cárcel israelí tras mi detención junto a mis compañer@s de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8-10-2025
Traducido por Tlaxcala

“Por fin visitaste Palestina”: así terminaba el mensaje que me envió mi amiga y hermana Um al-Qasam, esposa del luchador encarcelado Marwan Barghouti.

Sí, finalmente visité Palestina, una visita dolorosa y hermosa, un paso entre dos heridas.

Vi el desierto del Naqab [“Neguev”] extenderse ante mí en una inmovilidad infinita.

Lo contemplé durante dos horas por una rendija estrecha en un camión metálico cerrado, que ni siquiera serviría para transportar mercancías deterioradas.

Pero la ocupación quiso probar nuestra capacidad de soportar el silencio bajo presión, bajo el calor sofocante, el frío de sus aires acondicionados y el ruido ensordecedor…

Sin embargo, ver la tierra de Palestina hizo que el tiempo se detuviera; las torturas favoritas de la ocupación dejaron de importar.

Cuando el camión se detuvo frente al aeropuerto, antes de deportarnos, nos amenazaron con volver a arrestarnos si levantábamos señales de victoria…

Un ejército fuertemente armado, el cuarto del mundo, un Estado nuclear, que tiembla ante unos dedos levantados…

¿Qué clase de fuerza es esta que se aterra ante un símbolo?

Salimos con calma, la cabeza en alto, cantando una canción suave sobre Palestina, lanzando consignas y señales de victoria.

Luego vi las montañas ante mí… la cadena del Ras al-Rumman [“Monte Ramon”] extendiéndose hasta el horizonte.

Aquel momento fue de silencio absoluto, calma y una sensación espiritual que nunca había experimentado.

Y les aseguro: Ver Palestina… lo vale todo.

 



En las celdas israelíes

Busquen las montañas del Rumman en Google… luego cierren los ojos e imagínenlas frente a ustedes.

Éramos un grupo que quería navegar y romper el bloqueo de Gaza en una misión humanitaria y no violenta.

Llevábamos harina, medicinas, y lo que queda de conciencia y humanidad.

Ya conocen el resto: nos secuestraron en aguas internacionales, bajo el sol y en medio del mar.

Pero nos acercamos a Gaza…

La vimos al amanecer: sí, la vimos, aunque éramos prisioneros, bajo el cielo de Palestina.

La operación de interceptación fue “profesional”, como le gusta al ejército israelí describir sus crímenes:

ilegal, inhumana, pero justificada, como siempre.

Nos llevaron al puerto de Ashdod, donde comenzó el circo israelí habitual: insultos, amenazas…

El mismo odio, el mismo lenguaje, la misma arrogancia, el mismo racismo de siempre.

Nos arrojaron en camiones indignos de transportar personas o incluso basura.

Una policía me empujó dentro de una celda metálica de metro y medio, apenas suficiente para cuatro respiraciones humanas.

Golpeé mi cabeza contra la pared de metal; por un instante creí que me había disparado.

A mi lado se sentó Rima Hassan, eurodiputada, que me dijo:

“También me golpearon… probablemente nos lleven a aislamiento, pero al menos estamos juntas.”

Reímos, porque cuando el miedo se agota, se convierte en una fría ironía.

Poco después, la policía arrojó dentro de la celda a una mujer argelina de setenta años llamada Zubeida, exdiputada, acompañada de Sirin, una joven activista.

Cuatro mujeres de tres continentes encerradas en una jaula que ni siquiera contiene sus respiraciones.

El ambiente era asfixiante, el aire, mezcla de violencia y amenaza.

Nuestros cuerpos empapados en sudor; y cuando el calor nos abrasó, decidieron encender el aire frío — no por misericordia, sino como parte de una ingeniería del tormento: frío… calor… frío… calor.

Nos llevaron al centro de detención, a las secciones 5 y 6; las mujeres fueron repartidas en 14 celdas.

A mí me asignaron la celda número 7. Un número bonito… pero me trajo mala suerte la primera noche: a las 4 de la madrugada, irrumpió en la celda el ministro Itamar Ben Gvir, símbolo de la desgracia.

Dijo con arrogancia:

“Soy el ministro de Seguridad Nacional.”

Entró con su tropa y sus perros policiales a amenazar a mujeres dormidas.

Me preguntó mi nacionalidad.

Guardé silencio.

¿Qué pasaría si dijera libanesa?

No… preferí dormir antes que abrir una batalla.

Le habría dicho:

“Ben Gvir, antes de hablar o moverte, consulta a la inteligencia artificial; al menos ella tiene algo de inteligencia.

Tu estupidez, si fuera energía renovable, iluminaría todo el desierto del Naqab, y quizás también la oscuridad de tu mente.”

Por la mañana, nos despertaban para el conteo: 14 mujeres, cada mañana y cada noche.

El número nunca cambiaba, pero insistían en repetirlo, especialmente de noche.

Nosotras reíamos y volvíamos a dormir.

Casi no había comida, no había agua, las amenazas de muerte o de gas eran constantes.

Sin derechos, sin abogado, sin médico, sin medicinas — ni siquiera paracetamol.

Cada día nos llevaban a una jaula parecida a las de Guantánamo, de unos 15 metros cuadrados, donde amontonaban a 60 mujeres bajo el sol del Naqab durante 5 o 7 horas, con la excusa de llevarnos ante un juez… que a veces ni aparecía.

Una vez, un policía me apuntó con su arma a la cabeza porque no tenía las manos detrás de la espalda:

“Te voy a matar”, dijo con seriedad patética.

Le sonreí.

Nuestro juego favorito era desafiarles:

“¡Vamos, mátame!”

“¡Mátennos!”

Palabras con las que apagábamos el miedo, como quien apaga una vela y luego la vuelve a encender.

La policía israelí no entendía de qué planeta veníamos. Los agotamos.

Cantábamos, gritábamos “¡Viva Palestina!”, los mirábamos directo a los ojos, con firmeza y una sonrisa que quizá los avergonzaba.

Uno de ellos me dijo:

“Lo que están haciendo… está bien.”

No niego mi miedo: tuve miedo, estaba tensa, cansada.

El peor escenario siempre rondaba.

Pero quien tiene la razón no teme reclamar justicia, ¿verdad?

Seguíamos gritando; ellos venían con armas, gas, perros; se iban; volvíamos a empezar.

Lo más hermoso que leí en mi vida estaba grabado en las paredes de las celdas:

nombres, tallados con uñas o con la bala de un bolígrafo hallado tras la ventana:

Abu Iyad, Abu Ma’mun, Abu Omar, Abu Mohammed, de Beit Lahia, Jabalia, Hay al-Amal, Shuja’iyya, norte de Gaza.

Escribieron sus fechas de detención; la última: 28 de septiembre.

Habían escribido: “Nos trasladaron hoy…”

Quizás vaciaron las celdas para nosotras.

En la celda 7 estaban también:

 ·       Judith, la más joven, alemana, 18 años;

·        Lucía, diputada española;

·        Marita, activista sueca;

·        Jona, política y cantante usamericana;

·        Zubeida, exdiputada argelina;

·        Hayat, periodista de Al Jazeera;

·        Patty, diputada griega;

·        Dara, directora griega…

De culturas distintas, pero una sola voz tras los barrotes: “¡Viva Palestina!”

Decidí tratar a los carceleros como lo haría una jurista: documentar primero, luego clasificar.

Había:

  • ·        el “bueno”, que me pasaba noticias en secreto: fecha de liberación, visita de los cónsules;
  • ·        el “malo”, que lanzaba balas de odio con la mirada cada mañana;
  • ·        el “indiferente”, que ni odiaba ni amaba, solo ejecutaba… un robot administrativo sin conciencia.

Luego llegó el “entretenimiento cultural”:

Nos obligaron a ver una película propagandística sobre el 7 de octubre.

Nos negamos, gritamos: “¡Detengan el genocidio en Gaza!”

Se enfurecieron. Nos negamos otra vez.

Fue nuestra última pequeña batalla, y también la ganamos.

Olvidé decirles: estábamos en la cárcel del Naqab llamada en hebreo Ketziot, que durante la primera Intifada se conocía como Ansar 2.

La ventana de mi celda daba a un terreno, donde había un cartel gigante de Gaza destruida, con la frase “La Nueva Gaza” en árabe y un enorme y arrogante banderín israelí.



Así fue mi visita a Palestina: una fiesta de tortura, amenazas, y prisión temporal en una tierra ocupada.

Pero vi las montañas, vi Gaza desde lejos, y vi el miedo israelí de cerca.

Sí, finalmente, visité Palestina.

Y la historia continúa…

Espérennos en diciembre, porque los barcos se detienen un poco, pero van a seguir navegando.

Enfin, j’ai visité la Palestine… Voici mon expérience dans la prison israélienne après mon arrestation et celle de mes compagnes et compagnons de la Global Sumud Flotilla

Lyna Al TabalRai Al Youm, 8/10/2025
Traduit par Tlaxcala

« Enfin, tu as visité la Palestine » : c’est ainsi que s’achevait le message que m’a adressé mon amie et sœur Oum Al-Qassam, l’épouse du résistant emprisonné Marwan Barghouti.
Oui, enfin, j’ai visité la Palestine — une visite douloureuse et belle à la fois, un passage entre deux blessures…

J’ai vu le désert du Naqab [“Néguev”] s’étendre devant moi, figé dans une immobilité infinie. Je l’ai observé pendant deux heures à travers une fente étroite d’un camion métallique fermé, impropre même au transport de marchandises avariées.
Mais l’occupation avait décidé de tester notre capacité à supporter le silence sous la pression, la chaleur extrême, le froid glacial de leurs climatiseurs et le vacarme qu’ils produisent…
Pourtant, voir la terre de Palestine a suspendu le temps : les rituels préférés de torture de l’occupant n’avaient plus d’emprise.

Quand le camion s’est arrêté, devant l’aéroport, pour nous expulser, ils nous ont menacés de nous arrêter à nouveau si nous faisions le signe de la victoire…

Une armée lourdement armée — la quatrième au monde — et un État nucléaire qui tremble devant des doigts levés !
Quelle est donc cette puissance qui s’effraie d’un simple symbole ?

Nous sommes sortis dans le calme, la tête haute, chantant une douce chanson pour la Palestine, lançant des slogans et des signes de victoire.
Puis j’ai vu les montagnes devant moi… la chaîne du Ras al-Rumman [“Mont Ramon”] s’étendant jusqu’à l’horizon.
Ce moment fut silence, paix, et émotion spirituelle inédite…
Et je vous l’assure : voir la Palestine… vaut tout.



Dans les cellules israéliennes

Cherchez les montagnes du Rumman sur Google, puis fermez les yeux… imaginez-les devant vous.

Nous étions un groupe ayant voulu naviguer pour briser le blocus de Gaza dans une mission humanitaire et non violente.
Nous transportions de la farine, des médicaments et ce qui reste de conscience et d’humanité…
Vous connaissez la suite : nous avons été kidnappés dans les eaux internationales, sous le soleil et en mer.
Mais nous nous étions approchés de Gaza… nous l’avons vue à l’aube : oui, nous avons vu Gaza, alors même que nous étions prisonniers, sous le ciel de la Palestine.

L’opération d’interception fut, selon les termes de l’armée israélienne, « professionnelle » — autrement dit : illégale, inhumaine, mais comme toujours présentée comme justifiée.

Ils nous ont conduits au port d’Ashdod, où le cirque israélien habituel a commencé : insultes, menaces… la même haine inchangée depuis des décennies.
La même langue, la même arrogance, le même racisme.

Ils nous ont jetées dans des camions — des véhicules impropres au transport, ni d’êtres humains, ni même de marchandises.
Une policière m’a poussée dans une cellule métallique d’à peine un mètre et demi, suffisant à peine pour quatre souffles humains.
Ma tête a heurté le mur de métal. L’espace d’un instant, j’ai cru qu’elle m’avait tiré dessus.
À côté de moi, s’est assise Rima Hassan, députée européenne. Elle s’est tournée vers moi :

“Ils m’ont frappée aussi. Ils vont probablement nous mettre à l’isolement, mais au moins, on est ensemble.”
Nous avons ri. Car quand la peur s’épuise, elle devient ironie froide.

Peu après, la policière a jeté dans la cellule une femme algérienne septuagénaire nommée Zubaida, ancienne députée, accompagnée de Sirine, une jeune militante.

Quatre femmes de trois continents, dans une cage où même leurs souffles n’avaient pas de place.
L’air était irrespirable, saturé de violence et de menace.
Nos corps trempés de sueur ; puis, quand la chaleur est devenue insupportable, ils ont allumé la clim glaciale — non par pitié, mais comme partie d’une ingénierie du supplice : chaud… froid… chaud… froid.

                                   

Ils nous ont ensuite transférées vers le centre de détention, dans les sections 5 et 6, répartissant les femmes dans 14 cellules.
Moi, j’ai été placée dans la cellule numéro 7. Un joli chiffre, ai-je pensé, jusqu’à la première nuit, à quatre heures du matin :
le ministre Itamar Ben Gvir, symbole du malheur, a fait irruption dans notre cellule, accompagné de sa troupe et de ses chiens policiers.
Il s’est présenté : “Je suis le ministre de la sécurité nationale”, et s’est mis à menacer des femmes endormies.

Il m’a demandé ma nationalité. J’ai gardé le silence.
Et si je disais “libanaise” ?  Non. Mieux vaut dormir que déclencher une bataille.

Je lui dis en mon for intérieur : “Ben Gvir, avant d’agir ou de parler, consulte l’intelligence artificielle, elle au moins possède un peu d’intelligence.
Ton idiotie, si elle était une énergie renouvelable, éclairerait tout le Néguev, et peut-être aussi l’obscurité de ton esprit.”

Le matin, ils nous réveillaient pour le comptage : 14 femmes, matin et soir, encore et encore…
Le nombre ne changeait jamais, mais ils insistaient, surtout la nuit.
Nous riions à chaque comptage et nous rendormions.

Pas de nourriture, presque pas d’eau, menaces constantes d’exécution ou de gaz.
Aucun droit : pas d’avocat, pas de médecin, pas de médicaments, pas même du paracétamol.

Chaque jour, ils nous emmenaient vers une cage semblable à celles de Guantánamo, de 15 mètres carrés, où ils entassaient 60 femmes sous le soleil du Néguev pendant 5 à 7 heures, sous prétexte de voir un juge… qui parfois n’apparaissait même pas.
Un policier a pointé son arme sur ma tête parce que je n’avais pas mis mes mains derrière mon dos :

“Je vais te tuer,” a-t-il dit sérieusement.
Je lui ai souri.

Notre jeu préféré : leur répondre d’une seule voix —

“Vas-y, tue-moi !”
“Tuez-nous !”
Des mots pour éteindre la peur, comme on souffle sur une bougie avant de la rallumer.

Les policiers israéliens ne comprenaient pas d’où nous venions… Nous les avons épuisés.
Nous chantions, nous criions “Vive la Palestine”, fixant leurs yeux avec fermeté et sourire ; peut-être les avons-nous honteusement désarmés.
L’un d’eux m’a dit : “Ce que vous faites, c’est… bien.”

Je ne nierai pas ma peur : j’ai eu peur, j’étais tendue, épuisée.
Mais la justice, on n’a pas peur de la réclamer, encore et encore, n’est-ce pas, mon ami ?

Nous criions, ils arrivaient avec armes, gaz et chiens ; ils repartaient ; nous recommencions.

Le plus beau texte que j’aie jamais lu était gravé sur les murs de ces cellules :
des noms, gravés à l’ongle ou avec la pointe d’un stylo trouvé près d’une fenêtre :
Abou Iyad, Abou Ma’moun, Abou Omar, Abou Mohammed de Beit Lahia, Jabaliya, Hay Al-Amal, Al-Shuja’iyya, Nord de Gaza.
Ils avaient écrit leurs dates d’arrestation, la dernière était le 28 septembre.
Ils avaient écrit : “On nous a transférés aujourd’hui…”
Peut-être avaient-ils vidé la cellule pour nous.

Dans la cellule n°7, il y avait aussi :

  • Judith, la plus jeune, 18 ans, allemande ;
  • Lucía, députée espagnole ;
  • Marita, militante suédoise ;
  • Jona, chanteuse et politicienne usaméricaine ;
  • Zubaida, députée algérienne ;
  • Hayat, correspondante d’Al-Jazeera ;
  • Patty, députée grecque ;
  • Dara, réalisatrice grecque…

Nous étions de cultures différentes, mais derrière les barreaux, une seule voix : “تحيا فلسطين – Vive la Palestine !”

J’ai décidé de traiter les geôliers comme le ferait une juriste : documenter d’abord, puis classer.
Il y avait :

  • le “gentil”, celui qui me transmettait en secret des infos : date de libération, visite des consuls ;
  • le “méchant”, dont le regard chaque matin tirait des balles de haine ;
  • l’“indifférent”, ni haineux ni bienveillant — un robot administratif sans conscience.

Puis est venu le “divertissement culturel” :
ils nous ont forcées à regarder un film de propagande sur le 7 octobre.
Nous avons refusé, avons crié : “Arrêtez le génocide à Gaza !”
Ils sont devenus fous. Nous avons refusé encore.
Ce fut notre petite bataille finale, et nous l’avons gagnée.

J’ai oublié de vous dire : nous étions dans la prison du Néguev — en hébreu : Ketziot — appelée Ansar 2 pendant la première Intifada.
La fenêtre de ma cellule donnait sur un terrain vague, où se dressait un immense panneau montrant Gaza détruite, surmontée de l’inscription “La Nouvelle Gaza” en arabe, et en dessous, un grand drapeau israélien, arrogant.

Ainsi fut ma visite de la Palestine :
une fête de torture, de menaces, et de détention temporaire sur une terre occupée.
Mais j’ai vu les montagnes, j’ai vu Gaza de loin, et j’ai vu de près la peur israélienne.

Oui… enfin, j’ai visité la Palestine.

Et l’histoire n’est pas finie…
Attendez-nous en décembre, car les navires font une pause, mais continueront de naviguer.

La lenta erosión en Gran Bretaña de nuestro derecho a protestar contra la guerra y la atrocidad debería preocuparnos a tod@s


Iain Overton, AOAV, 6 -10 -2025
Traducido por Tlaxcala


El 5 de octubre de 2025, la ministra del Interior laborista Shabana Mahmood anunció que la policía pronto podrá imponer restricciones a las protestas “repetidas”.

Los agentes recibirán nuevos poderes para evaluar el “impacto acumulativo” de las manifestaciones celebradas en el mismo lugar y, si lo consideran necesario, podrán ordenar a los organizadores moverse, acortar la duración del evento o reducir el número de participantes.
Es una reacción impulsiva.
La medida sigue a casi 500 arrestos en una protesta en Londres el día anterior, la mayoría por mostrar apoyo al grupo ahora prohibido Palestine Action.

Ella Baron, The Guardian

Mahmood insiste en que “no es una prohibición, sino restricciones y condiciones”.
Pero en realidad, es otro giro de tuerca en una erosión que lleva décadas debilitando el derecho británico a protestar contra la guerra y la atrocidad.

El razonamiento es conocido.
Los ministros afirman que las protestas repetidas pueden hacer que las comunidades judías se sientan “inseguras”, tras el asesinato de dos hombres frente a una sinagoga en Manchester (uno por el atacante, otro por disparos policiales).
Nadie cuestiona la gravedad del crimen ni la necesidad de luchar contra el antisemitismo.
Pero esta política se suma a un patrón legislativo que, durante veinticinco años, ha hecho cada vez más difícil disentir públicamente de las guerras.

El derecho a protestar no ha sido revocado, ha sido erosionado lentamente – de forma limpia, burocrática, casi imperceptible.

Todo comenzó con la Ley de Terrorismo de 2000, aprobada por el gobierno laborista de Tony Blair antes del 11 de septiembre, pero ampliada después.
Otorgaba a la policía poder para detener y registrar sin sospecha previa en zonas designadas.
Concebida para el antiterrorismo, pronto se utilizó contra manifestantes pacifistas.
En 2005, Walter Wolfgang, delegado laborista de 82 años, fue expulsado de la conferencia del partido por interrumpir al ministro de Exteriores sobre Irak y detenido bajo esa ley.
Su “delito”: disentir.

Ese mismo año, otra incisión: la Ley de Delincuencia Organizada y Policía de 2005, que prohibía protestas no autorizadas en un radio de un kilómetro del Parlamento.
Apuntaba directamente a Brian Haw, el manifestante anti-guerra cuyo campamento en Parliament Square incomodaba al gobierno.
Desde entonces, incluso leer los nombres de soldados caídos sin permiso se convirtió en delito.

En 2010, el gobierno de coalición prometió revertir esos excesos.
La Ley de Reforma Policial y Responsabilidad Social de 2011 derogó la zona de exclusión,
pero simultáneamente prohibió tiendas de campaña, sacos de dormir y megáfonos en Parliament Square.
Las vigilias prolongadas quedaron imposibilitadas.
Lo que la ley daba con una mano, lo quitaba con la otra.

En años posteriores surgieron amenazas más sutiles.
En 2015, las propuestas de Órdenes de Disrupción del Extremismo habrían permitido prohibir a individuos acusados de promover “extremismo no violento”.
Mientras tanto, se expandía la vigilancia policial: bases de datos de “extremistas domésticos” incluían ecologistas y pacifistas; agentes infiltraban grupos anti-guerra.

En la década de 2020, la erosión volvió a ser legislativa.
La Ley de Policía, Crimen, Sentencias y Tribunales de 2022 redefinió la protesta como una posible molestia, ampliando la discrecionalidad policial para restringir cualquier reunión, incluso una protesta solitaria, si causaba “malestar serio” o “más que una interrupción menor”.
El ruido pasó a ser motivo de arresto.

En 2023, la Ley de Orden Público añadió nuevos delitos:
“encadenarse” a edificios, cavar túneles para bloquear obras, o incluso portar herramientas que lo permitieran.
También creó las Órdenes de Prevención de Disrupción Grave, que pueden prohibir a ciertas personas asistir a protestas o promoverlas en redes sociales.

En julio de 2025, la exministra Yvette Cooper utilizó poderes antiterroristas para proscribir Palestine Action, un grupo no violento que apuntaba a fábricas de armas británicas que suministran a Israel.
Una medida sin precedentes: un movimiento pacifista listado junto a organizaciones yihadistas y neonazis.
Desde entonces, más de mil arrestos por simples expresiones de apoyo.
Amnistía Internacional lo calificó de “ataque sin precedentes al derecho a protestar”.
Las Naciones Unidas emitieron una inusual reprimenda.

Y el gobierno continúa.

La nueva doctrina del “impacto acumulativo” amenaza con criminalizar la frecuencia misma.
Una vigilia semanal podría considerarse excesiva.
La ministra promete revisar las leyes “para garantizar que los poderes sean suficientes”.
Una frase ominosa.

Los liberales demócratas advierten: no reducirá el antisemitismo, pero debilitará gravemente la libertad de reunión.
Los poderes creados para una crisis rara vez se abandonan en la siguiente.

El patrón es claro:
cada gobierno hereda las herramientas del anterior y las perfecciona.
Desde Blair hasta Starmer, de las zonas de exclusión a las órdenes de prevención, el resultado es una restricción acumulativa.
El país que una vez acogió una marcha de un millón de personas contra la guerra de Irak se ha convertido en un lugar donde uno puede ser arrestado por leer nombres en voz alta o sostener un cartel.

Los políticos insisten en que se trata de “equilibrio, no represión”.
Pero la democracia no está hecha para ser cómoda.
Requiere fricción, ruido y desacuerdo visible.

Cuando el Estado decide que una protesta es “demasiado frecuente” o “demasiado ruidosa”, ya no modera la disidencia: la administra.
Limita el derecho mismo a ser democrático.

No es una eliminación repentina del derecho, sino una muerte por mil cortes – desangrada por “restricciones y condiciones”, por eufemismos burocráticos que suenan razonables en el momento y lamentables en retrospectiva.

El anuncio de este fin de semana puede parecer una ajuste menor, pero es acumulativo.
Así, aunque protestar siga siendo legal, el espacio para hacerlo se ha reducido con cada nueva ley.

El desbridamiento prolongado de la disidencia política en Gran Bretaña ha sido limpio y silencioso.
Y precisamente por eso debería alarmarnos.

« Inacceptable : pulvériser de la peinture sur des avions militaires -Acceptable : tirer sur des Palestiniens faisant la queue pour de la nourriture » : Jon Farley, un enseignant retraité de 67, a été détenu pendant 6 heures et interrogé par la police antiterroriste de Leeds pour cette pancarte, reproduisant une affiche du magazine satirique Private Eye.

La lente érosion en Grande-Bretagne de notre droit à manifester contre la guerre et l’atrocité devrait tou·tes nous inquiéter


Iain Overton, AOAV, 6 /10 /2025
Traduit par Tlaxcala

 


Le 5 octobre 2025, la ministre de l’Intérieur travailliste, Shabana Mahmood, a annoncé que la police pourrait bientôt imposer des restrictions aux manifestations dites « répétées ».

Les agents disposeront de nouveaux pouvoirs pour évaluer « l’impact cumulatif » des rassemblements tenus au même endroit et, s’ils le jugent nécessaire, pourront ordonner aux organisateurs de se déplacer, de raccourcir la durée de l’événement ou d’en réduire le nombre de participants.
Cette mesure fait suite à près de 500 arrestations lors d’une manifestation à Londres la veille, la plupart pour avoir exprimé un soutien au groupe désormais interdit Palestine Action.

Ella Baron, The Guardian

Mahmood affirme qu’il ne s’agit « pas d’une interdiction, mais de restrictions et de conditions ».

Mais en réalité, c’est un nouveau tour de vis dans une lente érosion, depuis plusieurs décennies, du droit britannique de protester contre la guerre et l’atrocité.
Les ministres affirment que les manifestations répétées risquent de rendre les communautés juives « inquiètes pour leur sécurité », à la suite du meurtre de deux hommes devant une synagogue de Manchester (l’un par l’assaillant, l’autre tué par les tirs de la police).
Personne ne conteste la gravité de ce crime ni la nécessité de lutter contre l’antisémitisme.
Mais cette politique s’inscrit dans une tendance au tour de vis législatif qui, depuis vingt-cinq ans, rend le droit de contester la guerre de plus en plus difficile à exercer.
Cette loi accordait à la police le pouvoir d’arrêter et de fouiller sans motif dans des zones désignées.
Conçue pour la lutte antiterroriste, elle a rapidement été utilisée contre des militants pacifistes et anti-guerre.
En 2005, un délégué travailliste de 82 ans, Walter Wolfgang, fut expulsé du congrès du parti pour avoir interrompu le discours du ministre des Affaires étrangères sur l’Irak – et détenu en vertu de cette loi. Son crime : la dissidence.
Cette loi visait directement Brian Haw, le manifestant anti-guerre dont le campement de fortune à Parliament Square irritait les ministres et embarrassait le gouvernement.
Désormais, même lire à voix haute les noms des soldats britanniques morts en Irak sans autorisation policière devenait un acte criminel.
Manifester près de Westminster, symbole de la reddition de comptes, devenait un événement réglementé.
Le Police Reform and Social Responsibility Act 2011 abrogea la zone d’exclusion…
Mais il interdit simultanément les tentes, le matériel de couchage et les mégaphones à Parliament Square.
Les veillées prolongées, emblématiques de l’activisme pacifiste, devenaient impossibles.
Ce que la loi donnait d’une main, elle le retirait de l’autre.
En 2015, les Extremism Disruption Orders proposés auraient permis d’interdire des individus accusés de promouvoir un « extrémisme non violent ».
L’ambiguïté du terme alarma les défenseurs des libertés civiles.
Pendant ce temps, la surveillance des manifestants s’intensifiait : bases de données policières recensant les « extrémistes domestiques », infiltration d’agents dans les groupes pacifistes…
Le Police, Crime, Sentencing and Courts Act 2022 redéfinissait la manifestation comme une nuisance potentielle, élargissant le pouvoir policier pour restreindre tout rassemblement – même une protestation solitaire – s’il causait une « gêne sérieuse » ou « plus qu’une perturbation mineure ». Le bruit devint un motif d’arrestation, tout comme « s’attacher » à des bâtiments, creuser des tunnels pour bloquer des travaux, ou même porter du matériel permettant de telles actions.
Il introduisit aussi les Serious Disruption Prevention Orders, permettant d’interdire à des personnes nommées de participer à des manifestations ou d’en faire la promotion sur les réseaux sociaux.
C’était une première : un groupe pacifiste inscrit aux côtés des organisations djihadistes ou néonazies.
Depuis, plus de 1000 arrestations ont eu lieu pour simple soutien verbal ou visuel à Palestine Action.


Amnesty International dénonça une « attaque sans précédent contre le droit de manifester » ; les Nations unies exprimèrent une rare réprobation.
La ministre annonce une révision de la législation sur les manifestations « pour s’assurer que les pouvoirs sont suffisants ».
Une phrase inquiétante.
Les pouvoirs créés pour une crise sont rarement abandonnés à la suivante.
chaque gouvernement hérite des outils du précédent et les perfectionne.
De Blair à Starmer, de zones d’exclusion en ordres de prévention, le résultat est une contrainte cumulative.
Le pays qui accueillait autrefois un million de manifestants contre la guerre en Irak est devenu un lieu où l’on risque l’arrestation pour avoir simplement lu des noms ou brandi une pancarte.
Mais la démocratie n’est pas faite pour être confortable.
Elle exige de la friction, du bruit, et la visibilité du dissensus.
Il limite le droit d’être démocratique.
Mais elle s’inscrit dans une logique cumulative. Ainsi, même si la protestation reste légale en théorie, l’espace pour l’exercer s’est vu grignoté à chaque nouvelle loi prétendant seulement la « mettre en ordre ».

C’est une réaction précipitée.

Le raisonnement est familier.

Le droit de manifester n’a pas été révoqué ; il a été progressivement débridé – proprement, bureaucratiquement, presque imperceptiblement.

Le processus a commencé avec le Terrorism Act 2000, adopté par le gouvernement travailliste de Tony Blair avant les attentats du 11 septembre mais élargi après ceux-ci.

La même année, une autre entaille : le Serious Organised Crime and Police Act 2005, qui interdisait les manifestations non autorisées dans un rayon d’un kilomètre autour du Parlement.

Lorsque la coalition arriva au pouvoir en 2010, elle promit de revenir sur les excès travaillistes.

Les années suivantes virent surgir des menaces plus subtiles :

Dans les années 2020, l’érosion redevint législative :

Puis, en 2023, le Public Order Act créa de nouvelles infractions :

En juillet 2025, l’ancienne ministre Yvette Cooper utilisa les pouvoirs antiterroristes pour interdire Palestine Action – un réseau militant non-violent ciblant les usines d’armement britanniques fournissant Israël.

Et le gouvernement continue sur cette lancée.

Aujourd’hui, la nouvelle doctrine de l’impact cumulatif risque de criminaliser la fréquence même : une veillée hebdomadaire devant une ambassade pourrait être jugée excessive.

Les libéraux-démocrates préviennent : cela ne réduira pas la haine antisémite, mais affaiblira gravement la liberté d’assemblée.

Le schéma est clair :

Les dirigeants politiques affirment qu’il s’agit d’équilibre, pas de répression.

Quand l’État juge qu’une manifestation est « trop fréquente » ou « trop bruyante », il ne modère plus la dissidence – il la gère.

Ce n’est pas la disparition brutale d’un droit, mais la mort par mille coupures, tranchées petit à petit par des « restrictions et conditions », par des euphémismes bureaucratiques qui paraissent raisonnables sur le moment, mais regrettables avec le recul.

L’annonce de ce week-end peut sembler une simple retouche procédurale.

L’excision progressive, l’ amputation lente de la dissidence politique en Grande-Bretagne a été propre et silencieuse. 

« Inacceptable : pulvériser de la peinture sur des avions militaires -Acceptable : tirer sur des Palestiniens faisant la queue pour de la nourriture » : Jon Farley, un enseignant retraité de 67, a été détenu pendant 6 heures et interrogé par la police antiterroriste de Leeds pour cette pancarte, reproduisant une affiche du magazine satirique Private Eye.

El fabricante israelí de armas Elbit Systems cierra una planta en el Reino Unido tras las acciones de Palestine Action

La sede de Elbit Systems UK en Bristol fue objeto de protestas pocos días antes de que el grupo de acción directa fuera prohibido
Haroon Siddique Jamie GriersonThe Guardian, 6-9-2025

Una planta del fabricante israelí de armas Elbit Systems UK en Bristol, que había sido atacada en repetidas ocasiones por el grupo Palestine Action, parece haber cerrado inesperadamente.

El sitio de Elbit Systems UK, ubicado en el parque empresarial Aztec West, fue objeto de decenas de protestas por parte de Palestine Action, incluida una el 1 de julio, pocos días antes de que el grupo de acción directa fuera prohibido en virtud de la Ley Antiterrorista del Reino Unido.

Elbit tenía el contrato de arrendamiento desde 2019, con vencimiento previsto para 2029.
Las protestas incluyeron bloqueos con cadenas, la ocupación del tejado, rotura de ventanas y rociado del edificio con pintura roja, simbolizando la sangre derramada.

Elbit Systems UK es una filial de Elbit Systems, el mayor fabricante de armas de Israel.
La empresa matriz, que el año pasado tuvo ingresos de 6.800 millones de dólares (5.000 millones de libras), se describe a sí misma como la “columna vertebral” de la flota de drones de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), ampliamente utilizada en la ofensiva contra Gaza.
Su cartera también incluye sistemas para aviones y helicópteros militares, embarcaciones armadas controladas a distancia, vehículos terrestres y soluciones de mando y control.

Elbit Systems UK no respondió a la solicitud de comentarios de The Guardian sobre el estado del sitio.
Sin embargo, la propiedad, situada en una zona comercial e industrial a las afueras de Bristol, en la intersección de las autopistas M5 y M4, estaba desierta cuando el Guardian la visitó esta semana.
No había personal presente, salvo un guardia de seguridad apostado en un vehículo frente al edificio.

El sitio pertenecía anteriormente al Consejo de Somerset, que también fue objeto de protestas de Palestine Action antes de vender la propiedad el año pasado. The Guardian intentó contactar con los propietarios actuales.
Se habían colocado vallas y barreras alrededor del lugar después de las últimas acciones de los manifestantes.

La planta de Aztec West es distinta de la de Filton, también en Bristol, que fue igualmente atacada por Palestine Action.
En ese caso, 24 personas esperan juicio por daños criminales, desórdenes violentos y robo agravado, y una persona ha sido acusada de lesiones corporales graves con intención.


Antes de su prohibición, Palestine Action llevaba a cabo una campaña contra las sedes británicas de Elbit y las empresas asociadas, una campaña que se intensificó tras el ataque israelí contra Gaza en respuesta a los atentados del 7 de octubre de 2023 perpetrados por Hamas.

Los últimos balances de Elbit Systems UK muestran una pérdida operativa de 4,7 millones de libras el año pasado, frente a un beneficio de 3,8 millones en 2023.

Andrew Feinstein, experto y autor sobre el comercio mundial de armas y exdiputado del Parlamento sudafricano, calificó el cierre de “extremadamente significativo”, y añadió:

“Debemos recordar que Elbit Systems es, junto con IAI, una de las dos empresas de armamento israelíes más importantes; constituye, evidentemente, un elemento clave del complejo militar-industrial de Israel.”

El año pasado, Elbit Systems UK vendió su filial con sede en los Midlands Occidentales, Elite KL (ahora Calatherm).
Tras una caída del 75 % en su beneficio operativo en 2022, la empresa explicó el descenso por el aumento de los costes de seguridad, ya que su planta de Tamworth también había sido atacada por Palestine Action.
Los nuevos propietarios afirmaron que no tendrían ninguna relación con Elbit y que cancelarían sus contratos de defensa.

En 2022, Elbit vendió Ferranti P&C, otra filial con sede en Oldham, tras 18 meses de protestas encabezadas por Palestine Action y el grupo pacifista Oldham Peace.

El mes pasado, la revista Private Eye reveló que Elbit Systems UK formaba parte de un consorcio a punto de ganar un contrato de 2.000 millones de libras, que lo convertiría en un “socio estratégico” del Ministerio de Defensa británico.
El Financial Times informó que Peter Hain, exministro laborista, escribió al secretario de Defensa Jon Healey, instándolo a no adjudicar el contrato a Elbit, dada “la devastación que se desarrolla en Gaza”.

Palestine Action ha obtenido permiso para una revisión judicial en noviembre sobre la decisión de prohibir el grupo.
Sin embargo, en una vista de apelación el 25 de septiembre, el Ministerio del Interior intentará revocar dicho permiso.